La tarde del domingo 4 de julio de 2021 pasará a la historia. De pie y empuñando una bandera mapuche, Elisa Loncón Antileo pronunció sus primeras palabras en calidad de flamante presidenta de la Convención Constituyente: “Mari mari pu lamngen, mari mari kom pu che, mari mari Chile mapu”. Fueron varios los presentes en el ex Congreso de Santiago y a lo largo del país a quienes se les humedecieron los ojos de emoción. Por primera vez en nuestra historia una mujer representante de los pueblos originarios dirigía una instancia de poder republicano con genuino potencial de cambio.
No es difícil imaginar que a otro reducido grupo de chilenos también se les haya apretado la garganta al escuchar sus primeras palabras en mapudungún. En su caso, por motivos muy distintos. “Se está proponiendo la enseñanza del idioma autóctono, sin comprender que se trata de una lengua moribunda que poquísimos hablan”, escribió el 15 de mayo de 2019 el nonagenario historiador Sergio Villalobos en una carta al director de El Mercurio. Como era de esperar, sus aseveraciones recibieron el inmediato rechazo de una serie de periodistas, artistas e investigadores, quienes reflotaron el largo prontuario de aberraciones que Villalobos ha escrito sobre el pueblo mapuche a lo largo de su extensa carrera. En el aire quedó, sin embargo, la idea de que la visión colonial, racista y estigmatizadora del Premio Nacional de Historia es compartida por las líneas editoriales de más de algún medio de comunicación chileno.
Debieron pasar menos de 48 horas desde el discurso de Loncón para confirmar estos temores. “En Cañete se produjo el primer atentado tras instalarse el órgano constituyente”, tituló El Mercurio en una nota en página C4. En ella, el periódico trazaba una línea imaginaria que vinculaba los dos hechos –el histórico nacimiento de la Convención Constitucional y un atentado en el sector de Peleco Alto– y que despertó la ira de usuarios de redes sociales, entre ellos connotados periodistas y políticos. “El Mercurio siendo El Mercurio”, fue la explicación que más se repitió.
La estigmatización del pueblo mapuche y su vinculación inmediata con gran parte de los males que pueda sufrir el sur de Chile no es novedad. Entrevistado por el periodista Pedro Cayuqueo, el dirigente Víctor Naguil se refiere a la de El Mercurio como una “línea editorial racista y marcadamente anti-mapuche”. Naguil describe una larga “historia de violencia, asesinatos masivos, saqueo y despojo territorial donde El Mercurio jugó un rol preponderante”. El relato, incluido en el libro Solo por ser indios y otras crónicas mapuches, alude también al rol jugado por la prensa en la segunda mitad del siglo XIX para ocupar los territorios de la Araucanía, campaña que “fue prácticamente dirigida desde las oficinas de El Mercurio de Valparaíso, por entonces el órgano más representativo de los intereses de los inversionistas y la oligarquía chilena”.
Víctor Naguil se refiere a la de El Mercurio como una “línea editorial racista y marcadamente anti-mapuche”.
Un análisis realizado por el periodista estadounidense Ken León-Dermota en su libro Chile inédito: el periodismo bajo democracia recopiló artículos aparecidos en El Mercurio y La Tercera referidos al pueblo mapuche durante seis meses entre 1999 y 2000. Del total de la muestra, solo el 5% de los textos no se refería a acciones delictuales, mientras que el 59% los juzgaba o acusaba y el 36% de las notas asociaba al pueblo mapuche con algún tipo de delito. Más recientemente, en 2019, el trabajo conjunto de cuatro investigadores chilenos y españoles confirmó el carácter “despectivo y discriminatorio” del tratamiento mercurial hacia este pueblo, esta vez con un impresionante corpus de 340 artículos publicados en el diario de los Edwards a lo largo de los años.
Si bien León-Dermota entrega entre las posible hipótesis los estrechos vínculos de ciertos dueños de medios con empresas forestales y papeleras, además de numerosos terratenientes de la zona sur, académicos como Rodrigo Araya Campos ofrecen perspectivas históricas que rara vez son analizadas como parte de esta ecuación. Araya explica que el carácter eurocéntrico del periodismo que se practica a lo largo de toda América Latina se debe a que se trata de un modelo originado en otras partes del mundo y que fue traído a este lado del planeta en procesos de colonización.
Eso explicaría, entre otras cosas, el profundo nivel de desconexión que este tipo de periodismo tiene respecto de realidades, historias y comunidades locales de Chile. Académicos de la Universidad Católica de Temuco, en tanto, han incorporado factores económicos: si bien existen medios locales que buscan dar cabida a voces distintas, la falta de financiamiento y concentración de los contratos publicitarios dificulta superar la visión entregada por los medios de El Mercurio S.A.P.
Así como hay pueblos originarios que son culpados a priori por cualquier acto de violencia –la cobertura del asesinato de Camilo Catrillanca es posiblemente el ejemplo más fresco en nuestras memorias– sus demandas han sido también históricamente silenciadas por gran parte de nuestra prensa tradicional.
Un análisis realizado por el periodista estadounidense Ken León-Dermota recopiló artículos aparecidos en El Mercurio y La Tercera referidos al pueblo mapuche durante seis meses entre 1999 y 2000. Solo el 5% de los textos no se refería a acciones delictuales, mientras que el 59% los juzgaba o acusaba y el 36% de las notas asociaba al pueblo mapuche con algún tipo de delito
La periodista y experta en el estudio de pueblos originarios Paula Correa acusa a los medios de falta de rigor, de ausencia de especialistas y de un frente en la materia y marca el año 2010 como el momento clave en que se dio paso de la invisibilización a la estigmatización. Fue ese año cuando una bullada huelga de hambre, explica Correa, convirtió al tema mapuche en un hecho insoslayable de la agenda. Lo que pudo haberse convertido en una oportunidad para dar espacio a demandas milenarias, sin embargo, únicamente logró agudizar viejos prejuicios y conceptos como “la zona roja del conflicto mapuche”, que se convirtieron en muletillas que se instalaron sin discusión en los medios.
La estigmatización de los pueblos originarios –su lengua, sus formas de organización, sus celebraciones– es una regla que parece no haberse quebrado a lo largo de siglos. Su protagónica participación en la Convención Constitucional ha traspasado incluso algunos de estos estigmas a este organismo, como lo denunció la científica y constituyente Cristina Dorador hace pocos días.
Es por esto quizás que los más conservadores se sorprendieron con el titular de portada de Publimetro tras el inicio de la Convención, que mezclaba palabras en español y mapudungun. Salvo raras excepciones –en 2016 La Hora publicó una portada en este idioma para el We Tripantu– las lenguas originarias de nuestro territorio han tenido escasa cabida en nuestros diarios y canales de televisión. Su uso, tal como para importantes sectores de la población, es visto como una excentricidad, una provocación o incluso un retroceso, mientras que expresiones como family offices, sandboxes, spin offs y spreads son pan de cada día en las páginas económicas.
¿Hay luz al final del túnel? La elección de la lingüista Elisa Loncón a la cabeza de la Convención asoma como un destello de esperanza. La presencia de un rostro originario en un cargo de poder podrá quizás disminuir los prejuicios de una prensa que se habituó a mostrarnos a estos pueblos como “el otro”. Esta representación sistemática de alteridad, como brillantemente la describe Fresia Amolef, podría tener sus días contados en la medida en que Chile se haga cargo de su composición pluriétnica y multicultural. El discurso de la tarde del 4 de julio fue un paso fundamental en ese sentido, pero, si su objetivo es hacerles peso a siglos de discriminación y menosprecio, deberá ser repetido con insistencia. Diez y mil veces.
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