Tras los desastrosos resultados electorales que obtuvo el Partido Laborista en las elecciones parlamentarias celebradas en el Reino Unido el jueves pasado, el progresismo y la izquierda alrededor del mundo comienzan a observar el escenario británico buscando las lecciones que se desprenden de la catástrofe laborista, la más dura desde los años previos a la segunda guerra mundial.
Con esta victoria, el Partido Conservador se consolida como la alternativa para conducir a los británicos, en un contexto de Brexit, que es cuando en 2016 la opción por dejar la Unión Europea (UE) se impuso en el referéndum con el 51% de los votos. Desde entonces se han realizado tres elecciones y en todas ellas los conservadores han superado a los laboristas, arrastrándolos hacia una nueva crisis, incapaces de capitalizar el desgaste que ha significado negociar durante tres años la salida de la UE.
El escenario no puede ser peor para la centroizquierda británica, los laboristas perdieron 44 escaños y los conservadores ganaron 66, quedándose con 365 plazas de las 650 que componen la Cámara de los Comunes, 11 menos de los que obtuvieron en la histórica victoria torie que lideró Margaret Thatcher en 1987.
Boris Johnson supera ampliamente la mayoría absoluta que necesita para gobernar con tranquilidad, cuestión que le debería permitir concretar la salida de la Unión Europea el próximo 31 de enero, junto a la posibilidad de cerrar un acuerdo comercial moderado, resguardando la unidad del bloque euroescéptico.
Una vez conocidos los resultados, al interior del laborismo y en los principales diarios progresistas del mundo, se han comenzado a debatir las claves de una derrota que incomoda a la izquierda y que aviva uno de sus principales temores: ser solo una de las opciones dentro de un mundo popular cada día más diverso, con altos niveles de xenofobia, golpeado y frustrado por la precarización laboral, y permeado por el neoliberismo.
Así, el mayor drama que enfrenta el Partido Laborista, más allá de haber sido una oposición incapaz de mostrarse como alternativa, es la pérdida de importantes franjas de la clase trabajadora, pues los tories fueron capaces de ganar al interior de los bastiones emblemáticos del laborismo, aquellos pueblos industriales y mineros completamente golpeados por la era Thatcher y la instauración del modelo neoliberal que arrasó con sus empleos.
La caída del muro rojo: los factores de la debacle laborista
El logro más grande de Johnson en estas elecciones ha sido la victoria de los conservadores en la llamada muralla roja, una franja del país que va por toda la costa este, desde el norte de Gales a la costa de Northumberland, en el extremo nororiental de Inglaterra, donde los laboristas han dominado la contienda electoral durante todo el último siglo.
En 24 de estas circunscripciones de raigambre minera e industrial, cuna de una fuerte tradición obrera, los tories se impusieron rompiendo una larga era de lealtades partidarias, continuando la tendencia mundial, donde los escenarios electorales se han comenzado a reconfigurar, beneficiando a los discursos xenófobos, proteccionistas y conservadores.
Este fenómeno se inauguró precisamente hace tres años con la la votación del Brexit, donde se estrenó el uso del big data y las campañas de hiper segmentación, que luego continuó con el triunfo de Trump que coincide con la derrota de los progresismos en Latinoamérica.
Así, en la Inglaterra post-industrial, envejecida, de escasa formación académica, y con una larga estela de frustraciones acumuladas, los trabajadores abandonaron el rojo y se inclinaron por un primer ministro millonario, criado por la elite británica, que con suerte había pisado antes de estas elecciones el norte del país y las zonas obreras.
Pero este jueves, Johnson barrió con el fantasma de Thatcher y aprovechó el distanciamiento de los trabajadores con los laboristas.
En campaña, los laboristas se limitaron a decir que renegociarán el acuerdo con la Unión Europea, dentro de los próximos tres meses, el que luego sería sometido a un referéndum en menos de seis meses.
Esta falta de carácter para defender Europa fue vista con desconfianza por el electorado más fiel al Partido Laborista.
Muchos de los sectores tradicionalmente laboristas ya habían abandonado su lealtad al partido tras los gobiernos de Tony Blair, periodo en el que se mantuvo el modelo dentro de los márgenes impuestos por Thatcher, donde la precarización del empleo se acentuó y se incentivó la rivalidad con los grupos de inmigrantes.
"Vamos a pagar a toda la gente del noreste de Inglaterra la confianza que ha depositado en el Partido Conservador, y para ello lo primero que haremos será cumplir con el Brexit", fue lo primero que declaró Johnson tras el triunfo.
Todas las críticas apuntan a Jeremy Corbyn
Si existe un consenso al interior de la prensa europea sobre las elecciones británicas es que el gran responsable es es Jeremy Corbyn, quien de acuerdo a los sondeos de opinión registraba la popularidad más baja que un candidato opositor había obtenido desde fines de los 70.
Corbyn se hizo con la conducción del partido tras las elecciones de 2015 de la mano de un grupo de militantes de izquierda con los que creó la base del programa sobre el que se basó la campaña de los laboristas en estas elecciones. La hoja que presentaron los laboristas incluía la nacionalización del servicio de trenes, gratuidad en la educación superior, una serie de cuidados gratuitos para el adulto mayor, medidas de equiparación para la pensión de las mujeres y banda ancha gratuita, entre otras propuestas.
“No era que a la gente no le gustaran las políticas, la gente pensaba que había demasiadas. La banda ancha gratuita era realmente impopular. La gente pensó 'este es un lujo extraño ¿por qué nos están ofreciendo esto? ”, declaró ante la BBC, Jon Lansman, líder del grupo de campaña de Corbyn.
En el fondo, la distancia entre los grupos más populares de trabajadores ingleses fue irreversible, incluso con un programa de propuestas que incluía una fuerte intervención del estado en materia de seguridad social. Esta diferencia se hizo aún más evidente con un candidato proveniente de la clase media londinense, alejado de la realidad del noreste inglés.
Este distanciamiento se ha convertido en un punto constante entre las coaliciones progresistas que han intentado ser alternativa al modelo actual, lideradas por un grupos de militantes con poca llegada y experiencia tanto social como sindical.
En una entrevista con Sky News, Ruth Smeeth, una crítica de Corbyn al interior del partido, afirmó que la responsabilidad de los malos resultados recae en el líder de los laboristas: "Sus acciones personales han dado este resultado en mis electores". En la misma línea, Toby Perkins, de Chesterfield, aseguró que las elecciones fueron difíciles en gran medida por la "impopularidad monumental" de Corbyn.
Una parte importante de esta impopularidad se debe principalmente a dos temas. En primer lugar su cercanía con los grupos republicanos irlandeses, que al interior del nacionalismo inglés es resistido por amplias capas de la población y, en segundo lugar, por las acusaciones de antisemitismo que se realizaron al interior del partido laborista, donde Corbyn mantuvo una postura a la defensiva dado su apoyo a la causa palestina, cuestión que aprovecharon los conservadores, incentivando los ataques que nacieron desde el mundo judío.
Después de los magros resultados, Corbyn anunció que renunciará a la dirección del Partido, aunque no precisó cuándo. Esto podría implicar una serie de disputas al interior del laborismo, luego de que el sector conducido por Corbyn pasara por encima de una serie de otras agrupaciones al interior de la coalición de centroizquierda.
Esta situación fue una de los factores que causó el escenario de dispersión de la izquierda, que en un sistema como el británico, donde se elige solo un representante por circunscripción, se tiende a faciliar la elección del bloque de derechas.
La autocrítica dentro del partido ya comenzó. Ronan Burtenshaw editor del Tribune, publicó una columna con una fuerte reflexión acerca de los errores que ha cometido el laborismo, apuntando principalmente a la lejanía del partido con las capas más empobrecidas de la sociedad y con las demandas que ha posicionado el feminismo, el ecologismo y el antirracismo. Es decir, no han logrado crear espacios de identificación dentro de los sectores en los que debería crecer la izquierda.
“Dada la magnitud de esta derrota, debemos hacernos preguntas serias sobre por qué no pudimos cambiar esto. Las respuestas se encontrarán en el hecho de que simplemente no estuvimos presentes en demasiados lugares, en la vida de demasiadas personas de la clase trabajadora, y también en el hecho de que el corbynismo no coincidió con un aumento de la lucha de clases que podría haber traído más personas a nuestro lado”, escribió Burtenshaw.
Pese al momento, Burtenshaw asegura que la victoria torie podría ser sustancial, pero no necesariamente de época, pues el modelo sigue en crisis y la disputa va seguir abierta en medio de un proceso de desaceleración económica cuya incertidumbre se ha acentuado en medio de la guerra comercial y las negociaciones del Brexit, que pueden traer aún más problemas y endeudamiento para la clase media y los sectores más pobres del país.
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