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Martes, 5 de Agosto de 2025
[Sábados de streaming - Series de TV]

Ripley: Artista e inimputable

Juan Pablo Vilches

Esta enésima adaptación a la pantalla del personaje de Patricia Highsmith profundiza su núcleo enigmático, su talante artístico y la cuestionable moralidad de mostrar y admirar a este tipo de personajes. 

La serie Ripley (Steve Zaillian, 2024), recientemente estrenada en Netflix, nos muestra un ser bastante distinto de las adaptaciones anteriores del personaje de Patricia Highsmith. Por ejemplo, Denis Hopper (El amigo americano, de Wim Wenders, 1977) interpretó a un Ripley ya mayor y cargado de algo parecido a una angustia existencial tras años viviendo sin vivir y siendo sin ser.

En tanto, el Ripley de Matt Damon (El talentoso señor Ripley, de Anthony Minguella, 1999) impostaba un encanto y una vitalidad que envolvían la meticulosidad de una máquina… la que a su vez terminaba revelando una moderna y vacía monstruosidad; mientras que el Ripley de Alain Delon (A pleno sol, de René Clément, 1960) era bello y seductor como Satanás.

Semejante gama de interpretaciones del mismo personaje representan las posibles respuestas a la gran pregunta planteada por su autora al crear a Tom Ripley, un estafador y falsificador cuyo oficio consiste en no ser para convertirse en otro, y finalmente desaparecer. 

Así las cosas, es llamativo que el Tom Ripley del actor irlandés Andrew Scott, transite por caminos distintos y con otros recursos. Este Ripley no desborda encanto, sino que parece usarlo muy selectivamente; no genera confianza sino la extrañeza y curiosidad necesarias para que no quieran deshacerse de él; no imposta una personalidad dada, sino que su rostro es como el de un muñeco cuyo ventrílocuo huyó a un lugar desconocido.

Este Ripley es verdaderamente un enigma: sin vida pasada, salvo un par de menciones a la tía que lo crio, y una infancia que fue una desgracia para ambos; sin propósito, salvo el de lograr las estafas que lo mantienen vivo para… no sabemos qué, pues la vida de Ripley en Nueva York no contempla diversión ni placer alguno que justifiquen su porfiada residencia en la tierra.

Este letárgico y monacal modo de vida es interrumpido por el Sr. Greenleaf (Kenneth Lonergan), un millonario fabricante de barcos que le encarga contactarse con su hijo Richard (Johnny Flynn) en un pequeño balneario cerca de Nápoles… y traerlo de vuelta.

Tanto su vida en Nueva York como el largo periplo en Italia que comenzará tras conocer a Richard y su amiga Marge (Dakota Fanning), están pintados en un impecable blanco y negro, que le da cierta atemporalidad a esta historia ambientada a comienzos de los años 60 y que a la vez evita el dramatismo de los grandes contrastes, pues sus objetivos son otros.

Este Ripley es verdaderamente un enigma: sin vida pasada, salvo un par de menciones a la tía que lo crio, y una infancia que fue una desgracia para ambos; sin propósito, salvo el de lograr las estafas que lo mantienen vivo para… no sabemos qué, pues la vida de Ripley en Nueva York no contempla diversión ni placer alguno que justifiquen su porfiada residencia en la tierra.

El primero es sugerir la pulcritud de un laboratorio, donde Tom Ripley es observado como si fuera una cobaya que sube y baja escaleras, las que en la férrea geometría de la arquitectura italiana funcionan como una serie de laberintos en tres dimensiones. El cobaya no para de moverse y a través de sus movimientos creemos entender sobre Ripley aquello que una locución en off inexistente podría explicar en menos tiempo. En otras palabras, no hay psicologismo alguno tras Ripley ni sus acciones, solo el movimiento perpetuo comparable al de los zombies o los vampiros. Sí, Ripley es también un no-muerto.

El segundo objetivo del blanco y negro es situar la trama entera en un telón “artístico”, por llamarlo de alguna manera, el que magnifica el efecto estético de pinturas, estatuas y esculturas, convirtiendo a Italia en un museo invasivo, generoso en detalles y leit motivs visuales que dan más ritmo a la narración y también algo de humor.

Sin embargo, el gran museo en el que pulula Ripley está puesto ahí para hacer más coherente el espectáculo que en verdad se nos está ofreciendo, que no es otro que el nacimiento de un artista (aunque sea del engaño). No en vano, se cita permanentemente a Caravaggio con quien el protagonista se obsesiona y a quien empieza a emular; no en vano, se escoge precisamente a este pintor del Barroco, de cuyas telas tenebrosas surgían figuras esculpidas por la luz.

Esto podría parecer un arabesco gratuito de la serie, si no fuera por el inquietante hecho de que las simpatías del espectador están con Ripley. Contra todo buen sentido. No es un personaje virtuoso ni carismático ni atractivo ni inocente. Por el contrario, es un aprovechador capaz de asesinar, y cuya destreza para escabullirse despierta cierto interés, primero, y posteriormente una admiración construida por el guion y la cinematografía.

En otras palabras, la serie nos inocula como espectadores una dosis de lo que se ha llamado el “indulto social”, la propensión de las personas a perdonar, minimizar o ignorar las fechorías de aquellos artistas y deportistas (performers, se diría en inglés) por los que se siente una especial gratitud. Como pasó con el recién fallecido O.J. Simpson, con Héctor “el Bambino” Veira, con Plácido Domingo y, por qué no, con el propio Caravaggio.

La anómala moralidad de esta serie echa un cable a tierra con la breve aparición de Reeves Minot (John Malkovich), un colega ya mayor de Ripley y una evidente proyección de lo que será el futuro del protagonista en las próximas décadas. Sin embargo, la función de Minot es verbalizar el desdén por los privilegiados ociosos y sin talento que Ripley debió callarse para cumplir con su misión, y de paso blanquear el cuestionable modo de vida de ambos con una pregunta bastante simple: ¿qué tiene de malo ser un parásito de los parásitos?

Con toda una construcción puesta al servicio de una visión favorable del Ripley, la serie se cierra con un último truco. Uno bastante manido, tal vez, con montaje acelerado con de flashbacks que pone en cuestión parte de lo que hemos visto y nos convence de que el protagonista no solo es un estafador, un asesino y un artista, sino también un mago. O un ilusionista, más bien, que nos mostró algo distinto de lo que la realidad era. Y que al hacerlo, nos dejó el (comercialmente saludable) deseo de volver a saber de su vida y su obra.

Acerca de

Título original: Ripley

País: EE. UU.

Exhibición: Miniserie de ocho episodios (2024) 

Creada por: Steve Zaillian

Se puede ver en: Netflix

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Comentarios

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Muy buena crítica de esta película. Aunque debió señalarse que si bien tiene buenas actuaciones, muy buena fotografía, no deja de ser pretenciosa, aburrida, reiterativa, soporífera. A mi juicio, la peor versión de Ripley.

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