Hace algunas semanas, a propósito de la búsqueda de un estilo de juego para la Selección, me permití observar que antes de elegir modalidades debe resolverse un escollo básico: la flojera.
Este estremecedor triunfo sobre Colombia no hace más que confirmar lo señalado entonces.
Todos y cada uno de quienes vistieron la camiseta roja en esta noche maravillosa demostraron, en el ejercicio de un fútbol eficaz y hermoso, que son buenos jugadores de fútbol. Si alguien hubiese dicho en el último tiempo (como suele repetirlo el aficionado y más de algún comentarista), “es que somos malos”, habría recibido esta noche una negativa contundente.
¿En qué quedamos, entonces? ¿Somos “buenos” o “malos”, según se viene preguntando tan dramática como majaderamente el chileno desde hace casi un siglo? Somos todo lo buenos o malos que queramos ser. Esa es la respuesta.
¿Y cómo funciona el mecanismo de esta aparente contradicción?
De manera muy simple. El futbolista chileno (precisamente porque es chileno), se motiva en el interés por “demostrar” lo bueno que es. No disfruta tanto en el ejercicio de su afición, como mostrándoselo a los demás.
De manera muy simple. El futbolista chileno (precisamente porque es chileno), se motiva en el interés por “demostrar” lo bueno que es. No disfruta tanto en el ejercicio de su afición, como mostrándoselo a los demás.
Y esa motivación tiene una dinámica peligrosa para el desarrollo. Porque una vez que el jugador “demostró” sus virtudes, y ese es su motivo básico, ¿por qué tendría que hacerlo de nuevo? ¿Acaso no quedó ya “demostrado”? ¿Ha observado usted en las entrevistas periodísticas la frecuencia con que se repite esta reflexión: “Yo no tengo que demostrarle nada a nadie?”. Es, efectivamente, un asunto central de nuestro desarrollo. No importa tanto hacerlo bien, como que los demás sepan que lo hago bien.
Esto se observa ya en la escuela. Se puede captar en el gesto de secreta alegría del padre que escucha a la profesora decirle: “su hijo es muy inteligente, es de los más inteligentes, pero no se aplica. Cada vez que estudia se saca un siete. Imagínese lo que sería si siempre estudiara”. El papá lo cuenta a sus amigos, con indisimulado orgullo, y le repite al hijo las palabras de la maestra (ocultando su profunda alegría tras un fingido enojo), y reciclando así para siempre los esquemas del subdesarrollo.
Sabemos, desde el mismo tiempo de la escuela, que lo aceptado como meritorio es sacarse buenas notas no haber estudiado.
Estudiar y obtener buenas notas es presumible, lógico, aburrido. No hay que ser inteligente para eso. La “gracia”, lo “encachado”, es llegar a las pruebas sin siquiera haber visto las materias. Es lo que sancionamos socialmente como meritorio.
Ahí radica este eterno tema de “la irregularidad del fútbol chileno”. Es prisionero de “la lógica de las demostraciones”. Si mi objetivo es demostrar que soy bueno, no tengo porqué hacerlo a cada rato, todas las semanas.
Es así de simple. Y a este equipo que goleó a Colombia no hay porqué pedirle en el futuro menos de lo que hizo esta noche.
Tomado de la revista Don Balón, julio de 1997
(*) Periodista de la Universidad Católica, 78 años, Premio Nacional de Periodismo Deportivo (1993). Ha trabajado en los principales medios de comunicación del país. Autor de siete libros. Fue uno de los renovadores e impulsores de la revista Estadio a mediados de los años 70.
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