Hoy estaba haciendo una clase de Gramática I en la UDP y para explicar el fenómeno de palabras que existen en una lengua, pero no en otra, usé una de esas de mis palabras favoritas, "komorebi", del japonés, que es la forma en que la luz se presenta tras atravesar las hojas de los árboles. Y, para ilustrarlo, proyecté en el telón el cuadro "Moulin de la Galette" de Renoir, donde es tan claro ese uso de la luz.
Y, ¿me creerán que jamás había reparado, que dicho uso japonés es una pieza más del rompecabezas que une el arte pictórico de fines del siglo XIX francés con el nipón?
Porque, como he comentado en otros lados, el arte de Utamaro con esos cuadros de imagenes descuadradas inspiró a Degas, la serie de Hokusai del Monte Fuji alimentó la idea de "Las vistas del Monte Victoria" de Cezanne o las siluetas del ukiyo-e ilustraron las siluetas de Toulouse-Laiutrec y Monet en Giverny tenía hasta un estanque y un puente japonés.
Asi, la fiesta montmartriana de Renoir es solo un eslabón más en la cadena de experiencias visuales del pais del sol naciente de la que el Impresionismo y el Post-Impresionismo extrajeron algunos de sus mayores aportes a la visualidad del mundo finsecular decimonónico.
Que sigan meciéndose por siempre esas hojas y esas luces en esa fiesta que era descubrir la mirada y la modernidad, junto a un molino en aquel monte de las alturas de París.
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