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“Si gana Allende me voy a arruinar”, le dijo Agustín Edwards a Edward Korry, el embajador de Estados Unidos en Chile. Era el 3 de septiembre de 1970. Una semana después, el dueño del diario El Mercurio y de decenas de grandes empresas, ya estaba en Nueva York iniciando su autoexilio tras el triunfo del candidato de la Unidad Popular.
Tres décadas antes, el 25 de octubre de 1938, el ánimo en amplios sectores de la elite económica y social era incluso más sombrío. “Se acabó Chile” se lamentaban tras la victoria del Frente Popular y Pedro Aguirre Cerda. “Muchos se fueron del país, la gente no lo recuerda, pero los barcos salían llenos”, recordó Gabriel Valdés en una entrevista con la historiadora Patricia Arancibia Clavel en 2002. “Fue igual al año 70, pero peor aún la estampida”.
Hoy el fantasma de la ruina empresarial y la sensación de fin de país se ha vuelto a apoderar de algunos en la derecha y la elite empresarial. Ahora son la precandidatura presidencial de Daniel Jadue y la Convención Constituyente las que desencadenan esos temores.
Pero los temores políticos no siempre se fundan en premisas racionales. Y así, nuevamente, algunas empresas comienzan a sacar parte de sus platas del país, buscando establecerse en Miami, Bogotá o Madrid.
¿Están fundados esos temores? Desde luego que no. El programa del candidato comunista tiene más de socialdemocracia europea que de afanes revolucionarios latinoamericanos. La Constituyente es un reflejo mucho más nítido del Chile real que los salones apolillados del Senado de la República.
Pero los temores políticos no siempre se fundan en premisas racionales. Y así, nuevamente, algunas empresas comienzan a sacar parte de sus platas del país, buscando establecerse en Miami, Bogotá o Madrid. Algunos han pospuesto inversiones y en los lugares de encuentro de la elite -en Zapallar, el Club de Golf- se vuelve a escuchar que “se acabó Chile”.
En tanto los representantes políticos de gran parte de la derecha, tal como se refleja en la Constituyente, han optado por una actitud que fluctúa entre amurrada y confrontacional. Recuerdan a ese niño que en las pichangas de barrio era el dueño de la pelota y que, al ser colocado colectivamente en la posición de arquero, se enoja y se va. Prefiere que nadie juegue si no es como él quiere.
Es lo que hemos observado estos días en constituyentes como Marcela Cubillos -cuyo padre, Hernán Cubillos, fue por cierto el hombre de confianza de Agustín Edwards, que le cuidó los negocios durante los años de la UP- y Teresa Marinovic, quien cree que la sinceridad, sin importar cuán cruel sea, es una cualidad política, sin darse cuenta que, a veces, es mejor callar lo que uno puede pensar en su fuero interno. En Alemania, país que gusta tanto a la derecha como a la centroizquierda chilena, ella probablemente estaría defendiéndose en un tribunal por incitación al odio.
Aparte de querer huir del país, de amurrarse y de negarse a participar del debate sobre el futuro del país, ¿hay algo que proponga para el país? La triste realidad es que, al menos en la superficie, la derecha chilena ha dado muestras que aún está muy lejos de Angela Merkel, y aún demasiado cerca de Augusto Pinochet.
Con todo, se trata de la derecha más chillona, la que tiene el mejor acceso a la prensa tradicional (son dueños de ella en algunos casos); la que nunca tuvo que adaptarse a los tiempos por gozar del bono político de tener asegurada una alta representación política gracias al antiguo sistema binominal; la que tenía, y en gran parte aún tiene, las riendas de las finanzas gracias al grifo fácil de las pensiones de los chilenos. Incluso intelectuales de derecha, como Daniel Mansuy del Instituto de Estudios de la Sociedad, vienen hace años advirtiendo acerca de este fenómeno.
Frente al pánico que se está apoderando de algunas empresas, en las grandes multinacionales que operan en el país -que nadie ha propuesto expropiar- son pragmáticos: se viene un nuevo ciclo político en Chile.
También hay otra derecha y nuevas elites empresariales que, silenciosamente, se están abriendo camino. Frente al pánico que se está apoderando de algunas empresas, en las grandes multinacionales que operan en el país -que nadie ha propuesto expropiar- son pragmáticos: se viene un nuevo ciclo político en Chile, no del todo novedoso, al que hay que adaptarse. Incluso dentro de las grandes empresas chilenas hay visiones distintas. Las generaciones más jóvenes de ejecutivos y gerentes están mucho menos asustadas con este proceso de cambios que aquellas sobre 50 años.
Sin duda, algunos sectores de la derecha se están atrincherando, como José Antonio Kast y sus Republicanos. Pero otros se están abriendo pasos. Tal vez las elecciones legislativas de noviembre sean el punto de partida para que amplios sectores de votantes de derecha, en especial los más jóvenes, comiencen ese giro que los aleje para siempre de Pinochet y los acerque definitivamente a Merkel.
El país necesita esa derecha.
A fines de 1927, Carlos Silva Vildósola, director de El Mercurio, le envió una carta a Agustín Edwards Mac Clure (abuelo del Agustín Edwards que falleció hace cuatro años) quien se encontraba en el exilio en París después de que Carlos Ibáñez del Campo llegara al poder.
“Este régimen ha venido a quedarse”, le escribió a su jefe y dueño del diario. “Quienes desde afuera creen en cambios fundamentales son como los emigrados franceses desde 1791 hasta Waterloo, esperando de un momento a otro que el pueblo llamara a sus queridos Borbones, y el pueblo no tenía ninguna intención de llamarlos, y hasta se había olvidado de ellos con muchísimo gusto […] Hoy no son más de 500 personas en Chile las que se quejan del régimen, y son las que se dan vueltas en el Club de la Unión”.
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La historia y sus cuclos, por
La elite oligárquica de Chile
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