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Martes, 23 de Septiembre de 2025
[Revisión del VAR]

La “chilenización” de los técnicos: ¿madurez o síntoma de precariedad?

Roberto Rabi González (*)

"Entrenadores como Gustavo Huerta en Cobresal, Ronald Fuentes en Ñublense, o Jaime García en Huachipato, además del ya citado “Chino” González en Coquimbo, están insinuando que la cercanía cultural y la capacidad de lidiar con planteles cortos -además de lo central, insisto: su talento y capacidad de trabajo- pueden marcar diferencias. Esos técnicos han sabido sobrevivir en un torneo de bajos presupuestos, con canchas de mala calidad y planteles que se desarman cada seis meses. Allí la astucia local ha sido clave".

En el último tiempo, la primera división del fútbol chileno ha experimentado un fenómeno llamativo: la mayoría de los equipos están siendo dirigidos por entrenadores nacionales. Algo que, hasta hace una década, parecía impensado en un medio dominado por técnicos argentinos, uruguayos y hasta colombianos, hoy es una realidad que atraviesa tanto a clubes grandes como a instituciones de menor presupuesto. E incluye, por cierto, a nuestro flamante puntero, el equipo de mejor rendimiento, a un paso de coronarse campeón de la liga nacional; Coquimbo Unido, dirigido por Esteban “Chino” González. 

La pregunta que inevitablemente surge es si estamos ante un signo de madurez del fútbol chileno, que finalmente confía en sus propios profesionales, o si se trata de un síntoma de precariedad: dirigentes que optan por técnicos locales no por convicción, sino porque resultan más baratos y manejables que sus pares extranjeros.

Ciertos postulados suelen no pasar de teorizaciones o argumentos poco comprobables como que un entrenador criollo podrá comprender mejor el modo de relacionarse y enfrentar el juego de equipos mayoritariamente integrados por chilenos. Que tienen mayor experiencia con el medio. No hace mucho, el propio Alexis Sánchez, para justificar su propuesta de que Manuel Pellegrini dirija a la Roja, declaró: “los jugadores chilenos somos complicados de entender y necesitamos un seleccionador que sea también chileno”. ¿Sensato?  Pues parece que es parte del nudo del debate. A mi juicio, insisto, será siempre más relevante el talento, las ideas, y, sobre todo, el sistema de trabajo de un entrenador; su nacionalidad es un antecedente que puede ser favorable o no dependiendo del contexto específico.

Entonces, volviendo al panorama general de nuestra liga y de la selección que hoy también es dirigida por un chileno: Nicolás Córdova (por muy interino que sea) cabe preguntarse si dicha chilenización es motivo de orgullo. Si es por elección o por imposibilidad de contratar estrategos extranjeros. Entrenadores como Gustavo Huerta en Cobresal, Ronald Fuentes en Ñublense, o Jaime García en Huachipato, además del ya citado “Chino” González en Coquimbo, están insinuando que la cercanía cultural y la capacidad de lidiar con planteles cortos -además de lo central, insisto: su talento y capacidad de trabajo- pueden marcar diferencias. Esos técnicos han sabido sobrevivir en un torneo de bajos presupuestos, con canchas de mala calidad y planteles que se desarman cada seis meses. Allí la astucia local ha sido clave.

Sin embargo, también existe una cara menos romántica. Muchos clubes eligen entrenadores chilenos por descarte, porque no hay dinero para contratar nombres de peso desde el extranjero. Es decir, no se trata de un proyecto deliberado de fortalecer la identidad del técnico nacional, sino de una consecuencia de la ruina del fútbol chileno. Si hace ya varios años la llegada de Marcelo Bielsa, Jorge Luis Sampaoli o Nelson Acosta era parte de un mercado abierto y competitivo, hoy pareciera que la opción local se impone por necesidad más que por visión.

El riesgo de esta “chilenización” es que se transforme en una moda pasajera, sin políticas de fondo que respalden a los técnicos en su formación y en su estabilidad laboral. En Chile los proyectos siguen durando poco, el margen de error es mínimo, y los entrenadores —sean chilenos o extranjeros— son despedidos al tercer mal resultado. Sin cambios estructurales, la presencia masiva de técnicos nacionales puede terminar siendo tan frágil como la del recambio en la selección.

Demás está decir lo bueno que sería para el fútbol chileno que los entrenadores criollos anduvieran bien, partiendo por generar expectativas para el futuro de muchos jugadores, que podrían evaluar dicha posibilidad para su propio futuro si los técnicos chilenos se transforman en un grupo valorado y prestigioso. Además, porque podrían contribuir a sacar a flote un medio que se hunde sin pena ni gloria. A vista y paciencia de todos. Lo deseable sería que esta tendencia se consolidara sobre bases sólidas: inversión en capacitación, oportunidades en todas las divisiones y un respeto mayor por los procesos. Porque si de verdad el fútbol chileno quiere confiar en su gente, no basta con llenar las bancas de entrenadores locales; hay que darles respaldo, recursos y tiempo. Un ámbito específico en que la inversión en capital humano es determinante. 

De lo contrario, la “chilenización” de los técnicos no será el fruto de la confianza, sino el reflejo de un fútbol que se achicó tanto que solo puede mirarse el ombligo.

*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).

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