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Viernes, 19 de Abril de 2024
Implicancias de un avance científico

El tiempo en manos humanas

Ricardo Martínez

La reciente noticia de un experimento ruso que logró revertir brevemente la dirección del tiempo no solo da espacio para pensar en máquinas del tiempo, sino que también en la posibilidad extraordinaria que tiene la especie humana para hermanar ciencia, literatura y arte.

Admision UDEC

A inicios de año un equipo de científicos rusos avecindados tanto en Rusia como en los Estados Unidos, y liderados por Gordey Lesovik, publicó en arXiv un artículo en que indicaban que, bajo condiciones computacionales sumamente complejas, habían logrado revertir por una millonésima de segundo la flecha del tiempo. Los medios tomaron esta noticia fundamentalmente como un avance en el hipotético campo de las máquinas del tiempo, aunque las grandes dificultades encontradas más bien desalientan a los físicos.

Sin embargo, este bullado avance ha dado espacio para pensar en dos aspectos relevantes y recurrentes acerca del tiempo y su relación con la especie humana:

La paradoja del abuelo

Una de las paradojas más habituales en que se reflexiona cuando se piensa en las consecuencias de los viajes en el tiempo es la llamada paradoja del abuelo. Según ella, si una persona viaja hacia el pasado bien podría asesinar a su abuelo cuando es joven. Ello impediría que naciera su padre, y por lo tanto la misma persona que viajó en el tiempo no podría haber nacido y, en consecuencia, no podría haber realizado el viaje.

Se trata de una situación que se puede generalizar bajo la idea de que cualquier cambio que se realice sobre el pasado cambiaría el futuro desde el que se proviene, lo que se halla en la base de mucha de la literatura (la documentación más antigua de esta historia data de fines de la década del veinte del siglo pasado en publicaciones como Amazing Stories, de  Hugo Gernsback) y el cine de ciencia ficción, desde Volver al Futuro hasta Avengers: Endgame, pasando por Peggy Sue, su pasado la espera.

Este tipo de reflexiones se conocen como experimentos mentales o Gedankenexperiment (en alemás) y permiten pasar horas o días reflexionando en las consecuencias del “qué pasaría si…”, aunque suelen carecer de implicancias prácticas.

Los viajes mentales en el tiempo 

En el campo de las ciencias cognitivas hay, sin embargo, un espacio para viajes en el tiempo que efectivamente se pueden realizar y que realizamos efectivamente todos los días: los viajes mentales (mental time travel, MTT, enunciado por primera vez en 1997 en una publicación de Thomas Suddendorf y Michael Corballis). La idea básica del MTT considera que muchas veces a lo largo del día las personas dedican espacio en sus vidas mentales a reconstruir el pasado (recordando esa guitarreada en la fogata de la playa del año 1985) o a avizorar el futuro (imaginando las consecuencias de cambiarse de trabajo e iniciar un nuevo ciclo). 

Desde este punto de vista, el tiempo se concibe más que como un fenómeno físico, como un fenómeno de la experiencia psicológica de las y los individuos. Y curiosamente, parece ser un superpoder casi exclusivo de los seres humano de entre las especies de animales conocidas.

La razón de que el MTT solo lo puedan realizar los seres humanos parecería estribar en que, hasta donde se sabe, solo los seres humanos disponen de un lenguaje complejo. Y es ahí donde el viaje en el tiempo sucede.

Se puede explicar mejor con un ejemplo. Según algo que planteó el lingüista Charles Hockett en su Curso de Lingüística Moderna en 1958, el lenguaje y las lenguas disponen de una característica sumamente especial, diferente de los sistemas comunicacionales animales, llamada desplazamiento. El desplazamiento consiste en que los temas de los que hablamos no requieren estar anclados en el aquí y en el ahora. Podemos hablar del pasado: “¿Recuerdas esa caminata de hace un par de años por la plaza?”, del futuro: “Yo estoy seguro de que el Liverpool ganará la Champions”, así como de situaciones de lugares distantes: “En Inglaterra se están haciendo todo un lío con el Brexit”, e incluso de eventos que suceden en otros mundos, hasta inexistentes: “La Estrella de la Muerte destruyó Alderán”.

Al parecer, aunque esto es objeto de acaloradas discusiones, los animales no disponen de esta habilidad en sus sistemas de comunicación. La abeja exploradora que llega al panal y realiza la danza que indica la ubicación de una fuente de polen -tal como documentó Karl Von Frisch en 1927, lo que le valió en Nobel de Fisiología y Medicina en 1973- no comunica más que lo que ocurre en el aquí y el ahora. Ninguna abeja exploradora podría realizar la danza tratando de comunicar mensajes como “¿Se acuerdan del suculento polen que había hacia el noreste hace tres días?”, ni menos: “Me imagino que si volamos treinta metros en dirección al sol vamos a encontrar mucho polen”.

En una publicación de 2013, el mismo Suddendorf señala que los viajes mentales en el tiempo, en especial hacia el futuro, han dado a la especie humana una habilidad inusual y sumamente útil. Le permite a mujeres y hombres planificar sus acciones a largo plazo, preparar acciones con mucha distancia del momento de su ejecución, y también diseñar escenarios posibles que son consecuencia de sus acciones presentes. Permiten desde llegar finalmente al asado que se fue invitado semanas atrás o ir pagando un crédito hipotecario.

Según Fred Previc en su polémico libro The Dopaminergic Mind de 2009, una de las condiciones que favorecieron la emergencia de los MTT fue un cambio en el procesamiento de la dopamina en los orígenes del homo sapiens. Previc indica que, al entender la dopamina como el neurotransmisor de la recompensa (rewarding system), que activa una sensación de placer al obtener un logro -como sacarse una buena nota en un examen- los seres humanos se hicieron en alguna medida adictos a planificar el éxito de sus acciones futuras.

Fueron estos viajes mentales en el tiempo los que quizá dieron origen a las especulaciones sobre las máquinas del tiempo que no solo han movilizado e impulsado la literatura de ciencia ficción, sino que también iniciativas como las del equipo de Lesovik. De algún modo, en este tema, la imaginación (y la literatura y el arte) se hermanan con la ciencia.

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