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Sábado, 2 de Agosto de 2025
Libro

'La enviada especial': capítulo 'Factor Piñera'

Leo Marcazzolo

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La enviada especial
La enviada especial

En esta entrega INTERFERENCIA publica uno de los capítulos del reciente libro de Leo Marcazzolo (Libros del Amanecer), el cual pasa de la crónica a la opinión y la ficción, para expresar la situación política desde una perspectiva diferente.

Agosto, las presidenciales recién comienzan

Nuestra enviada especial nació hace tantos años que ni ella misma se recuerda. Hoy, de hecho, espera sin novedad su menopausia. Su carrera periodística comienza con sus persecuciones varias a Sebastián Piñera. Aún no puede dilucidar qué fue más triste: si seguir a Piñera o el propio Piñera. Le sopló la nuca durante toda su primera campaña presidencial, luego durante su segunda, y por si fuera poco, su tercera.

Aunque lo más increíble de todo no era eso, era que tanto él como todos los que estábamos allí sabíamos que siempre, pasara lo que pasara, Piñera sobreviviría,

Lo siguió tanto y tantas veces, que logró pillarle lo feo, lo lindo y lo más feo: sus uñas carcomidas, sus chistes de doble sentido, su narcisismo mesiánico, sus mil y unos tics nerviosos y, por supuesto, sus inconfundibles salidas de madre que ligerito se materializarían en las piñericosas. También lo sorprendió —en más ocasiones de las que quisiera— con su hermano “El Negro” (quien solía simular un estado etílico permanente y agudo para hacerse el gracioso), atormentando cristianas octogenarias con su bailoteo y palmas. El par de hermanos se abalanzaban fieros en los asilos sobre cada anciano o anciana para sacarle un voto. Sebastián Piñera era imbatible. Animal político en el sentido más literal de la palabra, capacitado incluso 12 para resistir cualquier agravio y embate (de la naturaleza o humano), con tal de llegar a la presidencia; lluvias torrenciales, escupos de feriantes, insultos de niños en navidades públicas, mordidas de perro, y hasta caídas en pozos ciegos y llenos de barro. Todo con tal de avanzar un par de centésimas en las encuestas.

Nuestra enviada especial estuvo ahí. Lo vio caer y levantarse; lo vio abrazar pobladoras y reclamarle allí mismo, histérico, a sus asesoras que le trajeran cualquier guagua rozagante que le fuera útil para una foto. Siempre era el mismo: imperturbable, imbatible. Nuestra enviada especial lo siguió por lugares dentro y fuera de la capital. Pueblos, caletas perdidas, asilos de ancianos, ferias de infinitos kilómetros y otra docena de enclaves de extrema pobreza, que aunque usaba como escenarios ideales para ratificar sus candidaturas, lo hacía a sabiendas de que jamás los pisaría de nuevo. Piñera tenía su tecla F5 para tocar al pobre. La activaba, desde su impredecible software mental, y soltaba la primera frase que le sonase ad hoc.

Frente a una octogenaria de cabellos blancos, mirada extraviada y un pie en la tumba, con una falsa actitud de caballero alegre, por ejemplo, exclamaba:

—¡Uy, cómo se nota que a esta abuelita le gusta que la rieguen cada noche antes de irse a la cama!

Y dicha abuelita, al igual que el resto de las abuelitas que visitaba, jamás daba con una respuesta coherente que propinarle. Piñera era así, tenía la virtud de dejar estupefacto al mundo.

Le podían gritar “ladrón”, “enano”, “mijito rico”, “hijo de puta” o los más diversos epítetos (casi todos malos o peor que malos, por supuesto); pero aun así, siempre sonreía, o mejor dicho, mostraba sus paletas geométricas en el contexto de esa mueca nerviosa que llamaba sonrisa. Aunque lo más increíble de todo no era eso, era que tanto él como todos los que estábamos allí sabíamos que siempre, pasara lo que pasara, Piñera sobreviviría.

Sobreviviría a sus segundos cuatro años de mandato, anclado como fuese a los malos hábitos de La Moneda, convirtiéndose así, y a ojos de todos, en el peor factor presidencial posible. Nuestra enviada especial en este primer tiempo de las presidenciales lo ha vivido. Ha sido capaz de cerciorarse con su propia vista, sus propias piernas y sus propias manos, cómo cada uno de los candidatos se guarece, de las maneras más originales posibles de la malignidad del factor Piñera. “Dedito para arriba” cuando no llega, “dedito para abajo” cuando sí llega.

Su desarrollado, pero no por ello menos instintivo olfato periodístico, le dictó, desde el primer minuto, que Piñera se había convertido en una especie de ladrón del mal para cualquier candidato próspero y “esperanzado”. De hecho ella misma si pudiese aconsejar a su ex ministro, Sebastián Sichel, le diría: “mijito, arranque”.

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