Hoy vemos cómo el Presidente electo, José Antonio Kast, modifica su discurso, releva la experiencia de cada uno de sus antecesores, quiere “aprender” de ellos, se reúne, los alaba, los reconoce como líderes. Esta nueva faceta hay que entenderla como una máscara de sí mismo, un nuevo “vidrio” que lo protege ante el temor de una ciudadanía organizada o de sus votantes frente a promesas incumplidas. Porque no hay que olvidar qué discursos de su campaña fueron claves para su elección.

Resulta evidente de qué manera la delincuencia se transformó en un “arma”, una forma de asalto permanente a la ciudadanía, una pedagogía reiterada repetida una y otra vez, visual, oral, tecnológica, que convirtió la “inseguridad” en un dispositivo síquico emanado de un país que “se caía a pedazos”, colmado de funcionarios “parásitos” producidos por el “peor gobierno de la historia”, aseveraciones frecuentes  en los discursos de los candidatos Kast y Kaiser, una situación tan peligrosa que requería un gobierno de emergencia.

Los migrantes fueron reducidos al “tren de “Aragua” y a sus infinitas sucursales, migrantes ilegales, asediados por un reloj discursivo electoral que contaba los días y las horas para una expulsión multitudinaria, salvo que se pagaran un pasaje en avión (sin papeles) y volvieran a entrar.

No se trata de realizar un enfoque binario, quiero decir, negar la delincuencia o disminuir el aumento de la criminalidad narco y su creciente estela de corrupción, como tampoco pensar que el gobierno saliente fue el mejor de la historia de Chile. Existe un conjunto de problemáticas sociales que experimenta el país debido a una desigualdad social muy alta, que afecta la salud, vivienda, educación, salarios, pero, aún así, Chile está relativamente estable a pesar de que nos enfrentamos a una creciente revolución tecnológica, que genera sujetos-redes atrapados en la digitalización.

Pero lo no dicho o quizás lo que no se pudo decir o lo que aún no se puede decir por ahora, es que detrás del miedo a los migrantes ilegales y a la delincuencia, se esconde de manera primordial la fobia al feminismo, a las disidencias, a las adopciones de hijos por parte de parejas homosexuales, aversiones producto del fanatismo religioso más conservador y regresivo, emancipaciones que son tachadas como “ideológicas”. Las intervenciones de la ultraderecha mundial a la cultura y a los cuerpos son posibles en gran medida por el machismo que opera una forma hegemónica de sometimiento. El nuevo gobierno chileno, sin lugar a dudas, va a expresarse y activar sus fobias mediante un acuerdo con la derecha tradicional que ahora mismos son hermanos-primos de los republicanos.

Más allá de la nueva estrategia “buenista”, la motosierra ya está activada. Se inscribió como signo en una fotografía inolvidable que une los límites políticos entre Chile y Argentina mediante una iconografía tan violenta como la destructiva motosierra. Así es, así será, pues el Presidente electo prometió un ahorro estatal impresionante sólo posible si se restringen aportes sociales a familias y a personas carenciadas. En cuanto a despidos de funcionarios públicos (los parásitos) lo harán para reemplazarlos por sujetos adscritos a sus posiciones, aunque sin la experiencia de sus antecesores. ¿Cómo serán nombrados por Cristián Valenzuela?

Sin embargo, quizás lo más perturbador desde una perspectiva simbólica y a la vez ultra realista, radique en la adhesión de José Antonio Kast, a la dictadura chilena, su negación de los crímenes de lesa humanidad como lo demuestran sus visitas a Krassnoff en Punta Peuco condenado a más de 1000 años.

Desde esa perspectiva, en ese lugar temporal donde se une pasado, presente y futuro me resulta impactante, asombroso que bajo la excusa del ahorro, haya decidido vivir en La Moneda, porque lo no dicho de su decisión radica en el homenaje al bombardeo de 1973, para instalar allí, junto con los suyos, la motosierra estatal.