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Viernes, 20 de Junio de 2025
[Revisión del VAR]

La sufrida Supercopa del fútbol chileno

Roberto Rabi González (*)

"Resulta crucial generar incentivos para los clubes y los jugadores, de manera que perciban la Supercopa como una competencia de prestigio y no como un pariente pobre de las copas de verdad".

La Supercopa de fútbol chileno es un torneo que, en su concepción, busca enfrentar a los campeones de la Primera División y de la Copa Chile en un duelo de alto nivel competitivo. No obstante, su organización y desarrollo han enfrentado numerosos escollos que han puesto en entredicho su estabilidad y relevancia dentro del calendario futbolístico nacional. Estas dificultades abarcan desde aspectos logísticos y económicos hasta problemas de calendario y falta de respaldo institucional.

Uno de los problemas más recurrentes es la congestión del calendario futbolístico. Los equipos involucrados suelen estar compitiendo simultáneamente en otros torneos, como la Copa Libertadores o la Copa Sudamericana, lo que dificulta encontrar una fecha adecuada para disputar el partido. Además, las temporadas del balompié criollo no siempre se alinean con los calendarios internacionales, generando tensiones adicionales. De hecho, en varias ocasiones, los equipos participantes han tenido que priorizar otras competencias, presentando planteles alternativos o menos competitivos en la Supercopa. Esto no solo afecta la calidad del espectáculo deportivo, sino que también disminuye el interés de los aficionados y de los patrocinadores.

El financiamiento, sin duda, representa otro obstáculo fundamental. A pesar de ser un torneo que se ha jugado en un encuentro único, organizar un evento de esta naturaleza implica costos significativos, incluyendo el arriendo del estadio, la seguridad, la logística y la promoción. En algunos casos, la falta de recursos ha obligado a buscar estadios menos representativos o a reducir las actividades promocionales, lo que impacta negativamente en la percepción del torneo. Es el caso de la actual versión.

Por otra parte, y a diferencia de otros torneos nacionales e internacionales, la Supercopa chilena no parece gozar de prestigio o haber consolidado una imagen sólida. No tiene tradición. Desde su creación en 2013, ha sido percibida como un torneo secundario, cuya importancia está lejos de equipararse a la del campeonato nacional o la Copa Chile. Esto ha llevado a que, en muchas ocasiones, los propios clubes no le den la prioridad que merece, restándole el valor que debería tener un evento en que participan equipos que se han ganado su lugar, precisamente ganando otros torneos de envergadura.

Esta falta de identidad también se refleja en la ausencia de un formato consistente. Si bien se trata de un partido único, la falta de una sede fija o de un protocolo establecido para su realización ha generado incertidumbre y desinterés tanto entre los equipos como entre los aficionados.

La elección de la sede ha sido otro tema controvertido. En varias ediciones, el lugar seleccionado ha generado críticas por su ubicación, capacidad o condiciones. Además, los problemas de seguridad han sido una preocupación constante, considerando que en nuestro medio el pavor, tal vez desmedido, a la delincuencia asociada a las barras bravas importa renunciar a las condiciones óptimas. Este año se pretende situar la justa en la cuarta región, mas las autoridades de gobierno, tratándose de un evento que en este caso enfrenta a los dos equipos más populares del país, exigieron que el alojamiento de equipos tenga lugar fuera de La Serena y Coquimbo, que la venta de entradas solo se efectuara para espectadores de la región, prohibir el empleo de todo elemento de animación y un aforo reducido, que La Delegación Presidencial de Coquimbo fijó en seis mil personas. Impropio de un evento estelar con un mínimo de dignidad. A todo lo anterior agreguemos que el Sindicato de Futbolistas Profesionales de Chile se encuentra en paro, arriesgando la fecha programada, en principio el 25 de enero.

Así las cosas, la falta de experiencia en la planificación de eventos de gran envergadura fuera de Santiago y la carencia de recursos de las posibles locaciones, se expresan en estas restricciones que suponen un entorno mínimo de garantías para su desarrollo. Si se pretendiera un espectáculo atractivo, proporcional a las expectativas de las hinchadas, tendríamos que mejorar en un sinnúmero de aspectos logísticos y, definitivamente, disponer de mucho más dinero.

A pesar de estas dificultades, la Supercopa chilena tiene el potencial de convertirse en un evento destacado dentro del calendario futbolístico nacional. Para ello, es fundamental que las autoridades futbolísticas trabajen en fortalecer su estructura organizativa, garantizar un calendario más equilibrado y mejorar la promoción del torneo.

Asimismo, resulta crucial generar incentivos para los clubes y los jugadores, de manera que perciban la Supercopa como una competencia de prestigio y no como un pariente pobre de las copas de verdad. Una mayor participación de los patrocinadores y una difusión más amplia también podrían contribuir a incrementar el interés del público. 

En suma, si nos preguntamos, ¿por qué el fútbol chileno no puede tener su propio Super Bowl? La respuesta es lapidaria: porque, en lo que nos convoca, aún padecemos un subdesarrollo penoso.

(*) Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).

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