Una de las escenas más inolvidables y parodiadas de El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001-2003) es un largo diálogo de Gollum, el antagonista operativo de la historia, consigo mismo; o mejor dicho, con la parte de su conciencia que fue secuestrada por el anillo. Ese personaje, escindido por el deseo de poseer y conservar dicho objeto, creó una segunda personalidad con la cual vivía en un combate destructivo y que se eternizó por siglos, pues esa dinámica antagónica, de una mitad con la otra, en realidad existe para no cambiar. De hecho, tal como la muestran Tolkien y Jackson, la relación de Gollum con el anillo y consigo mismo se parece sospechosamente a un vicio. O a una adicción, más bien, que se niega a evolucionar o a morir.
El otro, multipremiado documental chileno, lleva como epígrafe 'las dos caras de la libertad', pues trata de otra personalidad escindida, pero esta vez no por el deseo de un objeto o el azote de una adicción en particular, sino por una avidez de soledad. El manejo de cámara de la escena inicial nos presenta a una pareja de individuos ya mayores que viven en una casucha –cerca de Valparaíso, nos enteramos después–, donde uno mata el aburrimiento con libros y vino en caja, mientras que el otro es un buzo mariscador o cazador de conejos.
No pasan muchos minutos antes de que el documental nos diga, con un recurso tan sencillo como una cámara fija enfocando un espejo, que ambos personajes son la misma persona. La dinámica de estos dos personajes oscila entre lo fraternal y lo antagónico, y es acentuada a lo largo de la película con algunos señuelos interesantes, y para nada casuales: la casucha está pintada con la palabra “YO”, la que se ve más tenue en cada reaparición; en la playa está varada una ballena, cuyo estado de descomposición la tiñe de blanco, como Moby Dick, el alter ego y enemigo del enloquecido capitán Ahab.
No pasan muchos minutos antes de que el documental nos diga, con un recurso tan sencillo como una cámara fija enfocando un espejo, que ambos personajes son la misma persona. La dinámica de estos dos personajes oscila entre lo fraternal y lo antagónico.
Paralelamente, 'el yo' y 'el otro' habitan una casucha misérrima y que al mismo tiempo parece contener al mundo entero, o más exactamente al caótico cosmos que cada uno de estos personajes se han construido para eludir la soledad que supuestamente vinieron a buscar.
Si bien la forma de habitar este espacio es registrada en lo cotidiano, en un día a día repetitivo que se observa pacientemente con la cámara fija, como lo haría un documental, los diálogos entre 'el yo' y 'el otro' claramente están dramatizados, retrotrayendo la película a los orígenes de este género tal como lo conocemos (Nannook of the North, de Robert Flaherty, 1922). Absolutamente consciente de la fecunda relación entre la dramatización y la vida real.
En este caso, el elemento dramático –de antagonismo y camaradería entre las dos personalidades del protagonista– hace avanzar al documental y sus propósitos, sacando a nuestra vista lo que –suponemos– ocurre en la cabeza de nuestro protagonista mientras nadie lo ve. Es decir, casi siempre.
Si bien su situación material es claramente desmedrada, y su estado mental está lejos de lo que llamaríamos normalidad, su presencia en pantalla no despierta conmiseración, rechazo ni simpatía. Y esto debemos interpretarlo como un logro –y uno bastante grande– de esta película, pues no solo nos plantea en pantalla una auténtica escisión de personalidad desde una posición atenta y neutral, sino que también nos ubica suavemente en un terreno donde ni siquiera podemos distinguir quién es el yo y quién es el otro.
Y acá el título del documental –El otro, muy bien elegido–, empieza a aparecer en imágenes, repetidamente y ante la menor provocación. Cada uno de los dos personajes es 'el otro' del otro, y ambos lo son del YO pintado en la casucha. El otro es la ballena muerta que se pudre en los roqueríos. El otro es el conejo que despelleja y cocina. El otro es también esa figura sonriente que aparece en una fotografía antigua, que nuestro protagonista alguna vez fue y que ya no puede reconocer. Nosotros tampoco.
La paradoja es trágica y risible a la vez. La soledad del ermitaño consiste en estar rodeado de una cohorte de otros inventados por él, o más bien surgidos o invocados de entre los objetos muertos e inanimados como la obra de un mago que recurre a todos sus trucos con tal de no quedarse realmente solo. Con el horror que eso significa.
Muy avanzada la película, nos enteramos del nombre de este ermitaño –Óscar Garrido–, quien es relativamente conocido en los alrededores de Valparaíso, ciudad que visita para comprar libros y tomarse algo por ahí sin estar exactamente ahí, y donde los porteños son apenas estelas de presencias irrelevantes, con mucha menos entidad que el otro y los otros que lo acompañan en su casucha y en el acantilado que lo rodea.
El otro es la ballena muerta que se pudre en los roqueríos. El otro es el conejo que despelleja y cocina. El otro es también esa figura sonriente que aparece en una fotografía antigua, que nuestro protagonista alguna vez fue y que ya no puede reconocer. Nosotros tampoco.
Otra gran singularidad de El otro es que las dramatizaciones de los conflictos de Óscar con Garrido ponen a la película en una encrucijada respecto de la naturaleza de lo que estamos viendo. ¿Es esta la historia de evolución y emancipación dentro del alterado estado mental del ermitaño? ¿O es el registro de una repetición perpetua de bajas y caídas, como el de las estaciones del año, o como las abstinencias y recaídas de un adicto?
Esto se resuelve, pero de una manera natural y calma; sin suponer que es un final feliz ni lo contrario, la película se cierra con un plano simple y elocuente de la experiencia que acabamos de tener: vislumbrar el proceso mental de una persona cuya soledad transformó su forma de lidiar consigo mismo y de percibir el entorno que lo rodea. Con férreo respeto por la persona en pantalla, buen gusto para encuadrar los espacios que habita y altera, y minuciosidad para captar los objetos que habitan su mundo.
Acerca de…
Título: El otro (2020)
Nacionalidad: Chile
Dirigida por: Francisco Bermejo
Duración: 1 hora y 15 minutos
Se puede ver en: Miradoc.cl (mediante alquiler)
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