No era fácil encontrarla, estaba más bien escondida: encajada en la esquina de un edificio, al lado de una tienda de mascotas; lo único que la diferenciaba era su logo azul neón que iluminaba una vitrina atestada de libros, haciendo el intento de llamar la atención de los transeúntes, recordándoles que ahí había una librería. No era muy frecuentada, aunque algunas noches la convocatoria sorprendía y personas llegaban a amontonarse por fuera del vidrio para poder participar de cualquiera fuera el evento que estaba ocurriendo en su interior. Repentinamente, cerró. Ni el árbol ni la pequeña explanada de pasto a su entrada serían testigos de nuevo de las parejas que pasaban a comprar un libro, ni de los amigos que se quedaban fumando un cigarro mientras conversaban con quien estuviera atendiendo.
Ubicada en José Manuel Infante 100, comuna de Providencia, funcionó desde febrero del 2022 hasta febrero del 2024. El cierre de la Librería Escorpión Azul fue provocado por un quiebre económico y afectivo, y aunque no causó gran sorpresa, removió algo más que una leve tristeza por aquellas iniciativas literarias que no prosperan. Los murmullos de la escena literaria enunciaban un nombre.
Durante los días de la liquidación de la librería, circularon memes y mensajes que apuntaban a uno de los socios, Guido Arroyo, fundador de Alquimia ediciones y entonces gerente general de Big Sur, de haber estafado –otra vez– a personas del campo editorial independiente chileno: problemas en sociedades, derechos de autor impagos, publicar libros sin otorgar contratos de edición, cerrar fondos sin haberlos realizado.
Tras años de haber relatado en espacios de confianza todo lo que les pasó con Arroyo, algunas personas decidieron hablar públicamente por primera vez para este reportaje. Pero varias otras lo hicieron en off o decidieron no dar testimonio por temor al “poder” de Guido Arroyo en el campo cultural.
Arroyo tiene 38 años y nació en Valdivia. Estudió Literatura Creativa en la Universidad Diego Portales. Usa lentes, bigote y barba, como un hombre promedio chileno, pero llaman la atención, al verlo, sus uñas siempre cuidadosamente pintadas de negro. Siente una proclamada afinidad con los koalas, animal y palabra que ha reivindicado como definición de sí mismo. Las personas que han sido cercanas a él destacan sus habilidades conversacionales y el encanto que tiene para hablar, sobre todo de libros.
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En los primeros intercambios por correo para concretar una entrevista, antes de haberle enviado las preguntas y de conocer el contenido de este reportaje, escribió: “Entiendo que en calidad de periodista conocerás el “derecho a réplica” y las connotaciones que puede alcanzar”.
Pocas semanas después de iniciada esta investigación, el 29 de febrero de este año, una usuaria tuiteó: “Editorial Alquimia pagá a les autores primer aviso”. Pero ni el abrupto cierre de la Escorpión Azul, ni el reclamo echado a la laguna de opinión pública en la que se han convertido las redes sociales como X, causaron mayor impacto. Aunque su nombre comenzó a resonar, lo descubriría también yo, todo ruido es un posible silencio cuando se trata de Guido Arroyo.
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“Cuando yo decidí pasarle mis ahorros, que era lo único que tenía, no tenía más plata y me meto a Alquimia, todos mis amigos me decían “¿por qué estás haciendo esta wea?”. Que estoy segura que también le pasó al Maxi, no es que nadie te haya advertido del medio, es que en verdad uno no es capaz de oír, porque estás en una relación de mucha intensidad”, comenta Julieta Marchant, un poco cansada de que su historia con Guido Arroyo siga de alguna manera vigente. La poeta y editora del proyecto literario de poesía, Bisturí 10, estuvo asociada a Arroyo entre el 2016 y este año, aunque dice que de palabra y acción dejaron de estarlo en 2022.
A pesar de llevar años en el campo cultural, haber publicado varios libros, y participado de eventos, como cualquier poeta o escritor que quiere serlo; el nombre de Guido Arroyo se comenzó a repetir en la prensa durante los primeros meses del 2023 por su labor en la creación del relato curatorial de Santiago como ciudad invitada de honor de la Feria del Libro de Buenos Aires (FILBA) 2023. Esta participación levantó muchas críticas a la organización del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (Mincap) por el relato, lista de invitados y ejecución: “El triste balance de la participación de Santiago en la Feria del Libro”, fue el titular que le dio La Tercera a su nota sobre la FILBA 2023. El relato preparado por Arroyo tenía ocho ejes desarrollados en cuatro planas, por el cual recibió un pago de $2.500.000.
Arroyo, quien se define en sus redes sociales como escritor, editor en Alquimia ediciones, asesor de Big Sur y humorista frustrado, lleva más de quince años dedicado a la industria del libro chileno. Se mudó a Santiago en 2005 para estudiar Literatura creativa en la Universidad Diego Portales (UDP), empezó Alquimia ediciones en 2007, ha publicado libros de su autoría de poesía y de no ficción, y desde el 2022 hasta la primera semana de este diciembre, se desempeñó como gerente general de la distribuidora de libros argentino-chilena Big Sur, empresa de la cual son dueños Hernán Rosso y Pablo Braun, socios de la editorial y librería argentina Eterna Cadencia, ubicada en Buenos Aires.
Veneno de escorpión azul
Abrió a principios del 2022 en Providencia y un escorpión azul de neón en su vitrina lo anunciaba. Fue una iniciativa de Guido Arroyo, quien deseaba conocer el otro costado de la industria del libro, invitó al poeta Maximiliano Díaz a hacerse parte como socio y entre los dos se ocuparon de las diversas labores requeridas para iniciar una librería: buscar un local, elegir libros de los diversos catálogos, reacondicionar el espacio de la librería, armar una identidad gráfica, instalar muebles, buscar personal.
A fines de ese año, por problemas económicos de la librería, tomaron la decisión de abrir la sociedad comercial para que entraran nuevos socios con capital para invertir en el proyecto. Así se sumaron Nicolás Vidal, abogado y escritor, y Francisca Mancilla, politóloga y creadora de la plataforma de difusión de lecturas, Lee como niña. Quienes, como Díaz, también eran amigos de Arroyo.
Francisca se hizo cargo de la administración de la librería desde enero del 2023, cargo por el cual recibió un sueldo de $100.000 pesos mensuales durante tres meses, pero por los bajos ingresos en la Escorpión Azul, dejó de ser sostenible recibir esa remuneración. Aun así continuó asumiendo esa labor como parte de sus responsabilidades como socia de la librería.
“Todo se desmoronó muy rápido”, comenta Mancilla. En octubre del año pasado, a propósito de un proyecto del Fondo del Libro de Apoyo a la industria que Arroyo estaba a cargo de postular (que les otorgaría fondos para realizar diversas actividades culturales y para financiar un plan de marketing que revitalizara la librería), tuvieron una discusión entre los socios que gatilló que las personas involucradas tomaran decisiones con respecto a su futura participación en la Escorpión Azul. Cuando Mancilla preguntó en el grupo de Whatsapp por el estado de la postulación, Arroyo respondió que no había logrado terminarlo, pero dado que se había extendido el plazo, podría alcanzar. El chat decía lo siguiente:
Maximiliano Díaz: “Me metí al fondo para ver cuán avanzado estaba y no está ni iniciada la postulación. No sé para qué nos mientes con que no alcanzaste a terminarlo en vez de pedirnos apoyo oportunamente para poder enviar la postulación.”
Guido Arroyo: “Asumo totalmente el error. Estoy superado por todos los frentes laborales y no doy abasto para cumplir ni siquiera lo mínimo.”
Tanto Arroyo como Díaz explicitaron durante esa conversación sus intenciones de abandonar la sociedad. Por lo que Mancilla en la reunión siguiente les propuso a los tres socios comprarles sus partes y quedar como única dueña para iniciar un nuevo proyecto de librería. Después de unas semanas de negociación, Díaz, Arroyo y Vidal firmaron los contratos que traspasaban el total de las acciones a Francisca Mancilla. Cuando ella se reunió con el contador para realizar los cambios de la representación legal de la librería, él, extrañado, le dijo que ella nunca había sido parte de la sociedad: “me dio algo en la guata, ya no quería estar metida en ese embrollo”, cuenta la politóloga.
Francisca Mancilla llamó al otro socio y abogado, Nicolás Vidal, para preguntarle por el contrato que ellos habían firmado hace un año. Él le dijo que no sabía qué había sucedido, ni por qué no se le había pasado el contrato que los hacía parte de la sociedad al contador, pero prometió averiguarlo. Cuatro días después le envió un audio a Mancilla que decía: "Hola Fran. ¿Qué tal? Oye, ya sé lo que pasó, ya resolví el misterio y tiene un solo nombre: Guido Arroyo. Resulta que Guido nunca fue a firmar los documentos a la notaría, por eso nunca los mandaron y por eso nunca se informó".
“Ni Nico, ni yo habíamos sido parte de la sociedad y eso dejaba automáticamente sin efecto los contratos que ellos me habían firmado recién a mí. Porque la sociedad que se vendió no existía. Ahí me empezó a oler mal todo, porque pensé: “este tipo de trámite no se te olvida durante un año, se te puede olvidar un par de semanas”. Pero él era consciente de que no había firmado. Además pasaba que la plata que nosotros metimos estaba respaldada por los contratos que Guido nunca firmó. La cesión de acciones era un mutuo, le prestamos plata a la sociedad comercial como socios y esa plata en un futuro la sociedad debiese devolvértela. Le metimos capital a la sociedad, salvamos a la librería y si Guido no firmaba los contratos, esa plata nunca iba a ser de vuelta, porque fue una inyección de plata fantasma, a nombre de nadie, está solo el comprobante de transferencia”, explica Francisca Mancilla, quien en ese momento decidió desistir de su intento de adquisición.
–¿Nunca fuiste escéptica al asociarte con Guido Arroyo?
–No, para nada, Guido era mi amigo. Me parecía una persona confiable, distraída eso sí. Pero nunca pensé que en esa distracción había dolo detrás.
–¿Y hoy día lo piensas?
–Totalmente. Se justifica en "oh se me olvidó". Como dice en todos los correos “estoy sobrepasado”. Mentira, es mentira.
Tanto Mancilla como Díaz al enterarse de lo sucedido con los contratos, decidieron atender la situación de manera legal con asesoría de abogados. Francisca Mancilla renunció a la oferta de compra de la Librería Escorpión Azul y solicitó que se le devolviera el 50% de lo que ella había invertido en una sociedad de la que nunca fue legalmente parte.
Desde ahí, Maximiliano Díaz se hizo cargo de la liquidación de la librería para poder cerrarla definitivamente. Inició una cadena de correos donde se encontraban los abogados de él y de Mancilla, Guido Arroyo, Francisca Mancilla y Nicolás Vidal, para que quedara constancia de todas las conversaciones y no tener que mantener comunicación con Arroyo por fuera de eso. Con la ayuda de sus amigos y pareja remató libros y muebles, hizo devoluciones a las editoriales y distribuidoras y entregó el local que por dos años había sido la Librería Escorpión Azul. El logo neón azul apagó sus luces el 14 de febrero de este año.
El socio original de Arroyo, Maximiliano Díaz, prefirió no dar declaraciones para este reportaje debido a que aún tiene situaciones legales y tributarias pendientes con el fundador de Alquimia ediciones.
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Una librería cerró y otra nueva no pudo prosperar, se quebraron amistades, personas quedaron sin trabajo y otras perdieron sus ahorros. “Un olvido terrible”, afirma Guido Arroyo en las respuestas que dio por escrito para esta investigación: “Me arrepiento, sin exagerar, todas las semanas. No hay más explicación. Y la persona más perjudicada económicamente de ese error, por lejos pero lejos, he sido yo”.
Después agrega que existe un acuerdo de confidencialidad y advierte que si se hacen públicos los señalamientos que se indican (que él no haya ido a firmar), estaría habilitado para tomar acciones legales.
“Muy Guido decir eso”, comenta Mancilla al consultarle por el acuerdo de confidencialidad que menciona Arroyo. La politóloga explica que dicho acuerdo protege las partes del contrato que firmaron al término de la librería, pero que ella puede, como cualquier otra persona, contar la historia de lo que sucedió en el fin de la Escorpión Azul.
No tengo amigos, tengo inversores
Maximiliano Díaz y Francisca Mancilla no fueron los primeros amigos de Guido Arroyo que tuvieron conflictos comerciales con él. A lo largo de la historia de Alquimia ediciones otras tres personas, Cristián Jara Toro, Emilio Gordillo y Julieta Marchant, se unieron al proyecto editorial por la amistad con Arroyo, pero según cuentan, terminaron yéndose debido a los malos tratos.
Con Cristián Jara Toro, editor que actualmente reside en Barcelona, compartían el origen valdiviano. Se conocieron con Arroyo el 2004 en un taller de Elikura Chihuailaf, poeta mapuche y Premio Nacional de Literatura 2020. Relata que llegaron a tener una amistad de gran complicidad. Jara entró de manera formal a Alquimia el 2011 como socio, encargándose de la gestión, organización y producción gráfica de la editorial: “Éramos amigos y la idea de formar algo juntos venía de la mano, nos veíamos seguido, conversábamos mucho de literatura, poesía, y hacer libros nos interesaba a ambos. Nos complementábamos y nos entendíamos”.
Pero con el paso de los años algo cambió: “Guido siempre fue ambicioso, viendo la ambición como una cualidad. Pero hay un momento en el que esta cualidad se trastoca y bebe de aguas impuras. Es como si se hubiera transformado en un mercenario de la edición, incluso de autores y colegas. No era el Guido que yo conocí. No fui el único que vio eso, me llegaron comentarios y quise hacerme el tonto, pero era imposible porque en reiteradas ocasiones me sentí acorralado de preguntas”, explica Jara Toro.
“Si yo me topo al Guido en la calle, le voy a decir que actúa como ladrón; si me lo topo en un evento literario, voy a decir que es igual a un ladrón; y si me toca compartir una mesa con él, voy a decir que es como un ladrón. Porque eso fue en lo que se convirtió en el fondo, en alguien que te trata de robar, alguien que te trata de usar y que trata de abusar de la cultura como un elemento para tener estatus”, sostiene Emilio Gordillo, escritor chileno y académico de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien trabajó como editor en los comienzos de Alquimia.
Una impresión similar comparte Emilio Gordillo, escritor chileno y académico de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien trabajó como editor en los comienzos de Alquimia: “Se fue transformando, me parece que el dinero y el poder lo ha transformado bastante. Pero creo que no era una mala persona, o por lo menos yo no sabía. Esa también es la duda que me queda, porque las personas que me decían que Guido se las había cagado, habían tenido una amistad con él antes. Me pregunto también eso, su modus operandi”.
Gordillo editó los primeros libros de narrativa de Alquimia, como La filial de Matías Celedón y Space invaders de Nona Fernández. Al principio no recibía remuneración porque consideraban que era un proyecto de amigos que recién estaba empezando, pero terminó obteniendo $300.000 pesos por el pago de cinco años de trabajo. El conflicto que tuvieron Emilio Gordillo con Guido Arroyo fue a propósito de la novela Croma, con la cual Gordillo ganó el Premio Mejores Obras Literarias inéditas del Mincap en el 2011 y que luego publicó en Alquimia el 2013.
Durante los años posteriores, el autor de Croma le solicitó a Arroyo que le pagara el dinero correspondiente a las ventas de su libro. Después de insistir por mucho tiempo a través de mensajes y correos, y tras haber pasado más de cinco años desde la publicación, mientras se encontraba en México, Gordillo posteó en Facebook: "Hola, si alguien ve a Guido Arroyo por ahí, por favor, dígale que me responda porque me debe plata y me tiene harto". Al poco rato, Arroyo le escribió por correo para pagarle lo debido.
En el correo del 2019 donde adjunta la liquidación y descatalogación de Croma, Guido Arroyo finaliza con la frase que repetiría de distintas maneras en varias ocasiones después: “perdón por no responderte antes, estaba/estoy en mil cosas, pero no era falta de voluntad”.
“Si yo me topo al Guido en la calle, le voy a decir que actúa como ladrón; si me lo topo en un evento literario, voy a decir que es igual a un ladrón; y si me toca compartir una mesa con él, voy a decir que es como un ladrón. Porque eso fue en lo que se convirtió en el fondo, en alguien que te trata de robar, alguien que te trata de usar y que trata de abusar de la cultura como un elemento para tener estatus”, sostiene Gordillo.
La relación amistosa-laboral entre Arroyo y Jara Toro terminó por razones distintas. Cristian Jara Toro se sentía desechado a nivel intelectual en Alquimia y no entendía muy bien la línea editorial que Guido Arroyo estaba gestando: “con el paso del tiempo nuestra relación se volvió tóxica (porque sentirse descartado es un carcinoma), nuestra amistad comenzó a decaer, porque también inevitablemente entrábamos en el mundillo artístico-editorial-literario “santiagueño” en el cual el rol del ego necesita su gran tajada”, cuenta Cristián Jara Toro, quien salió de hecho de Alquimia el 2015.
Julieta Marchant, poeta y editora de Bisturí 10, fue la persona que reemplazó legalmente a Jara Toro en la sociedad de Alquimia. Había entrado a trabajar un año antes como editora tras una invitación de Arroyo, a quien conocía desde la universidad, cuando ambos estudiaban Literatura en la UDP. Cuando Jara Toro se fue de la editorial, Guido Arroyo le propuso a Marchant que se uniera como socia adquiriendo el 20% por tres millones de pesos.
—Ese valor ¿cómo se determinaba?
—Nada, ese valor lo decidió Guido. Yo traté de negociar la mitad, porque trabajaba lo mismo que él. Cuando entré como socia, nuestro trato fue que yo editaba todos los libros que pasaban por la editorial y esos eran dos libros al mes. Guido lo que hacía eran las relaciones sociales: él iba a los desayunos, daba las entrevistas, se juntaba con los autores a ver ciertas estructuras. La persona que trabajaba los textos era yo. Él no sabe editar, no sabe corregir, no tiene idea cómo se hace eso. Lo que sabe es conversar sobre literatura —cuenta Julieta.
—El 20% que tenías tú, ¿correspondía a algo en las ganancias que existían en la editorial?
—No había ningún cálculo matemático al respecto. Todo era especulativo. El trato era "tú me pasas tres millones de pesos y yo te pago 600 lucas mensuales porque tú edites dos libros al mes, menos las vacaciones”, no pagaba vacaciones. No había una matemática al respecto, nunca transparentó sus números conmigo.
Para Marchant el cambio de actitud de Guido Arroyo con ella ocurrió el 2016, a poco tiempo después de haber entrado como socia a Alquimia: “Ese año para mí fue satánico, yo lo proyectaba como un año bacán, tenía una editorial con mi mejor amigo, pero él me empezó a poner la pata encima”. La editora vincula la transformación de Arroyo con el aumento en la aparición pública que tuvo ella como escritora y editora, al ser finalista del Premio Municipal de Literatura de Santiago y aparecer en la portada de la Revista Ya: “Llegaba de esos eventos al trabajo y él estaba amurrado, no me preguntaba cómo me había ido, nada. No solo éramos socios, sino que también amigos hace años, pero su machismo era más fuerte”.
“Esto no es una cadena de accidentes, sino un modus operandi. Le pregunté qué pasó: primero culpó al abogado, días después a su hermano. El punto es que por A o por B, él nunca es responsable, cuando claro que lo es: él se quedaba con la sociedad, el encargado de hacerle seguimiento al trámite no era yo, ni el hermano, sino él. En qué mundo un gerente general, un empresario —que finalmente es en lo que Guido se convirtió— no sabe durante dos años a quién está asociado”, explica Julieta Marchant, poeta y editora del proyecto literario de poesía, Bisturí 10, asociada a Arroyo entre el 2016 y este año, aunque dice que de palabra y acción dejaron de estarlo en 2022
La editora describe el trato que empezó a tener Arroyo con ella como semejante a quien tiene asistente, siendo ella su socia, su par, no su subordinada. Marchant cuenta que le solicitaba que le llevara cafés y le pedía que le hiciera el almuerzo. Además, la poeta narra que vertía en ella el enojo por ciertos títulos que no vendían lo suficiente y que habían sido sugerencias suyas, como Esta parcela de Guadalupe Santa Cruz. Entonces supo que tenía que dejar Alquimia, un proceso que sabía que sería engorroso, pero que nunca imaginó que duraría ocho años.
Para que Julieta Marchant pudiera desasociarse de la editorial, Arroyo tenía que devolverle el total del dinero que ella había invertido en Alquimia. En marzo del 2017, Marchant dejó de trabajar con Guido Arroyo. La primera parte se la pagó cuatro meses después, pero ella no podía dejar legalmente la editorial hasta tener su 100%.
—Te devolvió primero el 80% en junio de ese año y después le faltaba el otro 20%, ¿qué te decía? ¿Por qué no te lo pagaba?
—No contestaba. Lo que hace es no contestar y aparece un año y medio después diciendo que estaba de viaje, sobrepasado, lo que sea.
“Al año y medio de haberme ido de Alquimia, y después de haberle contado a medio mundo mi problema para que se corriera la voz y eso generara presión, me llegó el último depósito”, cuenta Marchant. Eso ocurrió el 2018, pero recién el 2022, después de cinco años de haber dejado de trabajar con Arroyo, pudo viajar a Valdivia, donde se había constituido originalmente la editorial, para firmar el contrato que la dejaría fuera de esta.
Cuando en enero de este año Marchant supo que lo ocurrido en la Escorpión Azul había sido provocado porque Guido Arroyo no había ido a firmar, se preguntó si es que a lo mejor podría haber pasado lo mismo con el contrato que ella había firmado el 2022. Entró al portal del SII para ver de qué sociedades formaba parte y ahí estaba: Alquimia ediciones. Para confirmar lo que esperaba que no fuera cierto, le escribió al Conservador de Valdivia y pagó un certificado que solo corroboró su temor: seguía siendo socia de la editorial.
Tal vez por desidia o para ahorrarse el dinero del trámite, Julieta Marchant tampoco entiende bien por qué Arroyo no terminó de tramitar su salida de la sociedad cuando le había dicho que lo estaba haciendo.
“Esto no es una cadena de accidentes, sino un modus operandi. Le pregunté qué pasó: primero culpó al abogado, días después a su hermano. El punto es que por A o por B, él nunca es responsable, cuando claro que lo es: él se quedaba con la sociedad, el encargado de hacerle seguimiento al trámite no era yo, ni el hermano, sino él. En qué mundo un gerente general, un empresario —que finalmente es en lo que Guido se convirtió— no sabe durante dos años a quién está asociado”, explica Julieta Marchant.
Se le consultó a Arroyo sobre lo ocurrido con Marchant en 2022, pero esa fue una de las preguntas que dejó sin responder.
Un sistema, un método
“No es tan raro que un editor tenga problemas con un autor; lo raro es cuando esto se transforma en un sistema, en un método”, explica Cristián Jara Toro, el primer socio de Arroyo, sobre el caso de Anwandter.
“Tengo la peor de las impresiones de Guido Arroyo como editor”, enfático y directo, responde en la primera línea del correo el escritor penquista, Andrés Ajens. El 2013 había publicado Más íntimas mistura y otros poemas con Alquimia, libro por el cual nunca recibió un pago.
Los poetas Clemente Riedemann y Andrés Anwandter comparten una experiencia similar. Ambos valdivianos, sentían una cercanía con Arroyo por sus orígenes sureños. “Otras personas me dijeron que no me metiera con Guido porque ya había malos comentarios respecto de su trabajo. Pero como soy valdiviano y él también lo es, por último dije: “qué importa, veamos qué pasa, a ver si es cierto”, cuenta Riedemann sobre el proceso de publicación de Karra Maw´n el 2014, obra canónica de la poesía etnocultural en Chile. Recuerda la experiencia como algo desagradable, ya que Arroyo no contestaba y se vio obligado a insistir constantemente para que el proyecto prosperara. Sintió que su nombre y obra fueron usados para obtener un Fondo del Libro de Apoyo a ediciones, el cual Alquimia se adjudicó, pero que después no existió mucha preocupación con la publicación. Se cumplió lo que otras personas le habían advertido del trabajo de Arroyo. A pesar de eso al autor de Karra Maw´n le parece que fue una edición satisfactoria.
Para Andrés Anwandter, poeta que actualmente reside en Inglaterra, la experiencia fue peor. Después de años de trabajar junto a Alejandro Zambra, escritor y amigo del poeta, su antología nunca fue publicada. Zambra estuvo a cargo del prólogo y la selección de poemas, existió una maqueta en la que trabajó Julieta Marchant como editora, y hasta una foto con una caja de algunos ejemplares impresos, pero nunca llegó a las manos del autor, ni menos a librerías.
“No es tan raro que un editor tenga problemas con un autor; lo raro es cuando esto se transforma en un sistema, en un método”, explica Cristián Jara Toro, el primer socio de Arroyo, sobre el caso de Anwandter.
El 2015 Alquimia ediciones se adjudicó un Fondo del Libro de Apoyo a ediciones por $4.355.800, con el cual financiarían una antología de Damaris Calderón y otra de Andrés Anwandter. El libro de Calderón, Mi cabeza está en otra parte, fue publicado, pero Imágenes de aficionado, título que tenía la antología del poeta valdiviano, no. A pesar de eso, el 11 de abril del 2016, en el informe final entregado al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) de Los Ríos, Alquimia ediciones declaró que “El proyecto cumplió los resultados esperados, pues se publican de forma efectiva las dos antologías”. Y el 21 de septiembre de ese año, el CNCA de Los Ríos les entregó un certificado de ejecución total por dicho proyecto.
—¿Por qué cerraron este fondo cuando en realidad el proyecto no se realizó en su totalidad?
En el archivo de respuestas que envió Guido Arroyo no respondió esta pregunta.
A pesar de que el autor de una de las antologías correspondientes a ese fondo nunca vio terminado su libro, al consultar al Mincap sobre este caso, declararon que: “En cuanto al proyecto (folio 91971), los antecedentes aportados por la Secretaría Regional Ministerial de Los Ríos indican que el proyecto está cerrado sin observaciones, por lo que no procede ese reintegro”.
Andrés Anwandter cuenta que decidió retirar su libro de Alquimia después de años de insistirle a Guido Arroyo por la publicación: “Quedábamos de sacar el libro y luego él se desaparecía”. Le escribió para decirle que ya no quería publicarlo, luego de tanto tiempo y de haber publicado varios libros durante esos años, la antología había quedado desactualizada. Pensó, acertadamente, que el tiempo de la rendición de ese fondo ya se había pasado e imaginó erróneamente que la editorial habría devuelto el dinero al CNCA.
“Guido no me pescó y después me dijo de la nada “tengo las primeras copias” y yo había quedado con la impresión de que había sido bien enfático en que no lo hiciéramos. Me manda una foto de una caja con libros, que yo no sé si era algo como una maqueta o qué sé yo, pero era un libro que tenía una portada que me cargó, nada había sido consultado. Entonces yo le dije, “¿Sabes qué? Yo no aprobé esto, entonces no puedes sacar el libro”. Y que su respuesta a mi “no lo saquemos”, sea “es que ya lo saqué rápidamente sin consultarle a nadie”, sin leerlo, sin hacer una última corrección, no habíamos discutido nada, ni portada, ni solapa, a mí me choreó en ese momento”, explica Anwandter, quien así como Ajens, mantiene una mala impresión de Arroyo como editor y le parece que Alquimia trataba a la poesía como un género de segunda categoría, que no tenía un cuidado por las obras ni los autores.
Para Nona Fernández, Alquimia fue un espacio fundamental para ensanchar y experimentar con su escritura: “Tengo un cariño especial por la editorial, porque la vi nacer, vi el empuje del Emilio y del Guido, por hacer de esto un proyecto, he visto cómo se ha ido desarrollando”. Pero entiende que parte de esa buena relación con Alquimia también se ha sustentado en la mediación de su agente literario en temas de contratos y derechos de autor.
“Se supone que es poeta, o sea, te debería preocupar más el arte, el oficio”, dice Andrés Anwandter sobre Guido Arroyo.
Cero quejas
“La mejor experiencia”, responde el escritor Rafael Gumucio ante la pregunta sobre la publicación de su libro en Alquimia. No es el único autor que manifiesta una impresión positiva del proceso de edición en la editorial de Arroyo. Se suman los poetas Enrique Winter y Jorge Polanco, quienes explicaron que recibieron el pago de sus derechos a tiempo. Así también lo vivieron la escritora argentina Cecilia Fanti y el autor chileno Matías Correa.
Las escritoras Lina Meruane y Nona Fernández, autoras nacionales premiadas y ampliamente traducidas, profundizan más en su relación editorial con Alquimia. En el caso de Meruane, había trabajado antes con Guido Arroyo en la edición de Ensayo general, libro que se publicó por Ediciones UDP. “Con su tiempo ha sido muy generoso siempre”, dice sobre Arroyo, quien además le gestionó un contrato con una editorial independiente en España para Señales de nosotros, libro que publicó con Alquimia el 2023.
Para Nona Fernández, Alquimia fue un espacio fundamental para ensanchar y experimentar con su escritura: “Tengo un cariño especial por la editorial, porque la vi nacer, vi el empuje del Emilio y del Guido, por hacer de esto un proyecto, he visto cómo se ha ido desarrollando”. Pero entiende que parte de esa buena relación con Alquimia también se ha sustentado en la mediación de su agente literario en temas de contratos y derechos de autor.
Muy lejos de esas experiencias se encuentran las vividas por autores que al igual que Andrés Ajens, nunca recibieron el pago por sus derechos de autor. El poeta Germán Carrasco declara sobre la publicación de su libro Mantra de remos en Alquimia que “de plata yo no he sabido nada, ni un informe de ventas”. En el caso del poeta valdiviano Bruno Serrano cuenta que la relación editorial fue bastante informal y que no se estableció ni contrato ni pago por derechos de autor. Asimismo le ocurrió a la poeta Soledad Fariña quien cuenta que “no hubo contrato. Por los derechos de autor de Pide la lengua no recibí dinero ni hubo acuerdo para entregarme una cierta cantidad de ejemplares, solo me entregó algunos cuando el libro se publicó. Pueden haber sido 10”.
“Resulta importante aclarar que la relación tanto con Bruno Serrano como con Soledad Fariña es fluida”, responde Arroyo ante la pregunta de por qué no se les hacen contratos a todos los escritores. Antes de eso nombra a autores que han publicado con Alquimia más de una vez, como Nona Fernández, Juan Pablo Sutherland y Elvira Hernández, esquivando explicar qué diferencia a esas personas y las que han manifestado no haber podido optar al piso mínimo que implica una publicación legal: un contrato de derechos de autor.
Sobre este problema de derechos, en los referidos a Soledad Fariña y Andrés Ajens, el editor de Alquimia explica que “estamos trabajando para enmendar la situación”, pero no detalla cómo. Al preguntarle qué acciones específicas están tomando para reparar lo ocurrido y desde cuándo, no responde. Después de solicitarle ciertos registros que él menciona en sus respuestas, agrega en un correo: “de ninguna manera responderé a una lógica fiscalizadora”.
“Por el tipo de persona que soy, esto me da mucha pena, por mis compañeros, por mis colegas, porque es justamente el por qué uno intenta hacer las cosas como las hace y es una lata. Puedo entender los despelotes, pero esto ya supera todo. Ya es un tema que empiezas a implicar gente, empiezas a desfavorecer gente, empiezas a cagarte gente. Entonces el nivel de displicencia no puede ser tan grande, uno no puede ser tan volado como para generar esos problemas. Si estas cosas me hubieran pasado a mí, yo me hubiera ido sin duda”, comenta Nona Fernández a propósito de Guido Arroyo y las situaciones vividas por otros autores en Alquimia.
Editor fantasma
Emilio Gordillo no ha sido el único autor de Alquimia que ha recurrido a una denuncia pública para obtener el pago de sus derechos después de un tiempo sin recibir respuestas por parte de la editorial. El 8 de marzo del 2023, @alquimiaediciones publicó en Instagram un collage con imágenes de las autoras de su catálogo y en la bajada agregaron: “«No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe», dijo Marguerite Duras. Esa es la fuerza que hoy queremos reconocer en cada una de nuestras autoras, en cada uno de sus nombres”. En los comentarios una usuaria escribió: “Paguen los derechos, la mejor honra es ser justos con el trabajo de las compañeras”.
Cuando la ilustradora Sofía Flores Garabito vio el post le pareció indignante. Había publicado Manifiesto del dibujo en el 2020 y desde entonces, como en otros casos, le había solicitado a la editorial en reiteradas ocasiones que le pagaran lo correspondiente a sus derechos de autor. Compartió la publicación del 8M y señaló que era desfachatado que pusieran su rostro en el collage mientras la editorial aún no le pagaba: “luego de eso, Alquimia me escribió y me pagaron. No fue automático, tuve que volver a insistir y en una primera instancia no estaban considerando la compra CRA (Centro de Recursos para el Aprendizaje, se refiere a las compras estatales para las bibliotecas escolares)”.
En los comentarios del post del día de la mujer trabajadora, alguien desde la cuenta de Alquimia ediciones responde al comentario sobre la publicación del 8M y el no pago de derechos: “totalmente de acuerdo contigo, precisamente en eso estamos trabajando”.
“Se sabe que tiene prácticas así, que nadie quiere editar con él en Chile, que había tenido un problema con Alejandro Zambra y un montón de cuestiones. El libro fue una experiencia hermosa, pero en ningún momento trabajé con él (Guido Arroyo), todo lo que tenía que ver con él y con el pago y demás, fue una estafa y me sentí muy destratada”, cuenta la poeta argentina Valeria Mussio sobre su experiencia publicando en Alquimia.
“Me tranquiliza saber que en Alquimia se comenzaron a publicar y poner en valor obras de autoras mucho antes que ese gesto se volviera una moda reivindicativa en otros sellos editoriales”, comenta Arroyo a propósito de una cita de La magia del sur, libro que publicó el año pasado, donde alude a la cuarta oleada feminista.
A un año y medio del collage y la publicación del 8M, a Sofía Flores Garabito nunca más le volvieron a pagar y ella no ha querido escribirles porque siente vergüenza de tener que volver a insistir para recibir el pago acordado por su trabajo.
“Muy bueno el modus operandi que tienen, básicamente te apalabran un pago, te pelotudean para nunca mandarte el contrato, el libro de repente sale sin aviso, nunca firmaste nada, y cuando querés reclamar que te paguen lo que te dijeron, te ghostean!!”, tuiteó Valeria Mussio, poeta argentina, el 1 de marzo de este año.
Su libro fue publicado por Alquimia el 2022, sin haber firmado un contrato, a pesar de haberlo solicitado en reiteradas ocasiones, no se enteró del título que tendría, ni tampoco pudo corregir una maqueta, Un perro no sabe que puede destruir apareció anunciado en las redes de la editorial para sorpresa de la autora.
Al año siguiente, Mussio sabía que su libro se había agotado, por lo que le correspondía el pago de esos ejemplares vendidos. Le escribió un mail a Guido Arroyo, pero él no le respondió.
“Se sabe que tiene prácticas así, que nadie quiere editar con él en Chile, que había tenido un problema con Alejandro Zambra y un montón de cuestiones. El libro fue una experiencia hermosa, pero en ningún momento trabajé con él (Guido Arroyo), todo lo que tenía que ver con él y con el pago y demás, fue una estafa y me sentí muy destratada”, cuenta la poeta argentina sobre su experiencia publicando en Alquimia.
A pocos días de haber publicado su tuit, le respondieron de Alquimia para pagarle lo que le debían.
Guido Arroyo comentó que la falta de proactividad al momento de pagar se debe a un problema de estructura editorial, dado que sus ingresos apenas les permiten cubrir los sueldos, y que recién este año, 13 años después de la primera publicación oficial de Alquimia, pudieron contratar a alguien que se haga cargo de gestionar aquello.
Expandiendo fronteras
Miguel Ángel Gutiérrez y Luciana Zurita, editores de la Revista Oropel, trabajaron levantando el proyecto de Alquimia en Argentina desde agosto del 2021. Se dedicaron a establecer la editorial en el país vecino y a todas las labores asociadas a una empresa así: edición, corrección, relación con autores, difusión, seguimiento financiero, mantención y creación de la página web, venta en ferias, promoción en librerías, prensa, eventos y redes sociales. Entre dos personas cubrían siete roles y ganaban menos del sueldo mínimo cada uno.
Hicieron lo posible por tener un contrato de trabajo, pero afirman que Guido Arroyo prefería no hacerlos, menos en Argentina. Zurita cuenta que la relación laboral con ella terminó “rara y mal”, ya que no solo el pago era precario, sino que además tenía que estar constantemente recordándole a su jefe que le pagara y terminaba haciéndolo desfasado de la fecha acordada. Una tarde de agosto del año pasado, mientras dejaba listo su trabajo para la próxima jornada de la Feria de Editores, ella cuenta que Arroyo la llamó para comunicarle que no se conectara a la reunión del día siguiente. Le dieron una indemnización por el despido sin previo aviso, pero tuvo que reclamar que su sueldo era en pesos chilenos, no argentinos. Solo le respondieron que no había presupuesto y le calcularon la compensación al dólar oficial, recibiendo al final de las conversiones mucho menos de lo que le correspondía en pesos chilenos.
El escritor Miguel Ángel Gutiérrez había empezado a editar su libro, Litoral, en Alquimia antes de empezar a trabajar ahí. Al igual que después le ocurriría como empleado, como autor tampoco pudo acceder a un contrato. Rellenó y agregó comentarios a un documento tipo, pero este nunca regresó para que él lo firmara o se oficializara.
“La relación laboral terminó el 28 de diciembre del año pasado cuando Guido me echó”, cuenta Gutiérrez. Afirma que él tuvo que solicitar la indemnización, con la cual estuvo de acuerdo. Meses después le tocó exigir el pago de sus derechos de autor correspondientes a las ventas de Litoral y asegura que Arroyo le envió un informe que contemplaba menos ejemplares de los que realmente se habían vendido. El autor se dio cuenta de esto porque al momento de dejar su trabajo en Alquimia, revisó la información de su libro en la intranet de la distribuidora. Al interpelar a Arroyo sobre la diferencia, Miguel Ángel cuenta que el entonces gerente general de Big Sur le respondió que había sido un error administrativo. El escritor se pregunta a cuántas personas más les habrá paso lo mismo, a propósito del problema de transparencia y conflicto de interés que existe entre Alquimia y Big Sur por tener a la misma persona a cargo.
Sobre la posibilidad de denunciar a Arroyo o hablar en contra de su editorial, Francisca Mancilla, politóloga y ex socia del editor de Alquimia, cree que la manera en la que opera el mundo del libro dificulta que estas se puedan llevar a cabo por las relaciones de poder que existen: “Si te pones a hablar, se te empiezan a cerrar puertas rápidamente. Guido estuvo metido hasta en el Consejo de la Cultura, él decidía quién iba a las ferias del libro y quién no, entonces ¿cómo te vas a enemistar con Guido Arroyo? Él sabe quedar en esas buenas posiciones, porque yo creo que es consciente de que se ha cagado mucha gente, entonces es un modus operandi”.
Al consultarle a Guido Arroyo sobre distintas faltas a los derechos laborales que narraron ex trabajadores de Alquimia como Julieta Marchant, Miguel Ángel Gutiérrez, Luciana Zurita, Emilio Gordillo y otras personas que hablaron fuera de micrófono (pagos a destiempo, salarios por debajo del estándar, no tener contrato, incumplimientos en acuerdos sobre pagos, solicitar labores que no están relacionadas al perfil profesional), Arroyo respondió: “Alquimia ediciones nunca ha tenido una denuncia en la inspección del trabajo. Si existiesen esas prácticas, la causalidad lógica sería la institucional. En cuanto a la “petición de cocinar almuerzo”, ¿tienes pruebas de eso? Nunca ha existido una necesidad así en el trabajo editorial, y atestiguar eso consistiría una injuria”.
Sobre la posibilidad de denunciar a Arroyo o hablar en contra de su editorial, Francisca Mancilla, politóloga y ex socia del editor de Alquimia, cree que la manera en la que opera el mundo del libro dificulta que estas se puedan llevar a cabo por las relaciones de poder que existen: “Si te pones a hablar, se te empiezan a cerrar puertas rápidamente. Guido estuvo metido hasta en el Consejo de la Cultura, él decidía quién iba a las ferias del libro y quién no, entonces ¿cómo te vas a enemistar con Guido Arroyo? Él sabe quedar en esas buenas posiciones, porque yo creo que es consciente de que se ha cagado mucha gente, entonces es un modus operandi”.
Un libro que no es un libro
La cara de Thomas Harris se llena de desconcierto. El poeta y director de Ediciones Biblioteca Nacional, que este año fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier, tiene en sus manos un ejemplar de ¿Por qué lee usted?, libro de su autoría. Es la primera vez que lo ve. Según la página de créditos fue publicado el 2018 por Alquimia ediciones bajo la dirección editorial de Guido Arroyo.
Lo revisa con calma en su oficina. No puede creer que todo este tiempo el libro estuvo tan cerca, en su lugar de trabajo, la Biblioteca Nacional, guardado junto a tantos otros en la Sección Chilena. Apunta a un apartado del libro titulado La caricatura del gorila: “Aquí se supone que iba una caricatura de un gorila, una imagen que yo se las iba a mandar y no esperaron a que se las mandara”, explica indignado. ¿Por qué lee usted? es un libro que él nunca finalizó, pero ahí estaba, seis años después se enteró que existían ejemplares.
El 2017 Alquimia ediciones se adjudicó $2.844.695 pesos para realizar el proyecto titulado “Publicación de antologías poéticas de Tomás Harris y Jaime Luis Huenún”. En el informe entregado al Mincap el 18 de diciembre del 2019 declararon como resultado final: “Se publicaron efectivamente los libros Por qué lee usted, antología de Tomas Harris; y Mapuche en castellano, castellano en mapuzungun, antología de Jaime Luis Huenún, tal como estaba planeado, lo que implica haber alcanzado el resultado esperado”. Incluyen dentro del plan de difusión ejecutado que aparece en el informe, la entrega de 500 ejemplares a la distribuidora La Komuna y el despacho de libros a diversos medios.
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“El texto biográfico Mapuche en castellano, chileno en mapuzugun fue el que no terminé”, explica Jaime Luis Huenún, poeta y escritor mapuche huilliche. Solo alcanzó a finalizar aproximadamente un 85% del libro por problemas de salud. Él tampoco sabía que el fondo se había rendido como realizado, ni de la existencia de ejemplares en la Biblioteca Nacional.
Mapuche en castellano, chileno en mapuzugun también lleva de portada el rostro de su autor. La caja de texto es incómodamente pequeña, no es consonante con el tamaño de la página, hay numeraciones en hojas en blanco y en secciones donde no corresponden. “El libro se nota cuando no es libro”, comenta Thomas Harris cuando revisa su libro y el de Huenún. En el caso de ¿Por qué lee usted? el ISBN, que es el código identificador único para libros a nivel internacional, aparece en blanco. A pesar de estar inscrito en la Agencia ISBN de la Cámara Chilena del Libro, no se incluyó en el ejemplar que se encuentra en la Biblioteca Nacional.
“¿Cuál es mi pérdida? Primero hay un engaño al Consejo del Libro, se los bypassearon, y a mí, a mí no me dijeron nada. Entonces, de repente encuentro que hay un libro acá en la Biblioteca Nacional y hecho de esta manera, es también un engaño al Estado. Este caso es muy grave, no me lo explico. La ganancia, tal vez, fue haber invertido en libros de los cuales necesitaba más ejemplares. Esta es una pésima gestión, es muy mala, es para reírse. Estos fondos están cerrados y supuestamente hechos, hay una suerte como de fraude”, reflexiona Thomas Harris sobre el fondo que debió haber financiado la publicación de su libro.
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El fundador de Alquimia explicó que lo sucedido con el proyecto Harris/Huenún se debió a problemas en el proceso editorial, y que haber cerrado el fondo sin los libros terminados, es una práctica bastante común en la industria. De todas maneras, en septiembre de 2024 declaró que, al no haber podido culminar la publicación: “tuvimos que hacer la gestión de reintegro de esos recursos al Ministerio”.
—¿Qué gestión de reintegro de recursos realizaron? ¿Cuándo fue efectuada?
Guido Arroyo no responde.
Sin embargo, en un correo recibido por Julieta Marchant el 3 de diciembre de 2024, la Encargada de Fondos Concursables de la Seremi de Cultura de la Región Metropolitana le notificaba que la gestión se habría estado realizando en ese momento. Esto debido a que recién se habría tramitado la resolución que deja sin efecto el cierre administrativo del proyecto folio 410612 y que prontamente le llegaría (a Arroyo) una notificación para el reintegro de los recursos correspondientes.
A cinco años de haber realizado todos los trámites para cerrar el fondo como “ejecutado”, y tres años después de haber recibido el Certificado de Ejecución Total, en una respuesta del 12 de diciembre de este año, desde el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio declaran haber recibido una visita de Guido Arroyo para poder reintegrar los recursos de ese fondo.
La rendición del proyecto “Publicación de antologías poéticas de Tomás Harris y Jaime Luis Huenún”, fue aprobada por una supervisora de la Seremi porque cumplía con todos los verificadores requeridos: informe final, informe final financiero, factura original, comprobantes de depósito legal y comprobante de actividad en establecimientos educacionales. Un informe final que dice que se publicaron libros que los mismos autores aclararon que no finalizaron; una factura de impresión de libros que nunca llegaron a librerías; unos comprobantes de depósito legal de libros en estado de maqueta.
“En el caso de que efectivamente los verificadores no se hayan cumplido, se podría constatar el incumplimiento del convenio establecido entre el responsable y la Seremi que corresponda. Ante esto se debiera solicitar una investigación sumaria y eventualmente remitir dichos antecedentes ante el Consejo de Defensa del Estado, órgano que tiene por objetivo la defensa judicial de los intereses del Estado”, declararon desde la Secretaría Ejecutiva del Fondo del Libro y la Lectura al ser consultada sobre los proyectos de Alquimia. Para profundizar en lo dicho, se le preguntó:
—Estos casos demuestran lo sencillo que es falsear los verificadores del fondo, ¿se ha planteado el ministerio robustecer los verificadores para que este tipo de situaciones no ocurran? ¿Cuáles son las posibilidades que se barajan?
—Si bien este es un instrumento perfectible, todas las bases indican expresamente el deber de veracidad de la información otorgada en las diferentes etapas y señala de manera explícita la responsabilidad que asumen las y los responsables al momento de la firma del convenio de ejecución.
Además, explican que el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio revisa anualmente las bases y métodos de postulación, en diálogo constante con sectores y organizaciones culturales, para garantizar su alineación con la normativa legal y los derechos y deberes de los postulantes.
En el mismo año del fondo de Harris y Huenún, Alquimia ediciones se adjudicó $2.504.831 de pesos para realizar la publicación de Contranatura de Rodolfo Hinostroza y Ave Soul de Jorge Pimentel, dos poetas peruanos. En la rendición final e informe financiero del 19 de diciembre de 2018, la editorial afirma que al igual que en el otro fondo, los libros se habían publicado, distribuido por La Komuna y difundido en diversos medios de prensa. Pero en este caso, la supervisora del proyecto les objetó una factura por haber sido emitida fuera de los plazos correspondientes y no les entregaron el certificado de ejecución total.
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25 de mayo de 2018 es la fecha de la factura entregada por Andros Impresores a Alquimia. El 16 de agosto de 2018 fueron recibidos Contranatura y Ave Soul en la Biblioteca Nacional, según el comprobante de depósito legal, cuyos ejemplares se pueden revisar en sala o ser solicitados para préstamo domiciliario. Pero en diciembre del 2019, más de un año después, la editorial declaró a la revista Grado Cero que en realidad uno de los libros estaba aún en producción y que el otro no saldría por problemas legales.
–¿Por qué esta disonancia? ¿Qué pasó con esos libros?
–Como editorial hicimos el reintegro monetario de esos fondos. La edición no se llevó a cabo porque en el tránsito que contactamos a uno de los autores y firmamos contrato, este falleció y la viuda tenía problemas con que se publicara el libro en Chile. A eso simplemente se debió –explica Arroyo.
–¿Cuándo se efectuó el reintegro monetario de esos fondos?
Guido Arroyo no responde.
El fundador de Alquimia explicó en septiembre de 2024 que el dinero correspondiente al proyecto para publicar los libros de Rodolfo Hinostroza y Jorge Pimentel ya se habría restituido. Pero desde el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio desmintieron dicha afirmación, aclarando que recién el 29 de noviembre de 2024 se había despachado la carta donde solicitaban el reintegro de los recursos asignados debido al incumplimiento del convenio y que estos habían sido devueltos en su totalidad pocos días después, el 3 de diciembre.
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El ejemplar de Contranatura que existe en la Biblioteca Nacional muestra la misma falla que el libro de Huenún con respecto al tamaño del texto. Además, la página 8, titulada Prólogo, se encuentra completamente en blanco.
La caída del velo
Las múltiples personas que prestaron testimonio para este reportaje guardaron sus relatos en la clandestinidad de la intimidad por años, algunos por más, otros por menos. Los murmullos de sus historias circularon en presentaciones de libros, salidas con amigos, reuniones, mensajes de texto; los susurros tenues que quedaron sonando detrás de una injusticia, fueron prueba viva de que quisieron decir algo, pero no pudieron. Por eso no extraña que algunos, todavía cuando se formaliza una investigación del caso, en la que se les ofrece una plataforma pública para que al menos la palabra restituya la injusticia, prefieran no hablar o hacerlo, pero fuera de micrófono por el temor a las represalias que Guido Arroyo, ese que reconocieron como amigo alguna vez, pueda tener con ellos.
A propósito de una de las preguntas que se le realizaron, Arroyo plantea que le “cuesta entender el nivel de animadversión en contra de la editorial y en caso de que se tratase de un interés tuyo en general sobre la industria editorial chilena, sería revelador saber qué ocurre en esta materia en otros espacios”.
El escritor y académico Emilio Gordillo dice que “haber participado en todos esos proyectos, haberle puesto el nombre a la colección y hacer los primeros libros de narrativa, que al final fueron los más reconocidos al principio de Alquimia, y que después te borren y te paguen una mierda es muy heavy. Yo no puedo pensar otra cosa del Guido, que es un mal tipo, un abusador y que actúa como un ladrón, esa es mi síntesis actual”.
“No sé cómo soporta seguir haciendo negocios asquerosos, no sé si no lo ve, quiero pensar que no lo ve, que está ciego también de poder y de lo que tenga en la cabeza. Pero también hay un momento en que pienso “si igual la gente es mala. Hay gente mala y el Guido puede ser de esa estirpe, ¿por qué no?”. Yo creo que esa caída de velo nos ha costado mucho a todos los amigos de él. Lo disculpé muchas veces en mi cabeza y ya no. Lo conozco desde el 2006, van a ser 20 años, como que ya no puede ser, no puede ser una cadena de equivocaciones”, reflexiona la poeta y editora Julieta Marchant.
Lo que Marchant y otros llaman un modus operandi, Arroyo lo ve como descuidos particulares: “Como te he reiterado en gran parte de este cuestionario, es muy notoria la intención de intentar establecer un patrón o dolo cuando se trata de errores puntuales que hemos acometido y que no escondemos”, explica el fundador de Alquimia.
Durante casi un mes se le solicitó una entrevista presencial a Guido Arroyo para responder preguntas sobre los casos descritos en esta investigación, pero no quiso. En cambio, propuso: “Para que la entrevista tenga fluidez, te ofrezco preguntas por escrito con respuesta en 24 hrs., contrapreguntas por escrito con mismo plazo, y si quedan dudas, llamado telefónico. Son tiempos que garantizan la rapidez que me planteas necesitar”. Solo respondió a la primera tanda de preguntas y después, como a todos les había pasado, no contestó más. Usó de nuevo el silencio, a pesar de todo el ruido.
*June García Ardiles (1996). Escritora y periodista. Se dedica a la literatura infantil y juvenil desde el 2017. Cuenta con nueve publicaciones bajo los sellos Montena y Alfaguara Infantil de Penguin Random House. Trabaja como periodista cultural para la revista Galio y Libra. Imparte talleres literarios y clubes de lectura.
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