Cuando llegaron a Santiago, en junio de 1955, los profesores de la Universidad de Chicago Theodore W. Shultz, Earl J. Hamilton, Amold Harberger y Simon Rottenberg, fueron asistidos improvisadamente por dos jóvenes chilenos que mostraban vivo entusiasmo por conocer de cerca a los ilustres visitantes. Eran Sergio de Castro Spikula y Ernesto Fontaine Ferreira-Nóbriga, dos aplicados estudiantes de cuarto año de Ingeniería Comercial de la Universidad Católica de Chile, que se las ingeniaron como traductores para cumplir con el propósito de acercarse a los académicos norteamericanos.
La presencia de los cuatro profesores extranjeros obedecía al estudio en terreno de una proposición hecha por el director del Instituto de Asuntos Interamericanos en Chile, Albion Patterson, para que la Universidad de Chicago se hiciera cargo de un programa de cooperación académica con la Universidad Católica. La propuesta estaba enmarcada en un convenio más amplio que también incluía el envío de egresados chilenos a la universidad norteamericana y la creación de un centro de investigaciones económicas.
De Castro y Fontaine quedaron impresionados con los profesores de Chicago. Al año siguiente, ya egresados, formaron parte de la primera hornada de estudiantes de economía chilenos que asistió a un posgrado en la Escuela de Chicago. Junto con ellos partieron otros siete egresados de las mejores promociones. Tres de ellos eran de la Universidad de Chile: Carlos Massad, Luis Arturo Fuenzalida y Carlos Clavel.
El convenio entre la Universidad de Chicago y la Universidad Católica se puso en vigor a fines de marzo de 1956 y contemplaba una duración de tres años. En vista del éxito que tuvo, las autoridades de la UC solicitaron a los norteamericanos la prolongación del acuerdo por dos años más. De esta forma, expiró el 31 de marzo de 1961. Alcanzaron a usar las becas 30 chilenos, de los cuales al menos 15 se harían notar años después como académicos, empresarios o ejecutivos de grupos económicos y, sobre todo, conductores de la economía del país.
Las becas eran bastante holgadas puesto que incluían desde los pasajes de ida y vuelta a los Estados Unidos, hasta dinero para el sustento personal -alojamiento y alimentación- y para la compra de libros. Asimismo, los becarios tuvieron acceso al servicio médico estudiantil y a otros beneficios sociales. Además, al terminar sus estudios en Chicago, eran llamados a tomar un cargo académico, con horario completo, en la Universidad Católica, "para que se dedicaran a la enseñanza y a la investigación económica, especialmente en la Facultad de Economía".
Fue la Universidad Católica y no la de Chile la que se interesó por el convenio con su similar de Chicago, por una razón casi coyuntural: la Universidad de Chile -a la cual le fue ofrecido primero el convenio- estaba satisfecha con el nivel académico de su carrera de Ingeniería Comercial. Los que rechazaron el acuerdo fueron el decano Luis Escobar Cerda y el secretario de la Facultad, Carlos Martínez Sotomayor.
En cambio, la UC sintió la necesidad de tener ese respaldo. Quien así lo quería era el propio decano de la Facultad de Economía, Julio Chaná Cariola. Había asumido ese cargo el mismo año en que llegaron a Chile los cuatro profesores de Chicago para evaluar en terreno la factibilidad del convenio. Chaná Cariola se mantuvo en el decanato hasta 1963 y ha sido catalogado como el "padre chileno" de los Chicago boys.
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Una categoría similar, en la versión norteamericana, ha recaído en el profesor Arnold Harberger, cuyo interés por la formación de economistas chilenos aumentó considerablemente luego de desposar a la chilena Anita Valjalo, al cabo de sus primeros viajes al país como profesor visitante en la UC. Incluso, hasta muchos años después, el interés del académico por Chile siguió creciendo. El 6 de julio de 1987, Harberger y su discípulo Ernesto Fontaine formaron una empresa conjunta, llamada Inversiones Harberger Limitada, según el Diario Oficial de esa fecha.
Harberger es el formador de la primera generación de Chicago boys criollos. Se le adjudica una influencia clave en los dos alumnos que luego pasarían a descollar como auténticos líderes de la economía neoliberal en Chile: Sergio de Castro y Pablo Baraona. Este último hizo su máster en Chicago entre 1959 y 1961, junto con otros cinco compañeros chilenos, entre los que se contó Ricardo Ffrench-Davis, un Chicago boy de la línea disidente y hasta impugnador de lo que le enseñaron en la universidad norteamericana.
Ffrench-Davis sostiene:
-Observé un sesgo ideológico ultra liberal en los enfoques académicos de la Universidad de Chicago. Había que estar muy a la defensiva para que a uno no le pasaran el contrabando ideológico que se confundía con las materias. En verdad, era una escuela en la que uno podía aprender mucho si sabía separar lo realmente económico y científico del ideologismo ultra liberal.
Si Harberger fue el mentor de los Chicago boys que se quedaron con la ortodoxia liberal, el Premio Nobel de Economía (en 1976), Milton Friedman, fue el guía espiritual de los mismos. Sus ex alumnos lo señalan como el imán que atraía a tirios y troyanos. Friedmán mostraba carisma y pasión para defender sus postulados monetaristas. No era el frío profesor que se quedaba en los libros o en los números. Era para los estudiantes un filósofo y un político que sabía plasmar con facilidad las elucubraciones teóricas con la vida real. Hábil comunicador y polemista, fue también el mayor responsable de la difusión de las ideas neoliberales en los años setenta.
De los más de cien chilenos que han ido a Chicago, no todos volvieron con el doctorado. Más bien, fueron pocos los que alcanzaron este grado académico. Los Ph. D. propiamente tales de las primeras hornadas de Chicago boys son Rolf Lüders, Ricardo Ffrench-Davis, Mario Corbo, Ernesto Fontaine, Dominique Hachette, Álvaro Saieh y Sergio de Castro. Este último recién terminó de doctorarse a mediados de los 70, cuando se desempeñaba como ministro de Economía de Pinochet. El empresario Manuel Cruzat Infante hizo eI master en Chicago y obtuvo el doctorado {en Administración) en Harvard.
Hay opiniones plenamente coincidentes en tomo al alto nivel académico de la Universidad de Chicago, no obstante las diferencias casi inevitables acerca del enfoque ideológico impuesto, sobre todo, por Milton Friedman. Hasta los críticos del neoliberalismo reconocen que esta corriente hizo- y ha hecho- aportes a la teoría económica y que algunas de sus críticas al excesivo tamaño del Estado, al comportamiento del aparato burocrático y a las numerosas ‘trabas' para el funcionamiento de los mercados, son ajustadas. Sin embargo, "el carácter totalizante, la pretensión de cientificidad y de verdades absolutas, en lo que comprende una fuerte carga ideológica, y el carácter extremista de sus planteamientos y de su aplicación práctica, limita y restringe un aporte que, expresado con prudencia· y mayor humildad, podría tener una influencia más profunda y duradera en los distintos campos de las ciencias sociales"'.
Las Ideas neoliberales
La ideología neoliberal que se enseña en Chicago tiene una visión global del mundo. Cree que los principios del neoliberalismo son susceptibles de aplicarse a todos los ámbitos de la vida de un país. Para sus seguidores, la economía neoliberal puede ser tomada como una ciencia omnipotente. Para el economista doctorado en Chicago, Roberto Zahler, un crítico de estas ideas, constituye un error "identificar el neoliberalismo con la ciencia económica moderna y viceversa". También es equívoco creer que sólo los ex alumnos de la Universidad de Chicago son neoliberales: en verdad, la influencia de esta concepción traspasa las fronteras de esas aulas y se extiende en numerosas escuelas de Economía, en los países desarrollados y del Tercer Mundo.
Esta corriente de pensamiento tuvo su origen en las ideas del escocés Adam Smith (1723-1790), a quien los neoliberales reconocen como la fuente inspiradora. Su principal obra, La riqueza de las naciones, un texto en cinco volúmenes insoslayable para cualquier economista, apareció durante los albores de la Revolución Industrial. Smith dio una articulación coherente a los tres principios básicos del liberalismo económico: la libertad personal, la necesidad de la propiedad privada (puesto que ésta permitiría el mejor uso de la riqueza) y el papel del mercado. Aunque no rechazaba por completo la injerencia estatal y el laissez-faire no era para él sinónimo de total falta de restricciones, Smith postuló que la búsqueda de beneficio personal de un individuo permite una promoción de los intereses sociales. Una "mano invisible", el mercado, que es el escenario de la libre competencia, conduciendo al bienestar social, sostuvo el escocés.
Dos siglos después, Friedman reverdeció y difundió estas ideas en Libres para elegir, hacia un nuevo liberalismo económico, escrito en colaboración con su esposa Rose Friedman. La obra, de fácil lectura y abundante en ejemplos, es un texto al que hasta sus críticos reconocieron dotado de una admirable "diafanidad y fuerza persuasiva", es una crítica a la intervención estatal y gubernamental en los mercados y una defensa apasionada y lúcida de la libre iniciativa individual. La influencia de éste y otros trabajos de Friedman ha sido notoria en la "revolución neoconservadora" que tuvo lugar en los países desarrollados en las décadas del setenta y ochenta.
Para Friedman, la base de la prosperidad es una combinación entre la libertad de mercado y la libertad política. Sobre ambos factores, cree, se construyó el bienestar de Estados Unidos y Gran Bretaña, los dos mayores exponentes del capitalismo mundial desde el siglo XIX. Los principales problemas económicos de estos países en los años 60 y 70 obedecieron, según él, justamente al predominio de las políticas gubernamentales intervencionistas y reguladoras de los mercados.
Las ideas motrices de Friedman son dejar al mercado actuando sin restricciones, eliminando las trabas a la libre competencia. Se debe frenar tanto el déficit fiscal, como el gasto público y la emisión de dinero, que son las causas de la inflación crónica y, en consecuencia, el rol del Estado debe disminuir.
En síntesis, en materia económica el neoliberalismo postula la propiedad privada individual, la reducción del tamaño e intervención del Estado, la privatización y la descentralización de la actividad económica y social, y un rol preponderante del mercado, libre de distorsiones e interferencias, en todas las actividades humanas.
En lo social, a su vez, este modelo requiere de la atomización de las organizaciones sociales, para impedir que la acción de los "grupos de presión" sobre el Estado distorsione la acción del mercado. En el plano político, el sistema debe cautelar que los "principios fundamentales antes reseñados y, particularmente, el sistema, la estrategia de desarrollo y las políticas económicas, se sostengan y funcionen con eficiencia, independientemente de quién esté en el poder".
No ha sido sencillo para el neoliberalismo explicar la obvia contradicción entre la necesidad de libertad económica y política que postula esta ideología, con la experiencia chilena. En definitiva, según sus mentores, el régimen de fuerza en Chile habría respondido a la necesidad de evitar la consumación del socialismo.
La falta de libertad política durante las transformaciones efectuadas en el gobierno autoritario, habría permitido sentar las bases de la libertad económica, como pilar de una ulterior libertad política, todo ello a costa de ahogar por largos años las libertades personales y de eliminar por la fuerza a quienes expresaron su disconformidad.
Dos críticas globales se han planteado a la concepción política del neoliberalismo autoritario en Chile. Por una parte, si los consumidores tienen libertad para elegir qué comprar, ¿por qué no deberían haber tenido, al menos, la misma libertad respecto a las alternativas políticas? La otra crítica global ataca al supuesto carácter "técnico" que tendría la economía, según los Chicago boys criollos. Esto queda refutado por los hechos y su praxis: En cada decisión de política económica hay una valoración. Cuando los técnicos deciden entre menos inflación y más desempleo, más o menos empresas públicas, tal o cual distribución del ingreso, no lo hacen en su calidad de "profesionales", sino que en cuanto "hombres políticos".
La corriente neoliberal contemporánea ha contado entre sus principales exponentes, además de Friedman, a Friedrich Hayek (Premio Nobel de Economía 1974), James Buchanan, Gordon Tullock y Chiaki Nishlyama. En Chile, el Centro de Estudios Públicos (CEP) fundado por un grupo de empresarios altamente comprometidos con los Chicago boys, analiza y promueve el pensamiento neoliberal desde 1981.
La relación con las fuerzas armadas
La versión chilena de los Chicago boys llevó las ideas neoliberales a todos los planos de la vida. Donde les costó introducir sus ideas fue en el sector defensa debido al celo con que Pinochet y los militares administraron las instituciones castrenses. Algo lograron, en todo caso, con la incorporación del sector privado a la producción de armamentos y con la apertura de los centros fabriles del Ejército, la Armada, y la Fuerza Aérea a una creciente participación en el mercado, ya sea a través de la producción de elementos bélicos para la exportación, o bien por intermedio de la venta de sus bienes y servicios a empresas chilenas.
Las Fábricas y Maestranzas del Ejército (Famae) comenzaron a producir con mayor intensidad herramientas de albañilería, como palas, picos, carretillas y martillos. Los Astilleros de la Armada (Asmar) iniciaron la construcción de barcos pesqueros y la Empresa Nacional de Aeronáutica (Enaer), desarrolló prototipos de aviones pequeños para la instrucción de vuelo. Estas tareas proporcionaron fuentes adicionales de financiamiento a dichas instituciones y estimularon el desarrollo tecnológico en la defensa nacional. ·
Ambos hechos motivaron un gran reconocimiento de las fuerzas armadas hacia los Chicago boys, debido a que llegaron en un momento oportuno y muy delicado: cuando el gobierno de Pinochet, a consecuencia del asesinato del ex canciller socialista Orlando Letelier y de su secretaria Ronni Moffitt -el 21 de septiembre de 1976 en Washington-, fue sancionado por Estados Unidos con el embargo a la venta de armamentos y repuestos. Posteriormente, cuando el país enfrentó las tensiones con Argentina, por el diferendo limítrofe austral en 1978, y con Perú al año siguiente, por la conmemoración del centenario de la Guerra del Pacífico, la industria bélica local estuvo en condiciones de responder a parte importante de las necesidades defensivas.
Los Chicago boys no interfirieron ni cuestionaron el incremento del gasto en defensa, originado en el aumento de los costos de personal y el mejoramiento paulatino de las remuneraciones y de las pensiones a los uniformados. Tampoco les importó mucho que las fuerzas armadas demandaran recursos extraordinarios para ocultar tareas ajenas a su función tradicional, el resguardo de la soberanía.
Parte de este aumento presupuestario provino de la reforma a la ley reservada 13.196 (de 1958), mediante la cual Codelco-Chile tuvo que traspasar a las fuerzas armadas el 10 por ciento de las ventas de cobre, y no el 10 por ciento de las utilidades finales (después de impuestos). En 1988 esta ley fue sometida a una nueva reforma para incorporar los subproductos (molibdeno, oro, plata, ácido sulfúrico) al descuento por las ventas totales de Codelco-Chile.
En la mayor parte del régimen militar el gasto de las fuerzas armadas osciló entre el 7 y el 10 por ciento del PGB. El salto más notable ocurrió inmediatamente después del golpe de 1973: de un gasto estimado de 777 millones de dólares para ese año se subió a mil millones de dólares en 1974. En plena crisis de 1982-1983 el gasto militar se empinaba sobre dos mil millones de dólares.
El financiamiento de los servicios represivos, primero la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y luego la Central Nacional de Informaciones (CNI), formaron parte de las reglas del juego para poner en práctica la Doctrina de Seguridad Nacional. El presupuesto de la CNI ascendía a 14,3 millones de dólares en 1984, cuando el país aún no salía de la aguda crisis económica de 1982-83. Hubo, en este aspecto, un pacto de no agresión entre los Chicago boys y los altos mandos militares para no interferirse entre sí. De esta manera, los discípulos de Harberger y Friedman pudieron experimentar los cambios en la economía chilena sin riesgo de contrapeso político, y los militares procedieron a ejercer tareas represivas sin fijarse en gastos.
Para los observadores y críticos del modelo neoliberal chileno resultó curioso constatar la extraña convivencia entre un grupo de tecnócratas que predicaba la más irrestricta libertad económica, con un conjunto de uniformados que ahogaban sistemáticamente las libertades políticas. La experiencia de fusionar los principios de una economía libre con las prácticas represivas de un régimen de fuerza, provocó incluso la crítica de Milton Friedman quien con ocasión de la crisis de 1982-83, sentenció que el régimen autoritario terminaría por asfixiar la libertad económica.
De esta manera, Friedman se mostró proclive a acelerar una apertura política en Chile. Después, los efectos de la crisis le darían la razón, cuando el régimen de Pinochet tuvo que ceder espacios de libertad política.
Un período sin influencia
Las primeras generaciones de economistas becados en Chicago estuvieron en la casi total hibernación política hasta después del golpe de 1973. Pasaron alrededor de 15 años en claustros universitarios o en cargos irrelevantes, tanto en el sector público como privado. Salvo contados casos, como el de Pablo Baraona y Álvaro Bardón, que en tiempos de los gobiernos de Frei y Allende salieron ocasionalmente a defender sus ideas en público (especialmente a través de artículos de prensa), la mayoría de los Chicago ortodoxos optaron por el anonimato. Incluso, colaboraron, pero discretamente, con la preparación del programa económico del abanderado presidencial de la derecha Jorge Alessandri, en 1970. Eran los mismos que participaban en el Centro de Estudios Socioeconómicos (Cesec) que dirigía Emilio Sanfuentes y en el que participaban activamente Sergio de Castro y Pablo Baraona. El Cesec funcionaba en una estrecha oficina de calle Bandera, en Santiago, en los altos del restaurante "El Rápido", desde donde salían informes económicos y trabajos de consultoría para empresas privadas. .
En su fuero interno, los Chicago boys renegaban de la política y de los políticos. Esperaban una oportunidad más propicia para actuar. Mientras tanto, pasaron varias generaciones de estudiantes de Economía y Administración por las universidades donde impartían docencia: la Universidad Católica y la Universidad de Chile.
Los Chicago tampoco se trenzaron en la lucha ideológica librada en la década del 60. Si bien sus postulados estuvieron francamente arrinconados por la arremetida de las posiciones reformistas, estos economistas no hicieron nada por contrarrestar la marea de cambios de la época. Dejaron que la derecha tradicional siguiera sucumbiendo ante el avance de sus adversarios y ni siquiera confiaron en el gremialismo de Jaime Guzmán. Sin más argumentos de fondo que la búsqueda del término de la politización en sectores y actividades que aparentemente ninguna relación tenían con la política·, al gremialismo de Guzmán le faltaba entonces el eslabón económico que más tarde se lo brindarían los Chicago boys. Finalmente, cuando Guzmán encontró el eslabón perdido se lanzó a la formación de un partido político: la Unión Demócrata Independiente (UDI), en que ambos sectores, Chicago boys y gremialistas, se fusionarían.
Lo que estaba latente en el pensamiento de los Chicago boys y que después pusieron en práctica bajo el régimen militar era lo siguiente: la liberalización de los mercados; el fomento de la libre iniciativa privada; la reducción del tamaño del Estado; la apertura de la economía al exterior; el término de la discrecionalidad del gobierno en las decisiones económicas; la búsqueda permanente de la eficiencia en todas las actividades económicas (públicas y privadas) y el desafío de velar por los equilibrios macroeconómicos.
Preparativos para el poder
La doctrina de Jo Chicago boys se mantuvo intacta y hasta se reforzó en el período de la Unidad Popular. Fue precisamente por oposición al gobierno de Allende que ellos cerraron filas para plasmar sus ideas en un programa económico alternativo con otros economistas, no necesariamente neoliberales.
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Los egresados de Chicago comenzaron a aglutinarse a mediados de 1972, antes del paro de octubre organizado por los empresarios contra la Unidad Popular. La iniciativa de juntarse fue respaldada por los departamentos técnicos de los partidos Democracia Cristiana y Nacional. Las personas claves eran Sergio Undurraga y Emilio Sanfuentes, en el Partido Nacional, y Álvaro Bardón y Andrés Sanfuentes, en la Democracia Cristiana. En las primeras reuniones informales se llegó a un rápido diagnóstico sobre la gravedad de la situación económica, a menos que Allende cambiara de rumbo. "En caso de que no lo hiciera, cada día que pasara se hacía inminente la posibilidad de un golpe de Estado".
Aunque está suficientemente probado que la derecha más radicalizada comenzó a conspirar desde el mismo momento en que Salvador Allende triunfó en las elecciones de septiembre de 1970, con una mayoría relativa del 36 por ciento, lo que no está muy claro es el instante preciso en que los opositores a la Unidad Popular tomaron la decisión de preparar un programa económico para el eventual gobierno que surgiera después del golpe. No cabe duda, en todo caso, que las iniciativas en este sentido eran abundantes. Una versión sostiene que fue Roberto Kelly quien tomó la iniciativa de convocar a los economistas opositores, en agosto de 1972.
Sin embargo, hay otra versión, la del ex presidente de la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), Orlando Sáenz, que difiere de la anterior tanto en la fecha como en el modo en que se hizo la convocatoria. Mientras se asegura que fue Kelly quien impulsó este programa alternativo a petición de un grupo de oficiales de la Armada (entre los que se contaban José Toribio Merino, Patricio Carvajal y Arturo Troncoso), Sáenz asegura que la iniciativa partió de su persona en septiembre de 1971, tres meses después de haber asumido la presidencia de la Sofofa:
-Invitamos a un conjunto de empresarios destacados a un seminario de dos días en el hotel O'Higgins de Viña del Mar. Allí le propusimos a esta gente un 'plan de guerra' contra la Unidad Popular, porque ya se veía que la situación iba de mal en peor. El resultado concreto de esta reunión fue la formación de tres grupos de trabajo: uno de inteligencia, otro de medios de comunicación y uno de asesoría técnica y estudios económicos. Este último comenzó a trabajar casi de inmediato y al poco tiempo después echó las bases de Jo que sería el programa económico alternativo.
El propio Sáenz se habría encargado de contratar al economista Sergio Undurraga para que coordinara los trabajos. A Undurraga Je pagaron un sueldo con fondos de la Sofofa y lo instalaron con oficinas en los altos del cine Continental, ubicado en el barrio cívico de Santiago. "Al primer gallo que tomó Sergio Undurraga para que colaborara con él fue a Álvaro Bardón, quien pertenecía al departamento técnico de la DC", ha contado Sáenz.
El equipo de trabajo creció y pronto tuvo 36 personas, entre las cuales se contaban Sáenz, quien oficiaba como presidente; Sergio de Castro, Juan Villarzú, Emilio y Andrés Sanfuentes, Jorge Cauas y Alberto Baltra. Ocasionalmente pedían estudios especiales a terceros y ofrecían charlas a dirigentes gremiales y políticos opositores a la Unidad Popular.
La primera etapa de actividad de este equipo consistió en recopilar información económica y distribuirla entre los partidos de oposición. La segunda vino en junio de 1973, cuando Sáenz tomó la iniciativa de convocar a los líderes máximos de la oposición a una reunión para darle apoyo orgánico al programa económico alternativo. La cita se efectuó en la casa de Sáenz y a ella asistieron Eduardo Freí, Sergio Onofre Jarpa, Jaime Guzmán, Pablo Rodríguez Grez y Julio Durán. En esa oportunidad "se tomó la decisión de poner en circulación restringida los primeros informes del equipo de trabajo, con el propósito de que éstos se filtraran hacia los altos mandos de las fuerzas armadas", relató Sáenz.
Cualquiera que haya sido el resultado de estos intentos, el hecho concreto fue que el 11 de septiembre de 1973 sobrevino el golpe de Estado y el programa económico alternativo no alcanzó a estar terminado. Pero existía un diagnóstico de la crisis económica durante la UP y estaban las líneas gruesas de las políticas necesarias para enfrentarla. Por eso, quizás, no hubo problemas para que desde el primer día del régimen militar, sus autores se pusieran en campana para presentarle el documento a los nuevos gobernantes.
Antes de que Orlando Sáenz fuera llamado por la Junta de Gobierno para colaborar, el 15 de septiembre de 1973, alguien ya había hecho llegar al almirante José Toribio Merino una copia del voluminoso documento económico. Pudo haber sido cualquiera de sus principales redactores: Emilio Sanfuentes y su hermano Andrés, Álvaro Bardón, Pablo Baraona, Sergio de Castro, Juan Braun, Manuel Cruzat, Sergio Undurraga, Juan Villarzú o José Luis Zabala, la mayoría de ellos ex alumnos de la Universidad de Chicago.
Diagnóstico y proposiciones
La introducción del documento que alcanzaron a preparar los economistas de Chicago antes del golpe de Estado partía identificando a sus autores:
-Los miembros del grupo son economistas profesionales la mayoría de ellos son o han sido profesores universitarios. Su experiencia pasada es muy variada, ya que algunos están relacionados con la actividad privada, otros con la docencia y la investigación, y muchos han ocupado posiciones técnicas en la administración pública o empresas del Estado. Aunque algunos pertenecen a partidos políticos, la mayoría es independiente, pero todos se ubican en el sector democrático y no marxista del país. El diagnóstico no se restringió a examinar la situación económica durante la Unidad Popular. Iba más allá con la indudable finalidad de formular una crítica global al sistema económico predominante desde varias décadas anteriores. Así lo expresaba: ·
- La actual situación se ha ido incubando desde largo tiempo y ha hecho crisis sólo porque se han extremado las erradas políticas económicas bajo las cuales ha funcionado nuestro país a partir de la crisis del año 1930. Dichas políticas han inhibido el ritmo de desarrollo de nuestra economía, condenando a los grupos más desvalidos de la población a un exiguo crecimiento de su nivel de vida, ya que dicho crecimiento, al no poder ser alimentado por una alta tasa de desarrollo debía, por fuerza basarse en una redistribución del ingreso que encontraba las naturales resistencias de los grupos altos y medios.
La crítica global hablaba de una baja tasa de crecimiento, de estatismo exagerado, de escaso empleo productivo, elevada inflación, atraso agrícola y de la existencia de enormes bolsones de pobreza en el país.
El gran responsable de este atraso era, a juicio de los autores del programa, el "estatismo asfixiante" en que habían caído casi todos los gobiernos anteriores, incluido el del derechista Jorge Alessandri, entre 1958 y 1964. Por esta razón, recomendaban urgentemente iniciar la descentralización de la economía. Pedían también que este proceso se hiciera con un mínimo de coherencia, ya que en el pasado “las políticas económicas que se aplicaron no tuvieron el éxito esperado debido a la existencia de elementos contradictorios en ellas y/o a la ausencia de una clara visión de conjunto, que relacionara los esfuerzos realizados en distintas áreas y mantuviera ciertas políticas fundamentales cuyos resultados no se logran en el corto plazo".
Una consecuencia inevitable del centralismo estatal, según estos economistas, era el reforzamiento de la discrecionalidad del poder político para intervenir en la economía. Lo que más criticaban los Chicago boys era el uso de esta discrecionalidad para la fijación de precios, el otorgamiento de subsidios y el control directo de los mercados. Esta intervención era fuente de graves desequilibrios e injusticias, planteaban. El programa estaba diseñado con miras al largo plazo, no obstante las medidas concretas que exponía para enfrentar la coyuntura.
Los opositores a la Unidad Popular que tuvieron mayor lucidez y frialdad para buscar y proponer una respuesta ideológica integral fueron los Chicago boys. Bien o mal, la Unidad Popular en Chile estaba intentando una transformación socialista por la vía democrática y, ante la magnitud de esos cambios, la respuesta más articulada era la de los neoliberales. Ellos entendían que una vez ocurrido el golpe de Estado no bastaba con normalizar la economía para que el país retomara su marcha por el mismo camino que antecedió a la Unidad Popular.
Los Chicago boys creían firmemente en la posibilidad de emprender cambios radicales en las estructuras económicas para afirmar el sistema capitalista. Por eso se dieron a la tarea de elaborar un proyecto global, el cual coincidió con la toma del poder por parte de un régimen de fuerza, cuyo máximo exponente, el general Augusto Pinochet, hizo suyas -mientras pudo dos sentencias que en su fuero interno compartían los Chicago boys: que el régimen militar tenía metas pero no plazos, y que el modelo económico neoliberal era un viaje sin retomo.
El equipo de la inserción
Por la poca gravitación que tenían al momento del golpe, los Chicago boys no llegaron por la puerta ancha al gobierno militar. Por otra parte, el celo profesional característico de los uniformados llevó a la Junta de Gobierno a designar sólo a hombres de plena confianza en el equipo económico. Primero estaba la lealtad y sólo después la idoneidad para desempeñar los cargos. De allí que los Chicago boys sólo fueron convocados a cargos menores en los primeros días después del 11 de septiembre de 1973. Así pasaron algún tiempo, como asesores y técnicos dependientes del mando militar, antes de tener poder de decisión.
El primer equipo económico del régimen militar, al 10 de octubre de 1973, un día antes de que Femando Léniz asumiera el Ministerio de Economía, era el siguiente: Economía, general Rolando González; Hacienda, contraalmirante Lorenzo Gotuzzo; Obras Públicas, general de brigada aérea Sergio Gutiérrez; Agricultura, general de aviación Sergio Crespo; Trabajo, general de carabineros Mario Mackay; Minería, general de carabineros Arturo Yovane; Vivienda, general Arturo Viveros y Odeplan, Roberto Kelly.
En ese momento los Chicago boys cumplían funciones secundarias. De Castro asesoraba al ministro de Economía; Juan Villarzú asumió como director de Presupuestos; José Luis Zabala reemplazó al economista Jorge Marshall en el Departamento de Estudios del Banco Central. A cargo de este organismo estaba el general Eduardo Cano. Andrés Sanfuentes fue asesor en el Banco Central y en la Dirección de Presupuestos, simultáneamente. Pablo Baraona lo hizo en el Ministerio de Agricultura; Carlos Massad era asesor y Álvaro Bardón pasó fugazmente como asesor de la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo), manteniéndose como Director del Departamento de Economía de la Universidad de Chile hasta 1975.
Jorge Cauas Lama se convirtió en un Chicago boy por adopción cuando fue llamado a hacerse cargo de la vicepresidencia del Banco Central, en abril de 1974. Cauas no estudió en la Universidad de Chicago. Era ingeniero civil con un máster en Economía otorgado por la Universidad de Columbia.
Mientras tanto, en Odeplan el ministro Roberto Kelly se preocupaba de llamar a técnicos jóvenes para las tareas de estudio y planificación que entonces cumplía esa cartera. Fue Kelly quien llevó a Miguel Kast, un Chicago boy brillante, que hasta el momento de su muerte prematura, el 18 de septiembre de 1983, ejerció un liderazgo natural entre los nuevos cuadros de economistas que llegaban al gobierno. Fue Kast quien se preocupó de formar el semillero de nuevos Chicago boys, para lo cual hizo aprobar un programa especial de becas -financiado por Odeplan a través del cual se enviaría un total de cien estudiantes chilenos a las aulas de Friedman.
-Con este equipo será difícil que el país retorne al socialismo-, comentó en cierta oportunidad Miguel Kast.
A través de Odeplan llegaron a desempeñar diferentes funciones en el gobierno, entre otros, los siguientes Chicago boys: Ernesto Silva, Juan Carlos Méndez, Arsenio Molina, María Teresa Infante, Sergio de la Cuadra, Álvaro Donoso, Martín Costabal, Julio Dittborn, Cristián Larroulet, Ricardo Silva, Jorge Selume, Joaquín Lavín y Álvaro Vial. También pasó por Odeplan Hernán Büchi, el cual no era formado en Chicago.
Durante los dos primeros años de régimen militar, el mejor divulgador de las ideas de los Chicago boys fue el ministro Kelly, quien los conocía desde mucho antes del golpe de 1973. Ya con las primeras avanzadas en puestos menores, Kelly y los discípulos de Friedman y Harberger iniciaron una soterrada lucha por la toma de posiciones más importantes. El objetivo era doble: por un lado tenían que esforzarse para demostrar mayor capacidad que los uniformados y, por otro, estaban obligados a comprobar que los viejos técnicos en los cuales confiaron inicialmente los militares estaban equivocados. Los desastrosos resultados económicos de 1974 fueron la carta acusatoria que usaron los Chicago boys contra los primeros civiles en el equipo económico de gobierno.
En la sorda lucha interna los golpes bajos fueron para el contraalmirante Gotuzzo, el ministro de Economía Femando Léniz y el ingeniero Raúl Sáez. A este último lo habían designado ministro de Coordinación Económica. Léniz y Sáez eran para los Chicago boys los obstáculos más fuertes, porque estaban altamente prestigiados entre los altos mandos de las fuerzas armadas y porque exhibían un destacado currículum, gremial el primero y profesional el segundo.
Raúl Sáez, en realidad, nunca coordinó nada en el equipo económico, a pesar de que supuestamente esa era su función. Nunca tuvo oficina ministerial ni tampoco gabinete asesor. Trabajó arduamente asesorando en distintos niveles, desde la Junta de Gobierno hasta los ministerios. El daba la última palabra en las decisiones claves. Pero esto sólo duró hasta principios de 1975, cuando los Chicago boys prepararon, sin su conocimiento, el tratamiento de shock que aplicó el ministro Cauas a partir de abril de ese año.
Los Chicago boys no sólo no dieron a conocer previamente a Sáez el contenido del plan, sino que, además, éste casi no tuvo oportunidad de oponerse. Apenas Cauas anunció oficialmente el plan, Raúl Sáez presentó su renuncia indeclinable al gobierno.
De allí para adelante, los Chicago boys quedaron con el campo abierto. Podían actuar sin contrapeso interno para llevar a la práctica los cambios estructurales, cuyo esbozo pertenecía al programa global que elaboraron antes del 11 de septiembre de 1973.
Era otro, sin duda, el estilo que también hubiesen querido aplicar los economistas de la Democracia Cristiana (DC) que, sin renunciar a su partido, colaboraron en el primer año del régimen militar. Concordando con la meta estratégica de orientar la economía chilena hacia una mayor liberalización, los demócrata cristianos de filas esperaban aplicar los cambios con gradualidad, mayor participación y especial cuidado de no provocar los traumas sociales tan grandes como los que finalmente causaron los Chicago boys. De hecho, los demócrata cristianos se desembarcaron casi por completo con la iniciación del " tratamiento de shock" de Cauas. Dos economistas que siguieron integrando el equipo económico de la DC, Andrés Sanfuentes, ex funcionario del Banco Central, y Juan Villarzú, ex Director de Presupuestos, meses después se retiraron desencantados de sus tareas en el gobierno militar. El reemplazante de Villarzú en Presupuestos, Juan Carlos Méndez, fue quien ejecutó la triste misión de despedir a 96.000 funcionarios públicos en un año como parte de la jibarización contemplada en el plan Cauas.
Pocos democratacristianos siguieron colaborando con el régimen de las fuerzas armadas y no tardaron en dejar de militar en su partido. Entre las excepciones se contaron- el propio Cauas, Álvaro Bardón, quien hasta los últimos días del régimen se seguía considerando DC, y José Piñera Echenique, el cual ingresó al equipo económico en 1979. En tareas aledañas a la gestión económica oficial permanecieron los abogados William Thayer y Juan de Dios Carmona.
La salida de los demócrata cristianos del gobierno y la derrota de quienes, como el ministro de Coordinación Económica Raúl Sáez, querían reformas suaves, permitió a los Chicago boys culminar su tarea.
(*) -Manuel Délano es periodista de la U. de Chile, magíster en Comunicación Estratégica UAI y diplomado en Aprendizaje y Enseñanza en Educación Superior, fue corresponsal en Chile del diario El País de España, editor de Economía en revista HOY, editor general del diario La Nación, consultor de organismos internacionales y es autor y editor de libros, artículos y estudios y docente universitario.
(*)-Hugo Traslaviña es periodista especializado en economía. Titulado en la Universidad Católica del Norte y Magíster en Gestión Empresarial, de la Universidad Técnica Federico Santa María. Se ha desempeñado como reportero y editor en revistas y diarios y en la agencia internacional Reuters. Es profesor en la Universidad Central y miembro del directorio de la Asociación Interamericana de Periodistas de Economía y Finanzas, Capítulo Chileno (AIPEF Chile). También es autor del libro "Inverlink, la ruta de una estafa" (Editorial Planeta 2003) y "Llegar y llevar, el caso La Polar'' (Ediciones Mandrágora, 2013).
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