En una entrevista realizada en 1986, trece años después del estreno de la serie Escenas de la vida conyugal, su celebérrimo director –el sueco Ingmar Bergman– contó que no tenía mucha fe en su éxito al filmarla, por creer que era “demasiado personal”.
En la misma entrevista, después contó que no solo tuvo un éxito inesperado sino también un importante impacto en la sociedad y en la cultura. Los divorcios se dispararon en Suecia, mientras que en Dinamarca aumentaron ostensiblemente las consultas por terapias de pareja.
Lo que Bergman caracterizó como “demasiado personal” resultó ser una exploración inmisericorde de la institución matrimonial, la que dejó expuestos sus límites y sus bemoles, así como la inadecuación de esta estructura para muchas personas. Y viceversa; incluyendo al mismo Bergman, quien basó la historia de Johan y Marianne en uno de sus muchos divorcios y que –tal vez involuntariamente– perfiló esta serie como una forma da expiación.
Casi medio siglo después, el realizador, guionista y productor israelí Hagai Levi hizo Escenas de un matrimonio, su propia versión del clásico de Bergman, en un formato similar y que trata de responder prontamente la pregunta obvia que todos los remakes deberían abordar: ¿para qué? Para agregar algo nuevo, ciertamente; varias cosas nuevas a decir verdad, que giran el sentido de lo que se vio en el original, lo centran en otro lugar y, sobre todo, hacen un desplazamiento –edificante, tal vez– desde el matrimonio al amor.
Lo que Bergman caracterizó como “demasiado personal” resultó ser una exploración inmisericorde de la institución matrimonial, la que dejó expuestos sus límites y sus bemoles, así como la inadecuación de esta estructura para muchas personas.
Pero vamos por partes. A la artificial y manifiesta teatralidad de la serie de Bergman, Levi opone el realismo pulcro y limpio de entorno primermundista, pero antecedido por una secuencia tras bambalinas de Jessica Chastain (coproductora de la serie) dirigiéndose al set donde interpreta a Mira, la esposa en este matrimonio y principal proveedora económica del hogar.
Esto es un artificio, nos dice la serie al saludar y al despedirse, apostando –al igual que su antecesora– a que cierta indeterminación desanclada de una “realidad” apele a las múltiples y variadas realidades de los espectadores de todo el mundo. ¿Resulta? Ya veremos.
Así, se nos presenta a Mira y a Jonathan (Oscar Isaac, también coproductor de la serie) como un matrimonio sólido, con una hija pequeña, mientras responden a un cuestionario de una estudiante universitaria. Desde el principio queda claro que junto con las razones del buen funcionamiento de esta pareja cohabitan las fisuras, ya sea como el reflejo de lo que ven en una pareja amiga al borde del colapso o como la pulcritud con que conversan de lo que son y lo que sienten, que tanto Bergman como Levi usaron para dar título al primer episodio: Inocencia y pánico.
A partir de acá, Levi decide girar la división sexual de esta trama al invertir los roles respecto de quién causa la separación, valiéndose del perfil “masculinizante”, agresivo e implacable que Chastain ya ha exhibido en otros papeles, dejando al personaje de Isaac en una situación de permanente reconstrucción, por poseer él una personalidad herida por una forma particular de judaísmo.
En efecto, el peso de la familia externa –aludido reiteradamente en la obra de Bergman como una molestia que entorpecía a la pareja– es traducido por Levi en una tara de Jonathan, cuya historia completa con Mira gira en torno a la idea de salvación y emancipación de una figura paterna opresiva y moralizante. Jonathan es, en cierto sentido, una creación de Mira, por lo que el proceso de separación es también una nueva salvación y emancipación, pero esta vez de su (ex) esposa.
Desde el principio queda claro que junto con las razones del buen funcionamiento de esta pareja cohabitan las fisuras, ya sea como el reflejo de lo que ven en una pareja amiga al borde del colapso o como la pulcritud con que conversan de lo que son y lo que sienten
Es interesante la decisión de colocar las escenas de este matrimonio siempre en un mismo espacio: la casa, pero en distintos momentos de su historia. Como hogar feliz, como escena del quiebre, como valle de lágrimas, como tierra arrasada y como espacio alterado para una nueva etapa de la relación. De hecho, uno de los momentos más inspirados de toda la serie –y que no estaba en la original– es el recorrido de Jonathan y Mira por la casa que alguna vez fue suya, como dos fantasmas flotando en un espacio al que están amarrados y que sin embargo no pueden reconocer del todo.
La casa es un personaje más de esta historia y también lo es su hija Ava (Sophia Kophera), una presencia tan muda como aludida, pero que está lejos de ser la sombra abstracta de las hijas adolescentes en la obra de Bergman. Cuando al sueco le preguntaron por la nula gravitación de las hijas en el drama de Johan y Marianne, él respondió que incluirlas implicaba alterar completamente la historia, la que por definición solo tenía dos fuerzas gravitatorias y toda su potencia venía de ahí.
Levi, en cambio, procuró construir un sistema más complejo, con más planetas y satélites, y también con más anclaje en el mundo exterior, tratando de instalar el drama radical de este quiebre en un entorno más definido y más situado. Más parecido al mundo que más o menos conocemos.
Todo su último capítulo –un epílogo que Bergman ni siquiera concibió– existe para concluir el cuestionamiento al matrimonio como institución, separándolo explícitamente de algo que por siglos ha sido tratado como su sinónimo o al menos como su ente simbiótico: el amor, ni más ni menos.
El resultado, sin dejar de ser interesante, está lejos de desplegar la destructiva energía que logró Bergman y que salió de la pantalla para llevar “no la paz sino la espada” a los livings y los dormitorios de Europa en 1973. Inversamente, es bastante improbable que la nueva versión no provoque divorcio alguno o siquiera un cuestionamiento a una institución que hace tiempo perdió buena parte de su sacralidad.
De hecho, todo su último capítulo –un epílogo que Bergman ni siquiera concibió– existe para concluir el cuestionamiento al matrimonio como institución, separándolo explícitamente de algo que por siglos ha sido tratado como su sinónimo o al menos como su ente simbiótico: el amor, ni más ni menos.
Levi trueca el aniquilador final de Bergman en otra cosa, elevando el amor como un ente no abarcable por el matrimonio, el que es capaz de sobrevivirlo e incluso fortalecerse cuando este último ya no es. Cuando el amor finalmente es libre.
La serie llega hasta acá. Las posibilidades abiertas por la última escena son interrumpidas por un plano-secuencia de cierre, donde los actores salen juntos del set y conversan por los pasillos hasta llegar a sus respectivos camerinos, señalados con los nombres de Jonathan y Mira.
Esto también puede abrir otras posibilidades de interpretación acerca de qué fue lo que realmente vimos, pero ninguna parece tener suficiente sustento en el metraje anterior. La más obvia es la que ya mencionamos al principio: esto es una ficción, pero toda similitud con la realidad no es por mera coincidencia.
Acerca de...
Título: Escenas de un matrimonio
Título original: Scenes of a Marriage
País: Estados Unidos
Exhibición: Una temporada de cinco episodios (2021)
Creada por: Hagai Levi, basada en la serie homónima de Ingmar Bergman
Se puede ver en: HBO Max
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