Para quienes vivimos en Chile, nos debería dar risa y espanto el actuar de los policías antidisturbios que aparecen en esta serie española. Ante una protesta de la comunidad senegalesa migrante, causada por la muerte accidental de uno de los suyos durante un desalojo, como gran recurso disuasivo –y ante el pavor de los manifestantes– los antidisturbios lanzan lacrimógenas apuntando hacia el cielo. La risa surge al pensar en la supuestamente exagerada reacción de los senegaleses, y el espanto aparece cuando pensamos en la razón de por qué esto nos da risa.
Alguien decía que la civilización de un país se mide en la forma en que trata a sus animales; pero algo análogo se podría decir respecto de la forma en que emplea la fuerza en circunstancias extremas. El primer episodio de esa serie habla de esto y lo hace con cámara en mano, con planos largos y muy de cerca de las nucas y los rostros de seis de estos agentes del orden, para que nos identifiquemos con ellos.
Y funciona. Los vemos tratando de resolver con profesionalismo y buena fe una situación de por sí tensa –un desalojo resistido por más de 30 vecinos–, y que además los retrata como el último recurso de una sociedad ante contradicciones que los superan largamente y que no se les pide comprender.
En otras palabras, el despliegue controlado de fuerza –incluso cuando se descontrola– paradójicamente parece ser el momento propicio para exhibir las debilidades personales y estructurales de una sociedad con problemas nuevos, donde los antidisturbios dan la imagen de fuerza precisamente porque son el eslabón más débil. La parte más delgada de la ya “delgada línea azul que separa a la civilización de la barbarie”.
Alguien decía que la civilización de un país se mide en la forma en que trata a sus animales; pero algo análogo se podría decir respecto de la forma en que emplea la fuerza en circunstancias extremas.
Y la realidad está para probarlo. El desalojo sale mal. Muy pocos agentes para tantos vecinos hostiles. Muere accidentalmente un inmigrante senegalés y el departamento de asuntos internos debe investigar.
Así aparece la séptima protagonista de esta historia: Laia Urquijo (Vicky Luengo), oficial de asuntos internos que en el prólogo de la serie se presenta como una mujer porfiada y de una moralidad rígida hasta la disfuncionalidad. Y por ambos atributos siempre está sola, aunque tenga gente al lado.
Entonces el devenir de la serie se sostiene en el contraste de una mujer que piensa y actúa sola y el grupo de seis antidisturbios, asediados por la política, la prensa, las comunidades migrantes, las organizaciones de derechos humanos y asuntos internos; tratando de unirse como una familia en medio de la desgracia.
Cada capítulo lleva por título un apellido, el apellido de un policía, de aquel policía que le toca vivir una situación límite en el episodio en cuestión. Por ejemplo, el primero es “Osorio”, por Salvador Osorio (Hovik Keuchkerian), el líder del grupo; separado con dos hijas y sufriendo los rigores de una edad que ya no calza con su oficio. El segundo es “López”, por Diego López (Raúl Arévalo), hosco oficial de intelecto y moralidad superiores al resto, quien llama la atención de Urquijo por la lucidez que se filtra a través de las respuestas pactadas con sus compañeros. Y así.
A medida que los capítulos despliegan una mirada genuinamente interesada en la humanidad de cada uno de los antidisturbios, la investigadora Urquijo se mueve como un reptil dentro del masculino mundo policial para librar una cruzada a la altura de su porfía y su férreo código moral: el desalojo se realizó contra todo buen juicio porque hay un esquema de corrupción policial y judicial que obligó a que se realizara.
A medida que los capítulos despliegan una mirada genuinamente interesada en la humanidad de cada uno de los antidisturbios, la investigadora Urquijo se mueve como un reptil dentro del masculino mundo policial para librar una cruzada a la altura de su porfía y su férreo código moral: el desalojo se realizó contra todo buen juicio porque hay un esquema de corrupción policial y judicial que obligó a que se realizara.
Y que el lector no se engañe. El aspecto de thriller manoseado, con una heroína solitaria contra el sistema, afortunadamente se va tan pronto llega, con giros de guion inesperados –y bien ejecutados– y con la lacerante humanidad de los antidisturbios: con sus ataques de pánico, el descontrol de su ira, sus frustraciones privadas, sus lealtades en pugna y su desigual nivel de conciencia del verdadero rol que juegan en toda esta trama.
No se les juzga ni se les exhibe para que se les quiera. Un largo plano secuencia en un bar, donde esta “familia” de antidisturbios celebra algunas pocas buenas noticias, de esas que caen como gotas, los muestra como lo que son y como lo que resultó del incidente del desalojo. Se trata de una larga toma que se pasea por las intensas dinámicas entre los diversos integrantes del grupo, pero que contrasta con el nervioso movimiento del primer episodio. Primero vimos lo que veían ellos; ahora los vemos desde afuera solo para darnos cuenta de lo obvio: no son mejores ni peores que los que estamos al otro lado de su escudo y de su casco.
En paralelo, Laia es sucesivamente iniciada en diversas dimensiones del quehacer policial, oficial y extraoficial –el último episodio se titula con su apellido–, y ese proceso se desarrolla con una agilidad inusitada y con elipses arriesgadísimas y que sin embargo logran lo que se proponen: que nos enteremos rápido de lo que le pasa a Laia, y a los antidistrurbios, con el fin de que el tiempo y la atención de los espectadores se centre en los personajes mismos y en lo que el mundo les hace, para bien y –la mayor de las veces– para mal.
“Todo ocurrió demasiado rápido”, le dice López a Laia cuando todo terminó, en un epílogo que restaura convincentemente la evolución de los personajes a la naturalidad del ciclo vital, y donde aquello que pareció tan importante y absorbente –el incidente del desalojo– pasó a la estantería de los libros leídos. Y aprendidos, suponemos.
Además de la atípica elección de elegir a los antidisturbios como objeto de observación y como punto de vista de ciertos problemas actuales de la sociedad española, la serie destaca por su ritmo y por la conciencia de las trampas en que pudo caer y que sin embargo sorteó con bastante habilidad.
También tiene un formidable antagonista. Y como decía Hitchcock, a mejor antagonista, mejor historia.
Acerca de...
Título: Antidisturbios
País: España
Exhibición: Una temporada de seis episodios (2020)
Creada por: Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen
Se puede ver en: HBO Max
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