Cuando en 1968 el cuerpo de Economía y Negocios de El Mercurio vio la luz pocos sabían con exactitud cuál era la idea que estaba detrás de su creación. Tendrían que pasar algunos años para que las piezas comenzaran a calzar y el famoso Cuerpo B desplegara su verdadera razón de ser.
“Su objetivo era diseminar las investigaciones hechas por académicos de la Universidad Católica”, explica Juan Gabriel Valdés en su libro Los economistas de Pinochet: La Escuela de Chicago en Chile. El periodista e investigador Ken León Dermota agrega que la plataforma sirvió para que los ingenieros comerciales regresados de intercambios en la Universidad de Chicago publicaran columnas, redactaran editoriales y pudieran así formar a las elites y emprendedores chilenos sobre cómo funcionaba el modelo neoliberal que en pocos años instalarían a la fuerza de la mano de Augusto Pinochet.
Así fue como “comenzaron a expandir su influencia en los medios políticos y empresariales, difundiendo su pensamiento a través de diferentes órganos de comunicación. Entre ellos El Mercurio y la revista Qué Pasa”, detalla el historiador Ángel Soto Gamboa en su libro El Mercurio y la Difusión del Pensamiento Político Económico Liberal, 1955–1970.
Por esos días el subdirector de El Mercurio era Arturo Fontaine Aldunate y el diario recibía insumos del Centro de Estudios Socioeconómicos (CESEC), think tank liberal pionero en el país creado cinco años antes por Agustín Edwards. Una figura clave en la creación del centro de estudios sería Hernán Cubillos Sallato, entonces brazo derecho de Edwards que luego se convertiría en integrante del consejo del diario y, más tarde, en su presidente. Como explica María Olivia Mönckeberg en su libro El poder de la UDI, en 1970 –en plena campaña presidencial– el CESEC estaría detrás de la revista P.E.C. (Política, Economía y Cultura), encargada de la campaña del terror contra las propuestas del entonces candidato Salvador Allende.
La historia de cómo este grupo de economistas, abogados y empresarios allanó el camino y derechamente empujó la instalación a la fuerza de un sistema político y económico no sería más que una página más en la historia si medio siglo más tarde sus descendientes directos no estuvieran detrás de la férrea defensa de un modelo que está contra las cuerdas. Porque el andamiaje que hoy se intenta reemplazar a través de la Convención Constitucional es precisamente uno que dio sus primeros pasos gracias a las maquinaciones de este puñado de hombres, quienes se convertirían en piezas claves durante la dictadura.
Ya no es (solo) a través del Cuerpo B, sino que desde algunos meses se creó Crónica Constitucional, suplemento de ocho páginas que cada viernes entrega pormenores de la Convención Constitucional. El diario, claro, sigue siendo El Mercurio y sus dueños continúan siendo los Edwards. Al interior de la Convención –y con generoso espacio en el diario cada vez que hablan o postean algo en sus redes sociales– dos de sus integrantes más visibles son Bernardo Fontaine Talavera, hijo de Arturo Fontaine, y Marcela Cubillos Sigall, hija de Hernán Cubillos. Es el legado de sus padres el que está en entredicho y el que se defiende con uñas y dientes en cada sesión.
El CESEC es historia, lo sabemos, pero Libertad y Desarrollo –hasta hace poco dirigido por la misma Marcela Cubillos– lleva poco más de tres décadas generando insumos y publicando decenas de estudios, columnas y entrevistas cada semana en el decano.
Las críticas a la Convención son pan de cada día en las páginas mercuriales. Tras el acuerdo de la comisión de sistema político solo se publicaron opiniones contrarias; tras la consagración del aborto libre se habló de “cancelación del debate”; pese a que todas las encuestas señalan que el plebiscito de salida lo ganaría el Apruebo, se han esmerado en plantear el escenario del triunfo del Rechazo; han criticado hasta el hartazgo una supuesta marginación de los convencionales de derecha; han cuestionado la existencia de los escaños reservados; y han argumentado que existen “irresponsabilidades mayores” y “construcciones ideológicas” que “perpetuarán el subdesarrollo”. ¡Ni siquiera al humorista del diario parece hacerle gracia la idea de cambiar la Constitución!
“En algunos casos los medios se han hecho eco del miedo ambiente que existe en la elite respecto de ciertas decisiones”, señaló hace pocos días la periodista Francisca Skoknic, quien ha seguido de cerca el proceso constituyente a través de su trabajo en La Bot. “(Hay) algunos medios tradicionales que retroalimentan este temor (…) Creo que falta un poco de mesura”, agregó. “No creo que dé para boicot de los medios. Sí creo que hay un sector de la sociedad que está representado en la Convención y que está interesado en que este proceso fracase (…) Si miras los columnistas dominicales –salvo escasas excepciones en La Tercera– es gente que está escandalizada por lo que está pasando”. Skoknic no se refirió a ningún diario o canal de televisión en particular, pero resulta evidente que la labor realizada por El Mercurio se ajusta a su descripción.
“Alerta máxima: la nueva Constitución consagrará derechos”, tuiteó con ironía hace pocos días el cientista político e investigador Claudio Fuentes. “Mientras más artículos se vayan aprobando en la Convención (y con % de aprobación de cerca de 80%) mayores serán los intentos desde fuera de buscar salidas alternativas”, señaló algunos días antes respecto de la posibilidad de una “tercera vía” impulsada por algunos sectores más conservadores. A fines de febrero, Fuentes ya había escrito una carta a El Mercurio para aclarar un editorial que tergiversaba datos de una encuesta sobre pueblos originarios.
No se trata de defender a rajatabla el trabajo de la Convención, sino tan solo de informar y opinar con honestidad intelectual. Como Skoknic, como Fuentes, como tantos más. Se trata de “matar al padre” y comenzar a pensar en los hijos, pero no solamente en los propios –los Edwards, los Cubillos o los Fontaine–, sino que en los de todas y todos los chilenos.
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Columna de Opinión, que me
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