Una de las buenas cuentas que nos prodiga Twitter lleva por nombre Bipolardo, haciendo un obvio juego de palabras entre el apellido de Carlos Salvador Bilardo y la bipolaridad del personaje, atribuible a una supuesta falta de medicación. Sus twits son un despliegue de inteligencia, malevolencia y cinismo, extremando los (¿anti?) valores que se le atribuyen al ya retirado técnico argentino para insultar o ensalzar a personas, clubes, deportes y países enteros, como un caprichoso justiciero de la palabra que hace sonar el mallete cada vez que aprieta el botón “Twittear”.
En el cuarto y último capítulo de esta serie dedicada al “doctor” Bilardo podemos encontrar la explicación de que exista algo como Bipolardo: el técnico, después de sus grandes éxitos y algunos fracasos, ganó la batalla cultural convirtiéndose en un personaje conocido por las nuevas generaciones gracias a sus salidas pintorescas y a su histriónica omnipresencia en los medios. Un personaje distante de las estampas más bien severas de Bielsa y Menotti, sus rivales en las eternas querellas doctrinarias acerca de cómo jugar y ganar en el fútbol, las que se suelen abreviar colgando el sufijo “ismo” a los apellidos mencionados.
Porque el bilardismo existe, y esta serie se escribió y se filmó desde ahí. Desde la gratitud a Bilardo y desde la extrañeza ante un personaje que era singular antes y sigue siendo singular ahora, solo que por otras razones. Por ello no es casual que el epígrafe –con el que todo comienza– sea el testimonio de quien debería ser el próximo Bilardo, Diego Simeone, con lágrimas en los ojos contando aquella vez que su maestro le hizo entrenar una jugada particular, solo que sin pelota y sin arco, obligándolo a imaginarse el pedregoso camino a la perfección.
Salvo escasísimas y notorias excepciones, este parece un documental hecho en familia, una familia extendida que envuelve y protege al doctor en su ocaso –esta semana cumplió 84 años–, sirviendo incluso como el dulce que hace digerible el trago amargo.
Simeone es el primero de muchos cinceles que esculpen el perfil del doctor, entre los que se cuentan periodistas, colegas, ayudantes, rivales y muchos jugadores que lo acompañaron en las gestas de México 86 e Italia 90. Lo que vemos es historia viva, contada con variadas ecualizaciones de gracia, cariño y precisión, sin dejar nunca de lado la historia paralela que corrió junto con la trayectoria de Bilardo desde que asumió la selección argentina en 1982 hasta hoy: la de su familia.
La dimensión pública en el ojo del eterno huracán futbolero que es Argentina, se sostenía y a la vez antagonizaba con una vida hogareña tranquila y comprensiva de las renuncias que el doctor tuvo que hacer por el fútbol y la medicina. La mirada privada de su esposa Gloria y su hija Daniela completan el perfil, desde la resignación más que del reproche, confirmando lo esperable: alguien como Bilardo es el mismo en la cancha, en su casa, en el estudio de televisión y dondequiera que lo encuentre el testigo de turno.
La mirada pública y la mirada privada completan al personaje, pero no se hacen cargo de la particular situación política y social de su país durante su paso por la selección, ni de lo que podía significar una figura como él en ese contexto. Es una decisión legítima de los realizadores, pero huele a oportunidad perdida.
Al igual que el documental Diego Maradona (Asif Kapadia, 2019), el dedicado a Bilardo usa la sinécdoque, enfocándose en una parte lo suficientemente intensa y significativa de su vida para irradiar hacia el pasado y hacia el futuro que aún es. Hacia el todo. Esa parte es también la que da sentido a la estructura en cuatro episodios del documental, con títulos acertados y elocuentes para dar cuenta de: su problemático arribo a la selección, el Mundial de México, el Mundial de Italia… y lo que vino después.
Entre los viajes al pasado de Bilardo, destaca la semblanza de su maestro –los maestros suelen tenerlos–, el mítico D.T. de Estudiantes de La Plata, Osvaldo Zubeldía, quien revolucionó el fútbol obligando a sus jugadores a aprenderse el reglamento al dedillo para aprovecharse de todas las omisiones y ambigüedades que permitieran sacar hasta la más mínima ventaja.
Pasarle la pelota al arquero para hacer tiempo, desquiciar a los rivales con frases hirientes sobre su vida personal, pegarse alfileres en los dedos para pinchar a los rivales antes de que saltaran… el repertorio sigue, y fue desplegado generosamente por el Estudiantes campeón del mundo en 1968, con Bilardo en el mediocampo. Y ese pasado se vinculaba directamente con el infame episodio del bidón con que envenenaron al lateral brasileño Branco en los octavos de final de Italia 90.
Nada de eso se esconde, todo se muestra. Pero se muestra no desde la mala conciencia sino como otra faceta más del impulso ganador de Bilardo, en medio de bromas y silencios cazurros que envuelven esos actos eminentemente antideportivos con el colorido endulzante de las travesuras.
Con el apoyo de canciones populares de época y profusas imágenes de archivo, se construye la imagen de Bilardo como un “sabio loco” del fútbol, rodeado de la incomprensión total.
También hay voces críticas –y se agradecen–, como la de Menotti y la del reputado preparador físico Fernando Signorini, quien lanza que “Bilardo es un cagón, porque tiene un enorme pavor a la derrota”. Obviando el insulto, el temor a la derrota parece una explicación plausible de lo que se ve a lo largo de los cuatro episodios, de las mañas, de las cábalas y, sobre todo, del obsesivo y riguroso método de trabajo que volvió locos a sus jugadores por años.
Con el apoyo de canciones populares de época y profusas imágenes de archivo, se construye la imagen de Bilardo como un “sabio loco” del fútbol, rodeado de la incomprensión total, que iba desde el presidente Alfonsín, pasando por AFA, la prensa, la hinchada y hasta sus propios jugadores, los que sin embargo lo querían aunque a veces no lo entendieran.
Tal vez el momento definitivo de este documental, el que prolongará y vigorizará el mito hacia el futuro, tiene que ver con eso. Ya en México, antes de empezar el mundial, el equipo va a una especie de fiesta familiar en la casa de un argentino residente en el D.F. Durante el encuentro, Bilardo asesina una cumbia con sus movimientos –el registro está–, lo que despierta en los jugadores una extraña identificación con él y con el equipo: “el equipo del narigón”.
Entonces, el mito forjado a partir del documental, es que lo que no pudo lograr Bilardo con su meticulosidad y obsesión por el control, lo logró el día que bajó la guardia y se mostró ante sus jugadores –probablemente sin quererlo– como el gran tipo que era y que es. Y ahí empezó el camino triunfal.
Salvo escasísimas y notorias excepciones, este parece un documental hecho en familia, una familia extendida que envuelve y protege al doctor en su ocaso –esta semana cumplió 84 años–, sirviendo incluso como el dulce que hace digerible el trago amargo. Dice el mito, otro más, que a través de este documental el doctor Bilardo se enteró de que Diego Armando Maradona –su mayor creación e hijo varón que nunca tuvo– abandonó el mundo de los vivos. Dice el mito, que el doctor del fútbol bajó la cabeza.
Acerca de…
Título: Bilardo, el doctor del fútbol (2022)
Nacionalidad: Argentina
Dirigido por: Ariel Rotter
Duración: Cuatro episodios de 55 minutos aprox.
Se puede ver en: HBOMax
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