La decisión de empezar esta película con un casting de modelos masculinos resulta acertada. Esta situación, que suele disimular su carácter ligeramente humillante, es un muy buen punto de partida para poner en la mesa la gran carta de la igualdad, concepto que recorre –con altos y bajos– los tres actos de esta historia.
Esta partida correcta se intensifica con la aparición de un periodista insoportable, quien hace poner muecas a los candidatos dependiendo de si se trata de marcas amigables o despectivas con sus propios compradores; y recordándoles que ganan un tercio que sus colegas mujeres.
Entre esos modelos está el héroe de esta historia, Carl (Harris Dickinson), quien está saliendo con Yaya (Charlbi Dean), una modelo e influencer que es también su socia mediática: juntos ganan más clics y más likes.
El primer acto trata sobre esta pareja, sobre su asimetría salarial en favor de la mujer y sobre la obsesión de Carl con establecer una relación de igualdad, valiéndose de excusas tan aparentemente nimias como la cuenta de un restaurant.
El director, el sueco Ruben Östlund, muestra a esta pareja en interiores oscuros y pulcros, en algún lugar del primer mundo, donde se da la meritoria situación de tener a dos modelos discutiendo por algo que parece una estupidez, pero nosotros y el cineasta entendemos que no lo es.
El drama se vuelve intenso, con una escena inteligentemente entrecortada por la puerta de un ascensor que termina en una alcoba donde por primera vez se menciona el amor, como si fuera un animal escaso y en vías de extinción, equiparado en la cabeza de Carl con su tan anhelada igualdad.
Lo prometedor de este inicio es súbitamente interrumpido por el comienzo del segundo acto: un crucero de lujo para pasajeros de lujo –incluida nuestra pareja de modelos– que se convierte rápidamente en una galería de personajes detestables y de situaciones que van desde lo incómodo a lo desagradable.
Acá, Östlund supera largamente (y para mal) al danés Lars von Trier en su desparpajo al molestar al espectador, con el agravante de que en realidad no sabemos para qué. Si bien von Trier puede ser desquiciante, bajo la cáscara hay una densidad de ideas e intenciones que sostiene los ultrajes que nos inflige, haciendo el conjunto llevadero y a veces hasta disfrutable. Y casi siempre estimulante.
Acá no hay mucho de eso. La preocupación inicial por la igualdad y su vínculo con otros valores –como la riqueza material– da paso en este segundo acto a una serie de exabruptos gratuitos, apenas amenizados por los únicos dos personajes que merecen algo de interés en medio del páramo: Dimitry (Zlatko Buric), un magnate ruso que pronto comprará el crucero; y el innombrado capitán del navío (Woody Harrelson), un estadounidense alcohólico, enloquecido y… oh, sorpresa, marxista.
El director, el sueco Ruben Östlund, muestra a esta pareja en interiores oscuros y pulcros, en algún lugar del primer mundo, donde se da la meritoria situación de tener a dos modelos discutiendo por algo que parece una estupidez, pero nosotros y el cineasta entendemos que no lo es.
Es innegable la pericia para filmar e iluminar, así como para instalar y mover las cámaras para que los espacios hablen. Y estos espacios y quienes los habitan desbordan una incomodidad muy europea, que ya exploraron antes –y con más cerebro– gente como Godard o Haneke. Una incomodidad que brota desde la estratificación étnico-social que va desde los trabajadores del crucero hasta sus pasajeros, y que germina al notar que este barco, que vendría a ser el capitalismo disfrutado por europeos ricos, es conducido por un americano borracho.
Y esta incomodidad es proyectada al espectador amplificándola en desagrado, pero de tal manera que no deja margen para que el espectador reflexione o se cuestione dicho desagrado, sino que lo soporte sintiéndose menos miserable que los esperpentos que desfilan en la pantalla.
Por todo lo anterior, el final de este segundo acto –que para colmo piratea y parodia sin mucho pudor lo que vimos hace 25 años en Titanic (James Cameron, 1997)– es menos una sorpresa que un alivio.
El tercer acto tiene a nuestra pareja con otros náufragos del crucero perdidos en una isla, compitiendo sin quererlo por demostrar quién es más inútil. A esta altura se suma una nueva protagonista a esta historia, Abigail (Dolly de León, impecable y temible), una mucama filipina que asume el liderazgo de dicha caterva por saber pescar, prender una fogata y juntar el fuego con el pescado.
La súbita subversión de la jerarquía étnico-social que existía en el barco se muestra como un proceso natural y algo obvio, casi desprovisto de humor y en absoluto como un progreso respecto del estado de cosas anterior. Si al dominio por el saber (sobrevivir) se le agrega la turbia variable de la explotación sexual, el conjunto parece enorgullecerse de su sordidez y ausencia de gracia y de lucidez, el opuesto absoluto de la película británica que inspiró este segmento: El admirable Crichton (Lewis Gilbert, 1957).
No obstante, y pese a avanzar a los tropezones, la película alcanza una resolución relativamente satisfactoria, por cuanto su pregunta inicial por la igualdad, y el amor, y el dinero, es respondida por una escena dramáticamente tensa (aunque predecible) y cargada de significados socioeconómicos, políticos, sentimentales e interpersonales que le dan al final cierta altura y respetabilidad que exhibió previamente en sus minutos iniciales.
Aunque sea difícil de creer, todo este desmadre le hizo gracia a su Europa natal, al punto de que obtuvo la Palma de Oro de Cannes, lo que a su vez sirvió para instalarla como candidata –no favorita, eso sí– al Oscar a la Mejor Película.
Si bien repite el tema y el trayecto de la coreana Parasite (Bong Joon Ho), en comparación, su despliegue es letárgico y sus personajes unidimensionalmente repelentes, sosteniendo el interés en una mal entendida provocación y en la destreza formal del cineasta sueco. Y si esto es lo mejor que Europa (y occidente) pueden generar respecto de la traición cotidiana a sus valores supuestamente fundacionales, pues… ¡ay!
Acerca de…
Título original: Triangle of Sadness (2022)
Nacionalidad: EE. UU., Suecia, Reino Unido, Alemania y otros
Dirigida por: Ruben Östlund
Duración: 147 minutos
Se puede ver en: Prime Video
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