Estamos donde tú estás. Síguenos en:

Facebook Youtube Twitter Spotify Instagram

Acceso suscriptores

Domingo, 29 de Junio de 2025
Archivos de INTERFERENCIA

Cómo leer Lolita en tiempos del #MeToo

María José Viera-Gallo

A propósito de las tesis realizadas por alumnos de pregrado y postgrado de la Universidad de Chile, INTERFERENCIA vuelve a publicar esta columna de la escritora y periodista María José Viera-Gallo, texto de septiembre del 2018, donde reflexiona sobre la lectura de este libro en la actualidad. Esta vez, la autora presenta una nueva introducción a su columna original, con una mirada crítica sobre lo ocurrido sobre las polémicas tesis.

¿Quién vulnera los derechos de los niños y de las niñas en el Chile del 2023? ¿Una novela? ¿Un poema? ¿Una pintura? ¿Una tesis? Y por último, ¿quién dictamina qué leer y qué no? Tal como lo señalé en mi columna sobre Lolita, no hay debate posible sin lectura.

En un país donde la única “tesis” que importaba escribir y leer correctamente era el texto de la nueva y abortada Constitución, el debate que ha generado la circulación de un par de tesis escritas por dos alumnos de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, parece una comedia del absurdo o el espejo del gran malentendido de quienes somos.

"Pretender que una obra -que supuestamente rema en sentido contrario de nuestros valores y ejerce su derecho a provocar- no exista, no borra el problema. Sólo debilita nuestro pensamiento crítico y alimenta nuestro cinismo".

Una vez más, quienes supuestamente nos consideremos progresistas, nos sorprendemos atacando una obra (sin haberla leído), a sus autores, sus editores (sus profesores guías) y a la casa de estudio que permite su existencia, en nombre de valores universales que los textos supuestamente vulneran, en este caso los derechos de los niños. No es la primera vez se acusa a un libro de hacer una apología a la pedofilia. El caso más famoso es y seguirá siendo el de Lolita de Vladimir Nabokov, que tras la ola del movimiento Metoo el año 2017, sufrió nuevos ataques y demandas bastante exitosas de cancelación. 

Aunque el autor ruso nunca fue un pedófilo, su novela más popular supuestamente sí lo es; todo intento por separar la obra del autor resulta hasta hoy día tan imposible como correr el velo entre la ficción de la realidad. No conozco ningún lector de Nabokov -ni de Duras, Pasolini o Lemebel por nombrar algunos- que no estén por la defensa de la niñez, la igualdad de géneros, los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales. Si bien una tesis no es ficción, sino pensamiento duro y puro -en este caso sobre un tema abominable como la pedofilia-, es responsabildad de sus autores -y no de los lectores- asumir su postura y sufrir las consecuencias. Pretender que una obra -que supuestamente rema en sentido contrario de nuestros valores y ejerce su derecho a provocar- no exista, no borra el problema. Sólo debilita nuestro pensamiento crítico y alimenta nuestro cinismo. Así lo entiendió por ejemplo el diario Le Monde  cuando en 1977, publicó un manifiesto firmado por Simone de Beauvoir y otros intelectuales franceses a favor del consentimiento de los menores de edad. Hoy nadie se atrevería a publicar algo así, pero la autora de El segundo sexo sigue parada en el pedestal del feminismo. 

En el mundo real, un mundo que no es el de nube de la academia ni el de la intelligenzia, los derechos de los niños y de niñas se atropellan a diario sin dejar huella escrita. Adolescentes abortan a solas y clandestinamente, una realidad tabú que no concita sesiones especiales en el Congreso, que es “omitida” por la derecha hoy dedicada a leer tesis universitarias, y que gracias la escritura de libros como El acontecimiento del reciente premio nobel Annie Ernaux, se vuelve real, visible. La valiente novela autobiográfica de Ernaux, le costó a la autora francesa acusaciones de criminal en los años 60s y cuestionamientos sobre lo apropiado de su lectura.  

Años atrás, cuando escribía una tesis para un magíster en literatura comparada en una universidad en Francia, mi profesora guía me dio un solo consejo: No se le ocurra escribir nada sobre Proust. Como ex estudiante de la Universidad Católica acostumbrada a autocensurarme, pregunté si acaso había algo que no se podía “tocar” de Proust. Se rio. El punto era otro: no había nada más que decir sobre el autor francés, nada nuevo, nada demasiado original o espeluznante, ni de su obra ni de una vida atravesada por temas como la bisexualidad, la represión del deseo freudiano, el Edipo etc. Las tesis se acumulaban en las bibliotecas francesas como monumentos a una libertad de pensamiento sin bordes y sin lectores. 

"Mientras una vez más las redes sociales dejan caer su guillotina sobre la cabeza del enemigo equivocado y la Universidad de Chile -para muchos el baluarte de la libre expresión-, se enreda en explicaciones que van y vienen, los conservadores se regocijan de este nuevo bien pensante escándalo progresista".

Que hoy día una tesis, un texto teórico sobre un delito como la pedofilia suscite un debate nacional (de pronto todos nos convertirmos en lectores), -y no uno puramente académico, como sucedería en cualquier universidad -mientras otras apologías como la del nazismo pasan coladas en la web es parte de nuestras insalvables incrongruencias. Un día nos indignamos frente a los titulares de un pdf que no seguiremos leyendo (yo no al menos) y al día  siguiente vivimos tranquilamente en una novela de no ficción pobladas de niños y ninas sin Senames dignos, sin espacios de cobijo abiertos a las madres que los crían a solas, sin una ley de aborto que proteja el derecho de decidir resposablemente la maternidad. Mientras una vez más las redes sociales dejan caer su guillotina sobre la cabeza del enemigo equivocado y la Universidad de Chile -para muchos el baluarte de la libre expresión-, se enreda en explicaciones que van y vienen, los conservadores se regocijan de este nuevo bien pensante escándalo progresista. Al otro lado de la tumba, Nabokov vuelve a levantar una ceja.

[Texto original del 8 se septiembre del 2018]

Si tengo a Lolita de nuevo en el velador, esta vez en una reedición Anagrama de tapa dura con frutillas rojas sobre un fondo rosado, es por gula, porque Lo-li-ta, luz de mi vida, fuego de mis entrañas es una de las mejores novelas modernas jamás escritas y pronto cumplirá la edad para jubilar sin que ninguna de sus páginas haya envejecido.

Leer un libro brillante y a la vez perturbador, es quizás la mayor exigencia a la que puede aspirar un lector. Es como caminar por un acantilado sabiendo que sufres de vértigo. O aceptar que hay comidas que nos gustan aunque nos disgusten. 

Nunca ha sido un ejercicio natural, al menos para afuera, hablar, escribir sobre Lolita.  La obra más famosa de Vladimir Nabokov (1899-1977) nació indeseada cuando fue rechazada por cuatro editoriales norteamericanas que la consideraban “too dirty”, “too dangerous” (“demasiado sucio”, “demasiado peligroso”). En 1955 los franceses se encargaron de remediar la censura y la editaron por el pequeño sello parisino Oylmpia Press. 

"En general, no me gusta que me digan cómo debo interpretar tal o cual libro. Los únicos ojos que tengo cuando leo una novela son los de lectora. Con estos ojos intentaré decir algunas cosas sobre la re-cuestionada Lolita". 

Este año la nueva ola feminista ha pedido releer Lolita con renovados ojos; ojos no necesariamente conservadores ni estrictamente literarios, ojos más bien bañados por la sensibilidad de igualdad de género que en la actualidad escanea rigurosamente nuestra cultura. La literatura, el arte, el cine tampoco estarían al resguardo del detector Me too. No importa si se trata de ficción, de un clásico, de una obra maestra, de un artista consagrado, vivo o muerto. Lo que importa es el mensaje. Bajo ese prisma se ha dicho que Lolita sería un libro patriarcal más que obsceno, una novela que valida el abuso sexual y romantiza la figura del abusador en su protagonista, Humbert Humbert.  Editores, libreros, lectores deberían tomar más conciencia de lo que tienen en sus manos y cuestionar la gran vitrina literaria de la cual goza Lolita. 

En general, no me gusta que me digan cómo debo interpretar tal o cual libro. Los únicos ojos que tengo cuando leo una novela son los de lectora. Con estos ojos intentaré decir algunas cosas sobre la re-cuestionada Lolita. 

Es cierto que el esqueleto de su trama– si eliminamos a los personajes, la voz narrativa, el lirismo alucinante de su lenguaje– es abominable y merece más que un titular Me too. Un cuarentón heterosexual, escritor frustrado, abiertamente pedófilo (no le gustan las niñas mayores de 12 años nos confiesa), seduce, rapta y viola reiteradamente a su hijastra Dolores, manteniéndola cautiva durante dos años hasta que logra escapar. 

Humbert es un maníaco, un pederasta, y nos narra su “obsesión romántica” por una niña como si él fuera víctima de una calentura y no un victimario.  Es este autoengaño, esta suavización o glorificación de su crimen, lo que indigna a ciertas feministas.

No hay que ser doctorado en hermenéutica para darse cuenta que la intención del autor es justamente darle voz, cuerpo, cerebro, alma incluso, a la mente enferma de un abusador, mostrándonos –con ironía, sentido del ridículo y del kitsh- cómo éste se avala en su patético delirio para justificar su abuso sexual. Humbert provoca asco, repulsión, rabia, risa, a ratos pena, pero jamás perdón ni complicidad. 

"Lo cierto es que ahí donde algunos leen una apología del abuso sexual camuflado en una historia de amor, yo leo lo opuesto: una historia de terror.  Nabokov nunca pretendió que Humbert no fuera otra cosa que un monstruo".

Lolita por su parte, nos muestra todas las contradicciones, debilidades, fragilidad, e impulsos de una niña que entra a la pubertad sola, dañada,  y perdida. Puede incluso caernos mal, lo que sólo complejiza su rol de víctima. Queremos salvarla y sabemos que eso no ocurrirá. Al igual que muchas niñas violadas en la vida real por padrastros o tíos, es la presa ideal del abusador. 

Durante mi relectura de Lolita atravieso esta historia de perversión, obnubilada por el lenguaje, la belleza, el ritmo, las imágenes de la escritura de Nabokov. En mi calidad de lectora adulta, asumo esta contradicción perfectamente bien, y diría mágica, libremente: todos mis discursos reposan en el frigobar, la ficción ha ganado. No logro sentirme culpable ni cómplice del patriarcado. Como diría Walter Benjamin: “Por muy profundo que me sumerja en lo narrado, sigo siendo yo mismo (…) sin que mi sustancia se transforme y sin perder el control de mi conciencia”. 

Lo cierto es que ahí donde algunos leen una apología del abuso sexual camuflado en una historia de amor, yo leo lo opuesto: una historia de terror.  Nabokov nunca pretendió que Humbert no fuera otra cosa que un monstruo. Pero –y este es su aporte a la causa Me Too -es un monstruo banal, que nunca pisó una alfombra roja ni ostentó poder alguno, un hombre ordinario, viudo, que llega a arrendar una habitación de un pueblo norteamericano de Ohio con su curriculum de profesor y escritor mediocre. Humbert es en buen chileno, el profe depravado. El pedófilo de la puerta de al lado. Ya estuvo obsesionado con otra niña, Annabel, y lo volverá a estar después de Lolita (si no cayera preso).

¿Cómo explicar sino, su reacción cuando una vez abandonado por “su amada Lo”, escucha perturbado los ruidos de unos juegos infantiles a lejos? 

La tesis de Lolita, creo que apunta a que el monstruo, el depredador, no es un hombre, sino América entera. ¿Donald Trump? Lolita es prisionera de un país enfermo, donde en nombre del sueño americano se glorifican valores capitalistas que han traspasado a nuestras fronteras: la eterna juventud, la belleza artificial, la falsa inocencia, la mentira, la falsedad, la vulgaridad, el dinero y la fama como sustitutos del padre ausente y el abuso sexual como una forma oblicua de relacionarse cuando el amor ha muerto. 

"El problema de Lolita no es el libro en sí, sino el imaginario masculino que se ha configurado a partir de la figura de la lolita, es decir una menor de edad seductora de hombres".

Los pasajes más impresionantes de la novela no son los de un Humbert caliente, sino las descripciones de los suburbios norteamericanos, que en su fuga en auto, atraviesa con una abducida Lolita; lugares lynchanos donde reina el vacío y el horror en que se ampara el invisible hombre blanco abusador. Sospecho que fue eso –y no el derecho a escribir libremente sobre un supuesto deseo sexual reprimido- lo que Nabokov procesó durante ese largo viaje de costa a costa que hizo junto a su esposa Vera y su hijo Dimitri, mientras hacía sus primeros apuntes de Lolita. 

El problema de Lolita no es el libro en sí, sino el imaginario masculino que se ha configurado a partir de la figura de la lolita, es decir una menor de edad seductora de hombres. Las mismas portadas de la novela –inspiradas en la película de Kubrick- retratan a una adolescente sexy de anteojos con forma de corazón, en control de sí misma, traicionando el personaje tristísimo, deprimente, de Nabokov (el autor ruso siempre criticó la versión cinematográfica del cineasta inglés). 

Uno de los efectos inmediatos del estallido Me too fue que Anagrama cambiara su famosa portada por el dibujo de una niña sufriente, que se esconde y aparece atravesada como por un torniquete. ¿Movida comercial? Es una lectura válida y sobre todo inteligente, porque busca sintonizar con los lectores millenials que se enfrentan por primera vez a Lolita. Busca, si se quiere, salvar el libro de la hoguera.

Leer una novela desde la crítica cultural, el posmodernismo, el marxismo, el psicoanálisis, la teoría queer, los estudios raciales o el feminismo, es un ejercicio interesante. ¿Pero desde el fanatismo? 

Nabokov ya se defendió lo suficiente como para que nos creamos tan listos por gritarle más fuerte. Basta retomar el epílogo de Lolita donde el autor defiende la libertad de cualquier novela por sobre lo que llama “la literatura de las ideas” o “la hojarasca temática”.  El viejo profesor ruso de Literatura, casado toda su vida con Vera, sabía ponerse en nuestro lugar, el del lector. La recepción de la obra no le era indiferente y enfrentó y sobrevivió a la censura puritana. Puede que secretamente haya pensado al igual que Pasolini, que: “escandalizar es un derecho y ser escandalizado es un placer. Quien rechaza ser escandalizado es un moralista".  Casi diez años después de la publicación de Lolita, escribió su menos bulliciosa obra maestra: Pálido Fuego. 

La gran victoria de la novela es convertirse en un problema, en una pregunta, aunque se trate de la más contingente y a su modo, absurda: ¿qué hacemos con Lolita? 

Mi respuesta es obvia: leerla. 

María José Viera-Gallo es escritora y periodista. Actualmente trabaja como profesora del departamento de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales y es madre de dos hijos. 

En este artículo



Los Más

Ya que estás aquí, te queremos invitar a ser parte de Interferencia. Suscríbete. Gracias a lectores como tú, financiamos un periodismo libre e independiente. Te quedan dos artículos gratuitos este mes.

En este artículo



Los Más

Comentarios

Comentarios

Buenas, actualmente estoy realizando mi tesis de final de grado y tiene relación directa con la tesis de María José Viera-Gallo, que es fascinante. ¿Dónde puede consultarse su trabajo completo? Muchas gracias.

Añadir nuevo comentario