No deja de llamar la atención que en la parrilla de Netflix haya una serie argentina de hace 20 años. Claro, fue restaurada y relanzada recientemente, por lo que se ve tan nítida como si la hubieran filmado ayer; y esto indica que recibió –con justicia– el trato que se le da a los clásicos. Parafraseando mal al crítico literario Harold Bloom, un clásico es aquella obra que pese al paso de los años sigue hablándonos como si nos estuviera mirando de frente y a través nuestro, hacia un futuro que no conocemos ni imaginamos. Y sí, bajo esa definición Okupas merece ser tratada como un clásico, a lo menos por dos grandes razones.
La pauperización de la Argentina de antes del estallido de 2001 se ha profundizado con los años, por lo que la historia de cuatro jóvenes sin oportunidades y sin rumbo, deslizándose hacia la marginalidad, sigue hablando a esa sociedad.
Una es sociológica: la pauperización de la Argentina de antes del estallido de 2001 se ha profundizado con los años, por lo que la historia de cuatro jóvenes sin oportunidades y sin rumbo, deslizándose hacia la marginalidad, la violencia y el desamparo, sigue hablando a esa sociedad. La serie exhibida en 2000 como una ficción, “dos décadas después, cuando acaba de estrenarse en la vidriera de Netflix, se la ve como un documental”, dice el comentarista argentino Luciano Román en La Nación.
La segunda razón es –a falta de un término mejor– arquetípica. De los cuatro jóvenes, el protagonista es Ricardo (Rodrigo de la Serna), un joven de clase media-alta que acaba de dejar la carrera de medicina y que, por razones de ocio y malestar, acepta ser el cuidador de una casona recientemente desalojada. Su trayecto es claramente el de un joven cuya adolescencia se prolongó gracias al privilegio, y que en este nuevo espacio –destartalado pero propio– empieza a buscar una identidad, un futuro, o alguna otra cosa que lo oriente hacia el hombre que quiere ser y que sabe que no es.
Ya instalado en la casa, ésta atrae al resto de los muchachos como la fuerza de la gravedad, conformando así un conjunto improbable y tan arquetípico como nuestro antihéroe. Pollo (Diego Alonso Gómez), un excompañero de colegio de Ricardo, que sin embargo parece mucho mayor por su experiencia como delincuente; él es el cerebro. Walter (Ariel Staltari), un rolinga (fanático de los Stones) paseador de perros cuyas fanfarronadas lo convierten en el bufón del grupo, aunque él no lo sabe; él es el estómago. Chiqui (Franco Tirri), un gigante gentil y etéreo que vive en la calle sin darle mucha importancia al asunto. Es por lejos el mejor de los cuatro. Él es el corazón. Y está el perro Severino, el quinto Beatle y también el tótem de la tribu.
¿Y qué es Ricardo? Ricardo es el viento, que no sabe dónde está. El personaje está escrito y actuado como un huracán de histeria que aprovecha su nuevo espacio propio para probar y probarse, empujando las situaciones al límite y dando al espectador la molesta y recurrente sensación de que por culpa suya le puede pasar algo muy malo a alguien que no lo merece. O a él mismo. Ricardo es también la Argentina burguesa que súbitamente se da cuenta de que en realidad es pobre.
Sin embargo el trasplante de la música de los 60 y 70 a la realidad de Ricardo y sus amigos, no hace más que resaltar el contraste entre ambos periodos, donde el presente de los 2000 parece más degradado, violento.
Ya sea comprando drogas en Quilmes o arriesgando el pellejo en Dock Sud, los cuatro amigos evocan con su energía y determinación a los cuatro arquetipos que recorren el camino amarillo hacia Oz, y también a los cuatro niños que siguen la línea del tren en Cuenta Conmigo (Rob Reiner, 1986). De hecho, las conversaciones serias de Pollo y Ricardo, corren en paralelo con los disparates que discurren Walter y Chiqui, como dos formas distintas de afrontar el mismo periodo de la vida con las precariedades y las posibilidades que esta les presenta.
La serie se empeña en hermanar –a través de su banda sonora– a los jóvenes del cambio de siglo con Spinetta, Charly García, Tanguito y las legiones de muchachos que protagonizaron los dos primeros episodios de Rompan Todo (2020), ambas generaciones movidas por la urgencia de crear un mundo propio y autónomo de una sociedad básicamente desagradable.
Sin embargo el trasplante de la música de los 60 y 70 a la realidad de Ricardo y sus amigos, no hace más que resaltar el contraste entre ambos periodos, donde el presente de los 2000 parece más degradado, violento y, por lo tanto, hostil a la despaturrada e inocentona utopía del cuarteto protagonista.
El tiempo le dio la razón a los realizadores, quienes además tuvieron el buen ojo de construir una fauna de antagonistas a la altura de esta historia arquetípica, pero a la vez absolutamente auténticos y creíbles en su marginalidad. El paraguayo Peralta, locuaz y envolvente como una serpiente; el Negro Pablo, el adversario radical de Ricardo; y Miguel, la Yoko Ono de esta historia, constituyeron en su momento una ventana hacia un mundo no visto con tal crudeza en la televisión abierta de Argentina. Y Argentina aún lo recuerda y lo agradece.
Por temática y producción, Okupas significó el desembarco del Nuevo cine argentino en la televisión pública de ese país, llevando consigo su producción ligera en recursos y potente en valores y dramaturgia.
El creador de esta serie, Bruno Stagnaro, dos años antes codirigió con Adrián Caetano Pizza, birra, faso, una de las películas fundacionales de lo que se llamó y aun se conoce como Nuevo cine argentino, conjunto de películas filmadas durante el cambio de siglo, que expusieron con austeridad y elocuencia las fracturas de su país tras una década de menemismo.
Por temática y producción, Okupas significó el desembarco del Nuevo cine argentino en la televisión pública de ese país, llevando consigo su producción ligera en recursos y potente en valores y dramaturgia, junto con un espíritu pionero a ambos lados de la cámara. Veinte años después, sigue llamando la atención que esta serie haya logrado tanto con tan poco.
Acerca de
Título: Okupas
País: Argentina
Exhibición: Una temporada de once episodios (2000)
Creada por: Bruno Stagnaro
Se puede ver en: Netflix (versión restaurada en 2020)
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