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Martes, 5 de Agosto de 2025
[ContraTapa]

Mucha Tele

Ricardo Martínez

“Desfilan por las páginas de “Mucha Tele” un centenar de nombres como Alfredo Lamadrid, Fernando Alarcón, Enrique Maluenda, Sonia Fuchs, Don Francisco, Coca Guazzini, Juan La Rivera, Katherine Salosny, que se van anudando en una trenza muy lograda para dar voz a un espacio clave, como decíamos, en el imaginario nacional chileno que ilumina su conocimiento y que se disfruta de tapa a tapa”.

Un conocido crítico de cine, escritor y guionista chileno una vez me contó que hace muchos años fue a recibir un premio a México y estando en el DF un productor de Televisa lo invitó a conversar a su despacho. Mi conocido se quedó pegado en una foto gigante enmarcada que era como el corazón de aquella oficina. El productor mexicano se le acercó y le dijo: “¿Qué ve usted acá?”. A lo que el chileno le respondió, “El Ángel de la Independencia y el Paseo de la Reforma” [hitos turísticos de Ciudad de México]. “Sí, eso es así, pero, ¿qué no ve usted en la foto?”, replicó el productor. “Claro, ¡no hay ni gente ni automóviles!”, contestó el crítico. “Sí”, concluyó el mexicano, “esa foto fue tomada el cinco de junio de 1987, cuando se transmitió el final de Cuna de Lobos, que ese día obtuvo un rating de 73 puntos y la ciudad y el país se paralizaron”. 

Porque la televisión hacía eso en los ochenta, y no solo en México, sino que a lo largo del planeta. En los Estados Unidos sucedió algo similar cuando la pantalla chica al fin respondió a la pregunta de, “¿quién le disparó a JR?”, en la serie Dallas. Y en Chile también ocurrió lo mismo cuando se develó quién mató a Patricia en la telenovela La Madrastra. Países detenidos y encerrados frente al aparato de TV, un mundo que conectaba a mucha gente y que le daba tema de conversación por meses, un sustrato común de recuerdos y, sobre todo, una identidad, casi siempre bajo la égida de los programadores, productoras, guionistas, periodistas, camarógrafos y tramoyas. Y en el propio Chile, bajo la mirada y la bota militar de la Dictadura. 

Porque la televisión hacía eso en los ochenta, y no solo en México, sino que a lo largo del planeta. En los Estados Unidos sucedió algo similar cuando la pantalla chica al fin respondió a la pregunta de, “¿quién le disparó a JR?”, en la serie Dallas. Y en Chile también ocurrió lo mismo cuando se develó quién mató a Patricia en la telenovela La Madrastra.

De eso se trata “Mucha tele: una historia coral de la TV en dictadura” de Rafael Valle y Marcelo Contreras (FCE, 2024), un recorrido de 17 años por la caja rectangular que formó a la Generación de los Hijos y que permanece en la memoria de quienes hoy tienen entre 40 y 99 años. 

Una lectura imprescindible que se divide en cuatro capítulos (“Carta de Ajuste” que cubre el periodo 1973 a 1977; ““Ponle Color”, de 1978 a 1980; “La Hora de las Teleseries”, que va de 1981 a 1985; y “La Televisión se Atreve” de 1986 a 1990) en que, a la manera de “La Historia Oral del Punk” de Gillian McCain y Legs McNeil, se construye articulando las voces de las personas que han trabajado en el medio a lo largo del último medio siglo anotando pormenores no solo del anecdotario que está grabado a fuego en la memoria de la GenX (que incluye a Supertaldo o el origen de La Cuatro Dientes; las andanzas de Los Bochincheros o las de César Antonio Santis; la influencia de las teleseries brasileñas sobre las nacionales o las recomendaciones de Don Pío a un ministro de la época sobre cómo hablar en televisión), sino que una perspectiva desde la industria, la política de aquellos años y el tejemaneje mediático que funciona al final como una obra de una completitud para la que difícilmente puede encontrarse algún libro que se le compare en este tema.

Desfilan por las páginas de “Mucha Tele” un centenar de nombres como Alfredo Lamadrid, Fernando Alarcón, Enrique Maluenda, Sonia Fuchs, Don Francisco, Coca Guazzini, Juan La Rivera, Katherine Salosny, que se van anudando en una trenza muy lograda para dar voz a un espacio clave, como decíamos, en el imaginario nacional chileno que ilumina su conocimiento y que se disfruta de tapa a tapa.

Una lectura para el verano que va a ser como entrar en una máquina de tiempo catódica.

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