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Miércoles, 6 de Agosto de 2025
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Yaroslav Hunka: tenemos que hablar de Ucrania

Andrés Almeida

¿Qué hacía un ex oficial ucraniano de las SS en el Parlamento de Canadá, siendo aplaudido de pie por todas las fuerzas políticas del país, incluido el primer ministro Justin Trudeau, en la visita del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski? 

Este artículo es parte del newsletter exclusivo La Semana del pasado sábado 30 de septiembre de 2023, y ahora se comparte para todos los lectores.

De acuerdo con las autoridades canadienses -incluido Trudeau y el renunciado presidente de la Cámara de los Comunes, Anthony Rota, quien trajo a Yaroslav Hunka a Ottawa-, se trató de un inmenso y terrible error, que ojalá no sea aprovechado por la propaganda rusa para insistir en el problema de la presencia de nazis en Ucrania. Aunque, quien advirtió del problema con Hunka no fueron los rusos, sino el Centro Simon Wiesenthal, emplazado en Los Ángeles, California.

Es, más o menos, el mismo argumento que eligió The New York Times cuando advirtió en junio pasado que la propaganda rusa podría aprovechar que Ucrania tenía un problema con la abundante presencia de símbolos nazis y neonazis en la indumentaria de sus soldados, lo que incluía a varios que usaban en el frente el parche que identifica a la 14ª División SS Galizien, compuesta por ucranianos; la misma a la que pertenecía Hunka. Una unidad responsable de crímenes de guerra por la eliminación de miles de judíos, polacos y soviéticos en la Segunda Guerra Mundial. El artículo es de Thomas Gibbons-Neff y se titula Los símbolos nazis en el frente de Ucrania ponen de relieve cuestiones espinosas de la historia.

Pero, el Times solo ubica el problema en el frente, entre combatientes, aunque en realidad la simpatía por el nazismo es algo que permea más profundamente la sociedad ucraniana -acicateada por el discurso nacionalista, a propósito de la guerra con Rusia-, y a su Estado. 

Algo que puede ser observado profusamente en los canales de Telegram rusos, los que -si bien cumplen funciones claras de propaganda- no inventan todo el material que muestra diariamente el uso en Ucrania de insignias nazis en instancias oficiales y cotidianas, como lo son parches, banderas, tatuajes y saludos de mano derecha alzada. Material que también, aunque en menor medida, advierten otras organizaciones no rusas preocupadas por el fenómeno.

¿Es la propaganda rusa el problema, o lo es más el hecho de que Ucrania tenga muchos más nazis de los que se puede tolerar?

Según el propio Times, en un artículo de 2022 titulado Cómo los medios rusos difunden falsas afirmaciones sobre los nazis ucranianos, de Charlie Smart, los partidos ultraderechistas ucranianos recibieron una votación apenas en torno al 2 %, y eligieron a Zelenski, sin importar que él sea judío. Algo que demostraría que el problema de la ultraderecha en Ucrania no es distinto al de cualquier otro país de Europa.

Algo que puede ser observado profusamente en los canales de Telegram rusos, los que -si bien cumplen funciones claras de propaganda- no inventan todo el material que muestra diariamente el uso en Ucrania de insignias nazis en instancias oficiales y cotidianas, como lo son parches, banderas, tatuajes y saludos de mano derecha alzada. Material que también, aunque en menor medida, advierten otras organizaciones no rusas preocupadas por el fenómeno.

Esto último incluye a Rusia, país que también tiene fuerzas importantes de ultraderecha, que levantan un discurso paneslavista y refractario de Occidente. Incluso uno podría pensar en los últimos días de Eduard Limónov, un talentoso escritor ruso (aunque podría ser ucraniano, pues es de la ciudad de Jákov) quien fundó el Partido Nacional-Bolchevique en Rusia, una agrupación que hace una bizarra mezcla de elementos del nacionalsocialismo alemán y del nacionalismo soviético. Al respecto se puede consultar Limónov, el fascista rojo, de Darío Prieto Sierra, en El Mundo.

Sin embargo, los rusos retrucan que el nazismo como ideología está prohibido en Rusia, que varios grupos nazis, incluso pelean por Ucrania, y que la doctrina paneslava-euroasiática no propone la eliminación de rivales, sino la coexistencia pacífica con Occidente, en esferas de influencia organizadas en un esquema global de poder multipolar.

Al respecto, está este artículo en The Guardian, de Shaun Walker, Los incómodos aliados de Ucrania: los rusos de extrema derecha que luchan del lado de Kíev, y también vale la pena escuchar de primera mano a Alexandr Duguin, si es que se quiere entender a esta derecha rusa, aunque esté cancelado en Occidente, y buena parte de sus ideas indignen posiciones valóricas liberales, en especial respecto de asuntos morales. 

Los rusos también consideran que la baja votación de partidos ultraderechistas en las últimas elecciones ucranianas corresponde a una situación previa a la actual guerra, pues -luego- se insuflaron los ánimos nacionalistas, los que han llevado a más ucranianos a identificarse con ideas y símbolos nacionalistas, los que -dada la historia reciente- provienen de manera importante de la raíz nazi del nacionalismo de Ucrania, el que -en la Segunda Guerra Mundial- se identificó y trabajó por la Alemania de Adolf Hitler, en contra de la Unión Soviética y Polonia. 

Es así como durante estos años de la actual guerra, dicen los rusos, ha emergido con fuerza la figura de Stepán Bandera, un ucraniano nacionalista, aliado de Hitler, y responsable de varios crímenes de guerra, cometidos especialmente contra polacos.

Algo que incluso advirtió en su momento The Guardian, aunque después de la invasión rusa este periódico progresista británico no siguió con una cobertura intensa de artículos que describen el auge ulraderechista ucraniano. Un ejemplo de esa cobertura fue Ucrania reescribirá la historia soviética con controvertidas leyes de 'descomunización', publicado en 2015, de la autoría de Lly Hyde.

Y es que las presunciones rusas tienen fundamentos en hechos relevantes. 

En 2010 el presidente saliente Víktor Yúshenko nombró a Bandera ‘Héroe de Ucrania’, lo que despertó la ira de polacos y judíos, quienes presionaron para que finalmente, en varias iteraciones, en las que se le quitaba y devolvía el honor, fuera rechazado dicho título póstumo en 2019.

Pese al rechazo, la figuración de Bandera en instancias públicas fue creciendo, en especial cuando empezó la guerra en el Donbás y la ocupación rusa de Crimea en 2014. De tal modo, por ejemplo, en 2016, Kíev cambió el nombre de la avenida Moscú por el de Stepán Bandera, en un tipo de acto que se ha ido repitiendo en Ucrania; reemplazos de símbolos soviéticos y rusos -como estatuas- por símbolos de nazis ucranianos. 

Otro antecedente es la integración al Estado y al Ejército de grupos paramilitares abiertamente neonazis, como el Batallón Azov, cuyo logo recuerda inequívocamente los símbolos de las SS. Algo que ocurrió también en 2014, con los eventos bélicos de entonces, lo que -según los rusos- abrió de par en par las puertas a la ultraderecha de las distintas instancias del Estado ucraniano, no solo las del Ejército. Razón por la cual, hay tal abundancia de símbolos nazis en los espacios públicos e incluso en el sistema educacional.

Y más atrás aún, está el antecedente del coqueteo entre los neonazis y los políticos nacionalistas ucranianos en 2013, cuando sucedió el Euromaidán de Kíev; donde mediante duras protestas callejeras la oposición depuso al presidente pro-ruso y ruso étnico, Víktor Yanukóvich. 

En la ocasión se sospechó también de algún grado de intervención de Estados Unidos, dado que la subsecretaria de Estado de Barack Obama, Victoria Nuland, se apersonó en el Maidán para respaldar a los manifestantes, en ese entonces, armados, entre los cuales una buena parte eran jóvenes ultranacionalistas ucranianos. Nuland volvió al mismo cargo cuando asumió Joe Biden en 2021, y es probablemente la autoridad estadounidense más antirrusa de la administración Biden.     

Además, esta presencia nazi ha sido funcional a la creación de un nacionalismo ucraniano antirruso, mediante el cual se han dispuesto variadas y crecientes políticas de ‘desrusificación', las cuales, bajo la idea de combatir la ideología del país invasor, terminan siendo contrarias a los derechos humanos, pues afectan gravemente los derechos de los rusos étnicos ucranianos, al constreñir, por ejemplo, el idioma ruso o el culto cristiano ortodoxo ruso.

Parte de esta ‘desrusificación’ de Ucrania ha implicado eliminar la presencia de rusos y rusas históricos de los espacios públicos; cambiando nombres de calles, reemplazando estatuas de los parques, y eliminado obras en teatros y bibliotecas, lo que, en este caso, incluye además quema de libros en ruso. 

Esto ha afectado la memoria de líderes políticos como Lenin o Catalina la Grande, pero también a figuras intermedias entre la política y otros ámbitos, como los cosmonautas Yuri Gagarin o Valentina Tereshkova, quienes después de todo eran oficiales del Ejército Rojo, lo cual podría ser atendible.

Pero, la ‘desrusificación’  también afecta a artistas como Fiódor Dostoievski, Piotr Chaikovski o Antón Chéjov, también barridos de Ucrania en esta ola que los rusos califican más bien de ‘rusofobia’. Algo que podría ser anecdótico o ridículo, como política 'descolonizadora', sino fuera porque estos autores forman parte del acervo cultural de los rusoparlantes ucranianos.

En Occidente, nada de esto escandaliza demasiado, pues se considera un mecanismo cultural de defensa contra el invasor. Al revés, varios en Europa y Norteamérica se han sumado a la cancelación de los artistas rusos, algunos de ellos con más de cien años de muertos.

Es así como durante estos años de la actual guerra, dicen los rusos, ha emergido con fuerza la figura de Stepán Bandera, un ucraniano nacionalista, aliado de Hitler, y responsable de varios crímenes de guerra, cometidos especialmente contra polacos.

En contrapartida, Moscú ha podido desarrollar un discurso que caracteriza el actual conflicto como uno en el que está en juego la supervivencia de Rusia, ante rivales y enemigos que quieren ver desaparecer su influjo cultural y propician su fragmentación en varios estados pequeños y medianos. Es decir, algo muy distinto a la imagen occidental de un Vladimir Putin con la intención de recrear el imperio de Pedro o Catalina, ubicándose más bien, ante los rusos, entre los líderes que han debido luchar por la existencia de Rusia, no por su expansión, como Stalin frente a Hitler, o Alejandro I frente a Napoleón.

En ese contexto, Hunka le viene como anillo al dedo a Rusia, pues permite mostrar su aparición como la pistola humeante que prueba que Ucrania y sus aliados occidentales amparan el nazismo.

La pregunta subsiguiente es entonces ¿cómo llegó un nazi ucraniano al Parlamento de Canadá, a ponerse al frente del presidente de Ucrania, un judío cuyo abuelo combatió en el Ejército Rojo, quien contó con un respaldo importante de los rusos étnicos en las elecciones presidenciales de 2019, y quien aparece ante el mundo ovacionando a un nazi?

Al respecto, hasta lo que he podido establecer, hay dos teorías básicas.

La primera es la de simple estupidez, combinada con frivolidad. Simplemente, los canadienses no repararon en que Hunka era nazi, y solo vieron la oportunidad de poner en escena a un ucraniano-canadiense “que combatió a los rusos en la Segunda Guerra Mundial”, con tal de ganar algunos 'me gusta' en su Instagram. 

La verdad, es difícil que los canadienses no hayan investigado sus antecedentes y tampoco es verosímil que al verlos hayan encontrado que haber sido parte de las SS era algo inocuo. Pero, por otro lado, todo el mundo vio a ese Parlamento aplaudir a rabiar a un ucraniano presentado como alguien que luchó contra los rusos en la Segunda Guerra Mundial, lo que, para cualquier persona con instrucción primaria en Canadá, debió ser una alerta de que algo raro pasaba, pues los rusos fueron aliados de los canadienses, los estadounidenses y los británicos contra los nazis, y eso todo el mundo lo sabe.

También Hunka, al parecer, era un miembro importante de alguna comunidad local canadiense, a juzgar por sus donaciones a la Universidad de Alberta, para financiar estudios ucranianos. Se trata de una donación en torno a los US $22.000 que ya fue devuelta por las autoridades universitarias, después del escándalo. Algo que podría explicar cierto provincianismo en la decisión de llevarlo, en tanto podría parecer una especie de cariño a un financista importante.

Pero, la misma Universidad de Alberta provee de otro antecedente que permite alejarse de la hipótesis estupidez-frivolidad, pues se conoció que en el pasado esta universidad tuvo un rector nazi, Peter Savaryn, fallecido en 2017, quien también fue parte de la misma división de las SS que Hunka, habiendo sido honrado con la Órden de Canadá en 1987.

Y es que existe una historia muy opaca y soterrada, que vincula a los aliados occidentales vencedores de Hitler, con los nazis derrotados, en un pacto que les permitió a Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y los aliados de los británicos, entre ellos, Canadá, quedarse con activos nazis valiosos en distintos campos, como el científico, pero también en el naciente mundo de espías y contra espías, que caracterizó la Guerra Fría.

De tal modo, según Scott Ritter -un ex marine que trabajó en materias de seguridad la Defensa de Estados Unidos y la CIA, reconvertido ahora en analista militar, aunque acusado de ser agente ruso-, Canadá permitió la migración de nazis ucranianos al país con el propósito de que estos mantuvieran contacto con los nazis ucranianos que quedaron en Ucrania, de modo que se pudiera hacer inteligencia en la Unión Soviética con agentes en terreno.

Es difícil que los canadienses no hayan investigado sus antecedentes y tampoco es verosímil que al verlos hayan encontrado que haber sido parte de las SS era algo inocuo. Pero, por otro lado, todo el mundo vio a ese Parlamento aplaudir a rabiar a un ucraniano presentado como alguien que luchó contra los rusos en la Segunda Guerra Mundial, lo que, para cualquier persona con instrucción primaria en Canadá, debió ser una alerta de que algo raro pasaba, pues los rusos fueron aliados de los canadienses, los estadounidenses y los británicos contra los nazis, y eso todo el mundo lo sabe.

Al menos, la idea de Ritter es consistente con un dato que es más cercano a Chile y América Latina, que dice relación con la manera a través de la cual los organismos de seguridad franceses aprendieron métodos de tortura de los nazis, los que luego fueron aplicados por el Ejército francés en Argelia, conocimiento que luego se traspasó a las dictaduras sudamericanas.  

Algunos organismos judíos han comentado, a propósito del escándalo, que Canadá hizo poco por perseguir criminales de guerra de Galizien, y recientemente el ministro canadiense de Inmigración, Marc Miller, aseguró que “hubo un punto en nuestra historia en el que era más fácil entrar como nazi que como judío. Creo que esa es una historia que tenemos que reconciliar”.

Una declaración compleja, pues la vice primer ministra actual y ex canciller de Canadá, Chrystia Freeland, es nieta de un propagandista nazi, que trabajó como editor de un periódico de Cracovia asociado a la División Galizien de las SS (la misma de Hunka y Savaryn), tal como informó The Globe and Mail en 2017.

Se trata de otro ciudadano de Alberta, Michael Chomiak. Según rescata David Pugliese, en Otawa Citizen, en el artículo El abuelo de Chrystia Freeland fue de hecho colaborador nazi - mucho para la desinformación rusa, el Krakivski Visti que editaba Chomiak, de acuerdo al Museo del Holocausto, "era de esas típicas publicaciones que no daba cuenta alguna de la política genocida alemana, y en gran medida, sus ediciones se destinaron a silenciar la matanza masiva de judíos en Galitzia. Los periódicos ucranianos presentaron la cuestión judía a la luz de la propaganda oficial nazi, como corolario de la conspiración mundial judía”.

Frente a la información, Freeland se escudó nuevamente en no favorecer la propaganda rusa, y desde su oficina negaron que Chomiak haya sido un colaborador nazi. Freeland es una de las más enconadas defensoras de Ucrania en la intelligentsia canadiense.

Eso lleva a la segunda teoría, la que dice que pusieron a Hunka frente a Zelenski a propósito, a partir de los intereses de algunas de las agencias de inteligencia occidentales, sea la canadiense, la británica, la estadounidense o la ucraniana, con propósitos que pueden ser muy diversos e incluso contradictorios, pero que responden a ese opaco mundo.

¿Amenazar a Zelenski si es que busca poner freno al nazismo en su país? ¿Probar los niveles de tolerancia al nazismo en Occidente? ¿Advertir a los líderes canadienses de las profundas implicaciones de las inteligencias occidentales con los nazis ucranianos?

No son preguntas que tengan respuesta, y pueden estar totalmente equivocadas en su planteamiento, y la realidad puede ser aún más retorcida. También esta tesis cuenta como argumento en contra que los resultados logrados son completamente contraproducentes para los intereses de Canadá y Ucrania. Eso, aunque en la teoría de agencia, eso pueda no ser la primera consideración a tomar en cuenta cuando una agencia decide, pues éstas deciden primeramente pensando en sus interéses, los cuales pueden oponerse a los intereses generales del país al que pertenecen.

Existe una historia muy opaca y soterrada, que vincula a los aliados occidentales vencedores de Hitler, con los nazis derrotados, en un pacto que les permitió a Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y los aliados de los británicos, entre ellos, Canadá, quedarse con activos nazis valiosos en distintos campos, como el científico, pero también en el naciente mundo de espías y contra espías, que caracterizó la Guerra Fría.

Más allá de esas consideraciones, creo que vale la pena examinar las ideas en torno a la posible participación de las agencias occidentales en estos eventos, especialmente por un último elemento que -a mi juicio- hace necesario tomar en serio en Chile el problema del nazismo en Ucrania. 

Después del escándalo, la televisión canadiense entrevistó a Hunka, quien, ante la posibilidad de que se abran procesos en su contra, incluso en Polonia, dijo que a su edad solo espera irse en paz, y contactar a sus amigos en Sudamérica.

¿Alguien sabe quiénes son los amigos de Hunka en Sudamérica? 

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