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Viernes, 19 de Abril de 2024
Extracto del libro 'La lista del Schindler chileno'

El hombre que se salvó de la Caravana de la muerte

'Ese día los militares comenzaron a citar gente al regimiento Arica. El comandante era el coronel Ariosto Lapóstol Orrego y su secretario, el teniente Emilio Cheyre'".

Admision UDEC

Armando Gatica Barahona se tituló de químico farmacéutico en la Universidad de Chile el año 1961 y entró a trabajar al Instituto Bacteriológico en el área de control de alimentos. De ahí se trasladó a un laboratorio de investigación en tuberculosis en el hospital San José, al lado del Cementerio General de Santiago. A comienzos de noviembre de 1966 se fue con su esposa a La Serena para crear un laboratorio de Bromatología en la Segunda Zona de Salud y colaborar en la implementación de un sistema de control de alimentos para todo el norte chico. Accesoriamente, fue nombrado, además, como perito para informar a los juzgados cuando había incautación de drogas. Militante comunista desde muy joven, le tocó también asumir varias veces como intendente subrogante durante el gobierno de la Unidad Popular.

El 11 de septiembre de 1973 transcurrió en La Serena con casi completa normalidad, al igual que los días miércoles 12 y el jueves 13. El viernes 14, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar.

Armando Gatica, a los 80 años de edad, recuerda:

Ese día los militares comenzaron a citar gente al regimiento Arica. El comandante era el coronel Ariosto Lapóstol Orrego y su secretario, el teniente Emilio Cheyre. En la mayoría de los casos devolvían a la gente a sus lugares de trabajo o a sus domicilios. A mí, sin embargo, me detuvieron en la mañana en la vía pública con un aparatoso operativo policial en circunstancias de que yo seguía trabajando habitualmente y mi domicilio era conocido por todas las autoridades. Me llevaron al regimiento y me enfrentaron al coronel Lapóstol, el cual ordenó que me investigaran. Luego, me llevaron aparte, me apoyaron en una muralla y me empezaron a golpear en los testículos. Al mediodía me metieron a una pieza donde me mantuvieron hasta la noche, cuando me trasladaron  a la cárcel incomunicado. Ahí estuve en la sala de clases de los menores casi dos semanas. A fines de septiembre me llamaron nuevamente desde el regimiento, me llevaron al lugar donde estaban las fiscalías y luego de ser interrogado por un fiscal de Carabineros quedé en libre plática en la cárcel. Allí permanecí bastante tranquilo hasta que el martes 16 de octubre apareció la caravana de la muerte, al mando del general Sergio Arellano Stark.

La caravana llegó el día 16 como a las 11 de las mañana a bordo de un helicóptero Puma. La integraban el general de brigada Sergio Arellano Stark; el teniente coronel Sergio Arredondo González; el mayor Pedro Espinoza Bravo; el capitán Marcelo Morén Brito; el capitán Emilio Robert de la Mahotiere González, piloto; el capitán Luis Felipe Polanco, copiloto; y los tenientes Juan Viterbo Chiminelli Fullerton y Armando Fernández Larios. También descendieron de la nave dos soldados de la Escuela de Infantería. Todos en tenida de combate y fuertemente armados. En la losa los estaba esperando el coronel Ariosto Lapóstol, quien se sorprendió al ver a Marcelo Morén, su segundo al mando en las regimiento Arica, de quien nada sabía desde que partió a Santiago para reforzar el golpe militar.

El general Arellano le comunicó a Lapóstol su calidad de oficial delegado del general Pinochet con la misión de revisar los procesos de los prisioneros políticos y se  dirigieron a la oficina del fiscal militar, el mayor Carlos Casanga, para revisar los antecedentes de los detenidos. Luego, en el despacho de Lapóstol, Arellano eligió a 15 detenidos para ser sometidos a un consejo de guerra. Moren Brito anotó los nombres en una libreta aparte, en tanto el teniente Emilio Cheyre observaba.  Lapóstol le explicó a Arellano que tres de los seleccionados –Roberto Guzmán, Manuel Marcarian y Carlos Alcayaga- ya habían sido sometidas a consejo de guerra y que estaban cumpliendo su condena en la cárcel de La Serena. Arellano respondió que las penas eran muy leves y que debían ser sometidos a un segundo consejo de guerra. Lapóstol, quien había presidido el anterior consejo de guerra, se opuso tenazmente, pero finalmente, ante la férrea decisión de Arellano, abandonó el regimiento, permaneciendo en los jardines exteriores.

Unos 20 minutos después llegó Arellano hasta donde estaba Lapóstol para insistirle en la necesidad de efectuar el consejo de guerra. En un momento se les acercó el capitán Mario Vargas Miqueles, quien llegaba de una misión en Vallenar y solicitó permiso a Arellano paras rendirle cuenta a su comandante. Enseguida Arellano y Lapóstol siguieron conversando. A pocos metros permaneció el capitán Vargas.  De pronto se escucharon disparos. Lapóstol le pidió al capitán Vargas que averiguara lo que estaba pasando. Regresó a los pocos minutos e informó que había 15 personas muertas en la cancha de tiro de pistola. En ese mismo instante se escucharon nuevamente disparos aislados que provenían de la misma dirección.

En el polígono de pistola, ubicado en el faldeo del cerro vecino al regimiento, cerca de la sala de banda, los 15 prisioneros que poco antes había sacado de la cárcel local el teniente Marcelo Morén Brito, fueron asesinados por miembros de la comitiva del general Arellano frente a los oficiales del regimiento. Luego se les ordenó a los mismos oficiales locales dispararles los tiros de gracia usando sus pistolas de servicio Staver. En ese minuto llegó al lugar el capitán Mario Vargas Miqueles quien se negó a cumplir la orden. Sí la acataron los oficiales Emilio Cheyre, Jaime Ojeda Torrent, Hernán Valdebenito Bugman, Mario Larenas Carmona, Guillermo Raby Arancibia, Julio Lafourcade Jiménez, y el médico militar Guido Díaz Pacci.

Pasadas las cinco de la tarde, el coronel Arredondo, delante de Lapóstol, dio cuenta a Arellano que todo estaba finiquitado y luego la comitiva se retiró del regimiento rumbo al aeropuerto. Lapóstol pidió a Arellano el acta del consejo de guerra que dictó la ejecución de los prisioneros, pero no le fue entregada.

Los prisioneros ejecutados fueron los siguientes:

-Roberto Guzmán Santa Cruz, abogado, casado, tres hijos, asesor jurídico de los trabajadores de la Compañía Minera Santa Fe. Militante del MIR

-Carlos Enrique Alcayaga Várela, 38 años, albañil. Secretario regional de la Central Única de Trabajadores, CUT, y gobernador de Vicuña. Militante del MAPU.

-Manuel Marcarían Jamett, 31 años, agricultor, militante del Partido Comunista. Fue detenido por carabineros en Los Vilos, cinco días después del golpe militar.

-Jorge Peña Hen, 45 años, director de la Escuela de Música de la sede local de la Universidad de Chile y director de la Orquesta Sinfónica de Niños de la ciudad. Militante del Partido Socialista.

-Mario Ramírez Sepúlveda, 44 años, casado, dos hijas, académico de la Universidad de Chile, administrador de la fábrica estatal de neumáticos, Manesa, y secretario regional del Partido Socialista.

-Óscar Aedo Herrera, 23 años, técnico forestal, militante del Partido Comunista. Fue detenido por carabineros en Salamanca, el 6 de octubre de 1973.

-José Araya González, 23 años, campesino, militante del Partido Comunista. Fue detenido en Salamanca en la víspera de su homicidio.

-Marcos Barrantes Alcayaga, 26 años, supervisor de Manesa, militante del Partido Socialista. Fue detenido en su lugar de trabajo, cinco días después del golpe militar.

-Jorge Contreras Godoy, 31 años, campesino, sin militancia política. Detenido por carabineros en Salamanca.

-Hipólito Cortés Álvarez, 43 años, funcionario municipal, dirigente del Sindicato de la Construcción y militante del Partido Comunista. Detenido por carabineros en Ovalle.

-Óscar Cortés Cortés, 48 años, campesino, militante del Partido Comunista. Fue detenido en su casa de Ovalle por carabineros.

-Víctor Escobar Astudillo, 22 años, técnico agrícola, funcionario de la estatal Empresa de Comercio Agrícola, ECA, y secretario comunal del Partido Comunista. Fue detenido por carabineros en Salamanca.

-Jorge Jordán Domic, 29 años, médico y militante del Partido Comunista. Tras escuchar su nombre en un bando militar, se presentó voluntariamente en la comisaría de Ovalle al día siguiente del golpe militar.

-Jorge Osorio Zamora, 35 años, profesor universitario, funcionario de Manesa, militante del Partido Socialista. Fue detenido en su lugar de trabajo, una semana después del golpe militar, por funcionarios de Investigaciones.

-Gabriel Vergara Muñoz, 22 años, campesino, militante del MAPU. Fue detenido el 12 de octubre de 1973 en Ovalle.

El coronel Lapóstol pidió al médico militar que viera los cuerpos y extendiera certificados de defunción. Luego ordenó llevar los cadáveres al cementerio local y meterlos en una fosa común. Después mandó al teniente Cheyre a que publicara en el diario El Día de La Serena del 17 de octubre de 1973, un bando en que se informó que los 15 prisioneros murieron “ejecutados conforme a lo dispuesto por los Tribunales Militares en tiempo de guerra”.

Cuando el 11 de noviembre de 1998 los cuerpos fueron encontrados y exhumados desde la fosa clandestina en el cementerio de La Serena, además de los múltiples impactos de disparos en el cuerpo, todos presentaban un orificio de bala en el cráneo, con dirección desde arriba hacia abajo. Era la prueba científica de que los habían rematado en el suelo.

Armando Gatica prosigue su relato:

El 19 de octubre me llamaron a la fiscalía y al llegar al regimiento me hicieron pasar a la zona de guardia, donde llegaron militares que me vendaron, encapucharon y amarraron las manos a la espalda. Había otros prisioneros y nos llevaron a una colina donde nos colgaron y nos empezaron a golpear con pies y puños y con palos en las nalgas. Perdí el conocimiento. Me bajaron y no me podía sentar, además de tener las muñecas destrozadas. Fui trasladado nuevamente a la cárcel, al Colectivo 2, donde llegué en muy malas condiciones. El sábado 20 me trasladaron nuevamente a la fiscalía donde me sometieron a los mismos apremios, pero a campo abierto. Me hicieron hincar en el suelo y empezaron a darme culatazos en la espalda y en el pecho. Me preguntaban por la gente que tenía armas. Un oficial me dijo que si no respondía me fusilarían en diez minutos. Otra vez a la cárcel y el lunes 22 volví a la fiscalía. Me metieron en una pieza donde se escuchaba música clásica. Estuve ahí un largo rato hasta que sentí un feroz golpe en ambas orejas y alguien me dijo que ahí sí que iba a hablar. Me pusieron en una parrilla y me empezaron a aplicar corriente en diversas partes del cuerpo. Al otro día siguieron en el regimiento donde me hicieron correr vendado hasta que me estrellaba con los diversos muros. Me caía y me levantaban a punta de culatazos. Así me siguieron dando durante varios días más.

Iniciaron entonces un proceso a los supuestos hospitales clandestinos y el 19 de noviembre fuimos citados a la fiscalía un número importante de funcionarios del Servicio Nacional de Salud que trabajábamos en diversas reparticiones de la Segunda Zona de Salud. Nos llevaron vendados y encapuchados a la colina del regimiento y nos hicieron tendernos en el suelo. Alguien dijo: ¡Aquí estás otra vez Gatica. De esta si que no te vas a salvar!  Me agarraron a patadas y me quebraron cuatro costillas. Luego nos llevaron a un galpón donde nos colgaron y siguieron golpeándonos mientras nos preguntaban por los hospitales clandestinos. Me aplicaron corriente en las tetillas mientras me tiraban agua. Después me bajaron los pantalones y me aplicaron corriente en los genitales. Más tarde, inmovilizado en el suelo, me introdujeron unos electrodos en el ano y siguieron con la corriente hasta que perdí el conocimiento. Me tiraron en un calabozo del regimiento y me dejaron allí toda la noche. A los otros los devolvieron a la cárcel. En la madrugada sentí los disparos con que fusilaron a un preso común al que le decían “El paco santón”. En la cárcel creyeron que era yo y le avisaron a mi señora, las que fue al regimiento y habló con el mayor Casanga y el teniente Cheyre. Este último le dijo que mi situación era muy comprometida por ser comunista. Mi esposa habló con el obispo Francisco Fresno y éste se sorprendió porque el coronel Lapóstol le había asegurado que en el regimiento no se torturaba. Freno llamó a Lapóstol, quien recibió a  mi señora y le garantizó que no me aplicarían más torturas. El proceso por los hospitales clandestinos lo tomó la FACh. Al final, todos los involucrados quedamos en libertad. Nada era cierto.

(Tomado del libro “La lista del Schindler chileno”; LOM Ediciones)

 

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