Ante la consecución de episodios de violencia durante las primeras fechas del campeonato nacional de 2020 -que incluyeron la muerte del hincha de Colo Colo, Jorge ‘Neco’ Mora, atropellado por un vehículo de Carabineros tras el partido con Palestino en la primera jornada del torneo y la agresión que sufrió el futbolista del cuadro albo Nicolás Blandi con fuegos artificiales durante el encuentro frente a Universidad Católica en el Estadio Monumental- la solución para varios panelistas de programas deportivos era evidente: hay que aplicar la misma rigidez que se ve en Europa.
Desde las políticas adoptadas durante el período de Margaret Thatcher en Inglaterra con el ‘Football Spectators Act’ de 1989 y el ‘Informe Taylor’ en 1990 -ambas iniciativas efectuadas tras las tragedias de Heysel en 1985 con un saldo de 39 fallecidos y de Hillsborough en 1989 con 96 muertes- la ‘mano dura’ británica se erigió como una medida a tomar como ejemplo en el resto del mundo, y suele ser recordada constantemente en Sudamérica cuando suceden hechos de violencia en el fútbol.
Lo cierto es que, más allá del imaginario, la violencia en el fútbol inglés quizás se redujo en alguna medida, al menos respecto a lo que sucedía dentro de los estadios, tras las fuertes políticas represivas que adoptó el gobierno de ese país, pero nunca desapareció. En realidad, se trasladó con fuerza a las calles, desde donde se originó y donde sigue estando presente, como lo ilustra diverso material de archivo de documentales, entrevistas, artículos y papers académicos disponibles en internet. Dicho fenómeno se replicó al resto de Europa, donde la radicalización de las hinchadas alcanza un gran espectro del continente, desde Turquía a España, pasando por Europa del Este, Grecia, Rusia, Alemania e Italia.
Disturbios fuera del estadio y a domicilio
Uno de los grandes problemas que caracterizó y popularizó a los primeros grupos de ‘hooligans’ o ‘casuals’ ingleses durante fines de la década de los setenta fue su comportamiento en el extranjero. Ante el predominio de los clubes del fútbol inglés en las copas europeas durante ese período -entre 1976 y 1984 los equipos ingleses habían ganado siete de ocho Copas de Europa: cuatro el Liverpool FC, dos el Nottingham Forest y una el Aston Villa- los viajes de hinchas desde territorio británico a distintas ciudades del viejo continente eran habituales y desde ahí salió buena parte de su comportamiento que luego fue replicado por hinchadas de otros países: comprar y robar ropa deportiva de diseñador que resultaba exclusiva para el resto de sus pares ingleses, y comportarse en el camino de la peor forma posible, incluyendo arrestos, borracheras, destrucción de bares y agresiones a hinchas rivales a domicilio.
La mala fama de los ‘hooligans’ pronto fue equiparada por los ‘ultras’ de distintos países como Italia, Alemania, Bélgica, España, Portugal, Grecia y Turquía, por nombrar a algunos de los lugares con grupos violentos asociados al fútbol.
Esto desencadenó una ola de violencia que en ningún caso ha terminado, y prueba de ello son episodios de enfrentamientos recientes, como la mediática pelea que tuvieron hinchas ingleses y galeses con ‘ultras’ rusos en Marsella, durante la Eurocopa 2016 desarrollada en Francia. La hinchada rusa apareció en suelo francés no sólo con miembros entrenados en distintas tácticas de artes marciales y de lucha cuerpo a cuerpo, sino que además con equipos médicos dispuestos a atenderles in situ las heridas producto de los enfrentamientos, para poder volver con rapidez al combate, según denunciaron a la prensa testigos de las revueltas.
Los rusos querían probar que su mundial, que se iba a llevar a cabo dos años más tarde, no iba a ser un parque de diversiones para el resto de las hinchadas que quisieran faltarle el respeto a las ciudades que serían sede de la Copa del Mundo. Lo anterior, obligó a desplegar un importante operativo de seguridad, que incluyó la implementación del Fan ID para poder identificar con mayor efectividad a los violentos.
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Pero la radicalización de los grupos rusos no se detuvo ahí y cobró una nueva víctima en enero de 2018 tras una batalla campal en las afueras del estadio de San Mamés en Bilbao, donde hinchas del Athletic se enfrentaron a sus pares del Spartak de Moscú y resultó fallecido un miembro de la Ertzaintza, la policía del país vasco.
Un episodio que enlutó recientemente al fútbol español, y que se suma a la muerte de un hincha del Deportivo La Coruña a manos de miembros de la afición del Atlético de Madrid en 2014 en el denominado ‘Caso Jimmy’, donde un grupo de miembros del ‘Frente Atlético’ arrojó a un fanático del ‘Dépor’ al río Manzanares, falleciendo por un traumatismo craneoencefálico.
Dentro del estadio: xenofobia y racismo
El pasado domingo 16 de febrero, el jugador franco-maliense del Oporto Moussa Marega, de 28 años se retiró de la cancha en el minuto 71 de un encuentro disputado entre su equipo y el Vitoria de Guimaraes, efectuado en el estadio de este último conjunto.
El ariete, que había convertido un gol que terminó sentenciando la victoria definitiva para su equipo, abandonó el campo de juego cansado de los gritos racistas que la hinchada local le dedicaba, apuntando con los pulgares hacia abajo a las graderías. Pese a que algunos futbolistas de ambos equipos intentaron persuadirlo de que siguiera jugando, Marega ya tenía su decisión tomada.
Se trata de otra conducta repudiable que sucede de manera intermitente en los estadios europeos, y que si bien no alcanza los ribetes de las peleas entre hinchas y enfrentamientos con la policía, esconde una violencia simbólica de la que muchas aficiones se sienten parte: cánticos racistas, nacionalistas, xenófobos y clasistas, dirigidas al equipo o la hinchada rival, o en muchos casos, ensañandose con un jugador en particular, como lo fue en el caso de Marega.
Mientras la mayoría del medio político y deportivo condenó los cánticos contra Marega, el grupo fuerte de la barra del Vitoria -los White Angels (Ángeles Blancos), responsables de los gritos racistas- no sólo no condenó los hechos, sino que se defendió indicando en un comunicado en su página de Facebook: “Vengan las multas y las prohibiciones, vengan a hacernos de ejemplo único. (...) Arrastren con todo como es de costumbre, desde insultar a la propia ciudad hasta ser insultados por un negro, pero el racismo solo existe cuando insultamos nosotros (...)”.
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Un par de semanas antes, a fines de enero de 2020, el jugador Iñaki Williams del Athletic de Bilbao manifestó su tristeza por los insultos racistas que sufrió en el encuentro ante el Espanyol en el RCDE Stadium.
La situación no deja de ser grave, tal como lo demuestra un estudio sobre el fútbol español realizado por El País sobre 34.200 actas arbitrales redactadas entre 2003 y noviembre de 2019, que refleja que sólo en 68 ocasiones fueron denunciados insultos xenófobos por los colegiados. “Muchas veces, los actos o los cánticos racistas no son recogidos por los árbitros. El último partido de Primera División en el que quedó recogido en un acta un insulto de tintes xenófobos fue en un Celta-Athletic disputado en Vigo el 5 de noviembre de 2017”.
Según la publicación “Fútbol y violencia: las razones de una sin razón” del académico de FLACSO Fernando Carrión Mena, la internacionalización del fútbol, que requiere del desplazamiento de las hinchadas, termina “produciendo la circulación internacional de la xenofobia, el nacionalismo, el racismo, el chauvinismo; así como el intercambio de información entre las barras visitantes y locales, que luego actúan en red gracias al internet. Las hinchadas se convierten en el complemento de autodefensa que los equipos requieren para sus movimientos. Allí nace la necesidad de financiar su desplazamiento, constituyéndose esta economía de la hinchada, que se nutre de fuentes santas, y non santas”.
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