Estamos donde tú estás. Síguenos en:

Facebook Youtube Twitter Spotify Instagram

Acceso suscriptores

Martes, 7 de Octubre de 2025
[Revisión del VAR]

1987 – 2025 ¿Los juveniles son un reflejo de lo que somos?

Roberto Rabi González (*)

"Las selecciones juveniles chilenas han pasado años lejos del protagonismo. Los clubes grandes, enfocados en sobrevivir económicamente, venden a sus promesas antes de consolidarlas. La ANFP intenta reordenar las competencias menores, pero el daño estructural es profundo: canchas malas, calendarios débiles, poca inversión en formadores".

El Mundial Juvenil de 1987 fue un espejo nítido de un país en transición emocional. Lo organizó un Chile aún bajo dictadura, que, por cierto, aprovechó el evento para intentar -junto a la visita de SS. Juan Pablo II el mismo año- un lavado de imagen internacional. Un país en que la pobreza y el crimen estatal eran parte del paisaje, junto a Sábados Gigantes y el Jappening con Ja. Por lo mismo, la dictadura aprovechó aquellas televisiones en color que recién comenzaban a masificarse entre los más menesterosos, llevando el fútbol para aliviar el sufrimiento y descomprimir la presión social. Todas metas que en definitiva se lograron y además nos quedó, fuera del recuerdo de un gran mundial, una magnífica presentación de nuestros seleccionados, muchos de los cuales, como Javier Margas, Luis Musrri, Raimundo Tupper, Lukas Tudor, Fabián Estay y Pedro González, brillaron como adultos en la Roja e incluso en clubes de fútbol del primer mundo. También trascendieron varias de las principales figuras de los equipos estelares de aquel campeonato, pero tal vez menos de lo esperado, considerando que Yugoslavia, el equipo que mostró superioridad y ganó el mundial, poco después desapareció con la guerra en su país, entorpeciendo las carreras de los suyos. 

Cuatro décadas más tarde, el nuevo Mundial Juvenil que nos toca ver –en otro país, con otros códigos y otras urgencias– revela algo muy distinto: el fútbol ya no articula sueños colectivos, sino expectativas mínimas, fugaces e individuales. Todas las que, hasta el momento, se han visto frustradas. Y a nuestra sociedad, también en crisis (una evidentemente distinta, en la medida que podremos discutir sobre su gravedad o extensión, pero se trata de una crisis en democracia) no parece desahogarse ni encontrar respiro ni orgullo en el Mundial Juvenil. Al parecer, nuestros jóvenes, hoy como ayer, no son sino una de las expresiones más visibles de lo que cada país es.

Veamos. La séptima edición del Mundial Juvenil de la FIFA se jugó en Chile entre el 10 y el 25 de octubre de 1987. Fue el primer evento deportivo de alcance mundial organizado por el país desde el Mundial adulto de 1962, y tuvo un peso simbólico enorme. No solo se trataba de recibir delegaciones extranjeras en plena dictadura; era, también, una forma de mostrarse moderno y confiable, una vitrina que el régimen aprovechó, pero que la gente vivió a su manera. Los estadios de Santiago, Valparaíso, Concepción y Antofagasta se llenaron de familias, jóvenes, cursos completos de ciertos colegios, hinchas y curiosos. Las entradas eran baratas, los partidos se jugaban de día y la sensación de fiesta fue real. Chile, dirigido por Luis Ibarra, un técnico chileno que había sido técnico en dos oportunidades antes de la adulta, un hombre sobrio no mayormente cuestionado.

Aquella selección no era espectacular, pero sí obstinada. Eliminó a Australia, Togo y  a Italia, jugó con disciplina táctica y alcanzó las semifinales. Cayó ante Alemania Federal y luego perdió con Alemania Democrática por el tercer lugar, quedando cuarta. Pero más allá del resultado, el país sintió que “la Roja” juvenil había recuperado algo perdido: la dignidad competitiva. Eran tiempos en que no teníamos éxitos recientes ni estelares. Se hablaba del país de los “triunfos morales”. Del “jugamos como nunca, perdimos como siempre”

El contexto amplificó el fenómeno. A falta de otras alegrías colectivas, el torneo juvenil se transformó en un acontecimiento cultural. Los diarios La Tercera, Las Últimas Noticias y El Mercurio cubrían con fervor casi bélico cada jornada, y la televisión estatal transmitía los partidos con la épica de una causa nacional. Por primera vez, una generación de hinchas adolescentes –que crecería con la apertura democrática– encontraba héroes de su edad. El Mundial del 87 no cambió el fútbol chileno de inmediato, pero sembró una semilla: la de la ilusión de formar, competir y ganar. Y nuestro entorno institucional era un verdadero desastre, tal vez peor que el actual; el campeonato nacional seguía controlado por clubes endeudados y estructuras anacrónicas, y la formación juvenil era más espontánea que sistemática. La ilusión del 87 no se tradujo en política deportiva. Pero surgió un indicio de que algo grande venía y esa chispa comenzó a transformarse en carne a partir de la década siguiente.

Se vio buen fútbol y un gran Campeón. Pero fuera de las figuras de los Yugoslavas de las que suficiente se ha hablado por estos días, pocos jugadores trascendieron. El goleador, Marcel Witeczek, la estrella de Alemania Federal que resultó subcampeona, tuvo una carrera lejos de las superestrellas de su país y no lució en la selección teutona. Tampoco lo hizo un defensa escocés -Scott Nisbet- que según todos los pronósticos haría historia en la tierra de William Wallace. Solo trascendieron en serio -insisto, fuera de los Yugoslavos- Matthias Sammer, figura de la desaparecida Alemania Oriental quién fue estrella después del Inter de Milán y el Borussia Dortmund, además de ser titular en la selección de Alemania unificada, César Sampaio, campeón del mundo con Brasil y Emil Kostadinov, quien no destacó en una Bulgaria de escasas luces, pero sí después con la adulta.

En síntesis, a pesar de que miradas románticas nos lleven a destacar lo bello, no fue un mundial que nos dejara un Maradona, un Pelé, un Messi un Cristiano; ni tampoco hordas de jugadores que luego deslumbraran en los mundiales adultos. Pero sí, insisto, la satisfacción del deber cumplido y de que el futuro nos esperaba. El Mundial Juvenil del 87 no solo fue un evento futbolístico: fue una válvula de escape emocional. En medio de la censura, la represión y la crisis económica, los estadios se transformaron en espacios de convivencia y euforia. La gente cantaba, se abrazaba, pintaba banderas, y por unas semanas, el país fue otro. La memoria de ese torneo aún sobrevive en los que entonces eran adolescentes o veinteañeros: el olor del pasto mojado, los papelitos cayendo, las portadas con “Los chicos del 87”. Fue una nostalgia que el fútbol chileno no volvió a reproducir con tanta intensidad hasta la irrupción de la “Generación Dorada”. Y que estamos muy lejos de vivir ahora.

El Mundial Juvenil de 2025, en efecto, llega a un Chile desencantado. No hay dictadura, pero sí desconfianza. El fútbol se ve, se comenta y se monetiza, pero ya no se vive con la misma inocencia. Las selecciones juveniles chilenas han pasado años lejos del protagonismo. Los clubes grandes, enfocados en sobrevivir económicamente, venden a sus promesas antes de consolidarlas. La ANFP intenta reordenar las competencias menores, pero el daño estructural es profundo: canchas malas, calendarios débiles, poca inversión en formadores. A nivel social, el fútbol ya no cumple el mismo rol cohesionador. Nuestra sociedad no está malherida, pero sí fragmentada y polarizada. En 1987, el Mundial Juvenil era una ventana hacia el mundo. En 2025, el mundo ya está en el bolsillo: los jóvenes siguen la Premier League o la Serie A en el celular. El sentido de pertenencia se diluye entre el algoritmo y la sobreexposición. Los adultos viven como pueden en su trinchera, con discursos estridentes sobre la delincuencia, la corrupción, y lo perversos que son los opositores en una sociedad sin centro político. El fútbol chileno actual, profesionalizado, pero emocionalmente agotado, parece haber perdido su relato épico. Ya no busca redención, sino dinero.

Ya no tenemos un sueño.

Ni ganas de soñar.

*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).

En este artículo



Los Más

Ya que estás aquí, te queremos invitar a ser parte de Interferencia. Suscríbete. Gracias a lectores como tú, financiamos un periodismo libre e independiente. Te quedan artículos gratuitos este mes.

En este artículo



Los Más

Comentarios

Comentarios

Añadir nuevo comentario