El país cambió, es momento que despierte el periodismo, escribió Roberto Herrscher pocas semanas tras el estallido de 2019 en The New York Times. Un año y medio han tenido nuestros medios tradicionales para replantearse de cara a una sociedad que les cree cada día menos, pero nada de ello ha sucedido. Llegamos a la megaelección que terminará de abrir la puerta al nuevo Chile con el mismo sistema tradicional de medios que heredamos de la dictadura.
Sorprendió La Tercera cuando nos dijo que el Apruebo era “la mejor opción para el país”, pero tras ello sus editoriales no han hecho más que oponerse a cualquier atisbo de cambio. Se niegan al retiro de rentas vitalicias, se niegan a un IVA diferenciado que beneficie a los más pobres, se niegan a un impuesto que grave a las grandes fortunas del país. Mantengamos el status quo, hagámosle caso al cuco de JPMorgan, sigamos dándole tribuna a Juan Sutil y sus discursos antimigración.
Desde Vitacura, El Mercurio defiende los últimos privilegios intocados del sector al que representa y desde donde se imprimen sus cada vez más escasos ejemplares.
Desde Vitacura, El Mercurio defiende los últimos privilegios intocados del sector al que representa y desde donde se imprimen sus cada vez más escasos ejemplares. Y lo hace en su estilo, dando generosa voz a los defensores del modelo (¡cómo trabajan en LyD, la Universidad del Desarrollo y Clapes UC respondiendo entrevistas y firmando columnas!) y silenciando esas voces incómodas que se cuelan cada vez con más frecuencia en la prensa alternativa.
Su hermano menor LUN se disfraza de farándula, trivializa la crisis del gobierno y nos pilla volando bajo para publicar discursos presidenciales completos y humanizar a un gabinete debilitado. “Pero qué se puede esperar de LUN, son así”, responden algunos ante el menor asomo de crítica, como quien defiende al sobrino menos aventajado de la familia. No se percatan de que se trata, muy probablemente, del más inteligente del clan.
Pero el otrora hegemónico poder de la prensa tradicional ya no es suficiente. El sólido dique que por largo tiempo logró frenar cualquier tipo de cuestionamiento presenta tantas grietas que amenaza con derrumbarse en cualquier momento. A Alejandra Matus le basta un hilo de tuits para levantar una polvareda con sus investigaciones. En Facebook los medios independientes consiguen crecientes niveles de engagement que ya quisieran los Edwards, Luksic y Saieh.
Mientras tanto, en televisión abierta –terreno históricamente vedado para la crítica de fondo– Víctor Gutiérrez arma con más ingenio que recursos un modelo en La Red que logra que desde La Moneda terminen de perder la compostura.
El silencio de la prensa tradicional, afirman algunos, ya es ensordecedor. Acallar voces y relatos solo logra el efecto contrario: que estos aparezcan con aún más fuerza a través de canales de información que no responden a presiones. El Consejo Minero no tiene columnistas en INTERFERENCIA; Cristián Larroulet no logra pautear a la Radio Universidad de Chile como lo hace con El Líbero; la Cámara Chilena de la Construcción tendría problemas para aparecer en Piensa Prensa; e Imaginacción tendría que destinar demasiada gente si quisiera controlar las tendencias diarias de redes sociales.
El silencio de la prensa tradicional, afirman algunos, ya es ensordecedor. Acallar voces y relatos solo logra el efecto contrario: que estos aparezcan con aún más fuerza a través de canales de información que no responden a presiones.
Todavía es prematuro asegurarlo, pero la Convención Constituyente amenaza con tener el mismo efecto sobre el Congreso y el poder constituido que la prensa independiente tiene hoy sobre el sistema tradicional de medios.
Así lo entiende El Mercurio, que durante los últimos meses se ha encargado de hacer foco en la seguridad del Palacio Pereira (“rodear la Convención” se convirtió en la nueva “retroexcavadora” de Jaime Quintana) y en promover esos “espacios de deliberación reservada” que han caracterizado la Transición.
¿Seguirán influyendo en algo las columnas de Hernán Büchi, Natalia González y Luis Larraín mientras se discuten las nuevas reglas del juego en la Convención? ¿Leerá alguien el Cuerpo B o el Diario Financiero durante las pausas en medio de las sesiones, o preferirán revisar lo que la gente está opinando en redes sociales?
Es el temor a lo nuevo lo que les aterra, la imposibilidad de controlar una agenda que hasta hace tan poco les era propia: seguridad ciudadana, inmigración y Venezuela, una tríada repetida como mantra y destinada a adormecer cualquier voz disonante. Una seguidilla de cucos –como los llamó Daniel Matamala– dirigidos a encauzar el debate dentro de márgenes acotados y uniformes, dictados desde oficinas en avenida Apoquindo, sustentados por think tanks con financiamiento desconocido y corroborados por encuestadoras aliadas.
Chile cambió y los medios tradicionales se quedaron atrás. El estallido los tomó desprevenidos y la pandemia terminó de hundirlos. El papel couché pasó a la web, los suplementos se incorporaron al resto del diario y las redacciones se convirtieron en elefantes blancos producto de la cuarentena y los despidos masivos.
Estas líneas ven la luz mientras los diarios regionales de El Mercurio S.A. desde Arica a Copiapó están en huelga y Copesa paga a cuentagotas los finiquitos de sus periodistas desvinculados. El país llega a su gran cita democrática con sus históricos medios de comunicación de rodillas y pidiendo que suene la campana.
Es el viejo Chile. El que ve complots bolivarianos donde no los hay y cree que la diversidad del país se restringe a la página A2 y sus Cartas al Director. Es momento –como gritábamos en el estadio cuando un jugador se quedaba más tiempo del necesario tendido en el pasto simulando una lesión ficticia– de taparlo con diario.
Marcos Ortiz F., es director de Ojo del Medio.
Comentarios
Me gusta Interferencia porque
Añadir nuevo comentario