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Jueves, 18 de Abril de 2024
Fin de una era en África

Robert Mugabe: tan conflictivo vivo como muerto

Roger Southall (The Conversation)

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Robert Mugabe. Foto: Wikimedia Commons
Robert Mugabe. Foto: Wikimedia Commons

En Zimbabue, Mugabe fue incapaz de instaurar el sistema unipartidista que anhelaba, lo cual no impidió que el ZANU-PF practicara la represión con más intensidad a medida que pasaban los años en respuesta a la crisis económica y a la creciente oposición. Así, las sucesivas elecciones fueron amañadas para sonrojo de todo el mundo.

Admision UDEC

El expresidente de Zimbabue Robert Mugabe ha muerto a los 95 años tras una larga enfermedad. El actual mandatario del país africano, Emmerson Mnangagwa, lo anunciaba así el 6 de septiembre en su perfil de Twitter:

Las respuestas al anuncio de Mnangagwa no se hicieron esperar y fueron de todos los colores. Mientras algunos elevaban a Mugabe a la categoría de héroe de la independencia, otros lo calificaban como un "monstruo". Esta disparidad de opiniones parece indicar que la figura del antiguo líder seguirá dividiendo a unos y otros tal y como lo hacía en vida.

El mantra oficial del partido del gobierno, la Unión Nacional Africana de Zimbabue - Frente Patriótico (ZANU-PF), situará el acento en el liderazgo de Mugabe en la lucha por derrocar el régimen colonial racista de Ian Smith en lo que antes era Rodesia. El ejecutivo de Zimbabue también ensalzará su posterior defensa de la incautación de granjas propiedad de blancos para devolver la tierra a manos africanas.

Por el contrario, las voces discordantes destacarán cómo después de abogar por la reconciliación racial tras la guerra civil que llegó a su fin en diciembre de 1979, Mugabe olvidó su promesa en los primeros años de independencia del país. Lo hizo de distintas maneras, entre ellas mediante la aplicación de drásticas medidas represivas contra la oposición política en la región de Matabelelandia en la década de los ochenta y con la sistemática manipulación de elecciones por parte del ZANU-PF para mantener a Mugabe en el poder junto a los de su cuerda.

También harán alusión, a buen seguro, a la corrupción salvaje que acompañó a su mandato y al desplome de la economía durante sus años en la presidencia.

El foco se situará de manera inevitable en su expediente nacional, aunque muchos de los que lo elevan a los altares de héroe de los movimientos nacionalistas africanos lo harán desde otros países del continente. ¿En qué lugar del panteón de los líderes nacionalistas africanos que llevaron a sus países a la independencia debemos colocar a Mugabe?

Abrazando el despotismo

La mayoría de los países africanos consiguieron la independencia de sus colonos hace medio siglo o más. Los primeros líderes nacionalistas del continente eran considerados poco menos que dioses tras haber comandado la emancipación de sus territorios, pero no pasó demasiado tiempo hasta que la población se dio cuenta de que no era oro todo lo que relucía.

Los líderes nacionalistas simbolizaban la libertad y la liberación africana, pero serían pocos los que demostrarían ser realmente tolerantes respecto a la democracia y la diversidad. Los sistemas políticos unipartidistas, teóricamente en el nombre del "pueblo", pronto se convirtieron en la tónica habitual, en algunos casos como parte de interesantes experimentos en los que se buscaba probar la democracia de un solo partido, como se pudo ver en Tanzania con Julius Nyerere o en Zambia con Kenneth Kaunda.

Pero incluso en estos casos, la intolerancia y el autoritarismo acababan surgiendo y a menudo se producían golpes militares que perpetuaban a los partidos únicos.

En el caso de Zimbabue, Mugabe fue incapaz de instaurar el sistema unipartidista que anhelaba, lo cual no impidió que el ZANU-PF practicara la represión con más intensidad a medida que pasaban los años en respuesta a la crisis económica y a la creciente oposición. Así, las sucesivas elecciones fueron amañadas para sonrojo de todo el mundo.

Cuando a pesar de ello el ZANU-PF perdió el control del parlamento en 2008, el partido reaccionó adulterando las elecciones presidenciales en una campaña cuya brutalidad difícilmente podrá ser olvidada. El descarnado despotismo de Mugabe daba al traste con cualquier expectativa democrática que pudieran albergar los zimbabuenses.

Una herencia malgastada

Independientemente de que las políticas que aplicaran fueran capitalistas o socialistas, los primeros líderes nacionalistas vieron un rápido declive de la economía que sucedió a un período inicial de relativa prosperidad tras lograr la independencia.

Visto con la perspectiva que da el tiempo, el hecho de que las primeras naciones emancipadas se enfrentaron a retos descomunales es ampliamente reconocido. Muchas de las economías poscoloniales se encontraban subdesarrolladas y dependían de la exportación de cantidades irrisorias de productos agrícolas y de origen mineral. Desde la década de los setenta, el Fondo Monetario Internacional puso trabas al crecimiento al exigir que los países africanos acabasen con la creciente deuda aplicando programas de ajustes estructurales. Estas medidas impidieron que pudieran invertir en infraestructuras y en servicios sociales y educación, a la par que acrecentó el descontento político.

En el otro lado de la balanza, Mugabe heredó una economía viable y que incluía a buena parte de las actividades profesionales de Zimbabue, con un sector industrial sólido y un sector agrícola de mercado en crecimiento. Aunque ambos estaban en su mayoría en manos de empresarios blancos, el potencial de desarrollo era mucho mayor que en las demás antiguas colonias africanas.

Sin embargo, dicho potencial se fue rápidamente por el sumidero gracias a la corrupción practicada a gran escala y a la lamentable administración por parte del gobierno. Mugabe fue el responsable de la espiral destructiva de la economía, que vio cómo tanto el sector industrial como el agrícola colapsaron. Desde entonces, la economía del país no ha conseguido recuperarse y aún hoy se encuentra sumida en un estado de crisis aguda.

Reputación

Al otro lado del espectro político, el papel de algunos líderes, como muestran los casos de Milton Obote en Uganda o de Siad Barre en Somalia, creó un conflicto de tal magnitud que los golpes militares y las crisis condujeron a sus países a sendas guerras civiles. Durante el mandato de Mugabe, Zimbabue no corrió, afortunadamente, la misma suerte. Quizá fuera por la represión sin piedad de la oposición política en Matabelelandia en la década de los ochenta, que se cobró más de 30 000 víctimas, por lo que esta se abstuvo de llevar el conflicto más allá. La paz fue, por tanto, tan solo la ausencia de guerra total.

Algunos mandatarios, como el ghanés Kwame Nkrumah o el tanzano Julius Nyerere, todavía son venerados por su compromiso con la independencia nacional y con la unidad africana, a pesar de que sus historiales domésticos están caracterizados por el fracaso. Cuando Nkrumah fue depuesto por un golpe militar en 1966, su partido (el único que existía) se valía de la corrupción y la represión política como arma para gobernar.

En cualquier caso, Nyerere siempre mantuvo su reputación por su integridad y responsabilidad para con el desarrollo del continente. Las ideas de ambos continúan sirviendo como inspiración para las nuevas generaciones de activistas políticos, mientras que los nombres de otros líderes de la independencia se olvidaron hace ya mucho tiempo.

¿Qué ocurrirá con Mugabe? ¿Gozará del enaltecimiento por parte de las generaciones venideras? ¿Se pasarán por alto sus monumentales errores mientras se celebra su singular figura como libertador del sur de África en su conjunto?

Una tragedia griega

El problema al que se tendrán que enfrentar los historiadores panafricanos que pretendan alabar a Mugabe es que para ello deberán repudiar la opinión contraria de millones de zimbabuenses que han sufrido lo indecible bajo su dictado o que han huido del país para escapar de él. Mugabe no consiguió que ninguna de sus políticas perdurase, heredó los beneficios (así como los costes) del mandato colonial pero llevó a su país a la miseria y destruyó lo mejor que el legado institucional colonial le había dejado: una administración pública eficaz, que podría haber servido para que toda la población de Zimbabue estuviera mejor atendida.

Los cínicos dirán que la reputación de Patrice Lumumba como combatiente revolucionario africano por la independencia del Congo se mantiene porque fue asesinado en 1961. En otras palabras, que tuvo la suerte histórica de morir joven, sin tener que soportar la carga de haber cometido errores groseros por los que podría haber sido recordado.

En contraste, muchos sostendrán que Mugabe vivió demasiado y que su vida se asemejó a una tragedia griega: su ética y sus promesas lo distinguieron como un héroe, pero murió como un monstruo al que la historia condenará.

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