Este artículo corresponde a la edición del newsletter exclusivo La Semana del domingo 4 de noviembre, que se distribuye a los suscriptores de Interferencia.
Pese a que hay varios elementos que permiten hacer un paralelo entre lo que vivió Venezuela en 2019 y lo que pasa ahora en 2024, habiendo en común sendas crisis de legitimidad -a propósito del irrespeto del chavismo de la misma institucionalidad que su régimen creó-, pienso que en esta ocasión Nicolás Maduro tiene más cartas de triunfo que antes.
A pesar de que Estados Unidos reconoció como triunfador a Edmundo González, junto con un puñado de países aliados, el estatus del candidato opositor es significativamente más débil que el de Juan Guaidó, a quien Occidente proclamó en masa como presidente encargado de Venezuela, creando la ficción de la existencia de dos gobiernos paralelos, uno legítimo y el otro una usurpación.
González es un ex diplomático centrista de 74 años, quien resultó en candidato de la oposición unida, como solución de compromiso ante el impedimento de participar en elecciones de la derechista María Corina Machado, quien es la auténtica líder opositora. Pese a que la administración de Biden y la propia Machado lo proclamaron, González no se ha puesto a sí mismo la banda presidencial, como hizo el joven y enérgico Guaidó, quien tenía de todos modos la plataforma de la Asamblea Nacional, de la cual era presidente. Al día de hoy, por ejemplo, el sitio de González en Wikipedia no alude a la pretendida condición de presidente electo o ganador de la elección.
Pese a que las redes sociales muestran altos niveles de agitación, ésta todavía no se compara con las olas de protestas y marchas de la oposición, especialmente en enero y febrero de 2019, las que hicieron pensar a muchos fuera de Venezuela que Maduro no tenía el control de las calles, ni la totalidad del respaldo de la Policía y el Ejército.
En cuanto a la efervescencia política en Venezuela, pienso que es poco probable que la oposición logre las cotas de 2019. Pese a que las redes sociales muestran altos niveles de agitación, ésta todavía no se compara con las olas de protestas y marchas de la oposición, especialmente en enero y febrero de 2019, las que hicieron pensar a muchos fuera de Venezuela que Maduro no tenía el control de las calles, ni la totalidad del respaldo de la Policía y el Ejército.
De todos modos, este elemento es potencialmente volátil, y -tal vez- el cabreamiento de los venezolanos con el régimen haya acumulado una energía que está por explotar.
Algo que, para tener relevancia histórica, debiese parecerse al Caracazo de 1989, de mal recuerdo en los sectores populares, los cuales pusieron los heridos y los muertos. Asimismo, es importante connotar los obstinados llamamientos a la paz por parte de Maduro, como un argumento desmovilizador. Esto, pues buena parte de los venezolanos desdeñan el desorden y la violencia callejera, y me parece que el régimen ha tenido éxito en asociar estos elementos a los 'guarimberos', que son agitadores profesionales de la oposición, quienes no gozan de buena fama.
Asimismo, el presidente Joe Biden pasa por un complejo momento personal y político, con la elección presidencial estadounidense ad portas, a la cual tuvo que renunciar, sin reconocerlo, por su relativa incapacidad de gobernar. En ese estado de debilidad -en el que incluso se objeta que siga conduciendo Estados Unidos por los meses que le quedan- es difícil que el país emprenda alguna medida temeraria contra Venezuela, como sí hizo en su momento Donald Trump, quien puso al país sudamericano como tema prioritario de la Secretaría de Estado, desplegando toda la capacidad política y diplomática estadounidense en aras de hacer caer a Maduro en 2019.
Huelga decir que -pese a ello- Guaidó y Trump fracasaron, tanto en la intervención de Cúcuta y Pacaraima, en la cual se buscó vulnerar las fronteras de Venezuela con Colombia y Brasil, para el ingreso de ayuda humanitaria no solicitada (23 de febrero) y así incitar un quiebre en las fuerzas armadas, como en la intentona golpista del 6 de abril, en la que se liberó al opositor Leopoldo López con la esperanza de soliviantar a las facciones militares cansadas de Maduro.
En ese entonces, la hipotética división de las fuerzas armadas y policiales de Venezuela, eran parte de los supuestos básicos que otorgaban credibilidad a los operativos de desestabilización del país. Ello, pues Venezuela atravesaba una aguda crisis económica, social y de gestión, la cual incluso había producido hambrunas en varias partes del país (lo que sirvió de argumento para el otorgamiento de ayuda humanitaria). Un caldo de agudo descontento.
Hoy, la situación económica y social de Venezuela, pese no estar ni cerca de ser boyante, ha mejorado, en gran medida por el alza del precio del petróleo, el principal bien de exportación venezolano, y porque comienzan a hacer efecto las inversiones de rusos y chinos en el país.
Hoy, la situación económica y social de Venezuela, pese no estar ni cerca de ser boyante, ha mejorado, en gran medida por el alza del precio del petróleo, el principal bien de exportación venezolano, y porque comienzan a hacer efecto las inversiones de rusos y chinos en el país. En ese escenario, no se ve que haya muchos oficiales venezolanos interesados en interrumpir ese trayecto de recuperación, en el cual el Ejército y sus numerosos miembros son actores privilegiados.
Más ahora, dada la perspectiva de Venezuela de ingresar a los BRICS, lo que le permitiría normalizar la situación económica-diplomática del país, integrándose a los ambiciosos proyectos de infraestructura, comercio y desarrollo de estos países, lo que incluye desarrollos de instituciones multilaterales que pueden ser un alivio para el chavismo, como el Nuevo Banco de Desarrollo que dirige la ex presidenta de Brasil, Dilma Rousseff.
Ya el escenario internacional económico post sanciones a Rusia -a propósito de la guerra en Ucrania- ha creado instancias que permiten eludir mejor las sanciones en general, y los estadounidenses no pueden darse el lujo de prescindir del petróleo ruso, iraní y venezolano, a la vez y por mucho tiempo, so riesgo de una inflación galopante.
El mundo vive un reordenamiento de fuerzas que ya parece mostrar resultados. En la misma semana en que Maduro -con toda seguridad- trató de engañar a todos, Rusia -junto con reconocer el triunfo del mandatario venezolano- lo invitó a ser parte de la Cumbre de los BRICS que se realizará en la ciudad rusa de Kazán, en octubre de este año.
China e Irán felicitaron a Maduro por su triunfo e India no dijo nada, aunque todo indica que este gigante asiático no tiene ningún problema con recibir el petróleo barato que se acumula en los puertos venezolanos, tal como hizo con el petróleo ruso.
Si bien Maduro no tiene que tratar con Iván Duque, Jair Bolsonaro o Sebastián Piñera, quienes fueron parte activa de los intentos de derrocamiento liderados por Trump, el aislamiento que puede llegar a sufrir por parte de la Colombia de Gustavo Petro, el Brasil de Lula da Silva y el Chile de Gabriel Boric, puede ser aún más cáustico, pues estos líderes representan a una izquierda regional democrática, sin la cual el chavismo luce con mayor facilidad como una dictadura impresentable
Así, lo único realmente novedoso y preocupante -desde la perspectiva del régimen chavista- es la enajenación diplomática de América Latina. Si bien Maduro no tiene que tratar con Iván Duque, Jair Bolsonaro o Sebastián Piñera, quienes fueron parte activa de los intentos de derrocamiento liderados por Trump, el aislamiento que puede llegar a sufrir por parte de la Colombia de Gustavo Petro, el Brasil de Lula da Silva y el Chile de Gabriel Boric, puede ser aún más cáustico, pues estos líderes representan a una izquierda regional democrática, sin la cual el chavismo luce con mayor facilidad como una dictadura impresentable, más cercana a Nicaragua, y ya no como un mero estado fallido o un régimen autoritario, con algunas trazas democráticas.
Es así como probablemente la búsqueda de una salida sea diplomática, institucional y regional. De ahí la insistencia de las cancillerías de Brasil, Colombia y Chile por transparentar todas las actas electorales venezolanas. Si eso no sucede o no es verosímil, estos países podrían acusar -con credibilidad - un fraude, lo que podría cambiar el escenario de respaldo internacional irrestricto por parte de las potencias BRICS, con lo cual podrían surgir alternativas tales como repetir la elección, con algún peso institucional en el reconocimiento de éstas por parte de la comunidad internacional y un diseño de transición pactada.
O bien estos países podrían hacer reclamos sin acusar el fraude, con lo que Maduro con mucha probabilidad se mantendrá en el poder hasta ingresar a la década del 30, viviendo al día, como ya sabe hacer.
De todos modos, cualquier cosa que pase en Brasil, Colombia o Chile, probablemente estará determinado por consideraciones de política interna, pues los tres países sufren los efectos de la migración masiva venezolana, incluida cierta criminalidad asociada, lo que los complica electoralmente.
A menos que conformen un cuerpo común, aceptando el liderazgo de Lula, y hagan un símil del Grupo de Lima, pero progresista, para buscar una solución de una vez por todas, para Venezuela, que es la gran sombra de la izquierda sudamericana.
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