En su editorial del miércoles 6 de abril, El Mercurio criticó lo que llamó la “desconexión ciudadana con la Convención”. A su juicio, tras la elección de constituyentes, –particularmente los independientes–, estos comenzaron a mostrar una “radicalidad extrema”, lo que habría desencadenado esta desconexión.
La tesis planteada por el diario de los Edwards sigue la línea de otros textos de opinión publicados en los últimos días en la prensa tradicional. En una de sus columnas en La Tercera, por ejemplo, Pablo Ortúzar argumentó que la Convención se habría convertido en una cámara de eco, lo que habría generado “una disonancia cada vez mayor entre la Convención y la realidad”.
Sentirse depositario de “la voz de la gente” o creer saber lo que “el pueblo” opina es algo que leemos a menudo en las páginas de algunos de nuestros medios.
Pero, ¿qué autoridad moral tienen nuestras élites –políticas, económicas y, por cierto, mediáticas– para hablar de conexión o desconexión con la ciudadanía? ¿No fue acaso la Convención el fruto de un estallido social originado, precisamente, por la profunda desconexión de estas élites con la gente?
Sentirse depositario de “la voz de la gente” o creer saber lo que “el pueblo” opina es algo que leemos a menudo en las páginas de algunos de nuestros medios. Quienes creen comprender lo que piensa una ciudadanía cada día más veleidosa lo hacen tras interpretar encuestas, muchas de ellas de dudosa metodología. Nos hemos acostumbrado, por ejemplo, a leer cada semana un nuevo estudio de opinión realizado por la Universidad del Desarrollo, comentado por Eugenio Guzmán y publicado por El Mercurio. En la práctica, sin embargo, estas encuestas parecen estar hechas a la medida del diario y actúan como meros complementos a sus textos editoriales. Dicho en simple: la encuesta dice lo que su dueño quiere que ésta diga.
A pocos días de haber recibido el Premio Nacional de Periodismo 2021, Ascanio Cavallo lo señaló en una entrevista en La Tercera: “Para mí es pavoroso entrar a una sala de redacción y ver a la gente pegada en Google, pero sé que es así. Hay que salir a la calle”.
El periodista Roberto Herrscher lo dijo de otra manera en su columna publicada por The New York Times apenas unas semanas tras el estallido: “Los medios tradicionales todavía se atrincheran en las fuentes de costumbre: políticos, académicos y opinadores profesionales, que en su mayoría son hombres blancos y mayores: los tertulianos de siempre que ni previeron ni alertaron del desastre que propició este estallido social”.
¿Tiene alguna capacidad real la prensa tradicional de “conectarse” con la realidad del país sobre el que informan a diario? “Los medios de comunicación siempre han sido un foro más importante para la comunicación entre las élites (y algunas élites más que otras) que con la población en general”, explica el académico de la Universidad de Columbia, Michael Schudson. Del otro lado del Atlántico, en la Universidad de Goldsmiths, Aeron Davis, agrega: “Las élites son al mismo tiempo las principales fuentes, el principal objetivo y algunos de los receptores a quienes más influyen las noticias”.
¿Es la Convención entonces un órgano perfecto? En absoluto. ¿Son los reglamentos que ha aprobado perfectibles? Claro que sí.
En un ensayo de 2015, el doctor en sociología Rodrigo Márquez apuntaba a que en Chile la desconexión entre la ciudadanía y las élites es profunda y que esta “incapacidad de las élites para comprender a las personas representa un obstáculo para pensar y actuar en sintonía con sus percepciones y demandas”.
¿Está entonces la Convención Constitucional desconectada del sentir ciudadano? En uno de sus textos publicados por El Mostrador, el convencional Patricio Fernández explicó que “la Convención no está en crisis. La Convención escenifica una crisis (...) No es el Chile que algunos quisieran que fuera, sino el Chile que es”. Se puede argumentar que la opinión del fundador de The Clinic es interesada y que solo busca defender a la institución en la que se desempeña, pero su brutal honestidad –algo así como esta es la Convención que nos merecemos, porque este es el país que somos– da para pensar.
¿Es la Convención entonces un órgano perfecto? En absoluto. ¿Son los reglamentos que ha aprobado perfectibles? Claro que sí. ¿Está bajo un asedio constante de grupos de interés que gozan de un acceso privilegiado a los medios de comunicación? Qué duda cabe.
“Todo vale”, escribió Daniel Matamala al enumerar la andanada de mentiras y falsas verdades que se han escrito respecto del trabajo constituyente; “La hora de la desinformación”, tituló La Bot en su newsletter semanal; “Una campaña brutal”, argumentó Germán Silva Cuadra en su columna en El Mostrador.
Este tipo de acciones solo deberían incrementarse en la medida en que se acerque el plebiscito de salida del 4 de septiembre. En una noticia reporteada hace pocos días por El Mercurio, pero que recibió escasa acogida en otros medios, los centros de estudio de derecha acordaron una “agenda común” de cara al proceso constituyente. De esta manera, Libertad y Desarrollo, Fundación Jaime Guzmán, Fundación Piensa de Valparaíso, Instituto de Estudios de la Sociedad, Signos, Idea País, Res Publica, Fundación para el Progreso, Horizontal e Instituto Libertad se unieron para lanzar documentos y organizar seminarios en conjunto respecto de esta materia.
Conectada o no con la ciudadanía, la Convención está bajo asedio. “Rodeada”, como señaló prematuramente Guillermo Teillier, pero esta vez por élites que dicen conocer a la ciudadanía.
En otras palabras, es como si el 80% de los columnistas de la prensa tradicional escrita acordaran una narrativa conjunta que –se asume– continuará la línea crítica respecto del trabajo de la Convención. Francisco Chahuán lo resumió así para La Segunda: “De lo que hagamos como centros de estudios en estos 4 meses, dependerán los próximos 30 años de Chile”.
Conectada o no con la ciudadanía, la Convención está bajo asedio. “Rodeada”, como señaló prematuramente Guillermo Teillier, pero esta vez por élites que dicen conocer a la ciudadanía, pero que apenas se atreven a mirarla a través de una ventanilla polarizada o la pantalla de un computador.
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Lamentablemente, Chauán
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