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Jueves, 21 de Agosto de 2025
Efemérides del patriminio

Un Barrio autosuficiente, extracto del libro Barrio Matta-Portugal Voces de la ciudad

Miguel Lawner

A continuación, Interferencia comparte un capítulo del libro Barrio Matta-Portugal, del arquitecto, ex director de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) durante la Unidad Popular y activista por los derechos humanos, Miguel Lawner. Aquí cuenta cómo era la vida de barrio en los alrededor de Av.Matta durante la década de los 30's y hasta los 50's del siglo pasado, en un Chile donde emergía la clase media y donde pobres y ricos compartían en los espacios públicos de la ciudad.

En el barrio había de todo: almacenes, emporios, paqueterías, panaderías, boticas, peluquerías, ferreterías, cines, escuelas, consultas de médicos y dentistas, sastrerías, talleres fotográficos, zapateros remendones, cerrajeros, canchas deportivas, juegos infantiles, incluso un establo, que existió hasta el año 1940 en calle Santa Elena, a dos cuadras de Avenida Matta, adonde acudía mi padre los días domingos a fin de comprar leche al pie de la vaca.

En la esquina surponiente de Matta y Portugal, aún se alza el bello Portal Eliseo del Campo, proyectado en la década del veinte por el talentoso arquitecto Ricardo Larraín Bravo.

Las diversas actividades comerciales estaban compartimentadas según el origen étnico. Los españoles eran dueños de ferreterías o barracas de madera; los turcos, como llamábamos a los paisanos de la colonia sirio-palestina, dominaban en el mundo variado de las paqueterías; los judíos, las sastrerías; y los “bachichas” italianos eran propietarios de emporios o almacenes. La mayoría vivía y trabajaba en el mismo lugar.

En la esquina surponiente de Matta y Portugal, aún se alza el bello Portal Eliseo del Campo, proyectado en la década del veinte por el talentoso arquitecto Ricardo Larraín Bravo. Es un edificio de dos pisos con una galería cubierta mediante arcadas en todo su frente hacia Avenida Matta, sirviendo de zaguán al comercio y a las viviendas localizadas en la planta alta.

En este portal existía la bien provista Ferretería La Sin Rival, propiedad de los hermanos Trueba, que nos deslumbraba por la variedad de utensilios, herramientas y la multiplicidad de artículos expuestos.

En la esquina norponiente abría sus cortinas al alba el almacén de los Simonetti, donde nos abastecíamos de todas las vituallas necesarias para la cocina, y que para mí era el paraíso de las galletas de champán o las pastillas de anís, que corría a comprar cuando la abuela o mis padres me pasaban una “chaucha”.

El comercio no era anónimo como en general sucede hoy día. Don Giuseppe y su señora atendían el negocio personalmente, y conocían a la mayoría de los “caseros”. A pesar del clásico letrero anunciando “Hoy no se fía, mañana sí”, el napolitano sacaba de su cajón, debajo del mostrador, una libreta gastada donde figuraba el rol de los clientes probados a quienes favorecía con un crédito hasta la próxima paga.

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Portal Eliseo del Campo.
Portal Eliseo del Campo.

Junto al emporio estaba la Botica Atenas, propiedad del perdulario Gastón Figueroa, pájaro de malas pulgas a quien uno de sus cuñados había cargado con tal apodo. Yo era un cliente asiduo del establecimiento, enviado por mi padre a adquirir las reputadas cafiaspirinas Bayer, de las cuales consumía cinco o seis tabletas diarias para prevenir cualquier tipo de malestar.

Unas casas más al sur de la nuestra, en calle Portugal, vivía don Justo Pascual, dueño de la barraca de madera Villanueva, establecimiento situado en la Avenida Matta próximo a Santa Elena, y que por entonces aparecía bajo la sigla comercial Justo Pascual e hijos. La barraca nos proveía el aserrín necesario para rellenar nuestras pelotas de trapo, cuando escaseaban retazos de géneros, calcetines o vendas, claramente más apreciados para fabricar los balones utilizados en nuestras pichangas.

Más abajo, por la acera norte de Avenida Matta casi esquina de Madrid, estaba la peluquería Gallardo, principal centro de intercambio de chismes y de pelambres políticos y deportivos.

Frente a nosotros existía un modesto boliche para la venta de pan amasado, picarones y sopaipillas de manufactura casera, confeccionadas por la incansable señora Matamala, vecina que trabajaba desde el alba hasta la medianoche. Las delicias podían consumirse allí mismo, acompañadas por un tazón de té con malicia o por una caña de vino. En el verano, el brebaje ideal era un buen potrillo de mote con huesillos.

El recinto era de quincha, malamente iluminado por un estrecho boquerón que hacía de ventana, con los muros y cielos carbonizados por la humareda desprendida del horno de barro donde se preparaban los manjares. Los parroquianos nos sentábamos en un par de mesas y bancos confeccionados con rústicos tablones de madera, grasientos con el tiempo y débilmente alumbrados por la única ampolleta que colgaba de las planchas de zinc que servían de cielo y techo.

Más abajo, por la acera norte de Avenida Matta casi esquina de Madrid, estaba la peluquería Gallardo, principal centro de intercambio de chismes y de pelambres políticos y deportivos. Mi padre concurría invariablemente a cortarse el pelo todos los días sábados por la tarde, al regreso del trabajo. Yo lo acompañaba y me entretenía escuchando las novedades respecto a negocios, enfermedades, noviazgos, rompimientos o pololeos de empleadas domésticas con carabineros. También se pasaba revista a los que políticos que habían frecuentado el prostíbulo, y casi invariablemente concluíamos añadiendo leña a las maldiciones proferidas contra los equipos deportivos del barrio, vapuleados por los tradicionales adversarios de barrios vecinos. 

En la acera poniente de Portugal, próximo a la calle Coquimbo, estaba la casa y consulta de los hermanos Wood. Juan, médico ginecólogo, y Roland, dentista. Como típico médico de barrio, Juan Wood atendía en esos años a Pedro, Juan y Diego. El hermoso patio central de su casa ejercía como sala de espera.  Era un recinto cubierto con vidriería, finamente embaldosado, con pila de agua al centro y con un gran número de plantas de interior emergiendo de tinajas o toneles de madera.

Allí se congregaba todo el abanico de vecinos residentes en el barrio, desde los empleados de don Giuseppe luciendo sus guardapolvos de osnaburgo, hasta el suplementero de la esquina, o las elegantes hermanas Acevedo. La consulta del doctor estaba dotada como una pequeña clínica, apta para atender emergencias, de frecuente ocurrencia. En las tardes, podía verse al doctor caminando por las calles con su gastado maletín de cuero, atendiendo a domicilio alguna llamada urgente o visitando a pacientes en estado de recuperación.

El centro de las actividades sociales del barrio era el Club Deportivo Atenas, situado en la esquina de Santa Elvira con San Luis de Francia, que contaba con algunas salas de reuniones, además de una cancha de básquetbol descubierta. Con el tiempo, logramos construir unas modestas graderías.

Mientras el doctor Wood permaneció en el barrio, nadie podía sentirse desamparado respecto a su salud, tuviera o no dinero para pagar la consulta, porque la falta de billetes no era obstáculo para recibir la misma atención que el doctor prodigaba a todos sus pacientes. Terminó su carrera como profesor jefe del Departamento de Obstetricia en el Hospital José Joaquín Aguirre, dependiente d ela Universidad de Chile.

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Sinagoga en Av. Matta.
Sinagoga en Av. Matta.

Este émulo del doctor Arrowsmith, personaje inolvidable como médico del pueblo en una novela de Sinclair Lewis que devoramos por esos años, fue para nuestra familia un venerable santo. Ocurre que mi madre no podía embarazarse, y gracias al tratamiento aplicado por el doctor Wood logró darnos a luz a mi hermana y a mí.

A partir de entonces, la familia recurrió a él para un barrido o un fregado, tratárase de dolencias del estómago, de la columna o del corazón. Mi madre no olvidó jamás la ejemplar atención profesional recibida del doctor Wood, y hasta el día de su muerte envió a su domicilio un par de sus afamados leikej (queques de miel o de nueces), con ocasión del onomástico de su esposa, la señora Rosita.

¡Cómo añoramos hoy día a estos médicos de antaño, fieles al juramento de Hipócrates, en contraste con la despiadada conducta mercantil predominante en nuestro actual sistema de salud!

La casa del doctor Wood se conserva en pie. La hermosa vidriera cenital ha sido reemplazada por un cielo de madera, oscureciendo el patio central. La camilla y los instrumentos quirúrgicos han desaparecido, y su lugar lo ocupan algunas impresoras offset del taller gráfico instalado en el lugar.

El centro de las actividades sociales del barrio era el Club Deportivo Atenas, situado en la esquina de Santa Elvira con San Luis de Francia, que contaba con algunas salas de reuniones, además de una cancha de básquetbol descubierta. Con el tiempo, logramos construir unas modestas graderías y colgamos faroles desde unos cables de acero, lo cual permitió utilizar la cancha para promover bailes nocturnos o para las llamadas kermesses. Allí iniciamos nuestra práctica de básquetbol en la tercera infantil, a la espera de integrar el primer equipo, donde descollaba nuestro ídolo, el Muñeco Muñoz, notable en el dribling e insuperable encestando las bandejas cuando se filtraba veloz hasta el arco contrario.

Fue aquí, en este teatro, donde vimos asombrados nuestra primera película. El cine era la principal adicción de niños y jóvenes en los tiempos anteriores a la televisión. Nadie se perdía las seriales que semana a semana nos hacían vibrar con el jovencito.

Otro lugar de encuentro era el Teatro Atenas, ubicado en la acera poniente de Portugal, a pocos metros de Avenida Matta. El teatro debe de haberse construido a fines del siglo XIX, y lo recuerdo como muy venido a menos ya a mediados de los años treinta. Sus butacas eran de “palo”, bastante inconfortables, a lo cual se añadía el escozor provocado por las embestidas de las pulgas, atacando furiosas a los resignados espectadores. La cortina que cerraba el escenario estaba muy raída, con sus colores desvanecidos, luciendo al centro un monograbado al mejor estilo Art Nouveau. La platea carecía de pendiente, dificultando la visión del escenario, y las hileras de asientos eran removibles para permitir el desarrollo de otros eventos, especialmente peleas de boxeo.

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Matta en 1970.
Matta en 1970.

Fue aquí, en este teatro, donde vimos asombrados nuestra primera película. El cine era la principal adicción de niños y jóvenes en los tiempos anteriores a la televisión. Nadie se perdía las seriales que semana a semana nos hacían vibrar con el jovencito, protagonista rápido de manos al empuñar las armas, o para galopar a caballo tras el rescate de la jovencita, atrapada por bandidos perversos, a punto de despeñarse en un precipicio, o de ser arrollada al paso de un tren desbocado.

El Teatro Atenas alcanzó su esplendor a fines de la década del treinta, cuando acogió la pelea entre dos notables pesos welter chilenos: Antonio Fernández, llamado Fernandito, el eximio, y Raúl Carabantes, el estilista valdiviano. El encuentro fue uno de los varios que sostuvieron estos caballeros en el ring, ambos de técnica depurada, y que destacaron en los cuadriláteros de América durante mucho tiempo.

Por esos mismos años, se inauguró el imponente Teatro Portugal, en Diez de Julio esquina Portugal, con tres amplias localidades: platea, balcón y galería, y cabida para dos mil espectadores. La inauguración del Portugal precipitó la muerte del Teatro Atenas, que sobrevivió todavía algunos años repitiendo una y otra vez copias gastadas de las películas de Tarzán o sirviendo de escenario de penosos combates de boxeo de barrio, donde púgiles carentes de técnica se golpeaban sin piedad por un par de monedas. Finalmente, el Teatro Atenas cerró sus puertas y fue demolido por los años cincuenta.

Los matinés en el Portugal pasaron a ser un programa dominical obligado. Allí recuerdo haberme fascinado con las películas a color de Walt Disney: Blanca Nieves y los siete enanitos, Pinocho y más tarde Fantasía, una cinta notable que ilustra algunos trozos de música clásica interpretados por la Orquesta Filarmónica de Nueva York bajo la conducción del maestro Leopoldo Stokowsky. Entre otros, recuerdo la Tocata y Fuga de Bach, con sus dinámicos juegos de color;  Una noche en el monte Calvo, de Mussorgsky, con la dramática escena de unas bestias arrastrándose desesperadas en un desierto tan árido como infinito; y la tierna Sinfonía Pastoral de Beethoven, con pajaritos y animales desbordantes de alegría celebrando en el bosque el fin de la tempestad.

Las matinés dominicales del Teatro Avenida Matta solían contar con numerosa asistencia de cadetes, para quienes el establecimiento era una suerte de bastión propio. Esta circunstancia nos hacía rehuirlo, además debido a los celos que nos causaba el indisimulado interés de las cabras del vecindario.

Habíamos llegado a la adolescencia y la patota del barrio se concertaba para concurrir al Portugal, aprovechando de cortejar a las chiquillas, que también asistían en piño. En los intermedios, disimulaban su admiración al vernos pitar un pestilente cigarrillo Baracoa.

A pesar de su solidez y confort, el Portugal tuvo una vida más efímera que el Atenas, ya que, como todos los cines de barrios populares, terminó sucumbiendo en la década de los ochentas ante la introducción masiva de la televisión. Despojado de butacas y de otros accesorios, sirvió unos años como depósito de perfiles de acero o aluminio, función asignada a la mayoría de cines de barrio desguazados, porque su gran altura interior los hace apropiados para este insólito destino mercantil, después de haber nutrido las fantasías de varias generaciones de niños y jóvenes chilenos. Finalmente, fue demolido unos diez años atrás, conservando solamente el muro de su fachada, hacia la calle Diez de Julio.

Como el barrio no se quedaba corto en materia de cines, todavía teníamos a la mano el Teatro Avenida Matta, ubicado en la acera sur de la cuadra del 600, vecino a la sinagoga ya citada.

Las matinés dominicales del Avenida Matta solían contar con numerosa asistencia de cadetes, para quienes el establecimiento era una suerte de bastión propio. Esta circunstancia nos hacía rehuirlo, además debido a los celos que nos causaba el indisimulado interés de las cabras del vecindario por coquetear con los uniformados. Para la patota del barrio, esta conducta resultaba incomprensible, dado nuestro tajante juicio respecto al bajo C.I. de los cadetes.

El Avenida Matta siguió el infortunado destino de los restantes cines del barrio; cerró sus puertas en algún momento de los años sesenta, permaneció con la cortina abajo durante un tiempo, para reabrir transitoriamente como depósito de placas de madera.

Sólo para ocasiones muy especiales íbamos al centro, normalmente a la tienda Gath y Chávez, situada en la esquina de Estado con Huérfanos, donde aprovechábamos de tomar las famosas onces animadas por una pareja de payasos.

Los romances encendidos de Clark Gable con Ava Gardner, que iluminaron las pantallas de ese amable cine durante sus años dorados, han sido sustituidos hoy día por la prédica, no menos encendida, de pastores evangélicos que lo adquirieron para convertirlo en un templo al servicio de su fe.Enhorabuena. Al menos se salvó de la picota por esta vía espiritual, y actualmente luce orgulloso una fachada cuidadosamente maquillada, en fraternal convivencia acuménica con su sinagoga vecina.

El barrio Matta-Portugal era, en resumen, un barrio autosuficiente en el consumo, en la educación, en el esparcimiento y en los servicios, y todo a distancias peatonales. Sólo para ocasiones muy especiales íbamos al centro, normalmente a la tienda Gath y Chávez, situada en la esquina de Estado con Huérfanos, donde aprovechábamos de tomar las famosas onces animadas por una pareja de payasos. En otras ocasiones, íbamos al Teatro Central con motivo de eventos tan excepcionales como un concierto del violinista Jehudi Menuhi, o un recital del afamado tenor italiano Tito Schippa, favorito de mi padre. 

Demás está subrayar los beneficios emanados de la posibilidad de satisfacer las necesidades básicas de la población en sus lugares de residencia. Mencionemos solamente el transporte público, altamente congestionado hoy en día, dada la multiplicidad de viajes originados por la dispersión de las redes de consumo, , el trabajo, la educación o el ocio.

Este sábado 28 y domingo 29, diversas organizaciones circenses y de vecinos realizarán rutas patrimoniales en el barrio Matta, en el contexto de la celebración del Día del Patrimonio.

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