Partamos por los hechos.
El diario es dirigido desde 2001 por Agustín J. Edwards del Río (68), primogénito de don Agustín V, quien llegó a trabajar a LUN en 1996, a apenas dos años de la inauguración de las nuevas dependencias del periódico en el barrio Bellavista. Fue precisamente Agustín Jota –quien estudió en su adolescencia en Inglaterra, pasó por el Grange y realizó sus estudios universitarios en Estados Unidos– quien introdujo hace 25 años, en el verano de 1997, el estilo más suelto con altas dosis de farándula (o infoentretenimiento) que hoy conocemos.
En diciembre de 2005, en otro gran cambio, LUN se atrevió a subir todo su contenido para ser leído de manera gratuita por internet. A diferencia de otros diarios de la cadena mercurial, cuyos muros de pago los han alejado del desconocido mundo de las redes sociales, LUN se lanzó. El giro no pasó inadvertido y fue motivo de tesis de estudiantes de periodismo, estudios en el extranjero, comentarios entre destacados periodistas de la plaza y tuvo un rápido impacto en las arcas del periódico. En una de las escasas entrevistas dadas por Agustín Jota en noviembre de 2007, explicó cómo la leve caída en circulación se vio compensada con el alza en la publicidad.
LUN “parece haber abrazado la idea de involucrar a los lectores en una conversación continua en torno a las noticias”, escribió el autor de la entrevista, Michael. P. Smith, en lo que describió como “un experimento permanente”.
Pero, ¿hasta qué punto son realmente los “intereses personales de los lectores” los que guían la línea editorial de LUN? ¿Cuánto hay de cierto que su director “no busca influenciar en las esferas de poder”, como aseguró hace poco un cercano en un perfil realizado por The Clinic? ¿Son realmente los primeros clics de la noche los que definen la portada del día siguiente o hay una línea ideológica que mueve los hilos? Finalmente, ¿cómo se ha comportado LUN en los momentos más decisivos de la historia reciente de nuestro país?
La revisión vale la pena.
En los primeros días tras el estallido de 2019, cuando su pauta publicitaria se redujo en un 80% (pasaron de tener 23 páginas de avisos a tan solo 4) LUN adoptó ciegamente la narrativa del gobierno, defendiendo a Piñera mientras el Titanic que capitaneaba hacía agua por todos lados. A los pocos días, en vez de salir a la calle a escuchar las demandas de los centenares de miles de manifestantes que protestaban a escasos metros de sus oficinas, LUN prefirió llevar en portada estudios y rankings con “las prioridades de los chilenos”. Mágicamente los memes –que por esos días solo atacaban al gobierno– desaparecieron de la pauta por meses.
Los chistes volverían recién en marzo de 2020 con el inicio de la pandemia, cuando LUN se graduó de diario buena onda, una especie de Eli de Caso de la prensa escrita. La estrategia de farandulizar la pandemia –al punto de llevar en portada los mejores memes el día en que se rompió el récord de fallecidos por Covid– fue un evidente intento por descomprimir tensiones en un momento duro para el país y, claro, para el gobierno de Piñera.
LUN echaba mano una vez más a una fórmula probada. Inyectar sedantes durante largos días para luego, cuando menos se lo espera, cambiar la fórmula y ponerse serios. Parafraseando a Muhammad Ali, siendo liviano como una mariposa, pero –de vez en cuando– picando fuerte como una abeja. En otras palabras, “LUN siendo LUN”.
¿Es todo el contenido de LUN criticable? Claro que no. Hay cosas más que interesantes en sus páginas de cultura y tecnología, mientras las columnas de deportes de Esteban Abarzúa son un agrado de leer. Hay periodistas que juegan con el lenguaje y parecen burlarse del periodismo periodístico tan presente en nuestro medio, a la vez que su generosa cobertura del Congreso del Futuro siempre es un aporte.
Pero se equivocan quienes minimizan el rol ideológico del tabloide de los Edwards. Detrás de sus aparentemente inocuas portadas de espectáculos subyace una mirada profundamente capitalista y de derecha. La educación se mide en rankings para ver qué carrera entrega los mejores sueldos; los automóviles de lujo –una de las pasiones de su director– gozan de una tribuna privilegiada en sus páginas; su rol activo en Icare y Paz Ciudadana, más su paso por la Sofofa, redundan en un acceso privilegiado de estos grupos; mientras que las amistades con políticos de Chile Vamos se respiran a diario en sus notas y entrevistas.
El coqueteo de LUN con el gobierno de Piñera, por ejemplo, olvidó cualquier pudor, al punto de que hubo días en que sus páginas de Política no hicieron más que hablar de él, sus propuestas y otras menudencias ministeriales. Un año antes del estallido, en octubre de 2018, Piñera subió a LUN a su viaje por Europa y este, a cambio, le publicó 9 notas consecutivas. Algunos de los titulares hoy parecen un mal chiste: “Cecilia Morel parló en francés con Brigitte Macron y le mostró fotos de sus nietos”, “Piñera visitó la casa donde nació su padre en el centro de París”, “Piñera se encontró con una vikinga en Hamburgo”, “Piñera recordó a su primera polola y aconsejó a recién casados”, “Análisis del velo que llevó Cecilia Morel en su entrevista con el Papa” y “Piñera almorzó tártaro de pescado con el rey”, entre otros.
¿Diario barrero? Evelyn Matthei es otra de las favoritas del diario, en una relación que parece convenir a ambas partes y que ha llevado a mostrarnos las facetas ecologistas, atléticas, musicales y costureras de la alcaldesa de Providencia.
El gobierno de Gabriel Boric y la Convención Constitucional deberían aprender de lo anterior. Hace pocos días a LUN le bastó una portada de Bernardo Fontaine mintiendo sobre los fondos de pensiones para instalar uno de los mensajes que más daño le está haciendo al trabajo constituyente (al día siguiente volverían a la liviandad: Gary Medel, Will Smith, Cristián de la Fuente y Jorge Valdivia). Pero la polémica portada –comentada por un inédito número de convencionales y políticos– no significó un veto para el diario, sino más bien todo lo contrario.
A los 10 días la misma Convención decidió publicar su primer aviso a página completa precisamente en LUN. En el diario se sobaban las manos: estuvo en boca de todos, posicionó la media verdad de Fontaine y la Convención le retribuyó pagando con publicidad. Negocio redondo.
En medio del huracán producido por las declaraciones de Fontaine, el paquete de medidas de ayudas del gobierno –que habría sido portada indiscutida en tiempos de Piñera– pasó sin pena ni gloria en las páginas interiores. Paralelamente, la ministra del Interior Izkia Siches ocupaba la primera plana con su retractación tras la “grave denuncia que hizo ante la Cámara de Diputados”. Siches ya había sido portada tres semanas antes con “la emboscada” en la Araucanía, mientras la Convención había ocupado su primera plana el día en que solo se aprobaron 3 de 95 normas del sistema político.
LUN, el diario liviano, ha vuelto a picar con fuerza. Suena de Perogrullo, pero en tiempos en que un gran número de discusiones culmina con un “no le pidamos más, es solo LUN”, es necesario hacer el énfasis. El experto de la London School of Economics Roger Silverstone –lo hemos citado en esta tribuna hace algunos meses– lo dice con claridad. Los medios actúan a través de un imperceptible pero incesante goteo de ideología, o bien con estridencia en los grandes momentos. En el caso de Las Últimas Noticias, en Chile, la fórmula se aplica con precisión quirúrgica, gota a gota en cada nueva edición.
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Mucho de lo que se le permite
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