Cuando se habla de clásicos en el fútbol chileno, la mayor cantidad de tinta en tiempos recientes se ha vertido con motivo del denominado Superclásico, entre Colo-Colo y Universidad de Chile, sobre todo para cuestionar la falta de buen fútbol en los últimos años y la asimetría en los resultados, en la medida que Colo-Colo, en general, se ha impuesto con bastante más habitualidad que la “U”, perdiendo bastante competitividad como encuentro de fuerzas parejas y pasando a incorporarse a la nómina de los denominados “clásicos más desiguales del mundo” (Juventus vs. Torino; Al Ahly vs. Zamalek; Bolivar vs. The Strongest y Olimpia vs. Motagua; entre otros) Sin embargo, hay un clásico que, aunque menos ruidoso, es tal vez más profundo y más fiel a la esencia del deporte: el Clásico Universitario, entre Universidad de Chile y Universidad Católica.
¿Es más relevante el Clásico Universitario que el Superclásico? ¿Es superior su carácter simbólico? ¿Tiene un contenido social más marcado? Después de lo ocurrido el sábado recién pasado; un partido a estadio lleno con una definición infartarte, sin heridos ni violencia, parece ser que los argumentos en favor del clásico entre las principales casas de estudio del país tienden a predominar.
Partamos por los números desnudos: el clásico universitario se ha jugado más veces. De hecho, es el partido que más veces se ha jugado en nuestro fútbol profesional: 200 partidos por el Campeonato Nacional (versus 196 veces el Superclásico) y 249 veces en total (versus 244 veces el “Clásico Mayor”)
A diferencia de otros derbis que han florecido con la profesionalización y la televisión, el Clásico Universitario tiene raíces reales: nació en 1937, pero sus orígenes se remontan a las disputas entre selecciones universitarias desde los años 20; incluso antes: el 1 de noviembre de 1909 se enfrentaron la selección de fútbol de la Universidad de Chile y Universidad Católica (3 a 3) en la Cancha del Carmen, Cricket Club. No es un clásico impuesto por la lógica comercial ni por la necesidad de ratings; es un clásico por definición, un clásico orgánico, que se gestó desde la competencia universitaria, desde la élite académica y futbolística de un Chile que ya no existe, pero que aún vibra en la cancha.
Ambos equipos representan algo más que un club: Universidad de Chile encarna una tradición laica, pública, popular. Universidad Católica, una visión más conservadora, institucional, católica. La UC trasciende en las clases acomodadas, la U, sobre todo en la clase media. En sus camisetas se juega, además del partido, una cierta lectura de país. Y eso es mucho decir.
Consideremos que mientras la chispa y la trascendencia del Superclásico ha decaído, el clásico universitario se ha mantenido más parejo que nunca, con una UC en su mejor momento y la “U” que no ha dejado de jugarse la vida en cada encuentro. De hecho, en lo que va de la década en el Campeonato Nacional se han enfrentado en 13 oportunidades, con 6 triunfos laicos, 5 de los de la franja y tan solo 3 empates; y no dejemos de destacar que hasta el minuto 96 del partido del sábado la paridad absoluta.
Agreguemos que el clásico universitario ha sostenido una identidad futbolística. Suelen ser partidos intensos, técnicos, bien jugados. No siempre son épicos, pero rara vez son mediocres. Y eso, en una liga donde la irregularidad abunda, es un mérito. A diferencia de los otros dos grandes clásicos del fútbol chileno (Colo-Colo vs. la U y Colo-Colo vs. la UC), el Universitario ha mantenido, en general, un tono de rivalidad más deportivo que violento. Y no podemos dejar de mencionar la importancia social y cultural que tuvieron desde la década de los 40 y muy especialmente en la década de los sesenta, clásicos que eran verdaderas fiestas, con espectáculos que conmovían hasta las lágrimas, mientras el partido al que hoy llamamos Superclásico recién comenzaba a tomar forma con el único sustento de enfrentar a los equipos más ganadores de los campeonatos criollos. Eso ha permitido que el clásico universitario sea un partido con asistencia familiar, con respeto entre barras (aunque no exento de tensiones), y con una cierta mística académica que no se encuentra en ningún otro estadio del país.
¿Eso lo hace menos clásico? Al contrario: lo hace más auténtico, más difícil de reducir al binomio de la pasión ciega y la violencia gratuita. Hoy, cuando muchos se preguntan si el Superclásico sigue siendo el “más importante” del fútbol chileno, conviene recordar que el fútbol no es solo goles, títulos y rating. También es historia, identidad, símbolos.
Y en eso, el Clásico Universitario clásico lleva la delantera.
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