Tal como sucedió a partir de octubre de 2019, cuando fue el nuevo Chile el que logró establecer la agenda pública, lo mismo sucede por estos días con la Convención Constitucional. No fueron entonces los medios tradicionales, ni los centros de estudio, ni los empresarios con sus millones, ni el gobierno y todo su aparato estatal. Fueron los ciudadanos de a pie, sin líderes conocidos ni hojas de ruta previamente trazadas, quienes pusieron la música y desafiaron cualquier predicción.
Fue tal la magnitud de la revuelta que no hubo posibilidad alguna de ignorarla y temas como los portonazos, la “ola migratoria” y las noticias desde Venezuela debieron pasar a la bandeja de pendientes.
Con la agenda determinada por la calle, la batalla se libró en la cancha del relato, para tratar de darle un sentido a los hechos que pocos vieron venir. Por el lado del gobierno y la prensa tradicional, el primer intento fue aplicar una narrativa de seguridad. El estallido no era más que lumpen dispuesto a incendiar un país completo si era necesario. Así, durante los primeros 10 días, la prensa del duopolio optó por silenciar ese multitudinario e incómodo coro de voces que de manera pacífica clamaban por una repartición más equitativa de una torta cortada por los mismos de siempre.
Buscaron en Venezuela y en el K-Pop, pero tan inverosímil se volvió el relato con pie forzado escrito desde los escritorios de Larroulet, Chadwick, Espina y compañía que el tiempo terminó por sepultarlo y darles la razón a quienes ya habían abollado decenas de cacerolas protestando con sus cucharas de palo.
En apenas una semana, por ejemplo, La Segunda tituló cuatro veces con las polémicas de la Convención, convirtiendo los rostros de Elisa Loncon y Jaime Bassa –las dos caras más visibles del organismo– en sinónimo de polémicas y peleas. La Convención Constitucional aparece en nuestra prensa cada vez más narrada desde la óptica de la incertidumbre y el temor ante sus consecuencias.
Prácticamente dos años más tarde, lo mismo ocurre con la Convención Constitucional, la que desde que inició su funcionamiento estableció una agenda a la que los medios de comunicación debieron subirse sin derecho a reclamo.
Pero si la estrategia inicial con el estallido parece haber sido mutear las demandas populares, en este caso todo indica que se está haciendo lo contrario: saturar las portadas, noticieros y editoriales con información sobre la Convención que termina por hastiar hasta al más entusiasta. El caso Rojas Vade, el fallido canto del himno nacional, la inclusión o no de la palabra República y la discusión sobre el derecho de los padres sobre la educación de sus hijos –por poner sólo algunos ejemplos– han resultado ser excusas perfectas para subir el volumen al máximo hasta dejarnos atontados.
Durante los últimos días, en la medida en que el proceso constituyente entra a discutir temas de mayor relevancia, esta tendencia se ha acentuado. En apenas una semana, por ejemplo, La Segunda tituló cuatro veces con las polémicas de la Convención, convirtiendo los rostros de Elisa Loncon y Jaime Bassa –las dos caras más visibles del organismo– en sinónimo de polémicas y peleas. La Convención Constitucional aparece en nuestra prensa cada vez más narrada desde la óptica de la incertidumbre y el temor ante sus consecuencias.
El Mercurio es quizás quien más lejos ha llegado, publicando encuestas de dudosa metodología que no hacen más que apuntalar su línea editorial. El domingo 12 de septiembre la portada fue para una encuesta encargada por la Corporación Nacional de Colegios Particulares (CONACEP) a la empresa Black & White, de propiedad del círculo de hierro de Sebastián Sichel. Cedido con exclusividad a El Mercurio y comentada por el ministro de Educación Raúl Figueroa, el estudio –cuyos detalles metodológicos desconocemos– entrega un inédito 98% de apoyo a la idea de los padres deben tener siempre el derecho de escoger la educación de sus hijos.
De esta manera, mientras la Convención avanza a diario aprobando con mayorías aplastantes sus propios reglamentos de funcionamiento, parte de la prensa intenta conducir el relato constituyente incluso rompiendo reglas mínimas de la ética periodística.
Dos días más tarde, el martes 14 de septiembre, fue el turno de la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA), la que también ordenó una encuesta. El Mercurio, en un titular derechamente engañoso, señaló en su título que “55% de los agricultores posterga inversiones por incertidumbre de cambios constitucionales”. El texto, sin embargo, afirma que el 55% de los agricultores ha postergado inversiones pero que, de ese total, solo el 55% lo ha hecho por motivos relacionados con la nueva Constitución. En otras palabras, solo el 30% del total de los encuestados.
“Es cierto que hay poderes empeñados en boicotear la nueva Constitución”, escribió en su más reciente columna dominical el periodista Daniel Matamala. “Quien se informe sólo por los titulares engañosos de El Mercurio o por las fake news de las redes sociales puede quedar convencido de mentiras como que los convencionales se subieron los sueldos, eliminaron la libertad de enseñanza o suprimieron el concepto de República”, agregó, apuntando sin ambigüedades al diario de los Edwards. El golpe debe haber dolido no solo porque apareció en la edición de papel de La Tercera, sino que porque El Mercurio fue puesto a la misma altura de las redes sociales que tanto desprecian en Avenida Santa María.
De esta manera, mientras la Convención avanza a diario aprobando con mayorías aplastantes sus propios reglamentos de funcionamiento, parte de la prensa intenta conducir el relato constituyente incluso rompiendo reglas mínimas de la ética periodística.
La falta de representación de ciertos sectores acostumbrados a tener históricamente la batuta ha redundado en la repetición de la idea que en la Convención se está “cancelando” la diferencia. Los siete editoriales que insisten sobre esta idea en menos de un mes son un buen ejemplo de aquello mientras, a renglón seguido, una carta del gran empresariado que busca instalar sus ideas en el debate constituyente encuentra eco inmediato en el resto de los diarios de las élites.
Es la batalla que cada mañana se libra –con engaños, exageraciones, omisiones e insistencia– por encauzar una narrativa que les recuerde esos tiempos mejores en los que ni una hoja se movía sin que ellos lo supieran.
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En la Convención
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