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Martes, 5 de Agosto de 2025
[Sábados de streaming- Películas]

1976: La jaula de oro

Juan Pablo Vilches

La dictadura chilena vuelve a la pantalla, relativamente diluida para que se parezca a todas las demás, y como telón de fondo de una historia (trunca) sobre rebeldía y privilegio. 

Cuando un hito es suficientemente importante, un lugar y un año –como Argentina, 1985– pueden bastar para dar una idea de lo que estamos hablando y de lo que se puede esperar si esto nos llega en formato de una historia, filmada o escrita. 

Con los traumas, funciona de manera similar. Cuando este es grande, puede bastar el año, un número de cuatro cifras, para evocar esa irrupción de la realidad que quebró todo lo que creíamos saber acerca de ella. 

Y cuando el trauma es suficientemente grande y prolongado –como en el caso de nuestro país–, ni siquiera es necesario aludir al año más reconocible sino a uno cualquiera de un periodo traumático, como podría ser 1976. El año en que recrudeció la persecución e intento de exterminio del Partido Comunista. Y como el trauma es suficiente grande, la película que nos ocupa ni siquiera necesita nombrarlo.

El trauma, otra vez. Solo que en esta ocasión se asume una distancia suficientemente grande como para que se difuminen ciertos contornos y determinaciones locales, permitiendo que la historia se reduzca a un mínimo, al borde de lo icónico. De modo que –al igual que el logo de Smile– pueda ser reconocida como cercana por cualquier persona en cualquier parte del mundo.

Al centro de todo está Carmen (Aline Kuppenheim), una distinguida señora de la alta sociedad chilena, afanada en los arreglos de su casa en la playa y discretamente atormentada por saber que el país es gobernado por salvajes. Está casada con Miguel (Alejandro Goic), un médico destacado, quien le dio hijos, nietos y una carrera truncada en el mundo de la salud, debido al normalizado machismo en su clase y en el país en general.

El privilegio es una jaula de hierro, o una jaula de oro más bien, que castiga a los traviesos recordándoles que solo son niños mientras cantan en un cumpleaños.

Debido a su experiencia en la Cruz Roja y a su ferviente y auténtico catolicismo, el sacerdote del balneario (Hugo Medina) le pide como favor que cuide a Elías (Nicolás Sepúlveda), un joven herido de bala mientras se recupera en la parroquia. Un delincuente común, en principio, que resulta ser un militante de una organización clandestina que no necesita ser nombrada.

Material de thriller, aparentemente; que debería ir acompañado por tomas inquietantes –a la altura del descenso al infierno de Carmen desde el privilegio– y por una música funcional a cierto suspenso, esperable para seguir a alguien que sale de su “zona de comodidad”, como se dice ahora.

Pues bien. No hay nada de eso. No hay thriller, sino un deambular por algunas situaciones estresantes sostenidas solo por la actuación y la escritura; no hay tomas intencionadas hacia la emoción ni la espectacularidad, sino la transmisión de una mirada confinada a ciertos márgenes; no hay música de género ni de época, sino melodías que sugieren cierta abstracción y un espacio donde todo se vuelve extraño.

Entonces, y a pesar de ser casi contemporáneas y de tener nombres parecidos, 1976 no se parece en nada a Argentina, 1985, sino que parece dialogar con otra película argentina que vendría a ser su hermana mayor (cronológica y artísticamente, hay que decirlo): La mujer sin cabeza (Lucrecia Martel, 2008).

La cinta de Martel se centra en el deambular de una mujer de la clase alta (y blanca) salteña, quien atropella accidentalmente a alguien –o algo– y que no termina de entender ni asumir lo ocurrido. Su deambular sirve para que la situemos en su familia, en su círculo de amistades y finalmente en una estructura social donde ella ocupa un lugar importante: una especie de hiper-privilegiada, rodeada de escuderos que la defienden incluso de su propia conciencia.

La hermana menor de este lado de la cordillera habla de algo parecido y de alguien parecido, solo que desde la premisa opuesta. Carmen no ha hecho nada malo, sino lo contrario; además es plenamente consciente de lo que está haciendo: algo suficientemente peligroso como para ser presa de cierto vértigo que la película intenta trasmitir con una puesta en escena y un montaje en absoluto vertiginosos. La apuesta es difícil y, lamentablemente, no sale bien.

Las sugerencias, los detalles y las tomas que se alargan no terminan de armar una progresión emocional ni menos espiritual de esta aventura de Carmen, y por ende no sabemos qué es lo que realmente se aborta cuando todo termina y la realidad le alcanza.

La apuesta es difícil porque la inmersión de Carmen en su rol como auxiliar de una lucha clandestina tiene muchos componentes, los que son enunciados en un principio pero se pierden en su deambular nervioso y paranoico en el litoral central.

Sabemos, por ejemplo, que su ayuda a Elías tiene tanto que ver con el aburrimiento de su clase como con una rebeldía instintiva contra infantilización con que su esposo y los otros hombres de su clase tratan de protegerla de las fealdades de la vida. Sabemos, por lo tanto, que todo su periplo tiene que ver con el deseo legítimo de ver el mundo con sus propios ojos y que eso debería tener cierto impacto en la protagonista que no dejamos de mirar.

Y sin embargo, no parece haberlo; y si lo hay, no sabemos cuál es, más allá de alguna declaración de simpatía hacia Elías y su causa, o un súbito vómito ante una pareja de fascistas vociferantes que no agrega mucho más a lo que sabíamos desde el principio. Las sugerencias, los detalles y las tomas que se alargan no terminan de armar una progresión emocional ni menos espiritual de esta aventura de Carmen, y por ende no sabemos qué es lo que realmente se aborta cuando todo termina y la realidad le alcanza.

Y esto es un problema, porque esta película no es un thriller ni pretende centrarse en un horror mil veces denunciado. Esto trata más bien de la fugaz visión de este horror desde el privilegio, el que sin embargo es más fuerte que todo. Incluso que las traiciones a la clase y sus consecuencias. El privilegio es una jaula de hierro, o una jaula de oro más bien, que castiga a los traviesos recordándoles que solo son niños mientras cantan en un cumpleaños.

Con esta prisión termina la película, la que literalmente es una casa de muñecas al lado de la destinada para Elías. Pero como el trauma es lo suficientemente grande, esta última no es necesario mostrarla.

Acerca de…

Título original: 1976 (2022)
Nacionalidad: Chile, Argentina y Catar
Dirigida por: Manuela Martelli
Duración: 95 minutos
Se puede ver en: Netflix

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El deambular de la crítica , es ambulatoreamente sin sentido ya que el crítico hace una comparación deambulando con otros filmes que no tiene por qué ser conocidos por el lector. Mucho deambulo.

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