El fútbol chileno tiene una habilidad notable para confundir causas con efectos. Cada vez que el campeonato pierde interés, credibilidad o público, la respuesta dirigencial es predecible: modificar el reglamento. Como si el problema estuviera en la forma y no en el fondo. Como si la crisis fuera aritmética y no política, estructural y cultural.
Las propuestas que comenzaron a circular para el Campeonato Nacional 2026 —play-offs por el título, liguillas de acceso a copas internacionales, reducción o aumento de equipos según la coyuntura, descensos amortiguados, torneos segmentados, diferente modo de computar la exigencia de juveniles en cancha, cantidad de suplentes, etc.— no son, en rigor, nuevas. Son la repetición de una idea vieja: la ilusión de que el espectáculo se fabrica desde la norma y no desde el proyecto.
En definitiva, las modificaciones que se aprobaron fueron cosméticas, pero no dejan de ser peculiares, en cuanto a su fondo y contexto. En el discurso oficial, cambiar reglas equivale a “modernizar” el fútbol. A potenciar calidad y resultados sobre todo a nivel internacional. En tal sentido no deja de ser vistoso que el propio Cristián “Chiqui” Tagle, presidente de Cruzados, propusiera la suspensión de partidos en caso de que un equipo chileno se encuentre en competencias internacionales -semifinal o final- situación que eventualmente podría facilitar la participación del equipo de la franja en Copa Libertadores. Pintoresco, porque él mismo se opuso tenazmente, y en definitiva consiguió la inmutabilidad del clásico universitario de la segunda fecha de este año, jugado en la víspera de un partido de la Universidad de Chile por la semifinal de la sudamericana, que en definitiva el cuadro laico no pudo superar.
Por otra parte, se ha aprobado el formato del torneo nacional y regional del fútbol formativo (correspondientes a primera y segunda división), que se disputará desde febrero a diciembre. Las bases de las competencias juveniles se discutirán en el próximo Consejo de Presidentes. Pero desde ya resulta interesante una modificación que permitiría un cómputo distinto de los minutos en cancha de juveniles exigidos a los clubes. La idea no es fomentar el desarrollo del fútbol formativo, es simplemente darle más facilidades a los clubes en cuanto a la posibilidad de que los jóvenes jueguen en el primer equipo
Llama la atención que, en medio de tanta creatividad reglamentaria, la formación aparezca siempre como un anexo administrativo. Se discuten minutos Sub-21, pero no proyectos deportivos. Se legisla la presencia, no el protagonismo. El resultado es conocido: juveniles utilizados como trámite, ingresando minutos finales para cumplir con la norma, sin respaldo ni continuidad. Mientras tanto, los clubes siguen llenando planteles con jugadores extranjeros de descarte y técnicos sin arraigo, porque el sistema no premia formar, premia sobrevivir.
Si las reglas del 2026 no colocan a la formación en el centro —con incentivos reales, exigencias de infraestructura y castigos al incumplimiento— seguirán siendo parte del problema, no de la solución.
Fue aprobada, también, una nueva distribución de cupos de clasificación a competiciones internacionales, considerando también las nuevas competiciones que se suman para la temporada 2026: la Copa de la Liga y Supercopa (con nuevo formato) ¿Algún proyecto al respectó? No, solo administrar pobreza.
Nada de esto ocurre en el vacío. Ocurre bajo una ANFP que administra el desgaste, pero no gobierna. Que negocia equilibrios internos, pero no lidera. Que propone cambios reglamentarios, pero evita discutir los temas incómodos: control financiero efectivo, multipropiedad, transparencia, estándares mínimos para competir.
Los clubes grandes sobreviven por historia y masa social. Los medianos y pequeños sobreviven como pueden. Y el campeonato se diseña no en función del fútbol, sino de las correlaciones de fuerza entre dirigentes. Y los representantes de jugadores. No hace mucho, Cristóbal Campos, quien producto de su lamentable accidente ya no tiene mucho que perder, declaró sobre el poder real de Fernando Felicevivh en el fútbol patrio. Todos los saben, todos lo asumen. Pero nadie lo controvierte. Nadie reclama, porque de una u otra forma quienes tienen poder de decisión se llevan su tajada. En ese contexto, las reglas del 2026 parecen menos un proyecto deportivo que un pacto de no agresión. Triste pero cierto.
El fútbol chileno no está en crisis porque tenga torneos largos o cortos, con o sin play-offs. Si contamos los minutos en cancha de un jugador sub-21 o de varios de ellos conjuntamente. Está en crisis porque nadie parece dispuesto a asumir los costos políticos de ordenarlo en serio y de desenmascarar los poderes e influencias que lo tienen podrido.
Sin control financiero real, sin exigencias de infraestructura, sin un proyecto formativo común y sin una ANFP que entienda que gobernar no es administrar el empate, cualquier cambio reglamentario será cosmético.
Se cambiarán las reglas, se anunciará una “nueva era”, se venderá optimismo. Y al poco tiempo, el diagnóstico volverá a ser el mismo; porque al final, el debate no es cómo se juega el campeonato. El debate es quién lo diseña, para quién y con qué intereses.
Mientras esa pregunta siga sin respuesta, el fútbol chileno seguirá cambiando detalles con la intención manifiesta de no cambiar nada.







Comentarios
Añadir nuevo comentario