Leyendo a Chesterton entendí por qué, a pesar de haber vivido mi juventud cuando estaba "de moda" declararse "de centro", de "centro izquierda" o de "centro derecha", yo nunca me pude definir políticamente así. Los influjos de Chesterton me llegaron indirectamente. Primero como referencia leyendo a Borges, luego mediante sus cuentos policiacos del Padre Brown, y ahora —este año— lo descubrí en su faceta de filosofo moral católico a través de su libro Ortodoxia. En él, Chesterton utiliza la siguiente metáfora que me permitiré reproducir completamente para ejemplificar el punto de esta columna:
"Los ejemplos tontos siempre son más sencillos; supongamos que un hombre quisiera una determinada clase de mundo; digamos, un mundo azul. No tendría por qué quejarse de que su empresa fuera pesada o liviana; se afanaría durante mucho tiempo en su transformación; trabajaría hasta que todo fuera azul. Tendría aventuras heroicas; darle a un tigre los últimos toques de azul. Tendría feéricos sueños; el albor de una luna azulada. Pero trabajando mucho, ese fiero reformador, ciertamente dejaría al mundo (desde su punto de vista) mejor y más azul de lo que lo había encontrado. Si cada día cambiara una hoja de pasto a su color favorito, lentamente, acabaría. Pero si cambiara cada día de color favorito, no acabaría nunca. Si después de leer a un filósofo nuevo, comenzara a pintarlo todo de rojo o amarillo, su trabajo se arruinaría; no tendría nada que mostrar, excepto quizá unos pocos tigres azules ejemplares de su primer capricho".
Tener una causa, un ideal inmutable: de eso depende el actuar político y el progreso. En política, si tenemos una causa, podrán derrotarnos, pero sabremos, en esos fracasos, que el mundo al menos será un poco más azul que antes, y entonces sabremos levantarnos. Podremos perdernos, equivocarnos de camino, pero si tenemos un ideal, sabremos volver sobre nuestros pasos y retomar el rumbo. El poder es siempre el poder y sus circunstancias, porque es el poder el que debe determinarlas; y las convicciones son la fuerza que nos permite sacudirnos y seguir adelante cuando las circunstancias nos tiran al suelo, o retomar la senda cuando se han enmarañado a nuestro alrededor como una selva.
Cuando hay convicciones las cosas son más claras y simples. Cambio. Cambio tranquilo, pero cambio. Cambio con sentido, no gatopardismo. No cualquier cambio. A los abusadores confrontarlos, desafiarlos. No hacerles nanai ni clases de ética. No puede haber dos justicias, una para gente normal y otra para los superpoderosos. Y crecimiento. Sin crecimiento no hay incrementalismo siquiera, pero tampoco equidad. Hay que hacer crecer la torta y apenas crezca, hacer que crecer los platos donde se reparte. Con abusos no hay paciencia y sin justicia no hay paz.
Por eso podrán existir radicales de centro en política, pero serán los habitantes de un lugar inexistente. Porque ese centro, de existir, tendría que reescribirse según dónde estén las mayorías, como si fuera una isla flotante. Si, en una encuesta, la gente aparece más corrida hacia la izquierda, tendrían ellos, el centro, que moverse hacia ese lado; y si se inclina hacia la ultra, moverse ellos también, y mucho, hacia esa ultra de lo que sea. Como ese centro no existe, los centristas leninistas suelen ser, por supuesto, otra cosa. Suelen llevar en la manga —que ellos llaman “razón y técnica”— una carta ideológica oculta: un interés inconfesable.
La crisis del gobierno, sin embargo, es aún más dramática que la de los "centristas". Porque la coalición gobernante, pareciera, que simplemente dejo de tener un color favorito. Las circunstancias les dinamitaron las convicciones el primer día —tal vez mucho antes—, y por eso es que vemos como, cada día, sus dirigentes aparecen construyendo artefactos retóricos para justificar sus volteretas e indefiniciones.
Por ejemplo, el lunes 16, uno de sus históricos dirigentes en el pasquín de la tarde, llamó a su grupo a "ser audaces" y a atreverse a representar el centro político y la tecnocracia, luego les recordó que tienen que asumir la "incómoda posición" de ganarse con todavía más fuerza el amor de las grandes fortunas, y, finalmente, le recordó el periodista un pasaje de su libro, donde dice que: el acto más revolucionario es que un municipio saque la basura a tiempo y las luminarias funcionen adecuadamente. La verdadera revolución para su coalición, es que la gente haga la pega. Quieren ser administradores, no políticos. Con el mínimo basta. Como no pudimos cambiarlo todo, ahora no vamos a cambiar nada. Pero ni siquiera el incrementalismo de los noventas pueden rescatar, porque para eso hay que crecer, y al país lo tienen estancado.
Ese mismo día, la vocera de gobierno declaró ante la comisión investigadora sobre el caso de violación que enfrenta el ex subsecretario, que "la salida de Monsalve no fue perfecta, pero fue correcta", lo que es igual a decir: lo que teníamos que hacer bien, lo hicimos mal; lo que es igual a decir: póngame el uno y qué weá. De nuevo el mínimo. Y eso que lo de Monsalve tenía que ver con un acto administrativo que dependía totalmente de ellos, no de los empresarios, no de la derecha, tampoco del parlamento, ni de los incendios, ni de la guerra en Ucrania. Con Monsalve no eran ellos y sus circunstancias, eran ellos y sus convicciones, que brillaron por su ausencia.
Abandonaron los grandes temas para ponerlos, como lo hicieron sus fatigados abuelos, debajo de la alfombra por 40 años más; y se quedaron con una retahíla de los noventeros y de los posmodernos; lo woke y el retiro de basura. Pero sus abuelos se cansaron a los sesenta no a los cuarenta. Porque, además, los elefantes siguen ahí, en la cristalería de lo social, rozando con la cola la paciencia de la gente, y son varios. Una manada: El elefante de la seguridad y el narcotráfico; el elefante de la migración irregular y el dumping social que hacen las castas con la gente; el de la mafia de las AFP y sus pensiones de hambre; el de los abusos de las grandes empresas a los consumidores y a sus trabajadores; y para nombrar un paquidermo al último, aunque varios se quedarán en el tintero: entender el mundo y a la región en su complejidad, para volver a crecer y repartir: el elefante de la desigualdad.
Cuando hay convicciones las cosas son más claras y simples. Cambio. Cambio tranquilo, pero cambio. Cambio con sentido, no gatopardismo. No cualquier cambio. A los abusadores confrontarlos, desafiarlos. No hacerles nanai ni clases de ética. No puede haber dos justicias, una para gente normal y otra para los superpoderosos. Y crecimiento. Sin crecimiento no hay incrementalismo siquiera, pero tampoco equidad. Hay que hacer crecer la torta y apenas crezca, hacer que crecer los platos donde se reparte. Con abusos no hay paciencia y sin justicia no hay paz.
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