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Jueves, 14 de Agosto de 2025
De Aníbal Pinto Santa Cruz

'Chile, un caso de desarrollo frustrado', el libro que citó Gabriel Boric en Enade

Lissette Fossa

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Dibujo de la portada del libro, de Nemesio Antúnez.
Dibujo de la portada del libro, de Nemesio Antúnez.

Este jueves, el presidente electo Gabriel Boric, en su discurso frente al gremio de empresario en Enade, citó el libro de Aníbal Pinto, abogado y economista quien fue docente en la Universidad de Chile, participó en la Cepal y en 1995 recibió el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales. En este artículo rescatamos parte del libro 'Chile, un caso de desarrollo frustrado', donde Pinto intenta responder a la pregunta sobre por qué Chile aún no es un país desarrollado.

Este jueves, en su discurso como presidente electo en la Enade, frente a un selecto grupo del gremio empresarial, Gabriel Boric no sólo citó al poeta Enrique Lihn. También hizo referencia al libro 'Chile, un caso de desarrollo frustrado', del abogado y economista Aníbal Pinto Santa Cruz.

Pinto nació en 1919 y era familiar del presidente del mismo nombre. Estudió Derecho y luego Finanzas Públicas en el London School of Economics, a fines de los años cuarentas. En Chile fue director de la revista Panorama Económico, docente de la Escuela de Economía de la Universidad de Chile y participó activamente en la Cepal. 

El libro, publicado en 1959, es parte de la bibliografía de quienes estudian la economía nacional y su historia. En el texto, Pinto intenta explicar por qué Chile no es un país desarrollado y cómo puede tomar un rumbo que lo lleve al desarrollo. Realiza una profunda crítica a la dependencia del país de importaciones extranjeras y a los bajos salarios de los trabajadores, de la mano de una baja productividad general.

En INTERFERENCIA rescatamos extractos del libro, que está disponible en el sitio Memoria Chilena.

Prólogo

Este trabajo se ha escrito teniendo en vista algunos supuestos muy elementales. En primer lugar que existe una “solución de continuidad” en los hechos económicos de manera que es importante dejar en evidencia los eslabones que unen el pasado con el presente.

En el último tiempo, por razones comprensibles, se ha tendido a establecer ciertos “cortes cronológicos” en el proceso económico chileno. Así, buena parte de los análisis doctos o políticos de esa realidad han tomado como punto de partida los años 1938-40; otros han preferido como base la depresión de 1950-32. Este es, sin duda, un procedimiento tan legítimo como necesario, pero que presenta el riesgo cierto de una desconsideración de los antecedentes y raíces de los acontecimientos que se investigan.

Tómese como ejemplo el análisis habitual sobre el retraso agrícola chileno. Numerosos estudios han señalado su desarrollo en los últimos veinte o veinticinco años y con mayor o menor fundamento han establecido relaciones entre él y otros fenómenos del mismo periodo, como la industrialización. Sin embargo, al rehacer el camino hacia el pasado podemos verificar que tal rezago viene de antiguo y esto obliga a prestar atención a otros factores que pueden haber tenido tanta o mayor gravitación en el impacto relativamente próximo del desenvolvimiento industrial.

Si el mejor conocimiento del pasado puede ayudarnos a entender más claramente la realidad de nuestros problemas actuales, no es menos cierto que hoy nos hallamos en situación más ventajosa para desentrañar el sentido y las tendencias de los antecedentes registrados en la historia o documentación económicas.

En este último aspecto bien se sabe que la información de que se dispone es fragmentaria y dispersa. Debe escarmenarse en los estudios de historia general o en documentos de la época. Pero hay algo más que eso: son muy escasos los estudios realizados con un instrumental teórico y metodológico adecuado y a veces, cuando se trata de obras publicadas por economistas, como las de Daniel Martner y Frank Whitson Fetter, el análisis está limitado por el horizonte de la época o, dicho de otro modo, por el marco de los conceptos en boga, que generalmente habían sido forjados para una realidad extraña o para un tiempo ya sobrepasado. No se nos escapa, naturalmente, que algo parecido ocurre con quienes miramos los fenómenos añejos “con ojos de hoy”, pero puede aceptarse como una presunción razonable que nos encontramos en mejor situación relativa, aunque ello se atribuya exclusivamente a que tenemos a la vista el resultado de muchas anticipaciones y políticas que en su tiempo estuvieron rodeadas de incógnitas.

Establecidos los supuestos que han motivado esta obra, cabe dejar en claro que se trata de un esfuerzo muy limitado y de radio modesto. No es, de ninguna manera, una “historia económica”. Y basta apreciar sus proporciones para comprenderlo.

En la primera parte, que cubre el período 1830-1930, se ha intentado organizar la información disponible, de manera que emerjan con relieve suficiente los principales trazos de la evolución económica de ese primer siglo de vida independiente. A la vez, ese material ha sido analizado con el objeto de perfilar las principales relaciones causales en la expansión y desequilibrios que caracterizan el desarrollo chileno.

Tenemos la esperanza de que esta sección resulte de alguna utilidad para dar una visión coherente de los hechos y tendencias más importantes y para ilustrar sobre los factores que las han condicionado.

La segunda parte, que corresponde al plazo 1930-1953, aproximadamente, se ha planteado de forma bastante distinta. Hemos partido de la base de que existen varios estudios valiosos que presentan adecuadamente los acontecimientos y tendencias primordiales. En estas circunstancias, se ha concentrado la atención en un examen crítico de los fenómenos y resultados sobresalientes, contrastando en algunos casos la fisonomía que han tenido en esta experiencia reciente con la que acusaron en el periodo de pre-crisis.

No hemos tratado de extraer conclusiones explícitas ni tampoco delinear pautas de acción para encarar los problemas examinados. Sentimos no haberlo hecho, pero las condiciones en que se trabaja en nuestro país en estas materias limitan la dedicación y el tiempo que es posible prestarles. Sin embargo, creemos que muchas deducciones fluyen naturalmente de la exposición de hechos y reflexiones.

De todos modos, quisiéramos subrayar dos aspectos que, a nuestro juicio, son los primordiales en el contenido de estas páginas.

En primer término, está la verificación de que el desenvolvimiento chileno se llevó a efecto durante cerca de un siglo en las condiciones más favorables para que se hubieran cumplido las expectativas del credo clásico y liberal. El comercio exterior fue un resorte inestable, pero dinámico; no hubo interferencias oficiales de importancia en el mecanismo de las “fuerzas naturales” del mercado; la “paz y el orden” primaron casi invariablemente; el ingreso se distribuyó con la suficiente desigualdad como para crear amplias posibilidades de ahorro en los grupos pudientes; hubo una corriente importante y sostenida de capitales y créditos extranjeros.

Y, sin embargo, el desarrollo no pudo “tomar cuerpo”, por lo menos en el sentido básico de un aumento general de la productividad del sistema y de una diversificación apropiada de sus fuentes productivas.

Este es un hecho principal, sobre todo cuando en la actualidad, olvidando lo ocurrido, se presentan como panacea infalible una serie de circunstancias y requisitos que fueron precisamente los que primaron en el siglo de pre-crisis.

El segundo aspecto que queremos subrayar es el que se refiere al énfasis del libro en la que nos parece la “gran contradicción” del desenvolvimiento chileno, esto es, la que se viene planteando desde antiguo entre el ritmo deficiente de expansión de su economía y el desarrollo del sistema y la sociedad democráticas.

Tal contradicción ya la vislumbró don F. A. Encina a comienzos de siglo, pero no hay duda de que con el tiempo se ha venido agravando y quizás se aproxime a un punto de ruptura. Como lo anotamos en otras páginas, el desequilibrio tendrá que romperse o con una ampliación sustancial de Ia capacidad productiva y un progreso en la distribución del producto social o por un ataque franco contra las condiciones de vida democrática que, en esencia, son incompatibles con una economía estancada. 

****

g) La distribución social de los frutos

124) Intencionadamente hemos dejado para el final de este sumario balance crítico de la experiencia del periodo lo que se refiere a sus consecuencias sociales más directas, esto es, las que atañen a la distribución entre los grupos de la población de los frutos de su esfuerzo por recuperar los niveles de ingreso de antes de la crisis.

En último término, esa incidencia es la cuestión primordial en toda política económica. ¿Qué valor o trascendencia efectiva podrían tener los índices de crecimiento más halagüeños si ellos no implicaran un aumento del bienestar de la gran mayoría? AI fin y al cabo, el ejercicio económico sólo tiene sentido en cuanto salva a los hombres del cerco de la necesidad y les permite realizar sus potencialidades, antes constreñidas por la presión de urgencias vitales.

Por desgracia no contamos con investigaciones sobre la distribución del ingreso que faculten una comparación del estado de cosas al comenzar el periodo o antes de la crisis y la situación en el primer lustro de los años 50. Sólo se dispone de las estimaciones de la CORFO para eI lapso 1940-1953, que son las que figuran en el cuadro XV adjunto. Ellas, en estricta verdad, sólo nos dicen cómo se repartieron las recuperaciones en el nivel de las rentas por grupos entre los dos extremos de ese plazo. De todos modos, su testimonio es de enorme interés.

Como puede apreciarse, el ingreso real de todos los grupos creció en un 40 por ciento entre 1940 y 1953. Sin embargo, no todos ellos participaron en igual proporción de ese  mejoramiento (o reconquista, desde nuestro ángulo) . El “mundo obrero”, aunque a través de todo el periodo representó alrededor del 57 por ciento de la población activa, sólo acrecentó su remuneración efectiva en un 7 por ciento. Los sueldos, en cambio, los trabajadores de “cuello blanco”, elevaron su ingreso real en un 16 por ciento, que es superior al del conjunto. El sector no asalariado, de propietarios, empresarios y prestadores independientes de servicios, también cosechó una mejor participación en el proceso subiendo su renta efectiva en un 60 por ciento. Como este grupo es muy heterogéneo (figuran en él desde el dueño de la empresa o haciendas hasta el pequeño comerciante o peluquero), se ha apartado el segmento que corresponde a los ingresos por concepto de rentas, intereses y dividendos, o sea los del sector propietario, el que manifiesta un crecimiento de su retribución real de un 64 por ciento, esto es, el ascenso más fuerte.

125) Las conclusiones que se derivan de estos antecedentes son bien claras y de importancia considerable.

Ellas indican antes que nada que el sector mayoritario y más modesto de la población es el que se ha beneficiado menos con la recuperación en los niveles del ingreso. El asunto tiene tanta trascendencia social como estrictamente económica. Lo primero es obvio, de manera que huelga la insistencia. Desde el otro ángulo, sin embargo, sobresalen aspectos que requieren una acentuación.

En primer lugar, en la “filosofía” del desarrollo se ha aceptado casi como un axioma que él debe involucrar una crecimiento relativamente más rápido del ingreso de las capas preteridas, entre otra razones porque ello crea la base necesaria para un mercado interno progresivamente más amplio para todas las producciones esenciales. En otras palabras, esa evolución en el reparto de los ingresos garantiza o contribuye a que los factores productivos se canalicen del modo más ventajoso para el grueso de la población, esto es, satisfaciendo los requerimientos vitales del mismo.

Por otro lado, hay algo extraño con este curso de la distribución de las rentas. Bien se sabe que el “patrón del reparto” de ingresos es apreciablemente rígido, como lo demuestran las series históricas que se han calculado en algunos países adelantados. Pero esa estructura, aparte de las influencias que puedan ejercerse desde “fuera” del sistema económico, por medio de la tributación y otros arbitrios, tiende naturalmente a modificarse con las transformaciones que acaecen a compás del propio desarrollo económico. Así, por ejemplo, la mayor participación de los asalariados en el ingreso nacional de las economías más maduras se atribuye en buena parte a los desplazamientos que han tenido lugar en la población activa, desde sectores donde la distribución de ingresos es tradicionalmente más desigual (como la agricultura o la industria extractiva corriente) hacia otros, como el sector industrial, en que es más equitativa, o sea más ventajosa para la mano de obra.

Ahora bien, lo curioso es que en Chile ha ocurrido en cierta escala ese mismo proceso, como lo hemos visto antes. Las actividades primarias han reducido su cuota de la fuerza de trabajo y en cambio, la han incrementado el sector industrial y el de servicios Sin embargo, en Io que al grupo obrero se refiere, más variaciones no han mejorado su posición en la estructura de las rentas; por el contrario, sólo ha conseguido para sí una ínfima parte de la recuperación general.

Una razón de lo anterior podría ser que la absorción de mano de obra por parte de la industria y otras actividades donde la distribución del ingreso es menos desigual no ha sido lo suficientemente intensa para absorber los contingentes desplazados de la producción primaria, con lo cual , el “poder de contratación” de los trabajadores disponibles se vio disminuido.

Este fenómeno de carácter general parece haber marchado de la mano con mejoramiento de bastante entidad en algunas industrias o sectores aislados. Y sobre este aspecto han insistido con énfasis especial algunos representantes de los empresarios, sin parar mientes con que “una golondrina no hace verano”, como lo dejan en claro las estimaciones de la contabilidad nacional de la CORFO, que son suficientemente marcadas como para dejar amplio lugar para cualquier error marginal.



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