A días de cumplir un año desde aquel fin de semana del 14 y 15 de marzo de 2020 en que nuestra convivencia cambió bruscamente y lo biopolítico se hizo tema cotidiano en las redes, los medios masivos y las mesas familiares -muchas de ellas, más activas el último año, precisamente por eso- cabe preguntarse ¿Cómo nos ha ido? y ¿cómo nos está yendo?
Un buen ejemplo para plantearnos la forma en que se ha gestionado esta crisis es a través de la pregunta ¿Cómo es posible que, siendo tan exitosos en vacunar, tengamos un nuevo aumento de casos a nivel nacional?
Cabe consignar aquí que la situación de cada región y de cada territorio es muy disímil. Lo que se llamó “la primera ola” fue principalmente el reflejo de una gran cantidad de contagios en la Región Metropolitana. El aumento que se consigna hoy afecta a otras regiones. En el caso de la Región de Valparaíso, las comunas más pobladas tienen una cantidad de casos igual o mayor que la de los meses de invierno de 2020.
La Región Metropolitana se ha mantenido, en cambio, con niveles mucho más bajos que en aquella época. Aun así, el resultado general en Chile es un aumento preocupante, en especial, por el riesgo de que las camas de cuidados intensivos se hagan insuficientes.
A continuación algunas pistas que nos permiten evaluar el desempeño del país en esta pandemia.
Un serio déficit comunicacional
Un primer factor en esta paradoja entre una amplia vacunación y una alta y creciente tasa de contagio, son precisamente los mensajes burdamente exitistas que han caracterizado las comunicaciones del gobierno.
En algún momento fuimos presentados como “los mejor preparados para evitar la entrada del virus”. En otro, se crearon historias de Indiana Jones, con empresarios y diplomáticos traficando ventiladores, para hacernos creer nuevamente “los mejor preparados”.
Para el gobierno hoy, el problema sigue siendo “comunicacional”, pero no como algo entendido desde la comunicación de riesgo, sino como la forma de sacar el mejor provecho político posible, o al menos salir lo mejor parados que se pueda, en esta sucesión de crisis en la que se ha convertido su gestión.
Cientos de horas televisivas se han dedicado a que la gente escuche de mil maneras distintas lo bien que lo está haciendo el gobierno. Dados los malos resultados, las autoridades, y la prensa oficialista (casi todos los grandes medios), erigen la figura de los transgresores, personas que con sus fiestas echan por tierra esos grandes esfuerzos gubernamentales.
Sin embargo, han fallado en algo tan simple como comunicar que el virus se transmite por interacciones estrechas en que las secreciones pueden pasar de una persona a otra.
En ese sentido, podríamos aprender mucho de los buenos tiempos de la prevención de la trasmisión del VIH en nuestro país, cuando se instaló el concepto de que la trasmisión era por el contacto sexual penetrativo sin protección y no por juntarse con un amigo homosexual, ni por los mosquitos, la prevención se pudo concentrar en los momentos clave y en las formas de prevención adecuadas.
Es cierto que el espacio de interacción en la Covid-19 es mayor y más cotidiano, pero el concepto de centrarnos en las interacciones y sus riesgos es pertinente.
Jamás hemos visto una explicación clara de cómo se transmite el virus. Para que las personas nos cuidemos, necesitamos entender esos mecanismos. A partir de ello, podemos buscar las formas de cuidarnos. Los mensajes sobre cuidados, en cambio, en Chile se han restringido a decirle a la gente “haga esto o esto otro”.
Nos dicen que tenemos que lavarnos las manos, pero ¿cuánta gente podría explicar por qué lavarse las manos en una enfermedad que va de la garganta de una persona a la de otra? Se nos presenta la mascarilla como una prenda imprescindible, y mucha gente reacciona de manera agresiva, incluso, cuando ve a alguien sin mascarilla, aunque sea en un lugar abierto y alejado de otras personas; aunque luego, esa misma gente, se besuquee al saludar amigos o conocidos en la calle y hasta comparta un cigarro.
La reapertura de las terrazas para carretear ha sido con gran cuidado de mantener la distancia entre las espaldas de la gente de una mesa a otra, pero dejando a esa misma gente muy junta en la misma mesa, con lo que cada una riega sus secreciones en la comida y la bebida del resto. Todavía vemos en la calle (y hasta en la tele) a gente usando escudos faciales, como si estuvieran en un hospital, sin conciencia de sus riesgos.
Desde el punto de vista de la comprensión de las formas de trasmisión, estamos igual o peor que hace un año. Considerarnos como seres no pensantes ha llevado a la sacralización de las mascarillas, elevando al máximo su potencial de brindar una falsa seguridad. El chorrito de alcohol gel rociado por el guardia a la entrada de las tiendas se ha transformado en un rito vano.
Los déficit a nivel colectivo
A nivel colectivo, tampoco se ha logrado superar el diseño de un mercado del trabajo neoliberal, con altos niveles de desprotección para quienes tienen contratos precarios o simplemente no tienen, lo que obliga a algunas personas que han tenido síntomas o han sido contactos estrechos, a salir pese a que lo aconsejable es que se aislen. Incluso el sistema pone problemas para que los contactos estrechos que tienen una mejor situación contractual se puedan aislar.
De tal modo, sigue habiendo grandes desincentivos para declararse enfermo. Esto es común a todas las epidemias, por distintas razones, como el estigma asociado al contagio, pero en Chile es también una cuestión de supervivencia.
En esta misma dimensión colectiva, se han implementado diversos sistemas de restricción de movilidad, incluyendo un toque de queda que se prolongará bastante más de un año. Lo llamativo es que ya existe literatura al respecto, como el artículo de enero de 2021 de un equipo coordinado por John Ioannidis, que muestra la ineficacia de los confinamientos masivos.
Ha sido la propia subsecretaria de Salud, Paula Daza, quien ha entregado el dato de que 88% de los contagios son intradomiciliarios. ¿Qué sentido sanitario puede tener un encierro masivo en ese caso?
Observamos, entonces, que, desde el punto de vista de la trasmisión, están dadas todas las condiciones para que la situación sanitaria actual se mantenga.
Vacunas: no todo lo que brilla...
Por otro lado, consideremos los factores inherentes a las vacunas para evaluar.
El mismo manejo exitista ha llevado a acallar todo debate sobre ellas, y a limitar la información a la consigna de “las vacunas funcionan”.
En este punto, las autoridades han tenido el apoyo no sólo de medios masivos acríticos, sino de mucha gente que, desde un pedestal supuestamente científico, han atacado de manera agresiva a cualquiera que quiera saber más sobre los riesgos o limitaciones de la eficacia de las vacunas. Cualquiera que se atreva a preguntar es tildado rápidamente de “antivacuna” y le caen sobre la cabeza la historia de Louis Pasteur y el niño héroe que recibió la primera antirrábica sin saber si funcionaría, o la gesta de la erradicación de la viruela. Esto, aunque cualquiera que haya estudiado un mínimo sabe que estamos hablando de cosas muy distintas.
Curiosamente, entonces, las vacunas, símbolo tradicional del triunfo de la ciencia sobre la enfermedad, se transforman en un amuleto usado de manera irracional.
Aquí también el gobierno fue negligente en fomentar un debate público sobre las estrategias, las limitaciones y el costo de oportunidad que significa concentrar los esfuerzos de los equipos de salud por meses en vacunar, dejando de lado otras necesidades.
Era conveniente para el discurso exitista que esas consideraciones quedasen de lado. El simplismo de “las vacunas sirven y quién duda es un antivacuna” era muy funcional a las necesidades de marketing político.
Desafortunadamente, eso tiene como contrapartida reforzar nuevamente una respuesta de la gente ajena a la información técnica y al razonamiento.
Se construyó una imagen casi mágica de que Chile vacunaba a alta velocidad, que estábamos “saliendo del túnel”, sin explicitar que tomará meses para que haya una proporción importante de la población vacunada (aunque los Cesfam hayan tenido que dejar casi todo lo demás de lado); que aun así, mucha gente podrá contagiarse y contagiar a otra; que las vacunas -en el mejor de los casos- brindarán una protección para la cepa con que fueron hechas y otras relacionadas, pero que una mutación importante puede echar por tierra gran parte del avance.
El caso de Valparaíso
Escribimos este artículo desde un Valparaíso nominalmente confinado y que ejerce una considerable desobediencia civil.
Desde acá, llama la atención como la historia y la actualidad se parecen demasiado, como para creer que hay lecciones aprendidas.
Hace unos meses, el conspicuo seremi de Salud de Valparaíso de entonces, Francisco Álvarez, fue parte de un brote ligado a acciones comunicacionales por la instalación del primer encierro, habiendo sido él mismo hospitalizado por un cuadro grave de Covid-19.
Hoy se repite el hecho con su reemplazante, Georg Hübner, quien hace algunos días informó estar contagiado por el Covid-19.
La pregunta que surge es; ¿Cómo se pudo contagiar Hübner estando vacunado con las dos dosis? En la respuesta hay que sumar la protección incompleta de la vacuna -que incluso podría ser menor, si hubo errores en su manipulación- a la falta de conocimiento sobre las medidas de prevención por parte de los equipos sanitarios (sí, muchos de sus miembros tampoco tienen muy claro el panorama y repiten mitos).
Mientras no nos concentremos en comprender, difundir y aplicar el conocimiento científico a la vida cotidiana, y mientras que se sigan adoptando supuestas medidas de prevención, sin cuestionar su eficacia, vamos a seguir escondiendo la cabeza para evitar ver pasar al cochero de la muerte.
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