Este artículo es parte del newsletter exclusivo La Semana del pasado domingo 22 de mayo de 2022, y ahora se comparte para todos los lectores.
La guerra en Ucrania es un pretexto perfecto para incrementar los conocimientos geográficos, y ver cómo los vientos que corren en un territorio determinado pueden causar una tempestad mundial.
Hasta febrero de 2022, todo lo que pasaba en torno la pequeña franja de frontera entre Rusia y Ucrania, en la zona del Donbás, era tan solo un conflicto local de ex países soviéticos, que muy pocos habían apostado que generaría la -hasta ahora- guerra más importante del siglo 21. De hecho, el inicio de las hostilidades en 2014, que enfrentaron a las fuerzas ucranianas con separatistas prorrusos, con 15.000 muertos, la anexión rusa de la Península de Crimea, y los acuerdos de Minsk, que buscaban una solución diplomática al conflicto, apenas concitaron el interés de la prensa occidental.
Hoy, el frente de infantería se desarrolla exclusivamente en esa zona, pero la guerrra está lejos de ser algo localizado en el Donbás o en la misma Ucrania; incluso se trata de un conflicto que rebasa el rango continental de Europa, si es que se mira en perspectiva de los mares y océanos.
Más allá de lo que pasa en el interior del territorio del Donbás, donde buena parte del resultado militar depende de si los rusos son capaces o no de tomar la fuertemente fortificada y estratégica localidad urbana de Sievierodonetsk -la que para algunos es la llave para asegurar el Donbás-, en la actualidad, las fuerzas rusas controlan toda la costa ucraniana del Mar Negro.
Más allá de lo que pasa en el interior del territorio del Donbás, donde buena parte del resultado militar depende de si los rusos son capaces o no de tomar la fuertemente fortificada y estratégica localidad urbana de Sievierodonetsk -la que para algunos es la llave para asegurar el Donbás-, en la actualidad, las fuerzas rusas controlan toda la costa ucraniana del Mar Negro.
Al respecto, hay mucha información contradictoria y cambiante, pero así y todo, vale la pena revisar los mapas de los medios, como el del Financial Times. Además, tomo el consejo del lector Daniel Asenjo, quien me recomendó este sitio del Ministerio de Defensa de Francia, que tiene la virtud de mostrar la evolución de conflicto en el mapa, día por día, a partir de marzo. Otro conjunto de mapas interesante proviene de The Washington Post, con los cuales Claire Parker y Laris Karklis buscan explicar; Por qué a Rusia le ha costado el Este de Ucrania, en mapas, con lo que logran dibujar el desafío militar no menor en que se encuentran las tropas rusas.
Hoy por hoy es noticia la rendición de las fuerzas ucranianas que estaban situadas en Azovstal, la planta siderúrgica del puerto de Mariupol, pero -a mi juicio- los detalles en torno al evento ya son parte del ejercicio de propaganda de cada bando, más que un suceso militar relevante, pues desde hace semanas que esa parte del Mar Negro -el Mar de Azov- está bajo el completo control ruso.
De todos modos, es interesante -desde la perspectiva del frente de la información- como cada bando ha querido connotar el hecho; mientras que los ucranianos -y buena parte de la prensa occidental- hablan de una 'evacuación' de los apostados en la planta acerera, los rusos hablan de una 'rendición'. En concreto, se trata de una rendición con condiciones y supervisión de la Cruz Roja, y un improbable intercambio masivo de prisioneros. Esto último porque los soldados ucranianos están en poder de Rusia y el país viene acusando especialmente a los militantes del Batallón Azov de crímenes de guerra, por lo que una buena parte de ellos serán juzgados por tribunales rusos o prorrusos.
Volviendo al plano geopolítico en torno al Mar Negro, algo similar pasa en la costa occidental ucraniana, cuyo puerto principal es Odessa, el que, si bien sigue en poder de Ucrania, está completamente bloqueado por la fuerza naval rusa, con lo que en la práctica tiene al país sin posibilidad de entrar o sacar productos y armas, por la vía marítima. Buena parte de la acusación de Volodímir Zelensky, el presidente ucraniano, de que la crisis alimentaria mundial está provocada por los rusos, tiene que ver con este punto, pues la producción ucraniana no puede salir del país.
¿Quiere decir que Rusia está cerca de cumplir el objetivo de capturar el Donbás?
Probablemente sí, aunque la pregunta consiguiente es si podrá retenerlo por mucho tiempo. Esto, dado el ingente ingreso de armas pesadas occidentales que están llegando o llegarán desde países de la OTAN, habiendo Estados Unidos aprobado un presupuesto de US $40.000 millones en ayuda militar y humanitaria a Ucrania.
Para ponderar el valor de esa ayuda, hay que considerar el nivel de destrucción actual del país invadido, el que no solo no tiene acceso al Mar Negro, sino que también sufre diarios ataques de misiles y artillería en todo su territorio, a buena parte de su infraestructura crítica, y presenta una crisis humanitaria de grandes proporciones dados los 12 millones de desplazados tanto dentro como hacia afuera de Ucrania (se trata de un poco más de un cuarto de la población del país).
Al respecto, me parece importante este artículo de Times, donde Suriya Jayanti escribe; Ucrania está en peor estado del que piensas, el cual describe una situación económica bastante calamitosa, y lo que es más grave, una situación militar que no se condice con el discurso exitista que ha promovido Occidente. Por ejemplo, el artículo menciona las bajas ucranianas, las que -acudiendo a fuentes occidentales discretas- estima en 25.000 soldados (los rusos dicen que son 50.000 las bajas ucranianas), para fuerzas que tienen movilizados a 250.000 soldados. Es decir las bajas serían de un 10% si se sigue a Occidente y de un 20% si se sigue a Rusia.
De todos modos, sigue habiendo mucha información occidental que dice que los esfuerzos rusos van cuesta arriba. En particular me llamaron la atención dos artículos: En un programa de entrevistas ruso, un coronel retirado sorprende a sus colegas al señalar que la invasión no va bien, de Neil MacFarquhar y Anushka Patil, quienes en The New York Times, cuentan las abiertas críticas en televisión abierta por parte del retirado oficial Mikhail M. Khodaryonok, quien dijo a los rusos que recursos rusos son limitados en el frente y que no tomen "sedativos de información". El otro artículo profundiza sobre el anterior, donde esta vez The Washington Post, plantea: Los rusos a favor de la guerra son cada vez más críticos respecto del conflicto de Ucrania. Acá, Liz Dly explora además distintos grupos de Telegram rusos, donde -por ejemplo- se critica el fallido cruce del río Siversky Donets, que habría costado la vida a casi 500 soldados rusos.
Ambos artículos muestran cierta impaciencia por parte de los halcones rusos, quienes con esto presionan a Vladimir Putin para que suba la apuesta militar y declare la guerra formal, con lo que movilizaría el país para ofrecer una acción militar más contundente, en el entendido de que ahora la guerra no es con Ucrania, sino indirectamente con la OTAN.
Probablemente, el precio turco a pagar por el ticket de ingreso a la OTAN será que suecos y finlandeses deban dar la espalda a los kurdos calificados como 'terroristas' por Recep Erdoğan, el presidente turco, con lo que se alterará el equilibrio de poderes en torno al Kurdistán; una zona en conflicto independentista ubicada entre el Mar Negro y el Mar Caspio.
Al respecto, es interesante el análisis de Scott Ritter, un ex marine estadounidense ,experto en inteligencia militar, a quien acusan de ser proruso, y quien la semana que pasó escribió en Energy Intelligence: La Guerra de Ucrania no tiene final a la vista, donde plantea que seguramente Rusia controlará el Donbás, pero que no es sostenible para el pais una operación en baja escala dada la respuesta occidental y la ausencia de fórmulas diplomáticas para salir del conflicto.
De hecho, son pocos los que hablan de paz. Una excepción es el reconocido intelectual y político israelí, Shlomo Ben Ami, quien escribió esta cuerda columna -a mi juicio, porque habla de paz- en Project-Syndicate: La imperfecta forma de la paz en Ucrania, donde plantea la necesidad de plantearse objetivos no de justicia, sino de racionalidad política, para sentar a la mesa a Putin y Zelensky para negociar una paz incómoda: "Esa oferta no hará la justicia que Ucrania se merece, ni significará un triunfo para Rusia. En lugar de ello, será un acuerdo mutuamente insatisfactorio, pero a fin de cuentas tolerable, desilusionante para todos, pero mejor que sus alternativas", concluye.
Sin embargo, probablemente los hechos políticos más relevantes de la actualidad no se encuentran en el Mar Negro, sino en el Mar Báltico, con la petición formal por parte de Suecia y Finlandia de suscribir a la OTAN, lo que supone una amenaza directa a Rusia en este mar que se encuentra a 1.947 kilómetros al norponiente del Mar Negro, y cuyas costas conectan a los países escandinavos, Alemania, Polonia, las repúblicas bálticas y Rusia.
Vladimir Putin, el presidente ruso, optó por palabras ponderadas, al decir que la sola firma del acuerdo no representa una amenaza directa, y que esperaría las acciones propiamente militares en Suecia y -especialmente- en Finlandia, frente a lo que -anunció- actuaría de manera proporcional. Esto, en el entendido de que desde hace años que Suecia y Finlandia han desarrollado una política de neutralidad que en la práctica favorece a la OTAN, por lo que su ingreso formal no representa un cambio dramático en los equilibrios de poder inmediatos en el Báltico.
¿Seguirá siendo una taza de leche el Báltico?
Probablemente no, pues la política está conectando este mar con el conflictuado Mar Negro. Probablemente, Suecia y Finlandia entrarán finalmente a la OTAN, aunque es algo que todavía no es un hecho consumado, pues Turquía -la segunda potencia militar en el Mar Negro, después de Rusia, y parte de la alianza atlántica-, ha objetado el ingreso de estos países escandinavos, dado el apoyo que han prestado a líderes kurdos cercanos al PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán, por sus siglas en kurdo), perseguidos por el régimen de Ankara, dado, justamente, el papel de países no alineados que Suecia y Finlandia están a punto de dejar atrás.
Paradojalmente, hasta ahora, en el conflicto histórico entre soviéticos-rusos y estadounidenses, nunca ha tenido como escenario principal el Ártico, pese a que todos los escenarios de una conflagración nuclear implican miles de cohetes volando por ese Océano, entre Eurasia y América.
Al respecto, es interesante este artículo de AlJazeera, de Andrew Wilks, quien escribe El PKK es central en la oposición turca a que Suecia y Finlandia se unan a la OTAN, donde explica la situación en esta parte del Asia, y donde menciona que Rusia ha eludido calificar de 'terrorista' al PKK, lo que sugiere que podría ser moneda de cambio para que los turcos mantengan su oposición al ingreso de Suecia y Finlandia a la OTAN.
Así y todo, probablemente, el precio turco a pagar por el ticket de ingreso a la OTAN será que suecos y finlandeses deban dar la espalda a los kurdos calificados como 'terroristas' por Recep Erdoğan, el presidente turco, con lo que se alterará el equilibrio de poderes en torno al Kurdistán; una zona en conflicto independentista ubicada entre el Mar Negro y el Mar Caspio, que se enclava en territorios turco, sirio, iraquí, iraní y armenio. Además, ese conflicto puede golpear directamente las puertas de Europa, pues 1.300.000 kurdos viven en Europa occidental, de los cuales 84.000 viven en Suecia y 14.000 en Finlandia.
Respecto los costos del abandono de la neutralidad sueca y finesa, recomiendo este artículo de opinión de Thomas Meaney en The Guardian; Finlandia y Suecia pueden unirse a la OTAN, pero ni siquiera ellos pueden garantizar que eso los hará más seguros.
Finalmente, el conflicto político comienza a tocar las costas del Océano Ártico, esto dado que la no neutralidad de Finlandia, sumando a que Rusia pasó a ser un país hostil para la OTAN, implica la amenaza a la península rusa de Kola, adyacente a la frontera finesa, y del puerto ártico de Múrmansk, que son las piezas clave en todo el sistema de defensa ruso en torno a ese Océano, que conecta de la manera más directa a Rusia con Estados Unidos y Canadá. Al respecto, ya Rusia anunció la creación de unidades militares que refuercen la zona limítrofe con Finlandia, y -por carambola- el Ártico.
Al respecto, recomiendo este artículo de Ruby Mellen y Dylan Moriarty en The Washington Post; Cuatro mapas que explican cómo Suecia y Finlandia pueden alterar la seguridad de la OTAN.
Paradojalmente, hasta ahora, en el conflicto histórico entre soviéticos-rusos y estadounidenses, nunca ha tenido como escenario principal el Ártico, pese a que todos los escenarios de una conflagración nuclear implican miles de cohetes volando por ese Océano, entre Eurasia y América. Por el contrario, los acuerdos de colaboración entre Rusia y la OTAN han sido históricamente fértiles en torno a la seguridad de ese Océano. Pero, no hay que olvidar los símbolos: la Organización del Atlántico Norte (OTAN), creada para enfrentar la Guerra Fría, tuvo por años como logo una proyección cartográfica cuyo centro es el Océano Ártico (como mirando el globo de forma cenital), imagen principal en cualquier centro de mando militar de la Guerra Fría.
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