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Miércoles, 11 de Junio de 2025
[Sábados de Streaming - Películas]

La sustancia: Vergüenza, pornografía y gore

Juan Pablo Vilches

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La sustancia.
La sustancia.

Rodeada de hype, esta película llega al streaming después de ganar un premio en Cannes y hacer vomitar a algunos espectadores en los cines. ¿Es para tanto? No, en ningún sentido.

Hace una década, una directora y guionista francesa llamada Coralie Fargeat realizó un celebrado corto titulado Reality +, una relectura de La cenicienta cuya premisa consistía en la posibilidad de mejorar la propia apariencia mediante la instalación de un chip cerebral, pero que funcionaba con intervalos de 12 horas.

Es decir, un usuario “normal” debía alternar con su propia versión “optimizada”, generando una duplicidad no conflictiva entre ambos junto con una interesante dinámica de virtualidad con las versiones optimizadas de los otros habitantes de un París sutilmente distópico.

Diez años después, la misma realizadora ganó el premio al mejor guion en el último Festival de Cannes por La sustancia, un largometraje igualmente centrado en la obsesión por la apariencia física e igualmente montado sobre la estructura de los cuentos infantiles.

Elizabeth Sparks (Demi Moore) es una estrella de Hollywood en decadencia, y la película empieza en grande contando este proceso de decadencia con un acontecido plano cenital sobre su nombre estampado en una estrella estampada en el piso de Los Angeles.

De su juventud y su estrellato apenas queda lo suficiente para liderar sesiones de aeróbica por televisión, bajo las órdenes de un productor banal, estúpido y machista (Dennis Quaid), violentado por primerísimos planos de su boca para reforzar innecesariamente una repugnancia ya establecida desde el guion y la actuación.

Esta orgullosa estridencia visual es un sello estilístico de la película –y que no estaba presente en Reality +–, el que empieza a decantar alternadamente en territorios de Kubrick, al exhibir los espacios, y de Cronenberg, al poner el foco en el cuerpo. En el cuerpo senescente y por lo tanto vergonzante de Elizabeth Sparks. Hasta que llega la sustancia.

La sustancia es la materialización de la promesa de algo parecido a la eterna juventud, pero con una trampa… o dos: a) genera una versión optimizada del “cliente” y que tiene un cuerpo propio, y b) ambas versiones pueden salir al mundo de manera alternada por lapsos de una semana.

Así, en una escena que no le hace el asco ni a la minucia ni al gore, del cuerpo de Elizabeth sale un alter ego optimizado que toma el nombre de Sue (Margaret Qualley) y que toma también de show de aeróbica del que habían despedido a Elizabeth. Básicamente por vieja.

Si el primer acto de la película manejaba bien el misterio que envuelve a la sustancia, sus proveedores y la aproximación temerosa y desesperada de Elizabeth al utilizarla, el segundo acto se sostiene en el contraste entre el estridente éxito de Sue y el opaco ostracismo de la exactriz; como un Jekyll y Hyde hollywoodense. Y el conjunto pierde.

Aquí la apuesta no está en hacer que el espectador piense algo sino que sienta algo, y ese algo –junto con la esperable repulsión– tiene que ver con la molestia de ver aquello que no se debería estar viendo (lo que se podría definir como pornografía), agravada por el hecho de que la extrema fealdad en pantalla –y la vergüenza de exponerla– son el mal absoluto cuyo temor desató toda esta fábula.

Pierde porque la relación entre ambas personalidades y cuerpos se mueve en una nebulosa no buscada, que no dice ni sugiere ni explica qué gana Elizabeth teniendo una versión más bella y joven de sí misma ocupando lo que fue su lugar; ni tampoco saca cabal provecho de su progresiva relación de enemistad con Sue.

En efecto, la enemistad entre creador y criatura podía haberse desarrollado bajo la clave de la enajenación marxista, o el concepto más moderno de autoexplotación, en el entendido de que tanto uno como el otro son el resultado de la capacidad del capitalismo de convertir a cada persona en su propio enemigo. Ya sea a través de su propia obra que se traduce en el capital que lo oprime; ya sea en la forma de un capataz que se obliga a sí mismo a trabajar hasta el agotamiento.

Esto, que es expresado con gran potencia y simpleza mediante la relación entre Norma Jean y su criatura Marilyn (Blonde, 2023, de Andrew Dominik), aquí apenas da para una disputa pueril entre dos vanidades en diverso estado de desarrollo, pero igualmente deformadas por esa máquina de generar vergüenza y autoodio llamada capitalismo. Ni siquiera se puede decir que haya aquí una madre vampirizada y una hija vampira, pues básicamente ambas personalidades se comportan igual: olvidando olímpicamente que son una misma persona.

Es un buen detalle que la belleza de Sue brille en todo su esplendor en sus sesiones televisadas de aeróbica, o en las pancartas de la vía pública, y que al mismo tiempo su vida sexual siempre se nos presenta trunca, y amenazada por los límites impuestos por la sustancia. El sexo está en todas partes menos en el sexo.

Lamentablemente, ocurrencias como esa no logran tapar un vacío cada vez más evidente y consciente de sí mismo. Tan consciente, que no le queda otra que huir hacia adelante: hacia el esperpento y el gore, aunque tratados como si fueran pornografía.

Sue se come la manzana que le dio la bruja –o pincha su dedo en la rueca–, cometiendo el pecado prohibido en este cuento, lo que desencadena una sucesión de hechos que no mencionaremos aquí, pero que involucran la violencia y la temida monstruosidad física. El verdadero motor de toda esta historia.

Aquí la apuesta no está en hacer que el espectador piense algo sino que sienta algo, y ese algo –junto con la esperable repulsión– tiene que ver con la molestia de ver aquello que no se debería estar viendo (lo que se podría definir como pornografía), agravada por el hecho de que la extrema fealdad en pantalla –y la vergüenza de exponerla– son el mal absoluto cuyo temor desató toda esta fábula.

En otras palabras, la película parece pretender que nos horroricemos de la fealdad expuesta públicamente y que al mismo tiempo nos avergoncemos de este horror. De nuestra propia hipocresía a fin de cuentas.   

Si en la pantalla doméstica donde se consume el streaming este ejercicio extremo parece excesivo y forzado, probablemente en la pantalla grande genere un impacto sensorial mayor. O una impresión, más bien, en el sentido literal.

Pero bueno, eso es lo que tiene el cine: permite que las cosas se vean más grandes de lo que son.

 

Acerca de…

Título original: The substance (2024)
Nacionalidad: EE. UU., Reino Unido y Francia
Dirigida por: Coralie Fargeat
Duración: 141 minutos
Se puede ver en: MUBI



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Comentarios

Comentarios

Este es un buen artículo, gracias.

Excelente reseña.

Buen análisis, Juan Pablo! Agregaría que la fotografía es hermosa, pero sobreexplotan las referencias a clásicos del cine.

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