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Lunes, 4 de Agosto de 2025
[ContraTapa]

Stranger Things

Ricardo Martínez-Gamboa

“Hace como tres lustros un amigo diseñador me dijo, caminando por la calle: “mira todos esos autos que pasan por acá, todos se parecen independiente de la marca: se les nota el Autocad”. Y claro, son autos completamente aerodinámicos, con una ingeniería del espacio interior impecable, pero insufriblemente iguales unos a otros. Automóviles perfectos sin ningún pero… pero sin ningún riesgo. Lo mismo sucede con la comida, superpoderificada con el glutamato monosódico, o con el pop mainstream de la escuela de Max Martin que, como me contó otro amigo, 'llegó con el hacha vikinga a cortar todo lo accesorio'.”

En, no sé, 1980, 1981, circulaban por Santiago unos autos muy extraños que nunca olvidamos los niños de entonces. Se trataba de unos ejemplares de la American Motors Corporation cuyos rasgos más distintivos eran su compactez, una carrocería futurista y un parabrisas trasero redondeado. 

Eran horribles.

El Toño, mi vecino del frente de esa época, me contó que el AMC Pacer, que así se llamaba el engendro, había sido diseñado en los Estados Unidos como una mezcla suprema de todo lo que un auto de aquellos años debía tener. Una mezcla que era como si se hubiera metido todo lo anterior en una juguera y… ¡hemos creado un monstruo! Los Pacers se fabricaron entre 1975 y 1980 y, al contrario de lo que se pensaba, no fueron el grito y plata que desearon sus constructores, sino que un estrepitoso fracaso. Habían incluido inopinadamente demasiadas ideas en el automóvil y el producto había resultado un fiasco.

Sería exagerado decir que “Stranger Things”, la última serie producida y liberada por Netflix corre la misma suerte. La historia de un pueblo pequeño en el USA de 1983, donde un niño desaparece, una niña misteriosa aparece y hay una epidemia de referencias a la memorabilia ochentera y más allá (desde ET/ Goonies/Speilberg/Twin Peaks, hasta Stephen King y Lovecraft, pasando por mucha bicicross con lucecita de dínamo, mucha aventura en el bosque con linternas, mucho D&D, mucho cómic, y un puñado de niños nerds que recuerdan a Freaks & Geeks, pero, sobre todo a Super 8 y a LOST, todo al ritmo de créditos y sonoridades carpenterianas) emociona sinceramente por su afán de hacer un revival de aquellos días y aquellas imágenes y sensaciones. Pero algo me parece que falla. Es verdad que no al nivel del Pacer (ni del Homeromóvil que fue un homenaje a aquel auto por Los Simpsons). No, porque las referencias están tan bien servidas al modo de un fanservice para las y los telespectadores que el cóctel funciona, pero abruma.

Cuando veo series perfectas como “Stranger Things”, junto con rendirme a su plenitud tiendo a sospechar de la misma, a sospechar que todo en ella ha sido facturado delicada y precisamente para satisfacerme, para satisfacernos, pero no por el simple acto de crear, sino que por el objetivo de popularizarse. Pero nada. Ahí quedan todos esos esfuerzos a la espera que otras y otros vayan más allá del reciclaje y vuelvan a encontrar lo que creíamos perdido.

Sabemos que Netflix ha sido una de las plataformas que más ha usado los procedimientos de Big Data para “curar” su selección de series (Chen, Chiang & Storey, 2012), y sabemos también que como productora ha pegado uno y otro palo al gato sucesivamente, pero, al menos yo, luego de ver los episodios de “Stranger Things” empiezo a sospechar que todos estos productos se empiezan a facturar más para darle en el gusto a un telespectador que se tiene sumamente identificado que por hacer una obra en que el valor de los creativos vaya más allá de la búsqueda del éxito, los Trending Topics y el impacto. Y empiezo a sentir que de ahora en adelante todas las series que veamos van a ser elaboradas con mecanismos creativos similares.

Hace como tres lustros un amigo diseñador me dijo, caminando por la calle: “mira todos esos autos que pasan por acá, todos se parecen independiente de la marca: se les nota el Autocad”. Y claro, son autos completamente aerodinámicos, con una ingeniería del espacio interior impecable, pero insufriblemente iguales unos a otros. Automóviles perfectos sin ningún pero… pero sin ningún riesgo. Lo mismo sucede con la comida, superpoderificada con el glutamato monosódico, o con el pop mainstream de la escuela de Max Martin que, como me contó otro amigo, “llegó con el hacha vikinga a cortar todo lo accesorio”. “Stranger Things” es como un auto diseñado con Autocad, como un plato del Bulli o del Noma, como una canción de Max Martin: insoportablemente perfecta.

A fines del siglo XIX cuando las tendencias cientifizantes-profesionalizantes estaban haciendo lo mismo con el diseño y el arte, un arquitecto londinense llamado William Morris decidió ir a contrapelo del espíritu de la época y de la industrialización y fundó una escuela que llamó “Arts & Crafts” (“Artes y Oficios”): “Aparte del deseo de producir cosas bellas, la pasión de mi vida ha sido y es el odio a la civilización moderna”. Esa escuela esconde en su seno algo que luego sería rescatado por el mismo espíritu modernista, una contradicción propia de la modernidad como tantas veces dijo Marshall Berman, una idea de que en las cosas “originales” habitaba un “aura”, como explicaba Walter Benjamín. Cuando veo series perfectas como “Stranger Things”, junto con rendirme a su plenitud tiendo a sospechar de la misma, a sospechar que todo en ella ha sido facturado delicada y precisamente para satisfacerme, para satisfacernos, pero no por el simple acto de crear, sino que por el objetivo de popularizarse. Pero nada. Ahí quedan todos esos esfuerzos a la espera que otras y otros vayan más allá del reciclaje y vuelvan a encontrar lo que creíamos perdido.

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BTW: Winona Ryder ha sido el "celebrity crush" de mi vida.

*Escrito por el autor en 2016

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