Este reportaje fue publicado originalmente por Mongabay Latam.
Al caminar por las calles de Lebu, es normal ver mujeres en los patios de sus casas desenredando, armando y encarnando los anzuelos que llevarán los pescadores a sus faenas. Ubicada en la región del Biobío, a unos 640 kilómetros al sur de Santiago, Lebu es la caleta pesquera que más embarcaciones artesanales reúne en todo el país. La mayoría de ellas son tripuladas por hombres y casi todos los recursos pesqueros que se extraen son pescados por hombres. Aún así, lo cierto es que ninguna de esas jornadas de pesca sería posible sin las mujeres que tejen las redes y encarnan los anzuelos.
En Tubul, otra de las caletas pesqueras de la región del Biobío, la principal actividad es el buceo, que también es desarrollado principalmente por hombres. Pero allí, las mujeres procesan, desconchan, limpian mariscos, crustáceos y moluscos para luego empaquetar los productos para su distribución.
Durante años, estos oficios se mantuvieron en la informalidad. El Registro Nacional Pesquero reconocía como pescadoras solo a quienes iban al mar, invisibilizando a miles de mujeres que, sin acceso a beneficios o programas públicos, han sostenido históricamente la pesca artesanal.
Ese escenario comenzó a cambiar hace cuatro años con la promulgación de la Ley 21.370, que busca reducir la brecha de género en el sector y reconoce oficios como ahumadoras, desconchadoras, encarnadoras, fileteadoras y tejedoras.
Para que esa intención se traduzca en acciones concretas, lo primero ha sido crear un registro de las personas que se dedican a estas actividades. Hasta la fecha, se han inscrito 4138 mujeres y 1621 hombres. El cierre del registro dará paso a una institucionalidad que entregue fondos y beneficios a quienes han trabajado sin reconocimiento legal. Sin embargo, el proceso de cuatro años se ha hecho eterno para quienes han esperado toda una vida.
Marcia Castro, presidenta de la mesa de encarnadoras, plantea que solo en Lebu deben haber más de 4000 encarnadoras y que la cifra total de personas asociadas a actividades conexas debe ser el doble de las que están registradas.
“Nosotras somos las que andamos diciendo en la caleta que tenemos una ley que nos reconoce y que pone en el centro a las mujeres que fuimos invisibles por mucho tiempo, dice la dirigente de las encarnadoras. «Lamentablemente aún no sentimos que el Gobierno nos reconozca. Nadie ha venido a exponer a los pescadores que nosotras tendremos derechos como ellos”, agrega en diálogo con Mongabay Latam.
Mujeres en la pesca artesanal
Son las 10 de la mañana en el embarcadero de Lebu. En una de las mil de embarcaciones atracadas, la tripulación carga víveres y coordina movimientos para zarpar. En la ribera opuesta espera Claudia Conejeros con una camioneta cargada de sacos de hielo.
Inició su trabajo como pescadora hace 17 años. “En un mundo mayoritariamente de hombres me tocó llorar y sufrir, nadie quería llevarme. Pero mi padre tenía embarcación, mi hermano dejó de salir a pescar y tuve que unirme a la tripulación. Empecé en cubierta, acomodando cajas, luego recogiendo el espinel y sacando pescado. Poco a poco demostré que podía trabajar igual que cualquier tripulante”, recuerda.
Fue la primera pescadora de Lebu y abrió camino para que otras mujeres fueran aceptadas a bordo. “Me decían: las mujeres sirven solo para cocinar. Me tragué todos los comentarios hasta que me vieron en cubierta y cambiaron de opinión. Poco a poco han llegado más mujeres, ya somos tres las que nos hemos incorporado”.
En 2024, de las 105 311 personas inscritas en el registro pesquero, 78 083 eran hombres y 27 228 eran mujeres. Además, de las más de 860 000 toneladas descargadas ese año, 743 000 fueron extraídas por hombres y 117 000 por mujeres. Por eso, la presencia masculina en la pesca y su administración sigue siendo considerada mayoritaria. En esas cifras, sin embargo, solo se consideran a aquellas personas que, como Claudia Conejeros, van al mar.
Históricamente, el trabajo en tierra de preparar las artes de pesca, encarnar los anzuelos, descargar y ahumar el pescado fue ignorado y mal remunerado. Hoy, un marco legal considera la elaboración de un nuevo registro que incorpora a estas miles de personas, la mayoría mujeres, como trabajadoras de actividades asociadas a la pesca.
Encarnadoras de Lebu: una historia de emancipación
La reineta (Brama australis) es una de las principales especies pescadas por las embarcaciones artesanales en Lebu, su temporada se extiende de marzo a octubre y es capturada con espinel o red. En Lebu, las mujeres son expertas en preparar ambos. Beatriz Yuste, Gricelda Grando, Luisa Rodríguez y Clarita Vallejos pertenecen a la Mesa de Encarnadoras, que agrupa a 400 mujeres organizadas en seis sindicatos.
Cada espinel tiene entre 800 y 1000 anzuelos amarrados, cada uno en una línea de nailon que se conecta a una perpendicular del mismo material. “Los espineles cuando llegan usados de la mar se lavan, cuelgan y encarnan con sardina, se distribuyen en una caja y quedan listos para la pesca”, explica Patricia Reyes, encarnadora de la caleta de Lebu.
Hasta hace cuatro años, los dueños de embarcaciones pagaban 4000 pesos (unos 4 dólares) por un espinel armado en una caja lista para lanzar al mar y si no había pesca no pagaban el trabajo”, asegura Reyes.
El primer sindicato de mujeres encarnadoras se formó en 2000, cuando un armador acumuló deudas con varias mujeres y el Capitán de Puerto dispuso que quien no pagara el encarnado no obtendría su permiso de zarpe. Fue un hito para la organización femenina. Desde entonces, decenas de sindicatos se formaron a lo largo del país exigiendo reconocimiento a las labores relacionadas con la pesca, condiciones dignas de trabajo y previsión para la vejez, dado que el oficio de encarnar deja una huella física en las mujeres.
“Cuando uno termina sus días, las manos no sirven ni para servirse una taza de té”, dice Gricelda Grando. “La mayoría de las encarnadoras tiene artritis, varices en las piernas por las horas que pasamos de pie e intensos dolores de espalda producto de la postura corporal que adoptamos mientras trabajamos. A eso hay que agregar el frío del patio donde permanecemos largas horas. Sin previsión no hay esperanza de atenderse, por el contrario, seguimos trasnochando gran parte de la temporada porque los pedidos son urgentes y el trabajo escasea”, agrega.
Pero el verdadero cambio vino tras la pandemia por el Covid-19.
“Como el Gobierno en ese tiempo entregó bonos en dinero nadie quería trabajar y los pescadores no sabían a quién recurrir. ¡Ahí se puso bueno!”, cuentan las mujeres que sacan cigarros y sirven té. “Las que quedaron trabajando subieron el precio de la caja y quienes requerían encarnar debían llevar las cajas a la casa de la encarnadora, un lujo si pensamos que antes de la pandemia teníamos que transportar en carretilla las cajas hasta el puerto o la casa del vecino dueño de la embarcación. Hasta ese momento se pagaba 4000 pesos por caja (unos 4 dólares), pero eso subió a 25 000 pesos (unos 25 dólares)”.
Tubul: desconchadoras y carapacheras
Paradójicamente, el tsunami que afectó a la región del Biobío en 2010 también marcó un hito para los liderazgos femeninos en Tubul, una caleta de pescadores que se encuentra a 60 kilómetros al norte de Lebu.
Allí, Karen Cisterna ejerce dos de las actividades conexas típicas de esta zona: es desconchadora y carapachera, es decir, se dedica a sacar los mariscos de la concha y extraer el producto marino del interior de los crustáceos y moluscos para su procesamiento y comercialización.
Recuerda que el agua cubrió todo el pueblo. “No se salvó nada, quedamos viviendo en el cerro en aldeas, con casas de emergencia, sin electricidad y sin nuestra fuente de ingresos”, cuenta. La comunidad le pidió entonces que liderara el proceso de buscar soluciones habitacionales para 47 familias.
Lograr con éxito la tarea enmendada le permitió a Karen Cisterna ganar espacio entre los hombres. Hoy es presidenta de un sindicato y secretaria de una mesa de trabajo conformada por 100 socios que en un 90 % son hombres de la pesca artesanal. “Al principio preguntaban si yo venía a preparar el almuerzo, pero con el tiempo me han ido a buscar a la casa para que forme parte de la directiva. Es mucho desgaste, pero también un orgullo que las mujeres tengamos nuestro lugar”.
Ese lugar al que se refiere Cisterna, no solo es consecuencia de una buena labor surgida de un desastre. Desde pequeña salía al mar con su padre, quien es buzo mariscador y pescador. Esas experiencias la capacitaron como asistente de buzo, un oficio que hoy ejerce cuando su esposo va a mariscar. Ella se ocupa de que el motor del compresor y las mangueras funcionen para enviar aire al buzo que se encuentra a 10 o 15 metros de profundidad y sube a la embarcación la red con mariscos que trae su compañero desde el fondo marino.
Para ir a buscar mariscos es necesario recorrer una hora y media mar adentro hasta encontrarse con la isla Santa María, donde se ubican los arrecifes en que bucea su esposo, Lorenzo Cea. En una jornada de cinco horas bajo el mar, puede completar un pedido de 200 kilos de mariscos, 100 kilos de machuelos y 100 kilos de caracol tromulco.
Atardece en Tubul y los mariscadores regresan a tierra. En diversas casas del borde costero se hierven fondos con mariscos, los que luego son vaciados en una batea que, llena de conchas y vapor, permite que las desconchadoras hagan su trabajo: sacan toda la carne del marisco para conservarlos refrigerados antes de ser vendidos.
Por años Karen Cisterna desconchaba y empaquetaba mariscos, pero debía venderlos en el comercio informal dado que su producto no tenía un certificado sanitario para ser manufacturado. El 1° de diciembre de 2023 recibió las llaves de su planta de procesos, la que se adjudicó en una postulación al fondo otorgado por Fundación Chinquihue. El módulo que hoy se encuentra en un terreno de su familia frente al mar, cumple con las normas sanitarias de manufactura del marisco, lo que le permite vender fuera de la región e incluso fuera del país.
Registro y certificación, lo que falta para el beneficio
Tras veinte años de trabajo asociativo para lograr reconocimiento, los sindicatos agrupados en la Red Nacional de Mujeres de la Pesca Artesanal lograron visibilizar la importancia de los trabajos conexos y la precariedad de las mujeres que los ejercen. Este impulso permitió la tramitación de la Ley 21.370, que se promulgó en agosto de 2021.
La normativa creó el Instituto Nacional de Desarrollo Sustentable de la Pesca Artesanal y de la Acuicultura de Pequeña Escala (Indespa), mandatado a proporcionar capacitación, financiamiento, innovación, entre otras tareas de promoción de este sector. Sin embargo, estos beneficios se entregarán una vez que terminen las etapas de registro y certificación. ¿Cuánto dinero habrá disponible para implementarlos? Por ahora, no hay respuesta a esa pregunta. “Una vez que culminen las dos etapas [registro y certificación], tendremos claridad de los recursos para la implementación de estos nuevos instrumentos de apoyo”, explicó Leonardo Llanos Huerta, director ejecutivo del Indespa.
El Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca) declaró a Mongabay Latam que el Registro de Actividades Conexas de la Pesca Artesanal (RAC) está operativo desde marzo de 2023. A la fecha hay 5762 inscritos en todo el país, de los cuales 4138 son mujeres y 1621 son hombres”.
Las mujeres, sin embargo, aseguran que todavía son muchas las que continúan sin registrarse.
“En Lebu solo el 10 % de las encarnadoras están participando en la certificación. La organización nacional de mujeres ha promovido que se sepa que hay que inscribirse y capacitarse, pero nadie de parte del Gobierno viene a difundir el proceso”, explica Marcia Castro Martínez, presidenta de la mesa de encarnadoras de Lebu.
Hasta ahora se han desarrollado siete perfiles de actividades conexas: carapacheras y desconchadoras como Karen Cisterna; encarnadoras como Gricela Grando; ahumadoras, que como dice su nombre se encargan de ahumar el pescado; charqueadoras, que realizan el proceso de secado y salado del pescado; fileteadoras, que apoyan en la limpieza de los productos en el proceso de comercialización directa desde la embarcación al público; y las tejedoras, que realizan el armado y remiendo de las redes de la pesca artesanal.
De acuerdo con el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca) durante 2025 se terminará el Registro de Actividades Conexas (RCA) con la incorporación de tres perfile más: amarrador/a o enfardador/a de algas, que realizan el oficio de juntar, cortar y amarrar algas; carpinteras/os de ribera, que se dedican a la construcción, mantención y/o reparación de embarcaciones en madera; y preparadoras/es de colectores de semillas de mitílidos, que realizan el armado y construcción de colectores de semillas de choros o mejillones.
Paralelamente, Camila Contreras, secretaria regional ministerial de la Mujer y Equidad de Género del Biobío, dijo a Mongabay Latam que el ministerio apoyó en 2024 a más de 50 mujeres de la pesca artesanal en Lebu y Talcahuano, a través de un programa impulsado por Sernapesca y financiado por el Ministerio de la Mujer, “buscando reducir brechas de género, promoviendo la autonomía económica a través de talleres en liderazgo, asociatividad, emprendimiento y prevención de la violencia”.
Una pescadora en Lebu: rompiendo el cerco
“Cuando entro al mar me emociono porque este conocimiento viene de mis antepasados, toda mi familia es pescadora. Incluso, las primeras veces les decía que no necesitaba que me pagaran porque solo quería aprender. Cuando paso más de una semana sin entrar me desespero en tierra”, relata Claudia Conejeros.
La nave que capitanea Igor Baesa Vera zarpa de Lebu en busca de la reineta y navega 10 horas mar adentro para llegar al punto de pesca. Provistos de ecosonda y una carta satelital, el capitán posiciona la embarcación.
Conejeros toma la caja de espinel que prepararon las encarnadoras de Lebu, se aproxima a la popa del barco y lanza al mar los anzuelos que deben ir acompañados de boyas para que queden en la profundidad perfecta para seducir a los cardúmenes.
En este acto de lanzar el espinel al agua, el trabajo bien hecho de las encarnadoras es clave. “En la caleta de Lebu las encarnadoras somos rápidas, prolijas y minuciosas, porque si dejamos mal una caja, al momento de lanzar el pescador puede sufrir un accidente, es como cuando se prepara un paracaídas, puede parecer muy fácil poner un pescado en la punta de un anzuelo, pero es un arte”, dice Marcia Castro, la presidenta de la mesa de encarnadoras.
Conejeros es patrona de embarcación, así es que sabe la mecánica del barco y todo lo que respecta a las faenas que se realizan en cubierta. “Cuando la cosa se pone difícil, yo voy a la pesca y ella lleva el barco en altamar. Espero que muchas otras mujeres tomen este camino”, dice Baesa.
Para el capitán, el respeto es clave para que las mujeres puedan estar en cubierta. “Sabemos que traemos una compañera. Ella no es como el hombre que si quiere orinar se da media vuelta y listo. En cambio, cuando ella quiere ir al baño me dice y los compañeros pasan para adelante y le dejan el espacio libre”.
El trabajo de las mujeres en la pesca está comenzando a ser reconocido, no solo el de las que van al mar, sino también el de miles que en tierra preparan todo para que este oficio siga vivo.
Claudia Conejeros tiene su propia embarcación, se llama Ignacio Juanito, la matrícula es 2269 y está recalada en Lebu. Está con problemas mecánicos, pero cuando esté lista tendrá cinco tripulantes en cubierta y quiere que todas sean mujeres.
Comentarios
Añadir nuevo comentario