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Domingo, 20 de Julio de 2025
Columna de opinión

Tasas de interés o Electroshock

Carlos Tromben

Los responsables de la política monetaria solo piensan en términos de estímulo y castigo de la demanda. En una crisis relacionada con la oferta mundial de energía, manufacturas y mano de obra, poco pueden aportar las tasas de interés.

Hubo un tiempo en que la práctica médica estándar era usar sanguijuelas para bajar la fiebre. El electroshock también se aplicaba sin regulación y, lo más importante, sin siquiera la autorización del paciente.

La decisión del Banco Central de Chile de duplicar la tasa de política monetaria está más cerca del electroshock que de una terapia sensata y eficaz para disminuir el ritmo de aumento de los precios minoristas.

Estamos en una crisis secular y la tasa de interés, la herramienta tradicional de los bancos centrales, se está pareciendo cada vez más a una sanguijuela.

No es un problema exclusivo del Banco Central de Chile. La función reguladora de la liquidez y el costo del dinero está viviendo una crisis a nivel mundial. Lo mismo que los combustibles fósiles y los mercados del trabajo. Estamos en una crisis secular y la tasa de interés, la herramienta tradicional de los bancos centrales, se está pareciendo cada vez más a una sanguijuela.

La narrativa hegemónica en economía hoy sostiene que el enemigo público número uno de la civilización es la inflación. Distintos países experimentaron en distintas ocasiones el flagelo: un aumento descomedido, brutal, de los precios en un corto plazo.

La dueña de casa vio encogerse el jornal, el empleado su salario, el prestamista su renta. Episodios dramáticos como Alemania en la década de los 20, Argentina, Perú y Bolivia en los 80, o Brasil a comienzos de los 90, cimentaron la mala reputación de ciertas políticas. 

Estos episodios inflacionistas fueron localizados, atribuibles a una gestión concreta del dinero, su emisión, el nivel de deuda pública. La inflación mundial de la post-pandemia 2021 es otro animal: el efecto de una crisis sistémica.

Durante años los precios de los bienes y servicios evolucionaron de forma moderada. La ropa, los chips, los celulares eran producidos en el sudeste asiático y se distribuían con fluidez, a pecios estables. Los precios de los servicios podían variar, pero no tanto. Lo que subía eran los bienes raíces y los activos financieros, las acciones y los bonos.

La pandemia hizo saltar este equilibrio por los aires. Desplazar cosas a través del océano, producir energía y combustibles fósiles se encareció. Durante meses fue imposible salir, tomar un bus y menos un avión. El suministro global de cosas se interrumpió. 

El comercio global fluía, las personas consumían a crédito y las “finanzas se autofinanciaban”, como sostiene Mariana Mazzucato. La liquidez se quedaba (y se sigue quedando) en el propio sistema a través de innovaciones, inversiones apalancadas, criptomonedas y apuestas de alto riesgo. En cambio, la inversión en productividad y en infraestructura lleva todos estos años al debe. Ahora se nota precisamente en la industria responsable de explorar yacimientos gasíferos, desarrollar infraestructura para explotarlos y distribuir el gas a través del mundo.

La pandemia hizo saltar este equilibrio por los aires. Desplazar cosas a través del océano, producir energía y combustibles fósiles se encareció. Durante meses fue imposible salir, tomar un bus y menos un avión. El suministro global de cosas se interrumpió. A tal nivel que, para evitar una caída generalizada de todos los precios, una devastadora deflación, se comenzó a regalar dinero.

Por existir, cada ser humano recibió transferencias del Estado. Chile fue inicialmente la excepción: un presidente desorientado y una elite mezquina escatimaron la ayuda hasta que no tuvo otra alternativa que soltarla.

La crisis COVID expuso todos los desequilibrios y distorsiones que pasaron desapercibidas durante los años de la liquidez. De la noche a la mañana las cadenas logísticas basadas en inventarios mínimos y suministros justo-a-tiempo se fueron al tacho. Los trabajadores prefirieron quedarse en casa a arriesgar la vida. El fisco tuvo que regalar dinero. Ahora los bancos centrales están en la disyuntiva de encarecerlo, atraparlo, restringir su circulación. Con ello podrían acelerar la crisis sistémica.

Relatos de terror

Los años de inflación dejaron secuelas en el inconsciente colectivo y una marcada ortodoxia para abordar los problemas económicos.

El aumento de los precios por encima de la meta fijada por el propio banco central activa un relato del terror y una respuesta. La chauchera de la dueña de casa se encoge ante el precio del pan y los economistas sufren una crisis de empatía.

El problema es que el alza del precio del pan puede deberse a una multiplicidad de factores que no se moverán necesariamente por un alza de tasas.

Según este relato, la única receta para que los precios dejen de subir es aumentar la tasa de interés, es decir, encarecer el precio del dinero que se pide prestado. El problema es que el alza del precio del pan puede deberse a una multiplicidad de factores que no se moverán necesariamente por un alza de tasas.

No existe una inflación, sino inflaciones. Hay inflaciones pasajeras y duraderas, pero también hay inflaciones de costos y de demanda, inflaciones importadas y domésticas. Inflaciones porque la oferta de muchos productos cae con violencia. ¿Dónde están nuestras paltas? ¿Nuestros limones? Las presiones inflacionarias de los 90, por ejemplo, eran de demanda. Los salarios crecían más que la oferta de productos. La inflación de ahora, en cambio, es una combinación de muchos factores y se relaciona con la crisis del modelo globalista neoliberal.

Todas las inflaciones (en plural) reaccionan de manera distinta ante un alza en las tasas de interés domésticas. De hecho, hay algunas que ni se inmutan. La inflación de productos importados inelásticos como el petróleo, por ejemplo.

El motivo del brutal aumento en el costo del dinero no es solo controlar la inflación de la dueña de casa que va a comprar pan. Hay otro componente igual o más de importante.

Hay otros personajes, otros mártires de la inflación. Por ejemplo, los prestamistas, los grandes inversionistas y acreedores del Estado. El valor de los bonos soberanos y corporativos cae cuando la inflación da un salto, ya que cada uno es un flujo de pago a futuro cuyo valor se verá erosionado por la inflación.

Al subir la tasa de interés, el Banco Central les permite a estos grandes inversionistas cobrar intereses más altos por futuras inversiones en bonos. Pasa a ser como un helicóptero que deja caer una escalerita para que puedan huir de los zombis inflacionarios.

En ese marco se mueven los que toman decisiones de política monetaria. El circuito estímulo/castigo a la demanda. Redbull y electroshock.

En ese marco se mueven los que toman decisiones de política monetaria. El circuito estímulo/castigo a la demanda. Redbull y electroshock. Un marco que poco va a contribuir para enfrentar déficits de oferta que hoy tienen escala mundial.

En Chile, después del brutal aumento en la tasa se esperaba que el mercado financiero local se calmara, el dólar cayera y el peso se apreciara. Total, el cobre está subiendo. Sorpresa: no ocurrió. ¿Se viene entonces un nuevo apretón?, ¿otro electroshock que solo beneficia a la compañía eléctrica y no al paciente?

Según Mohamed El-Erian, se trata de una trampa cognitiva. Los economistas a cargo de la política monetaria piensan en ciclos económicos cortos, usan el mismo set de estadísticas y una herramienta dramáticamente ineficaz para lidiar con una crisis estructural como la de hoy. Sus efectos pueden ser incluso nocivos y derivar en estanflación: frenar el crecimiento sin reducir la inflación. Sería una gran paradoja, ya que fue en un entorno similar a fines de los años 70 el que permitió la llegada de Reagan y Thatcher.



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Uno de los dramas de una economía altamente concentrada. Pocos con mucho poder económico son capaces de hacer enorme daño. Y cuando se equivocan Too big to fail.... se acuerdan?

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