“Escuche -dijo un funcionario del Pentágono a Milton Magruder, oficial de los Marine Corps de Estados Unidos-, ha estallado un polvorín en Nueva México y puede que reciba noticias de gente que escuchó la explosión, pero no hubo ningún herido y me pareció conveniente ponerlo sobre aviso. La oficina de relaciones públicas del Ejército en Denver va a emitir una declaración sobre el particular”.
Magruder dio las gracias y despachó un mensaje a la oficina de Denver para confirmar con los funcionarios militares de allí. Eso fue todo lo que se aproximó a la gran noticia del siglo hasta tres semanas más tarde, cuando cayó la primera bomba atómica sobre Hiroshima, Japón. Después, la rendición nipona fue cuestión de días.
El puesto de vigía radial de la United Press -una agencia internacional de noticias con sede en Estados Unidos-, operado por Reginald Tibbetts, cerca de San Francisco, muchas veces había dado a la agencia la primera palabra sobre los grandes acontecimientos de la guerra del Pacífico. En 1942, por ejemplo, se adelantó en veinte minutos con un "flash" de radio Tokio que decía: "están bombardeando Tokio..., están bombardeando Tokio", la primera noticia de la famosa incursión Doolittle por bombarderos con base en portaaviones.
La estación también captó del éter la noticia de la rendición de Hong Kong y Singapur, de los primeros bombardeos con B-29 sobre Tokio y del primer choque de tropas soviéticas con los japoneses en Manchuria.
En las primeras horas de la mañana del 10 de agosto la estación recibía una propalación noticiosa de radio Tokio, retransmitiéndola instantáneamente a la oficina de San Francisco, donde estaba de guardia el jefe de noticias Hennen Hackett, quien notó un par de informes de rutina en la transmisión. El tercer informe también empezó como cosa corriente, pero en el medio del texto estaba la gran noticia: E1 gobierno japonés había indicado a los gobiernos suizo y sueco su disposición a aceptar las condiciones de la declaración de Potsdam, en la cual las potencias aliadas habían establecido las bases para poner término a la guerra. Al instante, el "flash" circulaba por las líneas de transmisión.
La capitulación nipona sobrevino cuatro días después. Sandor Klein atendía la Casa Blanca cuando Charles Ross, el secretario de prensa, reunió a los cronistas en su despacho para decirles que se había traducido una comunicación del gobierno japonés, recibida por intermedio de Suiza. Acto seguido se registró una salvaje corrida de los reporteros hacia la puerta que conducía a los teléfonos. Klein estaba más cerca de la puerta, pero Douglas Cornell, de la Associated Press, lo tomó de los hombros; Klein le aplicó un codazo en las costillas y ambos salieron trastabillando por la puerta con frenética violencia. Luego, en otra corrida similar desde el despacho de Ross con noticias adicionales, Robert Nixon, de la International News Service, encabezaba el grupo, pero resbaló en una esquina y el tropel simplemente le pasó por encima, rompiéndole los anteojos y arrancándole un gran trozo de pantalón.
Sin embargo, sólo a eso de las siete de la noche los cronistas fueron introducidos en el despacho del presidente, donde Truman leyó una declaración.
Cuando oficiales del servicio secreto abrieron las puertas dobles del despacho presidencial al finalizar la conferencia, se produjo una tercera y última corrida hacia los teléfonos. Los periodistas luchaban por aventajarse mientras corrían por el pasillo hasta el gran vestíbulo de las oficinas ejecutivas de la Casa Blanca, donde una secretaria extendía copias de la declaración de Truman en una gran mesa redonda situada en el centro de la sala. Al oír llegar la estrepitosa jauría la muchacha dio un grito de terror y saltó a la mesa para que no la pisotearan.
En la sala de prensa adyacente Charles Degges se comunicaba por teléfono con la mesa de noticias de la United Press para dictar la declaración de Truman. Klein empuñó el auricular:
“¡Flash! -gritó-, “se rinde Japón”.
Desembarco en Tokio
El término de la segunda guerra mundial allanó el camino para la tremenda labor de reconstruir los servicios de la United Press en Europa y Lejano Oriente -pero esto venía después del trabajo de informar sobre el Japón de postguerra. Frank Bartholomew llegó a la bahía de Tokio con las primeras fuerzas norteamericanas en el crucero San Diego: desembarcó bajo los cañones de los todavía armados japoneses y, posteriormente, encabezó el cuerpo de redactores que informaron sobre las ceremonias de rendición a bordo del acorazado Missouri. Pocos días después, el 11 de septiembre, se encaminó al suburbio de Satagaya-ku, en Tokio, y golpeó a la puerta del primer ministro, el general Hideki Tojo.
El general Hideki Tojo
Nadie contestó, pero un guardia militar que patrullaba la casa dijo a Bartholomew y su acompañante, Toichiro Takamatsu, del diario Mainichi, que "el general se ha ido a caminar". Salieron a un jardín del lado sur de la casa para esperar, y al rato sobre ellos se abrió una ventana corriéndose horizontalmente, a la usanza japonesa, y el arquitecto de la política bélica del Japón los miró con sus gafas de montura de cuerno.
“Soy Tojo”, dijo lentamente moviendo la cabeza calva y trigueña, para después repetir: “Tojo”.
Takamatsu estaba tan trastornado emocionalmente que Bartholomew tuvo dificultad en conseguir que le tradujese, hasta que por último logró transmitir que deseaba una entrevista. Tojo no contestó, sino que se limitó a sentarse en el alfeizar de la ventana y a mirar reflexivamente a ambos visitantes. En ese preciso momento varios jeeps pararon delante de la casa y el mayor Paul Kraus, del cuerpo de contraespionaje norteamericano, avanzó hacia el jardín.
“¡Abra la puerta!” dijo Kraus a Tojo. “Vengo a presentar mis credenciales”.
Tojo hizo un ademán negativo con los brazos.
“Si no es por orden oficial no lo atiendo”, replicó en japonés.
Kraus se dirigió al intérprete.
“Dígale que abra la puerta. Dígale que se prepare para viajar al comando del general MacArthur en Yokohama”.
Enfurecido, Tojo cerró de un golpe la ventana. Kraus, Bartholomew y el resto del grupo empezaban a dirigirse hacia la puerta frontal cuando se oyó un ‘tac’ agudo y seco en el interior de la casa.
“¿Y eso?”, preguntó Kraus.
“Su palomita acaba de pegarse un tiro” replicó Bartholomew. Corrieron a la puerta delantera, rompieron la cerradura y entraron. La puerta del estudio de Tojo también estaba cerrada y nadie contestó a la demanda de Kraus de que abriesen. La abrió a puntapiés.
Tojo estaba sentado en un sillón con las piernas cruzadas. Vestía pantalones militares de trencilla y botas altas, además de una camisa deportiva blanca teñida en sangre. A su lado había una pistola de la fuerza aérea norteamericana.
Bartholomew hizo entrar a Takamatsu a la habitación y el periodista japonés se arrodilló junto al lord de la guerra, que apenas conservaba el conocimiento. Los labios de Tojo se movieron.
“Me alegro de morir”, tradujo Takaniatsu. “Quería morir a espada, pero la pistola es lo mismo... Asumo la responsabilidad de la guerra. ¡Banzai!”
Tojo no murió. Llevado a un hospital, volvió a recobrar la salud para confrontar el proceso por crímenes de guerra y el lazo de la horca.
Entrevista a MacArthur
Hugh Baillie llegó a Tokio a poco de finalizar la guerra, como también Miles W. Vaughn, quien había regresado a la zona del Pacífico casi un año antes como gerente de la UPI en el Lejano Oriente. Baillie logró convencer al general MacArthur para que le concediese una entrevista exclusiva sobre sus planes para la ocupación de Japón en la postguerra. Después, entrevistó también al emperador Hirohito y al generalísimo chino Chiang Kai-shek.
El general Macarthur encabeza la ocupación de Japón
En las siguientes semanas Baillie amplió su campaña por el libre intercambio mundial de noticias, realizando consultas con editores japoneses y conversaciones con los funcionarios de ocupación, quienes recibían el asesoramiento de las autoridades de las asociaciones de prensa norteamericanas sobre la manera de sustituir el monopolio de la agencia japonesa Domei durante la guerra. Antes del conflicto, los diarios nipones publicaban muchas ediciones por día, pero cuando finalizó habían quedado reducidos a una sola edición diaria de dos páginas.
Sin embargo, en el período de postguerra revivieron muy rápido y, casi inmediatamente, la United Press reanudó el noticioso especial para los diarios Mainichi. Poco después inició otro resumen mundial para el Servicio Noticioso Kyodo, cooperativa de reciente creación destinada a reemplazar a Domei. A esto siguieron servicios generales y especiales para casi todos los diarios y radioemisoras, reanudándose también las operaciones en Birmania, Ceilán, Malaya, Tailandia, Hong Kong, Indonesia, Indochina, Corea y la costa de la China.
La demanda de servicio fue tan grande en ciertas regiones del Pacífico, que se decía que muchas veces Vaughn habilitaba una nueva oficina de la United Press alquilando un rancho de paja, extrayendo un radiorreceptor de su valija, tendiendo una antena entre dos palmeras y anunciando que estaba listo para firmar contratos por dos años con todos los que quisieran.
Si bien esta versión fue un tanto exagerada, era verdad que varias oficinas -Manila, por ejemplo- empezaron a trabajar con los magros equipos que se pudieron comprar, tomar prestados o trocar, y que en muchos casos el servicio se reanudó antes de que el humo de la batalla se hubiese disipado del todo.
En Shanghai, Walter Rundle logró que el Ejército le cediese un viejo receptor de radio, compró un par de vetustas máquinas de escribir y un mimeógrafo de segunda mano, y habilitó una oficina en el único sitio que pudo conseguir: un apartamiento de tres habitaciones en el tercer piso de un edificio sin ascensor. Lo importante era que captaba las transmisiones de la United Press desde Manila y Nueva York, y que contó con un cuerpo de traductores capaces de pasar los despachos con un estilete a un esténcil de mimeógrafo para su uso por los diarios chinos.
Hubo problemas al por mayor, por supuesto. Los contratos de Rundle con los diarios de Shanghai debían abonarse en dólares norteamericanos, pero la inflación de la moneda china era desenfrenada y, cada pocas semanas, hubo que reformar los contratos. Además, tuvo que ir aumentando el sueldo en dinero chino a unas dos docenas de mensajeros que entregaban los comunicados a los diarios. Eventualmente los mensajeros se declaraban en huelga reclamando una paga mayor todavía, para lo que empapelaron Shanghai con carteles denunciando a Rundle en particular y a la United Press en general. Mientras tanto, los huelguistas vivían en la azotea del apartamiento-oficina de Rundle, durmiendo al aire libre y preparándose ellos mismos las comidas.
Cuando Rundle comenzó a entregar los informativos en un jeep los mensajeros transigieron y volvieron al trabajo, pero insistieron en que en el pasillo que daba a la oficina merodeaba el espíritu de una muchacha china que había sido muerta por un soldado japonés.
“De la única manera que se puede espantar al espíritu es con cohetes”, dijo el portavoz de los mensajeros.
Al negarse Rundle a comprarles los cohetes amenazaron con volver a la huelga y, por último, tuvo que dárselos. Los mensajeros hicieron la ceremonia de espantar el espíritu y volvieron a trabajar.
En la cuenta de gastos enviada por Rundle a Nueva York figuraba esto:
“COHETES PARA EXORCIZAR ESPÍRITU. . . . . . . . . . . . . . 20”
(*) Autor del libro “Hora de cierre a cada minuto”, la historia de la desaparecida agencia de noticias estadounidense United Press International, UPI. El texto de esta serie de artículos fue editado por Manuel Salazar Salvo, redactor de INTERFERENCIA y ex corresponsal en Chile de UPI durante la dictadura militar.
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