A principios de 1918, el Museo de Etnología y Arqueología de Santiago recibió un cargamento con todo tipo de material arqueológico perteneciente a una civilización aparentemente proto-nazca que había habitado en Arica.
A cargo del estudio y clasificación de este material estuvo el jefe de la sección de Antropología y Etnología del Museo, el misionero y etnólogo austriaco Martin Gusinde.
Fue mientras ordenaba la colección arqueológica de un pueblo extinto del extremo norte de Chile, cuando Gusinde pensó por primera vez en el estudio de los indígenas del otro extremo del país. El sur.
Según anotó en sus diarios e informes posteriores, deseaba realizar comparaciones entre estos pueblos tan diferentes, pero también estaba consciente de los problemas presentes en los estudios sobre los nativos de Tierra del Fuego. Muchos de los escritos se limitaban a menospreciar a los indígenas fueguinos, a los que Darwin tildó de “abyectos y miserables” en su visita al archipiélago en 1882.
Este desconocimiento general de los pueblos australes fue lo que motivó a Gusinde a embarcarse en cuatro viajes a Tierra del Fuego entre 1919 y 1924. Según sus informes, estas visitas habrían de contribuir a la antropología, etnología y la lengua un cuadro preciso del estado actual de “las cuatro razas fueguinas”: los yaganes, selk’nam, kawésqar y haush.
Primer viaje: Nelly Lawrence abre las puertas al mundo yagán
El primer viaje de Gusinde comenzó en diciembre de 1918. El etnólogo viajó desde Santiago a Punta Arenas, donde se embarcó hasta la misión salesiana de Río Grande, en Argentina. Allí el monseñor José Fagnano -respaldado por los gobiernos chileno y argentino- había intentado convertir y 'civilizar' a los pueblos originarios de Tierra del Fuego desde 1883.
En su primer informe de viaje, el misionero relató la desazón que le significó encontrarse con apenas seis mujeres y un hombre selk’nam en una estancia que antes contaba con más de 700 indígenas.
Sin embargo, para cuando llegó Gusinde, en enero de 1919, la misión había sido un fracaso. Con los años, los salesianos cayeron en bancarrota y la población de indígenas había sido diezmada por las enfermedades traídas por los colonos, quienes además los cazaban para evitar que robaran el ganado.
Si bien las cifras no son claras, Gusinde manejó en sus informes un estimado de 4,000 indígenas, entre selk’nam, yaganes y kawésqar, que habitaban la isla grande de Tierra del Fuego a comienzos del siglo 20. Para su último viaje, luego de recorrer el interior de la isla, pudo constatar el descenso de los yaganes a tan solo 70 personas.
En su primer informe de viaje, Guisende relató la desazón que le significó encontrarse con apenas seis mujeres y un hombre selk’nam en una estancia que antes contaba con más de 700 indígenas. “¿Y dónde están los muchos otros? ¡Ah! Estos que quedan hoy día y que presenciaron la desaparición y el exterminio de la numerosa población que constituían los suyos, y que todavía parecen llevar reflejada en sus ojos próximos al llanto la inmensa amargura de su destino fatal, como única respuesta me señalaron el cementerio que guardaba aquellos despojos”, indica el escrito.
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No obstante, Gusinde continuó su viaje hasta la estancia Viamonte, del pastor anglicano Thomas Bridges, donde pudo contactar un grupo de 216 selk’nam. Estos vivían del trabajo para estancieros, realizando tareas faeneras a la vez que preservaban un espacio en las cercanías del lago Fagnano, donde tenían sus chozas y desarrollaban su vida de forma ajena a los colonos.
En Viamonte se dio el primer acercamiento de Gusinde con la ceremonia selk’nam del paso a la adultez, el Klóketen o Hain, que años más tarde le haría famoso por los retratos que tomó de espíritus sobre la nieve. En aquella ocasión, el misionero pudo constatar que el ritual se celebraría durante dos meses y en invierno, por lo que no pudo quedarse, ya que debía volver a Santiago en marzo para comenzar sus clases como profesor en el Liceo Alemán.
De todas formas, la comprobación de la existencia de este ritual dejaba de manifiesto la creencia de los selk’nam en dioses y su fe en una religión. Este descubrimiento fue capital para Gusinde, pues, otros estudios no habían dado con el origen de alguna creencia de este pueblo, cuestión que -según los antropólogos de la época- los ponía en un nivel civilizatorio muy inferior al europeo.
En febrero de 1919, Gusinde abandonó Viamonte y desembarcó en Punta Remolino, estancia de la familia Lawrence a orillas del canal Beagle, frente a la isla Navarino.
La estancia de Punta Remolino había sido un regalo del gobierno argentino al reverendo John Lawrence por su aporte en el desarrollo de la misión anglicana de Ushuaia. Lawrence destinó las tierras a la faenas ovinas y para ello empleó a los yaganes que transitaban por el canal Beagle en sus canoas ‘anan’.
Con la colonización de Punta Remolino, los yaganes se adaptaron a la vida en la estancia. Un grupo se quedó a vivir con los Lawrence y algunas mujeres contrajeron matrimonio con los europeos que allí llegaron. Una de ellas fue Nelly Lawrence, una yagán que hablaba su lengua nativa, además de español e inglés y con quien Gusinde trabó amistad.
Nelly se había casado con el hijo del reverendo Lawrence, Federico, por lo que ejercía un rol especial dentro del grupo. En sus diarios de viaje, Gusinde la describe como ‘patrona’ o ‘señora de fundo’, además de ser una persona muy inteligente y una ‘india de raza pura’.
Todas estas aptitudes, que la alzaban como una líder políglota, posicionaron a Nelly Lawrence como una puerta de entrada al mundo yagán para Gusinde, y que habría de serle útil en futuras visitas a Tierra del Fuego.
Segundo viaje: En el corazón del Chiejaus yagán
La pausa de un año no detuvo al etnólogo, quien gracias a las pruebas y fotografías que trajo desde Tierra del Fuego, pudo asegurar el financiamiento para un segundo viaje, que comenzó en diciembre de 1919 y resultó igualmente provechoso.
Nuevamente visitó a los Lawrence en Punta Remolino para seguir sus observaciones de los yaganes que allí habitaban.
Durante las primeras semanas, conversando con Nelly Lawrence y otros indígenas estancieros se enteró de la celebración del Chiejaus, la ceremonia yagán donde los jóvenes, hombres y mujeres, eran instruidos en la vida adulta.
Gusinde se interesó en seguida en la ceremonia, ya que el año pasado se había perdido el Klóketen selk’nam por su larga duración. Por lo que, en vista de que el Chiejaus solo duraría dos semanas, pidió ser aceptado para iniciarse.
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A pesar de una oposición inicial de los yaganes, Gusinde logró negociar su incorporación. El Chiejaus no se celebraba hace nueve años e iban a participar otros dos jóvenes, por lo que era todo un evento. Aunque no le permitieron tomar apuntes ni sacar fotos. Este recelo general de los yaganes a fotografiar su ritual secreto se repetirá años después con los selk’nam, cuando estos admitieron al misionero en el Hain de 1924.
Durante la ceremonia, Gusinde fue apadrinado por un hombre y una mujer yaganes. En los diez días de ritual, el etnólogo pasó las pruebas de fuerza, aprendió los mitos originarios y fue incorporado como un yagán más.
Al respecto, Gusinde comentó en su informe de viaje que “mientras dura la instrucción los jóvenes son sometidos a duras pruebas de ayuno y trabajo y a un régimen muy severo. Demás está decir que yo también tuve que someterme a este régimen, siéndome imposible tomar apuntes y anotar los detalles de estas enseñanzas y ceremonia”.
Para marzo, habría de volver al Museo en Santiago con informaciones y fotografías para expandir el conocimiento sobre los pueblos fueguinos. Y, sin embargo, otra vez el acotado tiempo de trabajo le privó de cruzar una última prueba: la Kina, el rito más duro y donde se representarían espíritus yaganes, en una ceremonia muy parecida al Hain selk’nam.
Tercer viaje, primera estación: isla Navarino
Verano de 1922. El mankácen -o 'cazador de sombras', como le apodaron los selk'nam- desembarcó en Tierra del Fuego por tercera vez. Nuevamente, viajó desde el Museo de Etnología y Arqueología de Santiago hasta Punta Arenas, acompañado por su cámara de placas de vidrio y las fotografías de visitas anteriores, que esperaba mostrar a sus "amigos yaganes".
Además, a esta travesía se le unió Wilhelm Koppers, un antropólogo alemán que escribía para la revista Anthropos, y que ayudó a Gusinde en su constante formación como etnólogo.
Una vez en la capital magallánica, ambos se embarcaron a Puerto Remolino, donde fueron recibidos por los Lawrence.
Esta vez la misión era clara. Gusinde y Koppers querían presenciar la ceremonia secreta de la Kina, donde los yaganes representarían sus creencias religiosas, invocando a sus espíritus, relatando sus mitos y realizando pruebas con las que los jóvenes trascenderían al mundo adulto.
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Para este fin, Gusinde contó con la ayuda imprescindible de Nelly Lawrence, quien le ayudó a organizar a un grupo de 40 yaganes que vivían en la estancia para cruzar el canal Beagle hacia isla Navarino, donde se llevarían a cabo un nuevo Chiejaus y la Kina.
Embarcados en el cúter Garibaldi, Gusinde, Koppers y los 40 yaganes viajaron a Puerto Mejillones en la rivera norte de la isla Navarino.
En la isla celebrarían un segundo Chiejaus, pues, según anotó Gusinde en su tercer informe de viaje “[en la Kina] sólo se admiten a los varones que han pasado dos veces por Chiejaus y se han hecho dignos de concurrir a la casa del Kina para oír los secretos de los ancianos de la tribu”.
La ceremonia fue dirigida por Masémikens, el señor de la casa, que era el rango más alto dentro del Chiejaus, y por Santiago, que fungió como director de la ceremonia.
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Durante el Chiejaus, Gusinde aprovechó de tomar varias fotos de las mujeres yagán con pinturas corporales usadas durante la iniciación. Sin embargo, también constató que luego de años de colonización y persecución contra los indígenas, estas costumbres habían comenzado a desaparecer. Los yaganes ahora usaban ropas occidentales, como vestidos, pantalones y camisas, y habían dejado de usar sus pinturas faciales típicas.
No obstante, la iniciación de Gusinde en la tribu y su paso por los rituales, le valieron ganarse el respeto de los yaganes, quienes ahora le permitían fotografiarlos desnudos con sus pinturas corporales y tocados de plumas ceremoniales.
Al respecto, la doctora en Historia, Marisol Palma, comenta en su libro Fotografías de Martin Gusinde en Tierra del Fuego (1919-1924) que “Gusinde fue probablemente aceptado como fotógrafo a un nivel más íntimo [en la sociedad yagán], lo que se puede ver en los autorretratos, retratos colectivos e individuales. La cámara opera aquí produciendo desnudos graduales mientras deja a la vista huellas de ‘tradiciones’ casi olvidadas”.
Una vez superado el Chiejaus, Koppers y Gusinde posaron para varias fotos grupales en la que se les ve integrados a la tribu. Ambos lucen un tocado de plumas, pintura facial y un palo ceremonial. En algunas fotografías incluso rompen la aparente jerarquía tribal que debían mantener con los ancianos.
En la fotografía superior, Gusinde y Koppers posan de pie junto a Masémikens y Santiago, quienes ostentaban los rangos más altos. Sin embargo, es la única donde parecen transgredir el orden natural de los yaganes. En el resto de las fotos grupales aparecen sentados o en cuclillas siempre bajo la posición de su madrina, padrino o superiores.
A pesar del éxito de la iniciación, según afirma Marisol Palma en su libro, pintarse estaba prohibido para los misioneros. Fotografías como estas le valieron críticas de todo tipo a Gusinde dentro de su misión.
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Fue en esta expedición que Gusinde retrató a Juan Calderón, padre Cristina Calderón, la última hablante de la lengua yagán recientemente fallecida a los 93 años el pasado 16 de febrero. Se trata de dos fotografías tomadas antes de zarpar a Navarino, en las que usa ropas occidentales, una en solitario y otra en que aparece Gusinde, Calderón y Chris, otro yagán.
El secreto de la Kina
El paso siguiente al segundo Chiejaus fue la Kina. El mismo Gusinde comentó en el informe de viaje que la observación de esta ceremonia era la razón de toda su travesía.
Gracias al contacto logrado con los selk’nam en el primer viaje, el etnólogo pudo conjeturar que la Kina yagán y el Klóketen selk’nam eran ceremonias casi idénticas, probablemente traspasadas de un pueblo a otro.
En la antigüedad las mujeres dominaban a los hombres a través del engaño, disfrazándose de espíritus para asustar a los varones, que debían obedecerles ciegamente. Un día un yagán descubrió la verdad y se lo contó a los varones. Estos tomaron venganza e invirtieron la situación. Asesinaron a las mujeres que sabían el secreto y guardaron este para ellos. Desde
Gusinde describió en su informe que “estas ceremonias son iguales, en sus rasgos generales, a las que celebran los indios onas [selk'nam] con el nombre de klóketen y es muy probable que han sido trasmitidas a los yaganes por los mismos onas”.
A lo que agrega que, con la superación de los Chiejaus “tenía ahora, como verdadero yagán, el derecho de asistir a las festividades secretas que se reservan escrupulosamente para los varones”.
Todo el ritual de la Kina giraba en torno al mito fundacional de la forma de vida yagán. En la antigüedad las mujeres dominaban a los hombres a través del engaño, disfrazándose de espíritus para asustar a los varones, que debían obedecerles ciegamente.
Sin embargo, un día un yagán descubrió la verdad y se lo contó a todos los varones. Estos tomaron venganza e invirtieron la situación. Asesinaron a las mujeres que sabían el secreto y guardaron este para ellos. Desde entonces eran los hombres quienes dominaban a las mujeres a través de la Kina y los espíritus de la ceremonia.
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Según Gusinde, a través de la Kina los hombres “deben inspirarles a las mujeres el sentimiento de obediencia, respeto y sumisión. Para esto les hacen saber que luego descenderán los espíritus de arriba en forma visible, saliendo del rancho y presentándose a la vista de todos. Pero los tales espíritus no son más que los mismos hombres que, completamente pintados y enmascarados, salen de tal rancho bailando, gritando y asustando al sexo débil”.
No obstante, en el Chiejaus se establece que esta autoridad no convierte a la mujer yagán en esclava de su esposo, sino que “al contrario, ella tiene y ejerce con plena libertad los derechos que por costumbre le corresponde”.
Con el fin de la Kina en marzo, habiendo cruzado las pruebas y siendo parte de los yaganes de Punta Remolino, Gusinde emprendió su regreso al museo en Santiago.
Gusinde contra Darwin
De vuelta en la capital chilena, el etnólogo preparó todo lo necesario para realizar un cuarto y último viaje que duraría un año, esta vez para conocer el Klóketen selk’nam y poder compararlo con la Kina yagán.
Por otra parte, redactó su tercer informe viaje, en el que imprimió más claro que nunca su postura respecto al tratamiento que habían tenido los investigadores con los yaganes en el pasado y el destino que habían sufrido a causa de la colonización y el genocidio desatado por las empresas explotadoras de Tierra del Fuego.
Consciente de la inminente desaparición de los yaganes, selk’nam y kawésqar, Gusinde acusó en su informe los males que el mundo civilizado llevó al archipiélago fueguino. “Ha contribuido la rápida extinción de este pueblo el cambio de vida y de alimento, el alcoholismo y el tabaco, sin olvidar las persecuciones directas a que siempre han estado expuestos”.
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Ante este escenario, solicitó ayuda humanitaria al gobierno del presidente Arturo Alessandri para encontrar una solución al genocidio fueguino. “Se trata, solamente de favorecer a unos setenta indios [yaganes], entre hombres, mujeres y niños, pertenecientes a un pueblo que, después de haber sido diezmado por muchas causas, no aspira más que a pasar los postreros días de su existencia en un terreno que les pertenezca y en donde nadie los moleste”, manifestó en su informe.
Según constata el historiador Mateo Martinic en Crónica de las tierras del sur del canal Beagle, las gestiones de Gusinde fueron exitosas. En 1923, el Estado chileno otorgó a los yaganes de Punta Remolino un terreno de 10 mil hectáreas en Isla Navarino, justamente donde se emplazaba Puerto Mejillones, lugar que acogió el Chiejaus y la Kina de 1922.
Por otra parte, antes de comenzar sus viajes, Gusinde tenía en mente la descripción que hizo Charles Darwin de los yaganes cuando atravesó el canal de Beagle en 1832 y 1833.
En el libro Viaje de un naturalista alrededor del Mundo, el científico inglés comentó sobre los yaganes que “pueden compararse en cierto modo sus escasas facultades al instinto de los animales, puesto que no se aprovechan de la experiencia… Creo que el hombre en esta parte extrema de la América del Sur está más degradado que en ninguna otra parte del mundo”.
No obstante, las impresiones de Gusinde fueron del todo contrarias a las de Darwin, llegando incluso a criticar la postura del científico.
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En su informe, el etnólogo afirmó que “el mismo Charles Darwin emitió juicios y apreciaciones sobre estos fueguinos que debemos calificar como completamente desprovistos de verdad. A la deficiencia de sus observaciones debe el mundo su opinión de que los yaganes son antropófagos y seres sin Dios ni moral”.
La defensa de Gusinde a los yaganes deja de manifiesto que las opiniones erróneas sobre los pueblos fueguinos fueron las que llevaron a la concepción de estos como animales para los colonizadores. Para Gusinde “ningún etnólogo había penetrado el alma de esta gente, y se desconocían completamente la sociología, la religión y la mitología, el carácter de sus juegos y las ceremonias secretas peculiares a esta tribu”.
Gusinde según sus fotografiados
Para su cuarto viaje, Gusinde preparó un itinerario para un año completo en Tierra del Fuego. Partió a fines de 1923 a Punta Remolino. Se reunió con los Lawrence y organizó una nueva ceremonia de paso yagán, esta vez para los yékamush, identificados por el etnólogo como los 'hechiceros médicos' de la tribu.
Sin dudas, su mayor logro en esta última expedición fue entrar en contacto con los selk’nam del lago Fagnano. Para tal fin, Gusinde se comunicó con Peine, una selk’nam que vivía con los yaganes de Punta Remolino.
Peine lo ayudó a conocer más de los selk’nam y su ceremonia de iniciación. Con esto, Gusinde se decidió a contactar con Tenenesk, un ‘jon’ o chamán selk’nam que le prometió realizar un Klóketen a cambio de una partida de 360 corderos.
La importancia de las fotos que Gusinde tomó a la orilla del lago Fagnano durante el Hain de 1924 han trascendido en el tiempo, transformándose en elementos icónicos de la cultura chilena. Pero también han servido para que muchos pongan una lápida a la historia de los pueblos selk’nam, yagán y kawésqar, señalando así el lugar en que fueron extintos, según vaticinó tantas veces el mismo Gusinde.
A pesar de esta visión, aún existen hoy en Chile representantes de los pueblos fueguinos que se niegan a que den a su cultura por muerta.
Uno de ellos es Keyuk Yanten, lingüista y descendiente selk’nam, quien junto con la Asamblea Telkacher ha promovido proyectos de ley para incorporar a su pueblo dentro del reconocimiento estatal, tanto en el Congreso como en la Convención Constitucional.
Sobre las fotografías de Gusinde, Yanten comenta que dentro de las familias selk’nam hay opiniones divergentes. Por un lado, los mayores creen que las fotos no deberían ser de libre uso, pues permiten la explotación económica del Hain y sus espíritus sagrados.
“Aun respetando lo que dicen nuestros abuelos, vemos riqueza en esas fotos, porque, aunque hayan sido solicitadas por Gusinde, de todas maneras, refleja un modo de vivir que nosotros no alcanzamos a ver. Sin esas fotos hubiéramos perdido una parte importante de nuestra historia. Aunque hubiera sido una ceremonia secreta”, afirma Keyuk Yanten.
Además, para la tradición selk’nam, la muerte de un miembro implicaba que a este se le dejara de nombrar. Según Yanten “el hecho de que existan esas fotos significa que hay memoria de personas muertas-vivas, por lo que se sigue hablando de ellos, lo cual va en nuestros preceptos culturales”.
Sin embargo, para las generaciones más jóvenes las fotografías los ayudan a conectarse con sus antepasados y con una forma de vida que desconocen.
“Aun respetando lo que dicen nuestros abuelos, vemos riqueza en esas fotos, porque, aunque hayan sido solicitadas por Gusinde, de todas maneras, refleja un modo de vivir que nosotros no alcanzamos a ver. Sin esas fotos hubiéramos perdido una parte importante de nuestra historia. Aunque hubiera sido una ceremonia secreta”, afirma Yanten.
Igualmente, para los jóvenes selk’nam la importancia del trabajo de Gusinde no solo está en la fotos, sino que también en lo que hay detrás de ellas. Literalmente, en el reverso de las fotografías, donde Gusinde anotaba el nombre los retratados y describía el lugar en que habían estado.
“Gracias a esos nombres y a los lugares descritos, nosotros podemos saber cuáles eran los espacios sagrados de nuestros ancestros y también podemos levantar líneas de linaje para las personas que están retratadas”, comenta Yanten.
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Una de las retratadas en las fotografías de Gusinde fue Peine, una selk’nam que fue raptada por los yaganes de Punta Remolino.
Según Yanten, Peine fue para los selk’nam lo que Nelly Lawrence para los yaganes, pues “ella fue uno de los informantes que le dijo a Gusinde que la ceremonia del Kina representaba una ceremonia de los ancestros selk’nam. Eso está muy presente en la oralidad de la familia. El papel de Peine es impresindible para que Gusinde quisiera insistir en que le retrataran la ceremonia Hain”.
Comentarios
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