Glória no es una mujer ni tampoco un concepto. Es un lugar, o más bien la forma abreviada de referirse a él. Glória de Ribatejo no era un lugar importante, sino uno de los muchos pueblos pequeños al interior de Lisboa que –en plena década de los 60– aún tenían habitantes lo suficientemente pobres y enclaustrados que no conocían el mar. Además de otros habitantes, igualmente pobres y enclaustrados, que debían atravesarlo obligados para impedir la independencia de lugares lejanos como Guinea, Angola y Mozambique.
Sin embargo, Glória de Ribatejo –o simplemente Glória– se volvió importante cuando el régimen fascista de Oliveira Salazar permitió que el gobierno estadounidense instalara en 1951 un complejo llamado RARET (Radio American Retransmission), consistente en una red de antenas para la difusión de propaganda al otro lado de la cortina de hierro. Otro más de los campos de batalla de la entonces omnipresente Guerra Fría. Todo esto efectivamente ocurrió.
En lo relativo a la serie que nos ocupa, esta transcurre en 1968 y comienza con el primer día en RARET de un ingeniero recientemente reclutado. Joao Vidal (Miguel Nunes) llega a Glória y a RARET con un semblante adusto, producto de diversos pesos que caen sobre su espalda. El peso de ser hijo de un ministro influyente en el retrógrado régimen portugués; el peso de ser un veterano de las guerras coloniales y de saber que estas no tienen ningún sentido; el peso de tener que averiguar sobre el paradero y el destino de una amiga que trabajaba en RARET; y el peso de tener que lidiar con todo eso siendo un agente de la KGB. Comunista como Lenin; comunista como Kim Philby y los cinco de Cambridge.
Todo esto se nos presenta con cierta parsimonia a lo largo del primer episodio, el que también muestra las credenciales en cuanto a estándar de producción –bastante alto, es la primera producción portuguesa para Netflix– y en cuanto a capacidad narrativa audiovisual. La imagen limpia y de colores nítidos, pero sin el colorinche con que a veces se pinta a esa década, se acompaña de cenitales pausados y dispuestos para que la serie respire de su propia complejidad.
Complejidad de trama, o de tramas. Complejidad de las relaciones entre el Este, un EE. UU. que apoya la descolonización, y su aliada Portugal que la resiste. Complejidad de la fauna que habita el vigilado complejo de RARET, donde viven sus funcionarios estadounidenses y portugueses, y el pueblo vecino de Glória.
En realidad son dos faunas distintas, vinculadas por la tensión y cierta desconfianza, pero que están obligadas a convivir y tolerarse mientras Joao navega por una y por la otra buscando información, aliados circunstanciales o simplemente el solaz de los mujeriegos.
Porque Glória no es ajena al influjo del mito de Bond, ni a la coincidencia de que la Guerra Fría se dio en un periodo de masificación del uso de la píldora y de una mayor libertad sexual para las mujeres. Que Bond supo aprovechar, y Joao también. La diferencia –además de la ideología, claro está– es que nuestro espía portugués no es una figura hiperactiva que se desliza de un continente a otro como si el mundo fuera su patio, sino un topo más bien opaco y opacado por problemas de conciencia y de amadas perdidas, como los héroes de Graham Greene o John Le Carré.
“Las mujeres serán tu perdición”, le advierte Alexandre (Adriano Luz) –su nexo y superior en la KGB– a un Joao que a veces parece dejar caer alguna de las pelotas de su acto de malabarismo, el que se complica aún más cuando su padre lo recluta para que sea informante del PIDE, la policía política del régimen fascista portugués.
Triple agente. Es demasiado. Demasiado para el protagonista y demasiado también para una audiencia acostumbrada a historias y personajes más lineales, lo que sabiamente es comprendido por los creadores de la serie, matizando el laberinto de identidades y lealtades de Joao con tramas paralelas –desigualmente interesantes, eso sí– que sin embargo tienen una clara función en el desenlace de todo esto.
Con un poco de Bond y otro poco de George Smiley, la receta se completa con Walter White, el improbable narco de Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008-2013). El acto de malabarismo de Joao se complica y la serie poco a poco empieza a comportarse como un cerco que se cierra lentamente en torno a su protagonista, basando buena parte de su suspenso y su interés en el cuándo… cuándo ocurrirá su inevitable caída y captura.
Con esa dinámica marcando el ritmo de la trama, la serie se toma el tiempo de hacer digresiones interesantes, como la relativa a James (Matt Rippy), el director estadounidense de RARET, y su esposa Anne (Stephanie Vogt). Nadie sabe que ella es una agente de la CIA y, en la práctica, jefa de su marido, con el cual tiene una obvia complicidad profesional y personal, mas duermen en piezas separadas. Como si quisieran evitar que un plano interfiera con el otro.
Y claramente es imposible. El “factor humano” que le llamó Greene, y uno de los grandes tópicos de la obra de Le Carré, aparece acá como una constante en el aparentemente errático comportamiento de Joao. Convencido espía comunista que a la vez las hace de detective, y desde el principio entendemos que su investigación sobre la desaparición de su amiga es tanto un deber con la KGB como un asunto sentimental, y que tarde o temprano un elemento primará sobre el otro. Y que eso hará una diferencia.
El desconcertante final del décimo episodio parece tener que ver con lo anterior, y la vez parece indicar que no se trata del final de la serie sino de una primera temporada. Y que la segunda no solo cumplirá con el deber de contar qué pasará sino también de explicar qué ocurrió, y que no vimos.
Esta temporada de Glória, entonces, puede entenderse como una cáscara bastante pulida y bien hecha (con una que otra fisura, eso sí), cuyo contenido está por develarse en otra tanda de episodios que debería avanzar hacia adelante, hacia atrás y hacia dentro.
Que así sea.
Acerca de
Título: Glória
País: Portugal
Exhibición: Una temporada de diez episodios (2021)
Creada por: Pedro Lopes
Se puede ver en: Netflix
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