La tragicómica metáfora de los alienígenas del estallido social se repitió el domingo en el plebiscito de salida para una nueva Constitución. Así como la ex primera dama Cecilia Morel vio a extraterrestres en la irrupción del malestar de aquel octubre de 2019, los líderes de la opción del Apruebo se estrellaron de bruces con cuatro millones de seres extraños, que parecieron venir de otro planeta.
La perplejidad de Morel expresada en aquel audio grabado a sus amigas la noche del estallido se convirtió en un ícono del encapsulamiento del establishment de la derecha. “Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, y no tenemos las herramientas para combatirla”, espetó desde La Moneda. Un lamento tan elocuente como las descalificaciones al “pueblo ignorante” que circularon por las redes sociales de los derrotados del domingo.
Ni los “fachos pobres” ni el “maximalismo” de los convencionales explican una brecha de 24 puntos porcentuales entre el Apruebo y el Rechazo. Culpar al pueblo y a los convencionales, que siguieron las normas marcadas por la clase política, es una frivolidad que rehúye la envergadura del fenómeno del pasado domingo. Una purga para eludir las propias responsabilidades.
Chile jamás fue la isla de la fantasía que enorgullecía a la derecha, pero tampoco es un pueblo que después de 40 años de neoliberalismo pueda desprenderse de la noche a la mañana de eso que el filósofo Michael Sandel llamó “la tiranía del mérito”.
Si hay algo común entre las movilizaciones de octubre de 2019 y la obligación de votar en septiembre de 2022 es que ambos procesos defraudaron las expectativas de dos tipos de elites igualmente desconectadas; la derecha quedó estupefacta por la traición popular a su sueño del oasis y, la centroizquierda no logró entender el portazo que le dieron a un estado social, en un ciclo que ahora es de miedo y no de esperanza.
Chile jamás fue la isla de la fantasía que enorgullecía a la derecha, pero tampoco es un pueblo que después de 40 años de neoliberalismo pueda desprenderse de la noche a la mañana de eso que el filósofo Michael Sandel llamó “la tiranía del mérito”. De hecho, lo primero que salvó a los sectores vulnerables durante la pandemia fue la sucesión de retiros de sus ahorros individuales, un epítome del “sálvate con tus propias uñas”, tan propio de la Constitución del 80.
Los abstencionistas redomados que esquivaron las urnas durante dos décadas de inscripción voluntaria en los registros electorales, y otros diez años inscritos pero sin obligatoriedad de votar, son justamente los más postergados del Chile profundo.
Un estudio de Data Voz, la UDP y la Fundación Friedrich Ebert concluye que “usar el voto obligatorio de manera intermitente genera significativas distorsiones de representación democrática”. La investigación se basa en un sondeo realizado pocos días antes del plebiscito y constata que el segmento que no responde a las encuestas terminó votando Rechazo el domingo. Estos nuevos electores se caracterizan por su desinterés en la política, “provienen de sectores de bajo nivel socioeconómico, no han participado en los procesos electorales anteriores y se acercan a la postura del votante medio”.
Sin embargo, en el imaginario de la centroizquierda los nuevos votantes se dibujaron erróneamente como entusiastas y esperanzados partidarios del cambio, como si en tres años desde el estallido no hubiera pasado nada. La misma ceguera que llevó a la derecha a pensar que sus gobernados eran felices consumidores en la abundancia y que el malestar era un invento de la izquierda.
En el contexto de una crisis de seguridad e inflación, guerra y pandemia mediante, la idea abstracta de plurinacionalidad no se come, los derechos de la naturaleza no ahuyentan al narcotráfico.
El proceso constituyente fracasó porque las reglas del juego cambiaron en el camino. Partió con el estallido y la épica de la igualdad. Siguió con las ollas comunes de la pandemia, que reforzaron el ánimo societal de transformaciones. Luego, las elecciones de convencionales se hicieron en medio de esa recomposición del tejido social en torno a la solidaridad frente al abandono del Estado. Hubo una irrupción de jóvenes y una alta abstención de adultos mayores, esencialmente conservadores. Pero lo determinante hasta entonces fue la ausencia de las mismas personas indiferentes que siempre han delegado en otros las decisiones, porque se identifican con las opciones hegemónicas de cambio o continuidad, según el ciclo político del momento.
Una de la paradojas del fallido proceso constituyente es la alta probabilidad de que las futuras constituciones del mundo incorporen los mismos conceptos que plasmó la Convención e imiten las normas de paridad, democracia directa y derechos indígenas que tuvo el proceso en Chile. Porque esos “expertos” que le gustan a la elite conocen bien los instrumentos jurídicos del sistema internacional y sus avances hacia los derechos humanos de tercera generación, como los derechos colectivos y los de la naturaleza. También están familiarizados con los objetivos de desarrollo sustentable de la ONU, que apuntan en la misma dirección del texto rechazado el domingo. Es decir, estos sabios no habrían hecho algo muy distinto de lo obrado por la Convención.
Pero en el contexto de una crisis de seguridad e inflación, guerra y pandemia mediante, la idea abstracta de plurinacionalidad no se come, los derechos de la naturaleza no ahuyentan al narcotráfico y las autonomías regionales no aseguran llegar a fin de mes.
Así se frustró la expectativa de saltar desde la Constitución más conservadora de Occidente a la más progresista del mundo. De pasada, se cerró la posibilidad de evolucionar desde la cuna del neoliberalismo hasta su tumba, como esperaba el presidente Gabriel Boric. Nuestro verdadero récord mundial fue sentar a Chile en el podio del único país del mundo con una propuesta constitucional formulada en una asamblea elegida, que resulta frustrada en un plebiscito de salida.
Si los rechacistas honran su palabra, tendremos un nuevo proceso constituyente con un sello marcadamente elitario y conservador. Lo que no tendremos en muchos años es una agenda de derechos sociales, porque la derecha aprovechó el vuelito de la frustración para cerrar la puerta a cualquier cambio. Una decisión peligrosa en tiempos turbulentos.
Comentarios
Como siempre muy asertiva
Como siempre; muy certera
Resultado producto del
Si buen análisis , pero los
Asertivo análisis; sin
Realmente una pena haber
Absolutamente de acuerdo con
Al igual que el 11 de
Estimados, muy lamentable
Bien Yasna, felicitaciones...
Don José, podría contarnos
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