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Jueves, 7 de Agosto de 2025
[Sábados de streaming – Documentales]

La memoria infinita: De amor y de lucha

Juan Pablo Vilches

La memoria infinita.

La memoria infinita (2023).
La memoria infinita (2023).

El olvido por Alzheimer de una persona es también la amnesia de un país completo, y este premiado documental muestra los esfuerzos titánicos por combatir contra el uno y la otra.

La película de Adam Sandler, Como si fuera la primera vez (2004) se cierra bastante en alto, con el protagonista mostrándole un video todos los días a su esposa (Drew Barrymore) donde le cuenta la historia de su disparatado noviazgo y de la vida que han construido en común. Cada vez que ella duerme por las noches, olvida todo lo vivido desde el día del accidente que afectó su memoria, convirtiendo la vida de Sandler (como pretendiente y como esposo) en una historia de encuentro y seducción que se sucede día a día, pero sin repetirse; dando forma así a la fantasía gratificadora del romance sin rutina y como aventura perpetua.

En cambio, ese mismo año, The Notebook (Nick Cassavetes) convirtió la lucha de él (James Garner) contra el olvido senil de ella (Gena Rowlands) en un gesto romántico hasta lo épico, donde toda la historia principal no es más que un vehículo para darle soporte a ese amor gigantesco que parece caer como una cascada desde la pantalla. Porque hay alguien que lo está empujando.

Pues bien, en La memoria infinita nadie parece empujar nada y la épica no está en ninguna parte. Al menos no de manera intencionada. La película nos saluda con un plano fijo de un dormitorio matrimonial, donde la actriz y exministra Paulina Urrutia le dirige frases sencillas y llenas de cariño a su esposo, el periodista, documentalista y conductor de televisión Augusto Góngora, para recordarle quién es, quiénes son y por qué están ahí. Porque él tiene Alzheimer.

El hecho de que la realizadora y la cámara resulten inexistentes a la pareja produce unos momentos irrepetibles de intimidad, donde una honda ternura emerge montada en el habla chilena, la que permite que dos chilenos se digan y se entiendan tanto diciendo tan poco.

La película también recuerda por y para nosotros. Las sucintas biografías por separado de estos cónyuges abren el abanico hacia lo público y hacia la memoria de los hechos que le han dado su forma actual a nuestro país. Y si a ello sumamos el material casero grabado por esta pareja desde hace algunas décadas –cuando construyeron su casa, pololearon y finalmente se casaron– tenemos una armonía a tres voces que va y vuelve del presente hacia el pasado y desde lo público a lo privado. Entre el mundo y el micromundo.

El nombre de la productora de Maite Alberdi (Micromundo) dice mucho de lo que ha sido su filmografía hasta ahora: núcleos compuestos por pocas personas con mucho en común, que se mueven en un ecosistema que parece tener reglas propias pero que en ningún caso es impermeable al afuera ni resulta completamente ajeno al espectador. De hecho, ahí está el truco y la relevancia de sus películas: esto que parece tan lejano nos habla, y nos habla bastante claro.

Ciertamente que el micromundo de esta historia está en la casa del matrimonio protagonista y donde sea que ellos estén. Paseando en la calle, o en un parque, o en los ensayos y funciones teatrales donde se desempeña la actriz. En primera instancia, es un espacio lúdico y hasta alegre –dadas las circunstancias–, donde Góngora parece ser el mismo de siempre, solo que algo desmemoriado y dispuesto a jugar y reírse mientras declara amar la vida pese a todo.

El hecho de que la realizadora y la cámara resulten inexistentes a la pareja produce unos momentos irrepetibles de intimidad, donde una honda ternura emerge montada en el habla chilena, la que permite que dos chilenos se digan y se entiendan tanto diciendo tan poco. Casualidad o no, en medio de este episodio Paulina invoca el recuerdo del director Raúl Ruiz, un obsesionado por el habla nacional para quien Góngora actuó (“como las pelotas”, según confesión propia y de su esposa) en La recta provincia (2007).

Sin embargo, este ánimo cambia súbitamente cuando llegamos a la mitad de la película, por la sencilla razón de que el deterioro está avanzando y fantasmas muy oscuros empiezan a expulsar a Augusto Góngora de su propio cuerpo. Uno de ellos es el temor a estar encerrado y solo en algo parecido a una celda, como si la dictadura que se desvanece como recuerdo volviera a su mente en la forma de algo peor y omnipresente.

Los empeños de Paulina por hacerlo recordar su identidad y su vida son la sinécdoque del esfuerzo titánico que demanda la lucha colectiva contra el olvido, equivalente a pelear contra el tiempo, contra la gravedad o contra cualquiera de los molinos más grandes que la vida que limitan nuestro mundo.

Los momentos previos en que Góngora y su esposa veían las imágenes que el propio periodista grabó en dictadura, dicen explícitamente que su olvido causado por el Alzheimer corre en paralelo con el olvido de un país completo, solo que causado por la inercia propia del tiempo y de quienes son capaces de gestionarlo por tener los recursos para ello.

Por lo mismo, los empeños de Paulina por hacerlo recordar su identidad y su vida son la sinécdoque del esfuerzo titánico que demanda la lucha colectiva contra el olvido, equivalente a pelear contra el tiempo, contra la gravedad o contra cualquiera de los molinos más grandes que la vida que limitan nuestro mundo.

La culminación de esta idea está en la escena donde se reproduce el discurso que dio Góngora a fines de los 80 durante la presentación del libro Chile: la memoria prohibida, del que fue coautor. En paralelo a las imágenes de su casa vacía, su voz de joven reivindica la necesidad de luchar por la memoria, aquella de los hechos y –muy importantemente– aquella de las emociones con que reaccionamos a los hechos y que nos forjan como individuos.

Y lo extraordinario de este documental es que este desenlace discursivo funciona también como respuesta al gran elefante en la habitación que se pasea por su metraje: ¿habría estado de acuerdo Augusto Góngora, en pleno uso de sus facultades, con hacer este documental en estas circunstancias? Sus mismas palabras, leídas por él mismo, parecen indicar que sí y el porqué está desperdigado en los diálogos y las imágenes de La memoria infinita.

Esta película de Maite Alberdi se cierra bastante en alto, con un cuadro dominado por una vegetación ligeramente desenfocada que acoge en su centro a la pareja protagonista, cuya silueta conforma algo parecido a un corazón. Un solo corazón.

 

Acerca de…

Título original: La memoria infinita (2023)
Nacionalidad: Chile
Dirigida por: Maite Alberdi
Duración: 84 minutos
Se puede ver en: Netflix



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Se merece un Oscar, no solo por mostrar esta dura realidad, sino por la delicadeza con que fue realizada. Un guion EXCEPCIONAL!

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