Antes del estallido y antes de la pandemia, Carolina Flores con su amigo Koke y su amiga Melanie tuvieron la idea de fundar una productora que les permitiera juntar el dinero necesario para cumplir sus respectivos sueños. Melanie, por ejemplo, aspira a ingresar a las Escuela de Carabineros e independizarse; Koke quiere obtener recursos para volcarlos a su causa ultranacionalista; mientras que Carolina –a sus 29 años– quiere dejar de ser stripper cuando cumpla los 35.
Parafraseando a una película anterior de los realizadores Carolina Adriazola y José Luis Sepúlveda, las escenas iniciales de Harley Queen pueden leerse como la “crónica de una productora”, una organización que existe para cumplir un objetivo claro y puntual. Sin embargo, y al igual que en Crónica de un comité (2014), la adversidad se encarga de desbaratar los proyectos, las ilusiones y finalmente los lazos. Y tanto en una película como en la otra, por adversidad queremos decir una serie de precariedades que se suele agrupar bajo las palabras pobreza o vulnerabilidad.
Esto no es un spoiler, en todo caso; la disolución de la productora ocurre pronto, no sin antes mostrarnos algunas cosas de sus fundadores y de su entorno (Bajos de Mena, en la comuna de Puente Alto). Por ejemplo, uno de los afanes de la productora tiene que ver con la elaboración de piezas audiovisuales que explotan el voluptuoso cuerpo de Carolina, impersonando a la psicópata Harley Quinn, pero con el nombre de Harley Queen. Otro rubro que abarcan es la exploración paranormal en espacios supuestamente “cargados” por la presencia de seres que todos quieren ver y escuchar, ya sea en directo o en los registros tomados por cámaras y grabadoras en los que solo hay oscuridad y silencio.
Sin embargo, cuando se disuelve la productora el documental se encauza exclusivamente en el periplo de Carolina, y con ello pierde. El mundo de Carolina está habitado por su pareja, una hija pequeña y no pocas mascotas; no es un mal lugar, como tampoco lo es la escuela de baile exótico donde perfecciona su técnica de bailarina, y donde parece haber un grupo de fuerte solidaridad femenina que se empujan mutuamente a resistir a la violencia y el abuso que pueden venir de cualquier parte, y particularmente de sus casas.
Llegado este momento, el documental parece centrarse no tanto en las acciones de Carolina sino en sus cicatrices, en las diversas tragedias –algunas realmente terribles– causadas o propiciadas por un entorno precario y peligroso para los más débiles, es decir, los niños y los animales. Una escena particularmente difícil de ver es la agonía de uno de sus gatos, envenenado por una vecina que simplemente la odia, y que es filmado desde la tensión de saber que eso no debería ser mostrado y que al mismo tiempo es imprescindible para entender a Carolina, al agresivo personaje del que se disfraza y a esa realidad torcida e inverosímil para los de afuera que vemos la película.
La obra de Carolina Adriazola y José Luis Sepúlveda está construida sobre la intención expresa de mostrar la realidad no de la marginalidad sino desde esta, elaborando en sus mejores películas una mirada incomprensible e inconmensurable para el “sentido común”. Los realizadores han hecho un aporte perdurable al cine chileno y al registro documental en general (aunque no todas sus películas son estrictamente documentales), al vislumbrar la realidad alterada de personajes cuya singularidad y aislamiento simplemente parecen ser un mundo nuevo y a veces terrible. La caótica nada de El pejesapo (2007) o Mitómana (2009), o el alucinante redil de Il siciliano (2017) son logros mayores de unos observadores pacientes, metódicos y con un ojo único para registrar lo anómalo y tensarlo hasta difuminar la barrera que separa la realidad de la ficción, y por ende la ficción del documental.
Sin embargo, Harley Queen no llega hasta acá. No puede hacerlo porque su protagonista es, antes que todo, una mujer responsable, una madre que no puede darse la licencia de curvar la realidad sino, a lo más, de contenerla para que no dañe a su hija. Y por lo mismo, lo que se logra aquí no es vislumbrar una mirada singular sino lo contrario: nos ponemos en el lugar de una persona cuerda –con responsabilidades y afectos definidos– para observar una cotidianidad violenta que la asedia, incluso en medio de la máxima felicidad en el día de su matrimonio, ya al final de la película.
Esta es otra escena que tal vez no deberíamos ver y que sin embargo es inevitable para entender lo que este país le hace a millones de sus habitantes, y que por años ha sido silenciado o limado por relatos paternalistas, en el mejor de los casos, y estigmatizadores, en el peor. Y que hoy está aflorando de múltiples maneras en el debate público.
La película demuestra la confianza que tiene en ella misma al terminar con un largo travelling por las calles de Bajos de Mena, el que es simétrico respecto de uno similar al comienzo. Es como si entráramos y saliéramos de una acotada experiencia “turística”, y sin embargo es muy poco probable que el espectador apague el computador con el mismo ánimo con que lo encendió.
Acerca de
Título: Harley Queen (2019)
Nacionalidad: Chile
Dirigida por: José Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola
Duración: 100 minutos
Se puede ver en: Ondamedia
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